Pablo de la Flor: «Me seduce lo extraordinario que se revela detrás de lo cotidiano”

Reconocido por su trabajo en el ámbito privado y público, Pablo de la Flor sorprendió en 2016 publicando su primer poemario, “La luz sobre nosotros”, y lejos de amilanarse como muchos primerizos, decidió insistir en la escritura. No obstante, ahora cruza la vereda y se acerca a la narrativa.

Fue así como luego de seguir un taller de escritura creativa con Johann Page se animó a publicar “La última batalla” (Planeta, 2017), su primer libro de cuentos. Se trata de un compendio de 16 relatos cortos cuyas temáticas son muy variadas.

Adolescentes con problemas familiares, burócratas insatisfechos y ancianos que conversan con muertos. Estos son solo tres de los curiosos personajes que aparecen en los cuentos de Pablo de la Flor, un “bibliófilo empedernido”, como él mismo confiesa en esta entrevista.

Aquí nuestra entrevista con el autor de “La última batalla”, libro que ya está a la venta en las principales librerías de Lima.

-Me sorprendió la cantidad de cuentos y la mayoría de ellos son bastante breves. ¿Le fue fácil ser concreto al crear historias?

Me ha resultado bastante fácil ser concreto y de hecho los cuentos que están en este compendio son la mitad de los que escribí en el transcurso de este año y medio. La aventura de escribir inició con un taller a cargo de Johann Page en el que me matriculé. Antes no había escrito más que poesía, así que los cuentos eran algo completamente nuevo para mí. Y creo que no me costó mucho recortar sino más bien seleccionar qué relato incluir en este primer libro.

-Pasa mucho que cuando viene el primer libro un autor intenta meter todos sus cuentos…

Es cierto. Con mucho dolor tuve que desprenderme de varios cuentos y no fue fácil porque siento casi una vinculación paternal con ellos. Si bien tengo algunos preferidos, la decisión de incluirlos en el libro fue muy difícil porque no tengo  claros los criterios de superioridad de uno sobre otro. Esto hizo que finalmente prime la continuidad narrativa en “La última batalla”.

-Muchos pueden tener las ganas de escribir pero inscribirse en un taller es un salto importante. ¿Cómo se animó a hacerlo?

He leído siempre, sobre todo novela y poesía. Soy un bibliófilo empedernido. El cuento no era un género que me atraiga mucho al principio, pero en ese contexto definí que quería intentar escribir de manera creativa. No lo había hecho antes. Me atreví a inscribirme en este taller y las cosas fueron fluyendo. Fue una experiencia sumamente grata, casi como una recompensa en lo personal.

-Más allá de eso, hay que perder la vergüenza para animarse a compartir escritos personales y ponerlos al alcance de terceras personas…

La vergüenza la perdí cuando publiqué en 2016 un libro de poesía (“La luz sobre nosotros”). Eso fue casi un strip tease emocional. Escribir poesía es algo muy comprometedor en lo personal y mi poemario fue un hito en ese sentido. Entonces, si yo me atreví a hacer eso, ¿por qué no podría ahora intentar este nuevo reto?

-¿Cuál considera es la principal diferencia al enfrentarse a la página en blanco si hablamos de poesía vs. narrativa?

La poesía es un proceso muy intenso en lo personal que pasa casi por destilar emociones básicas y dejar mucho más piel en la cancha. En el caso de la narrativa creo que pasa más por identificar el hilo de una historia que te permita cautivar al lector. Y hay una técnica y una secuencia que tú puedes ir ensayando, algo que no ocurre en la poesía. Son ejercicios completamente distintos y entrañan esfuerzos personales diferentes. Salgo de escribir poesía agotado emocionalmente, mientras que cuando escribo un cuento termino más bien energizado.

¿Qué es lo que suele leer Pablo de la Flor?

Soy muy desordenado y ecléctico en mis lecturas y gustos. Leo literatura internacional reciente contemporánea, también algunos clásicos. Tengo temporadas en las que solo leo poesía, pero también leo ensayos. Depende mucho del momento en el que me encuentre. Carezco de una organicidad en mis lecturas, están desconectadas unas con otras y pienso que eso me abre perspectivas.

-¿Entonces es complicado identificar sus influencias literarias?

No sé si tanto. En este libro te diría que hay una gran influencia de Carver y los cuentistas norteamericanos. También hay algo de mis lecturas del portugués José Eduardo Agualusa, la argentina Samanta Schweblin y de Johann Page. Así que mis influencias son diversas y múltiples.

SOBRE LOS CUENTOS

-Hablemos ahora sobre la diversidad de sus relatos. El primero se llama “Pelea de alacranes” y toca temas como la juventud, la rebeldía y los problemas familiares. ¿Cuál es su origen?

Buena parte de la génesis de mis cuentos tiene que ver con historias que recogí en conversaciones con amigos y conocidos. En este caso, la idea que devino en “Pelea de alacranes” surgió durante un viaje en Arequipa. Iba a visitar un colegio en los extramuros de la ciudad y el taxista me contó una anécdota de su adolescencia. Este es un relato sobre una familia desplazada, sobre el conflicto entre un padre y su hijo, y el de este chico con sus amigos cercanos.

