Álvaro Colomer: “La gente cree que ya no necesita leer libros para documentarse sobre cosas”

Muchas cosas han ocurrido desde que en 2008 Álvaro Colomer publicó aquella primera edición de su libro “Guardianes de la memoria”. Primero, el territorio que alberga las ciudades que recorrió su autor luce hoy cohesionado y fortalecido. Más allá de la experiencia particular del Brexit, la Unión Europea asume problemas conjuntos y marca distancia de otras zonas geográficamente distantes que, lamentablemente, ni siquiera pueden formar un ensayo de bloque (caso Latinoamérica).

Pero esta nota no es sobre lamentos sudamericanos, sino sobre recuerdos europeos. Colomer (Barcelona, 1973) recorrió durante seis meses Gernika, Chernóbil, Transilvania, Lourdes y Auschwitz. Cada uno de esos lugares alberga un pasado histórico tan contundente que asegura una derrota 0-3 al que se atreva a siquiera intentar posicionarlos como símbolo de presente y (menos aún) de futuro.

¿Qué lleva a un grupo de habitantes de un lugar a aferrarse ciegamente al recuerdo –no necesariamente grato—que este alberga? ¿Hasta qué punto la fe y las creencias religiosas se ponen por encima de la razón? ¿Cuán valiente es un periodista que se planta frente a la sobreviviente de un genocidio para intentar darle voz a sus recuerdos? Todo eso respondido por este premiado escritor y cronista catalán, autor de varios otros libros como «La calle de los suicidios«, «Aunque caminen por el valle de la muerte«, «Se alquila una mujer«, entre otros .

-Esta ya debe ser una pregunta cliché: ¿cómo ves la salud de la crónica? Aunque esta entrevista es por la nueva reedición de “Guardianes de la memoria” (Fórcola, 2020), respóndeme sobre las crónicas y su espacio en periódicos, más específicamente, impresos.

No te puedo hablar de Latinoamérica, pero en España estas han desaparecido, y por varios motivos. Primero, porque los periódicos simplemente no tienen o no quieren darles espacio. Segundo, porque lo que te pagan hace inviable que puedas dedicarle el tiempo necesario a una buena crónica. Y tercero, porque yo creo que los lectores de prensa se han deshabituado tal vez a la idea del periodismo elevado. La prensa se ha convertido en una cosa muy rápida, de inputs para estar al día. Y yo creo que la crisis económica está apartando la literatura del periodismo. Hace 15 o 20 años todo el mundo hablaba de defender la presencia de grandes crónicas en la prensa escrita (y Latinoamérica fue pionera en eso), y me parece que ese fue el último suspiro de las crónicas antes de fallecer del todo en lo que era la prensa diaria.

Y se dio entonces un movimiento de muchos periodistas que se fueron inmediatamente al mundo editorial suplicando el espacio que les fue robado de la prensa cotidiana. Esto es curioso porque antes la idea era que el periodista vivía de la prensa diaria y sacaba un dinero extra publicando libros. O sea, publicar libros era algo que se hacía un par de veces en la vida, muy puntualmente, que le gustaba y le daba prestigio, pero ahora el fenómeno se dio vuelta. Empezaron a salir periodistas que creían que la solución estaba en las editoriales. Y eso esconde un drama tremendo, porque uno sabe el poco dinero que saca un escritor por un libro. Es un dinero que te puede dar para vivir un corto espacio de tiempo, salvo que saques un ‘bombazo’ y te arregle la vida. Pero la mayoría de autores y periodistas sacan libros muy discretos, con una vida bastante corta y por los cuales les pagan poco dinero. Entonces, que los periodistas busquen refugio en las editoriales indicaban un problema estructural en el periodismo de una magnitud tremenda.

-Tu libro me ha hecho recordar cada vez que mis profesores del colegio llamaban ‘Viejo Continente’ a Europa. ¿Crees que ese es el principal mensaje que dejan tus crónicas aquí? La idea de que estamos ante un territorio indesligable de su pasado…

Es cierto que todos los europeos somos muy conscientes de que vivimos en un continente muy anclado en el pasado — eso que decía Steiner en su libro “La idea de Europa”, que aquí todos ponemos nombres históricos a las calles, mientras que en Estados Unidos ponen números—era el punto de apoyo que quería para mi libro. Sin embargo, creo que la Unión Europea, por bien o mal que lo esté haciendo, está rompiendo un poco esta idea. Y siento que muchos europeos estamos viendo ya a Europa como un lugar de renacimiento, y por lo tanto la idea de un futuro es mucho mayor de la que teníamos antes. Creo que hay esperanzas en que ya no solo seremos un libro de historia.

