“¿Qué hacemos con Walter?”: Cuatro razones para ver la obra en el teatro Pirandello

Los Productores abren su cartelera del año 2019 con una comedia llena de pequeños mensajes sobre solidaridad, convivencia y contra el clasismo y racismo que afecta gran parte de nuestra sociedad contemporánea.

En la siguiente nota repasaremos cuatro motivos por los cuales creemos que «¿Qué hacemos con Walter?«, obra de Juan José Campanella y Emanuel Diez que adaptaron Juan Carlos Fisher y Rómulo Assereto, merece la pena.

-LA DIVERSIDAD DE UN ELENCO PAREJO Y EFECTIVO

Durante el tiempo que dura la obra “¿Qué hacemos con Walter?” los personajes se van turnando el protagonismo de la historia. Cada uno, desde el protagonista Walter (Gustavo Bueno) hasta Noemí (Milena Alva) son partícipes de intensos momentos que encierra el argumento. Si Bueno es efectivo para dejarnos un mensaje sobre dignidad en la tercera edad, Alva hace lo propio en sentido inverso. Nos enrostra el clasismo y racismo que permanece en la sociedad limeña. A la nobleza e inocencia del primero se le suma la irracionalidad de la segunda.

Estos dos factores se suman a una bolsa de rasgos que podrían definir a los integrantes de cualquier junta de propietarios en la desordenada Lima. El egocentrismo de Nelly (Ana Cecilia Natteri), la naturalidad de Martín (Andrés Wiesse), los nervios de Ana (Jely Reátegui) y el respeto de Héctor (Rómulo Assereto) posibilidad vernos reflejados sobre el escenario.

-UN ADMINISTRADOR LLENO DE PROBLEMAS

Aunque muy criollo y algo altanero, el personaje de Jáuregui, que interpreta con éxito Óscar López Arias, refleja aquel empleado que recientemente ha tomado peso en una ciudad cuyo crecimiento vertical es imparable como Lima.

A su imposibilidad de cumplir con la mayoría de las observaciones de los vecinos del edificio para el que trabaja, Jáuregui le suma en algún momento de una obra un reclamo absolutamente sincero: no administra solo 14 departamentos, sino cientos de ellos.

Y es que la costumbre dice que ningún administrador es exclusivo, sino que tiene a su cargo varios edificios, y con ello decenas o cientos de departamentos. Cada uno –en el distrito que sea—con reclamos que considera justo (lo sean o no). ¿Quién entonces tiene prioridad sobre otro? ¿Por qué? ¿Hay que hacerle caso a quien no paga puntual?

Desde su posición Jáuregui no solo es un administrador que intenta absolver con carisma y palomillada situaciones de riesgo en la convivencia, sino además  un bombero que en la tragedia debe poner la cara. Su trabajo, más allá de que tengamos siempre en la lengua la frase “para eso te pago”, es una labor fundadamente valorable y merecedora de comprensión.

-LOS ÚTILES APORTES AÑADIDOS

Una puesta en escena que plantee a un conjunto de vecinos locos discutiendo por la posibilidad de botar o no al portero del edificio se puede tornar un monótono ensayo de comprensión de nuestra triste sociedad actual, sin embargo, hay añadidos que otorgan un respiro a la obra.

Sin siquiera haber iniciado “¿Qué hacemos con Walter?” y en otro momento que no mencionaré para no caer en lo spoiler, los espectadores son testigos de ganchos de humor externos que reflejan lo disparatados que pueden ser reclamos que consideramos lógicos en la convivencia.

Un instante de la obra. (Foto: Prensa/Los Productores)

Y es que llegar a un edificio es arrastrar con nosotros no solo nuestra forma de ver la vida, sino también nuestros idealismos, estereotipos, o pero peor aún, nuestros traumas o fobias. Nadie está obligado a debatir en una junta de propietarios la presunta existencia de fantasmas en el edificio. Menos aún el seguimiento de ideas religiosas o políticas en las que no cree.

La convivencia precisa de una serie de ingredientes para ser un proceso llevadero. Todo lo contrario arruinará cualquier idea de paz y tranquilidad. Ver la obra lo confirma.

-ANA CECILIA NATTERI Y GUSTAVO BUENO: EXPERIENCIA Y TALENTO

Aunque Gustavo Bueno es Walter, el protagonista de la obra, un gran tramo de esta ocurre en su ausencia. Al debate de los vecinos sobre la posibilidad de despedirlo o no se le suman personalidades nobles como la del farmacéutico Héctor (Rómulo Assereto) o temperamentales como la de Ana (Jely Reátegui).

Sin embargo, será difícil para el público y los críticos negar que hay dos titanes sobre el escenario robándose la atención mayoritaria no solo de los espectadores sino de sus compañeros en general. La presencia de Nelly, ‘una comunicadora con más de treinta años en radio y televisión’ capaz de coquetearle al administrador y darle una buena carajeada a Martín en menos de un minuto, es avasalladora desde lo humorístico.

A esta frescura de una actriz experimentada (consagrada como la tierna y a la vez recia mamá de Cachín en la exitosa saga cinematográfica «Asu Mare) se le suman las virtudes de un Gustavo Bueno reconocido por todos. Su capacidad es tal que requirió un solo gesto para robarse los aplausos de todas las áreas del teatro Pirandello. Ya días atrás Andrés Wiese lo había llamado en Instagram “más que un maestro, un gran amigo”. Y uno vaya que advierte eso durante la obra.

Sus compañeros –bastante más jóvenes que él, salvo quizás Natteri- lo miran atentamente mientras repite sus líneas sin dejar de seguir (y probablemente aprender) de sus modulaciones de voz y de sus maneras, elementos que le permiten llevar a la audiencia a identificarse con un portero cajamarquino que a lo largo de 15 años vio cómo el mundo pasaba frente a él encerrado en un edificio de siete pisos.

MÁS SOBRE LA OBRA:

Actúan: Ana Cecilia Natteri, Gustavo Bueno, Rómulo Assereto, Jely Reátegui, Milena Alva, Óscar López Arias y Andrés Wiese.

Duración: 90 minutos

Teatro: Luigi Pirandello

Días: De jueves a Lunes

Dirección: Juan Carlos Fisher

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