Katya Adaui: “No hay forma de atravesar la escritura sin perturbarte por dentro”

Sus seguidores en Twitter le envían capturas con extractos de sus cuentos. Ella les agradece públicamente. Detrás de ese diálogo virtual hay satisfacción. Un lector reconociendo en 140 caracteres el valor de un texto que fue capaz de detonar en su cerebro una o quizás muchas imágenes. Una autora feliz porque logró su objetivo, compartir su forma particular de detenerse a observar el mundo.

Katya Adaui toca algunas fibras muy delicadas en “Aquí hay icebergs”, un conjunto de doce relatos que apelan a recursos narrativos tan sutiles como efectivos. La publicación, lanzada hace unas semanas por el sello Literatura Random House, será presentada este sábado 5 de agosto a las 6 p.m. en la sala Abraham Valdelomar de la Feria Internacional del Libro de Lima.

Conversamos con Katya sobre su más reciente obra, aunque fue inevitable también hablar sobre su faceta en el periodismo, su afición por los viajes y su posición en torno a los bajos índices de lectura que existen en Perú.

-¿Qué tipo de icebergs persiguen a Katya Adaui?

Supongo que algunos muy voluminosos, hablando de la escritura, claro está. El tema de la Antártida, del frío, de Groenlandia, Islandia, de estos países tan lejanos, o en sí esta imagen de  bloques de hielo siempre me ha llamado la atención, porque me han parecido ‘amenazas visibles’. Es un tema que siempre estuvo en mi cabeza y ahora lo unifiqué  personalmente para este libro.

-¿Si en esos lugares no hay muchos árboles, por qué uno de ellos ilustra la portada de “Aquí no hay icebergs”?

La portada tiene que ver con el árbol familiar, con las genealogías, con las relaciones familiares y amicales, que se muestran por la superficie de una manera, pero por debajo tienen sus grietas y fisuras submarinas. Me parece que la editorial eligió bien al poner la radiografía de un árbol porque poner icebergs hubiera sido bastante obvio.

-¿Sigues creyendo que la familia es un tema inagotable en la literatura?

En la literatura y en la vida en general. En el comienzo de “Ana Karenina” de León Tolstoi se dice “todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera” y yo pienso así. Pienso que las familias no se agotan nunca (como tema).

-En el relato “Todo lo que tengo lo llevo conmigo” sigues una especie de conteo regresivo de recuerdos familiares. ¿Cómo fue el proceso de elaboración de este cuento tan particular?

Pocas estructuras son novedosas ya, pero sí es novedoso para uno intentar escribir de otra forma. Creo que, a raíz de la maestría que llevé en Argentina, la cosa técnica de la escritura me empezó a importar mucho más. El no hacer lo que yo misma esperaba sino contar las cosas de manera diferente. Efectivamente, ese cuento presenta una numeración que empieza de atrás para adelante. Y lo escribí así. Me fui dando cuenta –a medida en que se llegaba al primer recuerdo– que se iban perdiendo las palabras, algo del lenguaje, y que se tornaba casi el balbuceo de una niña que rememora.

-Por ratos el cuento estira la sensibilidad de forma bastante notoria y delicada. ¿Esa capacidad de un escritor es innata o se va formando con los años y la experiencia?

Hay gente con muchísimo talento, quizás en campos como la pintura, donde algunos niños nacen sabiendo trazar. Pero creo que en el caso de un escritor, el lenguaje es algo que se aprende, y la única forma de lograrlo es persistiendo. Tienes que leer, vivir, amar y perder. Todo en grandes dosis. También debes siempre vivir conmovido, porque o sino nunca te vas a detener a ver las cosas. Un escritor es alguien que ve donde otros no ven y que escucha lo que otros no escuchan. Pero no como si fuera un ser superior, sino simplemente como alguien que se detiene a enfocar la mirada en algo.

-Teniendo en cuenta esto, ¿la familia de “Todo lo que tengo lo llevo conmigo” se parece mucho en lo disfuncional a alguna que conozcas?