-Pero mejor aún, una Europa unida…

Claro, esa es la idea de la Unión Europea. Somos algo nuevo y al serlo tenemos nuevas posibilidades de tener un futuro, mientras que antes éramos solo aquel lugar donde había castillos y donde ocurrían la revolución francesa y los libros de caballería. Yo si ahora tuviera que escribir un libro sobre Europa lo haría mirando hacia dónde vamos. Mientras que “Guardianes de la memoria” es más sobre de dónde venimos.

-Te remarcaba esto porque Latinoamérica ha sido incapaz de unirse para, por ejemplo, situaciones tan urgentes como comprar vacunas en masa o diseñar políticas de salud conjuntas ante el COVID-19.

Es que la idea de unidad va unida a la de renovación. Muchos catalanes que conozco no quieren usar el término ‘español’ y prefieren decir ‘europeo’. Esto pasa mucho en Cataluña por el rechazo surgido en la última década hacia el Estado español. Aquí (en Barcelona) oyes mucho en la radio y la tele que somos europeos, mientras que en el resto del país se sigue diciendo que somos españoles. Entonces, esta posibilidad de acogerte a una nueva identidad también lo es de abrazar un nuevo futuro lleno de posibilidades que antes no había. Y eso es tremendamente renovador para el espíritu personal y comunitario. Mientras que yo creo que a los continentes –como es el caso de Latinoamérica—estructurados a la antigua, les costará siempre más tirar hacia adelante, ya no solo por el ejemplo de las vacunas que pusiste, sino por un tema psicológico. Separados nos costará mucho más tirar hacia adelante que juntos. Es una idea muy básica y lógica.

«Guardianes de la memoria», un libro sin pierde.

-En el capítulo sobre Chernóbil hablas de la no-literatura, refiriéndote al miedo a escribir sobre algo o sobre un lugar que podría poner en riesgo tu vida. Teniendo en cuenta esto, ¿cuál es la importancia de Svetlana Alexiévich y cómo valorar su apoyo al periodismo?

Chernóbil, Fukushima y otros lugares que significan un peligro para el ser humano se convierten, como digo en el libro, en lugares de no-literatura, porque los periodistas y escritores no van ahí. Ha sido muy curioso, con esta serie de HBO sobre el tema, me ha pasado que amigos me dicen “oye, pasó esto allí”. Y yo les respondía “eso ya lo conté en el libro”. Me parece interesante el cómo ellos –teniendo por delante alguien que investigó el tema con fuerza—se consideran al mismo nivel. Eso de alguna forma indica la pérdida de fuerza que tiene la literatura en la población civil. La gente considera que ya no necesita leer libros para documentarse sobre cosas.

Hay que decir que el libro de Svetlana es muy difícil de leer, muy complejo, pero con un valor testimonial enorme. Siendo (ella) de la zona y sin quitarle mérito alguno, su presencia no borra la idea que intento dar en mi libro. Alexiévich es de allí e investiga algo ocurrido allí, pero lo que yo reclamo es que la gente que no es de tal lugar vaya a investigar ahí. Porque Svetlana nos da una visión distinta a la que tendrá alguien foráneo. Entonces, yo creo que –pese a su presencia y a que ese libro es el gran testimonio sobre el tema– seguimos necesitando más gente que cubra esos espacios de no-literatura, más colegas con las agallas de Alexandra.

– ¿En qué momento de la escritura de una crónica eliges desde qué voz contarla? Me queda clarísimo en la que dedicas a Auschwitz cómo el periodista (tú) se sienta y parece abrumado al intentar narrar su contacto con una sobreviviente.

Siempre es a posteriori. Hice los cinco viajes en un periodo de seis meses y luego, en la misma cantidad de tiempo, me senté a escribir el libro. Así que no hay la cosa de “viajo, escribo y luego vuelvo a viajar”. Entonces, durante los viajes voy sin una idea concreta de lo que haré posteriormente. Sé que escribiré crónicas sobre esos destinos, pero no llevo más que una libreta. Es verdad que los cuatro textos iniciales tienen una estructura de crónica bastante lógica o canónica. Es en la de Auschwitz donde tengo un arranque de sinceridad y pienso ‘no te hagas el héroe – idea de la cual estoy muy en contra—y explica la verdad’: que estás bloqueado. Sé que esa es una crónica extraña, pero funciona quizás mejor que las otras. Por eso la dejé para el final del libro.

Sobre el modo de escribir (el texto) tengo claro que se trata de un pensamiento posterior a tener toda la investigación lista. Antes ni siquiera me atrevo a imaginarlo, porque sé que cuando prefiguras cómo será la escritura, después la investigación te la derrumba.

