Pedro Novoa: “Lo truculento mueve el impacto reflexivo en mí”

A unos metros del lugar de nuestra charla está el Rímac, ese distrito que ha marcado el pasado y presente de Pedro Novoa Castillo, un aplicado narrador y docente universitario que insiste en la literatura esta vez con una novela tan extraña como cruda.

Y menciono el Rímac como también podría mencionar Arequipa, la cuna literaria de Novoa, donde estrechó la mano de Mario Vargas Llosa, uno de sus tres grandes íconos literarios (los otros dos son Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez). Y es que la Ciudad Blanca también es escenario de “La sinfonía de la destrucción” (Planeta, 2017).

En este texto plagado de personajes horrendos y desagradables hay, sin embargo, un halo de esperanza. Porque aunque suene a cliché, más allá de la destrucción o la ruina existen oportunidades para salir adelante con la frente en alto.

Conversamos con Pedro Novoa Castillo sobre “La sinfonía de la destrucción” (LSD), novela que certifica lo que su autor nos dice en esta entrevista: “el intento por buscar un estilo propio” arriesgando con el lenguaje, las situaciones y los personajes “hasta que el lector decida soltarlo” y piense ¿por qué la humanidad se fue al diablo?

-Cuéntales algo del argumento a los que aún no han podido leer tu novela “La sinfonía de la destrucción”…

Mi novela parece una especie de apología a la violencia pero creo que es una historia que transcurre en el paulatino derrumbamiento de una familia y de un personaje, El Monarca, pero también es una suerte de posicionamiento por encima del derrumbe. Entonces, creo que los que lean esta historia tendrán la posibilidad de ver la victoria de un peruano, de un hombre popular que logra vivir y gozar con la destrucción, dentro de ella, y sobresalir en lo que podría considerarse una tácita esperanza.

-Arequipa y el Rímac son dos lugares muy presentes en tu historia. ¿Qué te llamó la atención de ambas zonas para incluirlas de forma latente en “LSD”?

Arequipa me ha marcado mucho, tanto quizás que a veces digo que soy arequipeño. Con esa ciudad tengo una relación muy profunda porque ahí ‘nací’ literariamente. Allí conocí a Mario Vargas Llosa y empecé con esta auto exigencia que me permitió publicar primero en Alfaguara y ahora en Planeta. Y con “La sinfonía de la destrucción”, como pasa con cada una de mis obras, trato siempre de estar un peldaño más arriba que la anterior.

-¿Y en el caso del Rímac?

El Rímac es un lugar que me llena de perplejidad porque es un distrito tan hermoso, históricamente hablando, casi echado a perder. Es como ver a una chica joven y muy simpática prostituyéndose por un poco de terokal, o sea, un desperdicio de humanidad con tantas posibilidades por delante que se echa a perder de una manera muy estúpida. En el Rímac fui profesor de un colegio femenino y recuerdo que una vez se cayó un muro de la nada y casi lastima a varias niñas. Y ese fue el gatillazo para decir ¿qué está pasando en esta zona que sin necesidad de un terremoto vive casi cultura del escombro?

-Las mujeres están muy presentes en tu novela pero con un tratamiento muy distinto. Cuéntale al público cómo son las féminas que aparecen en “La sinfonía de la destrucción”.

Creo que las mujeres pueden ser los personajes más entrañables pero también los más despiadados. Tengo la sensación de que –no solo en la literatura sino también en la vida misma– pueden llegar a marcarte. Son seres hechos de garras y colmillos, en el buen sentido de la palabra, que aman y odian intensamente. Sus afectos y desafectos son profundos siempre. Y me ha tocado ver e imaginar la literatura con personajes así, irascibles, chúcaros, que aman muy fuerte, que son no lanzados sino arrojados a la convivencia. Por eso las mujeres de “La sinfonía de la destrucción” tienen una vida muy intensa. Y esa intensidad, muchas veces entrecruzada con la dureza de la prostitución, de la drogadicción, de la miseria que puede significar vivir en una sociedad tan dura, de alguna manera les otorga un mecanismo de defensa que está siempre en guardia.

-¿Dónde está más presente Pedro Novoa, en El Monarca o en aquel poeta fallido llamado Don Cartavio?

Yo creo en la ‘teoría del despedazamiento’. Y no me creo mucho esa diferencia tan pura en torno a que solo los autores de autoficción canibalizan su vida. Pienso que todos lo hacemos. Porque cuando creamos personajes usamos nuestra memoria, entonces están presentes los retazos de tus amigos, de tu papá, de tu ex novia, no lo sé. Aunque sí, la frustración de ser artista está en este poeta fallido (Don Cartavio) porque yo de alguna manera he escrito poesía y tengo varios amigos poetas y siempre en las charlas sale el reclamo de ‘la poesía no vende, regalamos nuestros libros’. Pienso que ser poeta es un acto rebelde pero de mucho patetismo. Y no lo digo por burlarme sino como una metáfora cruel del artista en general. Así que Don Cartavio sí tiene mucho de mí porque yo creo que el arte no tiene mucho espacio en la sociedad por distintos motivos. Entonces esa suerte de frustración está galvanizada en dicho personaje, que además es borracho y cada cierto tiempo destruye sus poemas, no solo con sus manos sino con su propia vida, con su miserable forma de decidir ser un tipo impresentable, totalmente burdo, un estafador o un maleante.

-¿Y en el caso del Monarca?

En su caso está contrabandeado mi pasado porque algo he visto, no tanto como protagonista pero sí como testigo. He visto el acuchillamiento de un auxiliar, también broncas, peleas, la jerarquía de los colegios que dentro de la parafernalia juvenil siempre se respeta. Todos los limeños o habitantes de ciudades grandes hemos visto esas ‘jaurías juveniles’ que se forman.

