Lilian Kanashiro: “Debe importarnos lo que invierte un candidato al intentar ganar una elección”

Diversas circunstancias hicieron de la campaña presidencial del año 2016 un suceso digno de estudio académico. Rostros nuevos que ascendieron rápidamente en las encuestas, tachas y múltiples apelaciones, retiros de candidaturas y hasta la postulación de un reo.

El triunfo que parecía destinado a Fuerza Popular terminó, casi en los últimos días de la segunda vuelta, siendo de Peruanos por el Kambio. Este hecho, que a su vez marcó la segunda derrota consecutiva de Keiko Fujimori en su intento por llegar a Palacio, tiene varias aristas que han sido profundizadas por integrantes del Grupo de Investigación de Partidos Políticos y Elecciones de la PUCP en el libro “Perú: Elecciones 2016. Un país dividido y un resultado inesperado”, editado por Fernando Tuesta Soldevilla.

En esta ocasión conversamos con Lilian Kanashiro, doctoranda y magíster en Ciencia Política por la PUCP y licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Lima. Valiéndose de su experiencia como investigadora y experta en semiótica, ella escribió el ensayo “Cierres de campaña y el discurso de los candidatos”, en el que ahonda en aquellos mítines finales –de primera y segunda vuelta—de los principales aspirantes a la presidencia.

El artículo permite recordar promesas vertidas en el fragor de la campaña, pero principalmente percibir todos los factores que rodean el discurso verbal. Para Kanashiro, la contienda del 2016 fue la de los grandes gastos en mítines y logística. Es este factor el que, según su opinión, no debe pasar desapercibido en un futuro en aras de la transparencia de aquellas agrupaciones que buscan representarnos desde la más alta esfera del poder.

-¿La importancia de un mitin de cierre de campaña hoy en día radica más en lo simbólico o sí puede incidir en la decisión final de voto?

Sobre el impacto en el voto, creo que a los cierres de campaña mucha gente llega con su decisión ya tomada. Estos eventos son un refuerzo más de carácter simbólico. Si bien es cierto que mucha gente empieza a prestarle más atención a la campaña en los momentos finales, también es verdad que otros se encuentran en un estado emocional de hartazgo al final, así que cualquier cosa que le pongas por delante no le caerá bien. A mí me pareció interesante la extraordinaria coherencia que había en los elementos involucrados en el cierre de campaña y lo que el candidato decía representar. Desde lo espacial hasta los elementos que iban colocando distintos actores que entraban en juego. De hecho, hay algo que une a todos los cierres de campaña estudiados en términos de reglas de juego y estructuras. Y lo quisiera comparar con los matrimonios: tienen casi siempre la misma composición. Elección tras elección se siguen estructurando los cierres de campaña de la misma forma. No obstante, no es lo mismo hacer un mitin en Villa El Salvador que hacerlo, por ejemplo, en el Campo de Marte.

En Lima, PPK cerró su campaña en el Campo de Marte. (Foto: USI)

-¿Varían mucho los temas que se tocan durante un mitin de cierre de campaña de acuerdo a la locación elegida?

Lo que dicen los candidatos tiende a ser recurrente. Los mismos temas, las mismas agendas casi siempre. Pero fue interesante para mí volver a leer lo que los aspirantes dijeron, por ejemplo, sobre los maestros, ahora que se ha censurado a la ministra de Educación (Marilú Martens). En los mítines todos decían que se les debía duplicar el suelo a los docentes. Nadie hablaba de evaluación sino de ‘capacitación’. Eso es lo que dijeron. Sin embargo, no es lo mismo decir algo en Villa El Salvador, en el Campo de Marte o en el óvalo de la Avenida Brasil. Y no solamente eso. El tipo de espectáculo que se construye (alrededor de un mitin). Ahí sí me parecieron muy importantes las diferencias que encontré en el caso de Fuerza Popular. Vi el video del cierre de campaña de la primera vuelta y Keiko Fujimori ingresa (al estrado) bailando. Se trata de recrear una escena de diálogo entre un candidato y gente enardecida, eufórica. Lo que es curioso es que se genera ese ‘diálogo’ para que salga en TV, por lo que tus militantes terminan siendo casi ‘extras’.

-¿La estructura de estos mítines de cierre te parecen lo suficientemente moderna para los tiempos actuales?

No. Se apela a una estructura espectacularizada pero bien tradicional y conservadora.

-¿Incluso en el Frente Amplio?