De hecho hay mucho de mi memoria ahí puesto, pero también hay otras partes que imagino, o quizás familias que he frecuentado. Simplemente tu cabeza fluye desde una inconsciencia y se te mezcla todo. Y a mí me ocurre lo de la memoria asociativa. Todo el tiempo estoy conectando cosas que no recordaba hasta que alguien suelta algo, como si fuera un perfume. Esto viene de un lugar entre la memoria, la imaginación y el inconsciente que escucha y que aprende de los otros pero sin saberlo.

-Me pasa que al leer un cuento trato de rescatar una imagen con la que lo identificaré a futuro. Con este cuento tan particular fue distinto: me dejó múltiples imágenes…

Uno no recuerda la imagen sino la conmoción que esta le causó. En ese sentido yo trato de escribir un poco como vivo. Puedo decirte que no me agoto de mirar las cosas. Y cuando escribo trato de darle esa mirada a mis personajes o a mis cuentos. Una mirada que se regodea en cierta imagen pero para transmitir algo que pueda conmover. No creo en la imagen vacía en sí misma sino más bien en otra cargada con un contenido emocional. Para mí todo tiene que ver con conmover. Lo aprendí desde muy chica al empezar a escribir.

La portada de "Aquí hay icebergs". Katya Adaui es también autora de libros como "Nunca sabré lo que entiendo", "Algo se nos ha escapado" y "Un accidente llamado familia".

(La portada de “Aquí hay icebergs”. Katya Adaui es también autora de libros como “Nunca sabré lo que entiendo”, “Algo se nos ha escapado” y “Un accidente llamado familia”)

-¿A qué se debe las diferencias en la extensión de los relatos que aparecen en este libro? Un primer cuento bastante largo y otros muy chicos. ¿Qué hay con esta estructura?

Para mí este libro tiene una mezcla entre emoción y técnica. Quería que los cuentos fueran muy distintos entre sí, narrados por hombres y mujeres, por niños, ancianos, adultos, vecinas y hasta perros. Me gusta jugar muchísimo porque creo que tengo eso para comunicar. Debemos atrevernos a tomar riesgos. Me divierto escribiendo, la paso bien, entonces nunca pienso en la cantidad de páginas. A veces es una palabra o cinco y si está, pues ya está.

-Ejerciste el periodismo. Y a nosotros nos acusan de perder la sensibilidad con mucha rapidez. ¿Te pasó? ¿Qué recuerdos de esa etapa como redactora de noticias?

No creo que perdí la sensibilidad. Escribía mis cosas en casa y además era redactora de noticias en Canal N. Me tocó redactar noticias para un noticiero que duraba 24 horas y se emitía en los momentos más recalcitrantes del fujimorismo. Había una angustia por informar y contar cosas. Eso me dio el periodismo. La velocidad, el percatarme y darme cuenta de algo. La diferencia es que en el periodismo debes contar siempre lo que importa, mientras que en la literatura es una mezcla entre cosas importantes e interesantes. No se puede sostener la pepa todo el tiempo, pero sí puedes dosificar.

-Dos preguntas juntas. ¿Es un reto mayor escribir sobre cosas crudas y dolorosas? ¿Cuánto de la idea del cuento tienes al momento de sentarte a escribirlo?

Hay algunos cuentos que los tengo pensados en la cabeza  y me digo ‘ahora siéntate y escríbelos’, entonces voy hilvanando. Hago como una gran matriz y le voy aumentando cosas entre líneas, creando momentos de tensión y espesores. Y sobre la primera parte de tu pregunta, creo que ni siquiera los cuentos para niños son fáciles de hacer. Todos están cargados de una vida que ha visto, padecido o se ha alegrado por algo. No hay forma de atravesar la escritura sin perturbarte por dentro. Y yo soy de las personas que escriben con mucho placer. No sufro, padezco, no fumo, tampoco necesito crearme un ‘ambiente’ de escritura. Solo debo sentarme a hacerlo.