-‘El cerebrito’ (personaje de la novela) sufre bullying escolar y termina convirtiéndose en El Monarca. ¿Crees que el abuso sufrido en la infancia o adolescencia puede generar a futuro un hombre violento?

Por supuesto. Inclusive hay un autor que acaba de publicar una lectura distinta con relación a Abimael Guzmán, que saturado y agotado de las interpretaciones sociológicas e ideológicas sobre su génesis– que no es que estén mal sino que ya todas fueron lanzadas al tapete—apela al lado psicológico, donde menciona el drama que había tenido como ser individual, y además lo asociaba con personajes femeninos que también tuvieron ese tipo de características.

-“Cada ser es un himno destruido”. ¿Por qué usas este epígrafe de Emile Cioran en tu novela?

Nosotros tenemos deudas tácitas que nadie nos las cobra pero sentimos que debemos pagarlas. En “Maestra vida” tenía una deuda con Jodorowsky porque había visto “Fando y Lis” y “La santa sangre” y ambas me habían rasguñado el alma, quedando impactado al punto de que le puse Fando a uno de mis personajes en esa novela. Y aquí con Emile Cioran me pasó lo mismo. Su libro “El breviario de la podredumbre” me marcó. Si tú quieres construir personajes cínicos, que tengan una base filosófica fuerte, del escepticismo, de la propensión a la destrucción –porque él también es ‘el poeta del  suicidio’—no hay mejor que leer a ese autor.

-Uno puede terminar algo desgastado al leer las descripciones de ciertos lugares como Limoncillo en tu novela. ¿Le ocurre lo mismo al autor? ¿Te sentiste algo liberado al terminar la novela?

Hay una película titulada “Freaks”, que alguna vez José Güich dijo se influenciaba en mi obra, que muestra la estética de lo monstruoso. Allí el director (Tod Browning) crea una película de un circo donde todos son deformes: la mujer barbuda, el hombre gusano. Y las escenas tienen una estética de permanente monstruosidad. ¿Y por qué busqué yo eso también? Porque quise esa sobredosis que provoca la hiperrealidad. Me ha tocado ir a los Barracones, a las zonas más picantes de Lima, me gusta la parte de la sobrevivencia y de la destrucción. Me intriga qué hay en la mente de un ‘caficho’ miserable que prostituye mujeres. Lo truculento mueve al impacto reflexivo en mí. En mi novela he tratado de llevar el lector hasta que él decida soltarme. Por eso las siglas del libro son LSD [como la droga], y no es algo casual. No he consumido eso pero he leído que te produce una especie de viaje alucinógeno por siete u ocho horas. Aunque no sé si algún día vuelva a escribir una novela como esta.

-Un personaje que definitivamente cae en excesos humanos es El Especialista. Es un enfermo sexual que mira adolescentes y las imagina desnudas. ¿Cómo surge este sujeto tan maniático en tu novela?

El Especialista es el famoso cable a tierra que he leído en la literatura universal necesitamos para que nos sacuda y nos haga reflexionar sobre la condición humana. O sea, ¿hasta qué punto podemos ser tan mierdas? ¿Hasta qué punto la sexualidad puede torcerse y podemos ser una suerte de marioneta de glándulas sexuales? Él es una mezcla de dos personas (reales): una que está presa y otra que sigue viva, aunque yo la he exagerado e incluso la maté (en la ficción). Creo que, en una sociedad tan lacra como esta, hay una parte donde El Especialista es machista pero al 100%. Pero no quise a un tipo que agreda a una mujer (físicamente) sino que esto se verbalice. Así se inicia un inventario de términos muy machistas. ¿Y por qué? Quiero expresar que el machismo y la misoginia se verbalizan y se quedan en nuestro lenguaje. Y es terrible la cantidad de expresiones tan grotescas y violentas que han sido simbolizadas por el idioma. Eso no pasa en otras lenguas. Hablo (en la novela) de todos los vicios de una sociedad que no supo sobrellevar esa relación civil, moral con las mujeres. Para  mí este personaje representa todas esas noticias que a lo largo de mi vida he visto en la televisión y he leído en los periódicos.

-Finalmente, ¿cómo está presente la metaliteratura aquí? No voy a ser spoiler pero uno siente que hay un proceso de construcción de una novela dentro de la misma. ¿Qué puedes decirme sobre esto?

El que inició todo esto fue curiosamente el que empezó la novela moderna, Miguel de Cervantes. En una parte de “El Quijote de la Mancha” se habla de la novela. Siempre me ha gustado esta suerte de ruptura del frágil límite entre la ficción y la realidad. Y lo hice ya en “Maestra vida”. Aquí he tratado de que esto sea una suerte de catarsis mía porque en realidad es bien difícil escribir una novela en Perú. Uno podría decir, ¿si has publicado en Planeta y Alfaguara por qué dices que es difícil? ¡Porque sí lo es! Y sobre todo cuando observas lo que vas a proponer. No quiero ser un éxito en ventas, aunque si lo soy pues bacán, pero tengo bien en claro mi destino literario. Y he tenido maestros que me han inyectado esa noción: tienes que escribir una novela con un estilo propio. No me interesa hacer covers. Y en la novela hay un personaje llamado Mr. Floro, que es un álter ego mío, todo aplastado, gordo, oliendo feo; está su escarabajo reventado en la ventana (guiño a Oswaldo Reynoso), y hay una parte suya que me gusta mucho, cuando dice “basta que una sola persona lea esta novela para que esta odisea haya valido la pena”. Y ese lector ideal es el que todos tenemos en la mente cuando estamos escribiendo como locos algo.

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