Sí. La característica (del mitin) del Frente Amplio es que fue mucho más telúrico, más étnico. Ellos no traían grupos de cumbia sino folklóricos, más pequeños. Sin embargo, tenían una pantalla gigante y un diseño gráfico impresionante. Y además sus candidatos al Congreso estaban muy firmes bailando igualito, cual ‘flashmob’. Eso también lo tenía el fujimorismo, a diferencia que su coreografía también la bailaba la candidata. Con Keiko parecía un videoclip de K-pop, mientras que en lo del Frente Amplio era algo más romántico. Vi bases distritales y noté la desobediencia propia de un carácter disruptivo. “¡Bajen la bandera!”, se oía. Querían dejar en claro que Ate estaba presente, que Huaycán había llegado al mitin. Esto a diferencia del mitin fujimorista que lucía muy disciplinado.

-¿Cuánto ayuda o perjudica enunciar un discurso en singular o plural? Esto teniendo en cuenta las habilidades de alguien como Alan García, que mencionas en parte de tu ensayo.

No llama la atención si uno conoce la personalidad tan fuerte que tiene Alan García. Él tiene un ego muy fuerte y encarna herencia, retórica y oratoria política. Ahora, ¿que eso incida en el voto? No lo sé. Ya ganó dos veces las elecciones y eso no es poca cosa. Sin embargo, esto no me parece algo exclusivamente de él, sino más bien de la cultura política del Apra. Recuerda cuando ese partido solo tenía cuatro congresistas en el Parlamento y, sin embargo, salían a vociferar y todo el mundo los escuchaba. ¡Parecían 50! Actúan de manera individual, pero si luego los ves a la distancia notas que es algo calculado. Así que no se trata solo de García.

-Sobre él destacas “una estilística entre discurso político y plegaria”…

Es que hubo varios momentos del discurso de García que incluían invocaciones a Dios. Él parecía tener clarísimo que Dios estaba a su lado. Entonces, el mitin lo daban Alan y Dios. Y más allá de si gana o no las elecciones, él siempre sale dignamente. Y el tema de la plegaria parecía más por el contexto desfavorable que lo rodeaba entonces: no le dieron la plaza que quería, estaba mal en las encuestas y la alianza que formó no funcionó. Pese a esto, no tuvo un discurso derrotista, siguió ejerciendo su rol y fue para adelante. Creo que Alan tuvo claro que en política hay momentos altos pero también otros bajos.

-Los mítines de cierre de campaña no se transmiten íntegramente en vivo por canales de señal abierta. ¿Crees que esto perjudica un poco el objetivo de los partidos? Podría quedar la idea de que es una fiesta solo para los ‘invitados’…

No sé si a los partidos les interese que salga todo el mitin. Creo que con tener unos minutos en la parrilla de los noticieros es suficiente. Primero porque no pagan por esa ‘publicidad’ y segundo porque es el ‘prime time’. No veo el tema del cierre de campaña como una cosa lógica en la que el candidato quiere que todo lo que él diga se transmita en TV y la gente le entienda clarito. Más bien se trata de crear presencia a cero costo. Y también creo que los candidatos no están tan preocupados por el contenido como sí por la imagen. Así salgan 30 segundos del candidato y sus frases, estamos hablando de tiempo de exposición y distribución del acontecimiento. Así que si dijiste X, Y o Z, no sé si a alguien le importe. Así de duras son las cosas en ese último momento de una campaña, cuando ya no hay sondeos y está prohibida la propaganda electoral. Se trata de crear una presencia lo más espectacular posible.

Keiko cerró su campaña en Villa El Salvador. (Foto.: El Comercio)

-Quizás los que no somos adeptos a los partidos o a las manifestaciones políticas desconfiamos sobre cuánto de realidad hay detrás de un mitin. Ver gente subiendo a un bus, recibiendo un gorrito, son factores que nos hacen desconfiar de lo ‘real’ que puede ser todo…

No sabría decirte con tanta seguridad qué tanta conciencia haya en el ciudadano promedio con respecto al aparato armado. A veces algunos van (a los mítines) organizados por bases distritales, pero también hay portátiles. Recuerdo el mitin de cierre de PPK. ¡Solo faltaba zona VIP! No sé por qué allí había tanta policía montada. Creo que era el único mitin con caballos. En el resto solo había portatropas con policías. En el Frente Amplio, por ejemplo, tenías las bases distritales. Y no es lo mismo venir representando a un distrito que venir por una persona. Pero que le pagan a la gente por ir a un mitin o le dan propinas, yo creo que pasa con todos. Nadie puede levantar el dedo acusador y decir que no existe una caja chica para eso. Porque de lo que se trata es de crear la idea de una muchedumbre para dar cierta impresión ante la opinión pública.

-¿Crees que esto último se va a agudizar en el futuro o existe la posibilidad de que volvamos a los inicios, a seguir una propuesta en un mitin sin nada a cambio?