-Teniendo en cuenta que esta es su primera incursión en la narrativa, ¿qué considera fue lo más difícil: darle peso a los personajes, configurar las imágenes o armar los diálogos?

Creo que los diálogos, y de hecho no hay mucho de eso en los cuentos.

-Sobre esto, el primer diálogo que me viene a la mente es el que ocurre en “Saints”, cuando al protagonista le presentan a una mujer que finalmente resultó no ser tal…

Sí. “Saints” es un cuento que me costó mucho trabajo precisamente por eso. Quería que los personajes vivieran por sí solos en el diálogo y no por mis descripciones. Era importante plasmar esas interacciones, lo cual me costó mucho.

-Otro cuento que me llamó la atención fue “El buscador” [el ayudante de un anciano que descubre cadáveres adquiere su habilidad inesperadamente], que es un cuento que podría encajar muy bien en el género fantástico.

Creo que sí encaja. El trasfondo es fantástico pero no hay elementos de fantasía en la cotidianeidad de los personajes.

-Es un cuento con final abierto, a diferencia de “Saints”…

Es cierto. Hay la posibilidad de que luego ocurran más cosas. No sé, que el asistente decida si continuará con la actividad del buscador o no.

-Y “Bach en Piérola” [sobre una mujer que se horroriza por el nivel de violencia que tiene su pareja] más bien es literatura de lo cotidiano. Estamos ante una pareja rota.

Es cierto. Esta es una pareja rota en medio de una situación absolutamente común, y en la cotidianeidad está el encuentro con lo extraordinario que se esconde detrás de lo rupestre. La experiencia más irrelevante tiene implícita una cuota de fantasía, que es lo que sucede en ese cuento.

-¿Cree que sin el taller de Johann Page usted no hubiera podido escribir este libro?

Sin duda. Le debo mucho tanto a él como a mis colegas del taller que me ayudaron a dar este paso y a encontrar esta voz plasmada en el libro.

-En el cuento “El rosal” [Sobre el vínculo entre un hombre con su anciano y viudo padre] están muy presentes los recuerdos.

Sí, que es algo muy presente también en mi libro de poesía. El paso del tiempo, la memoria. Este relato gira en torno a un aspecto soslayado de un recuerdo, que es el que le da origen a toda la narración.

-Hay un personaje de sus cuentos que llama la atención: el burócrata. ¿Cree que por más que la gente los vea como seres insensibles estos tienen muchos dramas detrás?

Claro, yo mismo he pasado buena parte de mi vida entre el funcionariado y hay mucho de lo que mencionas.

-¿Sería capaz de identificar un cuento por el que sienta más cariño?

Yo creo que “Bach en Piérola”. Es un cuento bastante corto, muy sencillo, pero tiene algo que me seduce mucho: lo extraordinario que se revela detrás de lo cotidiano.

-En el caso de “El copista de Velásquez” [sobre cómo un copista trabaja para superar la calidad de una pintura original] requiere terminología sobre arte y detalles específicos en torno a lugares. ¿Cómo surgió el cuento que cierra su libro?

Ese es un cuento muy extraño. Me encanta El Prado y estuve hace un año allí. Paseando por las salas vi que había un copista japonés. Y en ese momento se me ocurrió la idea de qué sucedería si la copia de una obra fuese mejor que la original. Y el relato también está aderezado con anécdotas del guardián del lugar. Ahí entra lo fantástico.

-Sus relatos me parece que ‘cumplen’. Siento que están bien compuestos. ¿Qué papel jugó la teoría en cimentar esas bases tan necesarias durante la escritura?

Creo que soy un empírico de la narrativa. Escribo porque me gusta y satisface hacerlo. Trato de hilvanar y contar historias que resulten interesantes y que puedan enganchar al lector. Ese es el gran aprendizaje de esta experiencia.

-A veces uno cree que para iniciarse en algo hay que imitar a los que saben. ¿Siente usted haber imitado a alguien?

No, para nada. Es más, cuando me daba cuenta que seguía algún patrón específico me detuve y traté de evitar esa línea. Aunque las influencias afloran en la pluma, claro está. Ya serán los lectores quienes me juzguen.

-¿Qué opina sobre este clásico debate en torno a si la novela está en un nivel superior al cuento?

Me parece una discusión absurda porque son géneros diferentes que requieren habilidades distintas. Y te diría inclusive que el cuento puede terminar siendo un género mucho más exigente que la novela, por la necesidad de concreción, por las restricciones de espacio, no sé. Así que es una contraposición absurda.

-En el cuento “El coro de los sapos” hay una especie de liberación del personaje cada vez que sueña con estos anfibios. ¿Qué efecto le gustaría que sus cuentos tengan en los lectores, quizás también de liberación?

Me encantaría que fuera ese el caso. Despertar el interés en descubrir esa naturaleza fantástica que tienen las cosas. La capacidad de dejarnos llevar por la magia de lo cotidiano está ahí presente si queremos verla.

-Hay gente que publicar un primer libro, lo destruyen las críticas y nunca más publica nada. ¿Está listo para lo que venga?

Estoy en una fase de mi vida en la que lo menos relevante es lo que puedan decir sobre mis cuentos los críticos. Escribo porque me gusta hacerlo, porque me genera satisfacción. Y ojalá que los lectores se sientan igualmente satisfechos al leer mis cuentos.

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