-¿Cuál crees que fue la principal enseñanza que te dejó la maestría en escritura creativa que llevaste en Argentina?

Creo que poder entender que el escritor es como un artesano que trabaja la palabra, que busca redondearla, agotarla y cincelarla. Y también aprendí mucho de la contención: hasta dónde contar algo. Cómo seguir, cómo no desesperar. El gran aprendizaje de una maestría como esta es ‘siéntate y escribe’. También hay un tema de humildad, de nunca sentir que sabes lo suficiente. Por otro lado, si bien conforme lees más libros existe una sensación enorme de insatisfacción porque te falta todavía mucho por leer, debes aprender a aceptar que tampoco podrás leer todos los textos del mundo.

-¿No te genera cierto temor o ansiedad el dejar un libro a la mitad?

No. Es que uno lee por placer. El placer culposo no me suele gustar mucho. Si voy a hacer algo, lo hago de lleno. Y eso implica rechazar un libro si no te gustó. El lector hace un pacto con el autor de un libro y decide creer lo que le están narrando o no. Eso es algo de lo que el lector se debe hacer cargo. Por eso creo que, por ejemplo, cuando le enseñamos a los niños a leer por obligación siempre sentirán que deben hacerlo “porque está bien”, pero cuando uno los guía a través de un proceso imaginativo, este leerá la palabra silla e imaginará tal objeto. Lo mismo ocurre a cualquier edad. Coger un libro ya te llevó a otro lado. Tú decides qué tiempo durará ese viaje.

-Has viajado mucho fuera del Perú. ¿Qué te permiten o facilitan los viajes en tu faceta creadora?

A mí me funciona mucho el nomadismo. Acumulo kilómetros y viajo así porque si no me sería imposible con mis pocos trabajos estables. Lo que hago es ahorrar mucho y recorro países junto a amigos. Me gusta mucho viajar porque aprendo de la simultaneidad de la vida. Una y otra vez me conmuevo porque alguien está saltando a un mar hermoso mientras otro está encadenado en China y alguno duerme en Japón, pero a la vez otra persona –a la misma hora– se despierta en Perú. O sea, los viajes me permiten observar todas estas vidas paralelas. Y esta idea de que para escribir se necesita vivir, y parte de esto te llega con la posibilidad de estar fuera y compartir tu existencia con otros.

-¿Una década después de tu primer libro tus influencias como escritora han cambiado?

Creo que cada libro influye en ti. Por ejemplo, cuando leía “Aquí no, ahora no”, de Erri De Luca, sentí que algo se había quedado en mí.  Ahora me doy cuenta de la técnica. Quizás porque lo he estudiado ya, me percato de lo difícil que es articular y escribir un conflicto, una trama, un argumento, una historia llena de ‘porqués’. No podría decirte cinco autores que influyeron o que influyen más en mí hoy, porque creo que se trata de una suma, de un poquito de cada uno y de leer lo contrario a lo que estoy escribiendo.

-Finalmente, ¿cuál crees que es la pata de la mesa que le impide al Perú ser un país con mayores índices de lectura?

Creo que son varios puntos. Una cosa es el dinero. En casas donde hay que trabajar tantísimo para llevar el pan a la mesa, a veces pagar un libro es imposible. He seguido de cerca el trabajo de la Dirección del Libro del Ministerio de Cultura y realmente están haciendo un gran esfuerzo a nivel de bibliotecas públicas. Asimismo, cuando a veces sí hay el dinero, son los padres quienes fallan porque –cuando el niño está quizás haciendo ruido en casa—es más fácil darle el iPad o mandarlo a ver TV que a leer un libro. Por otro lado, ¿cómo hacer que el profesor acerque al niño a la lectura? ¿Acaso obligándolo o a través de una experiencia donde imagine, sienta, huela, respire y viva? Creo que es un tema multi y que cada uno es responsable de una parte. Sin embargo, yo tengo la sensación de que se lee más ahora que en el pasado.

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