Si uno mira la experiencia comparada en otros países, los presupuestos de campaña son cada vez más altos. Porque el costo de armar estas parafernalias son fuertes. A mí que no vengan a decirme que los grupos de cumbia no cobran nada. Es un show más como parte de sus giras. En el pasado las campañas se hacían a punta de voluntariado y ahora hay un presupuesto para eso. Por eso es fundamental en la reforma electoral el asunto del financiamiento a los partidos. Porque nadie sabe de dónde sale esa plata, pero tampoco está regulado. Luego pasa que viene una empresa y le da billete a todos los partidos…

-Alfredo Barnechea es el caso de un personaje externo que entra a un partido ‘viejo’ con partidarios ‘viejos’ y manías también ‘viejas’ de hacer política. ¿Cómo analizas la campaña que llevó adelante?

Me pareció una estrategia interesante en el sentido que tuvo un protagonismo más allá de lo esperado. Da la impresión que aceptó la responsabilidad casi por hacerle un favor a alguien. Es como si un grupo de gente que necesitaba entrar al Congreso requería de un candidato presidencial. Al comienzo no movía ni un dedo y de repente prendió.

-Hasta que vino el pan con chicharrón…

Es que justamente ese tema cala porque Barnechea había prendido. Si no hubieras calado, a nadie le habría importado que no comas el pan. Él empezó a tener cierta notoriedad, se dio cuenta que era candidato y empezó a trabajar más en eso. Ahora, la estructura de su cierre de campaña me dejó la impresión de que sí tenía gente algo mayor. Una imagen del mitin que recuerdo mucho era la de un anciano con un polo que decía ‘Barnechea es juventud’ (risas). Pero otra cosa que quiero resaltar también es que nos limitamos mucho a analizar campañas en torno a quién gana o a quiénes pasan a segunda vuelta, y probablemente Fernando Tuesta [Compilador del libro] me diría que las elecciones son para ganar puestos de poder, pero yo creo que también uno gana capital simbólico que a futuro le otorga cosas. De otra forma no te explicas porqué hay gente que postula sabiendo que no va a ganar. En el mundo periodístico se sabe muy bien lo que significa ‘tener pantalla’. Lo mismo para un candidato: no le interesa llegar a ser presidente, pero sí mantenerse en la mira para el futuro cercano. Por eso construye una idea de que va a ganar.

-¿Identificaste mucha ideología en los discursos de campaña?

Lo más claro ideológicamente era lo del Frente Amplio. El resto buscaban en su mayoría ubicarse al centro. Porque ser muy liberal te hacía lucir como ‘el candidato de los ricos’, y las izquierdas también se corrían al centro para que no las ‘terruqueen’. Fue una elección muy centrista. Y si te fijas, la mayoría decía las mismas cosas: aumentarle el sueldo a los maestros, luchar contra la inseguridad, dar más agua, no sé, lo mismo pero quizás con algunos matices. Aunque no sé si la gente le preste mucha atención a esos detalles. Solemos quedarnos con el slogan, pero hay que ver qué lo rodea. En el caso de Verónika Mendoza su identidad era clara y el público al que se dirigía también. Ella apelaba a un votante regional. ¿Pero a qué apelaban Barnechea o Alan? Probablemente a la clase media limeña. ¿Y qué es eso? Los Olivos, San Martín de Porres, Independencia. Mira, yo creo que hay una riqueza de cosas para analizar. Y si seguimos obsesionados en el discurso verbal es como si nos hubiéramos quedado en la política del siglo XIX o principios del XX. Esta fue la campaña de los viajes, las giras, los shows, los espectáculos. Y sea bueno o malo, esto no solo sucede aquí en Perú.

-¿Cuál es la gran conclusión que te deja el haber estudiado todos los mítines de cierre de la última campaña?

Creo que hay que prestarle atención a todos los elementos que rodean el discurso verbal. A veces pienso que evaluamos y analizamos las campañas electorales en función a lo que los candidatos dicen. Es verdad, se cuestiona o se discute las prácticas de los candidatos (el famoso pan con chicharrón), pero creo que a parte de estas hay muchos más elementos que ordenan una campaña y que pueden ser indicadores de capital económico. Y debemos prestarles atención. Las campañas se han espectacularizado, eso es una realidad. Y prestar atención a los símbolos que rodean la voz de los candidatos nos permitirá ponderar la inversión económica detrás de esas ‘puestas en escena’. Porque ni los escenarios son gratis ni los grupos tocan sin cobrar. En aras de una transparencia no solo hay que escuchar lo que promete el candidato sino también ver lo que invierte en su objetivo de ganar la elección. Así nos evitamos sorpresas posteriores como Lava Jato y Odebrecht.

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