-En la Universidad te enseñan a desprenderte de los prejuicios al momento de sentarte a escribir. Sobre la crónica de Lourdes, en donde aparece gente que cree que puede curarse tomando agua de ahí, o cuando hablas del tribunal este que decide qué cosa es milagro y qué no lo es, ¿cómo recibes esto y cómo lo trasladas al papel?

Yo soy una persona formada en un colegio religioso, pero posteriormente me he desentendido del tema. Ni siquiera voy por la vida diciendo que soy ateo. No me he preocupado del tema. No rezo, no practico, y si me encuentro a alguien que cree, pues genial, no me afecta. Por otro lado, yo no soy licenciado en periodismo sino en filosofía pura, con lo cual no solo tengo a Platón dentro de mí –por ser occidental—sino porque lo he estudiado mucho. Entonces, cuando estás en estas circunstancias y te encuentras a 300 personas entonando un cántico en la oscuridad de la noche, es inevitable que sientas un estremecimiento. Sin embargo, aunque tuve momentos de elevación espiritual muy novedosos, pues no sentí ninguna transformación. Salí de Lourdes y sigo sin preocuparme por la religión, pero es verdad que cuando participas en un grupo religioso de gente tan diversa, pero todos con el horizonte del pasado puesto en Platón o en Jesucristo, te das cuenta de que formas parte de eso, lo quieras o no. De hecho, cuando tras la crónica de Lourdes alguien me dice que es ateo, tiendo a no creérmelo. Pienso que la gente es atea, pero en el fondo de nuestro inconsciente todos somos inevitablemente religiosos. A esto hay que añadirle el tema de que la mayoría de la gente que está en Lourdes está ahí porque es su última oportunidad. Eso da un cariz muy especial. Es un lugar muy feo, pero las emociones que provoca son extraordinarias. Así que si quieres ver al ser humano en su desesperación máxima, Lourdes es el lugar perfecto.

-Esa crónica me deja la idea de que, aunque de Lourdes surja un niño genio o el próximo Papa, ese lugar siempre será reconocido por la aparición…

No se va a permitir que de Lourdes sea algo más que eso. A la hora de elegir los destinos para mi libro, mi único criterio fue que la humanidad los vincule con un único hecho. Fíjate que, si hablamos del 11 de septiembre, esa fecha o momento no se ha comido a Nueva York, porque la ciudad es más que el 9/11. Pero Lourdes no es más que la religión, Auschwitz no es más que el campo de concentración, y esto es porque antes estos lugares no tenían una gran historia. Así que, si en Lourdes naciera una eminencia, probablemente la enviarían a París y volvería a destacarse la aparición. Incluso las mismas poblaciones van a intentar evitar que haya otro acontecimiento muy importante, que se destaque algo que pueda borrar eso que las define. Estos hechos generan un llamamiento turístico muy importante. Y por tanto generan una industria que estas poblaciones muchas veces tampoco quieren perder. Aunque suene triste, el turismo de catástrofes trae dinero. Entonces, hay un deseo de ser ‘Guardianes de la memoria’, pero también de mantener la economía local.

-La primera crónica sobre Gernika me hizo pensar en este término que en los últimos años es muy mencionado: Fake News. En tu crónica varias personas hablan, una encima de otra, y se cuestionan entre ellas. ¿Estamos hablando de lo mismo? ¿Las Fake News existieron siempre, pero ahora simplemente tienen un término más pop?

Creo que, en la acepción actual, las Fake News tienen un elemento de conciencia claro. Mientras que lo que yo explico son personas que se equivocan en el tipo de recuerdo que tienen. No es lo mismo. Es verdad que al difundir crean una Fake News, pero no lo hacen con maldad, sino simplemente porque el cerebro humano distorsiona la realidad. Lo cual es un problema enorme para los periodistas y el doble para los historiadores. Muchas veces lo que te cuentan es muy goloso, muy llamativo, pero en realidad luego aparece un historiador y te dice “esto es imposible”. Hay aquí un elemento de honradez del periodismo que es muy peliagudo porque tienes que decidir hasta qué punto puedes basarte en la verdad individual de esas personas o en la histórica de los hechos.

Yo escribí un libro titulado “Se alquila una mujer”, que reúne historias de prostitutas. Y me ocurrió lo mismo. Principalmente por su juventud, las prostitutas contaban historias muy rocambolescas, que eran ideales para mi texto, pero que muchas veces pensé “no puede ser”. El dilema ético del periodista está en estos pequeños detalles que tú intuyes son falsos y –en la soledad de tu casa—debes decidir si los pones o no. Porque el lector va a fiarse de ti. Tú quieres que tu texto tenga fuerza y para ello a veces apetece añadir elementos que son obviamente falsos. Recuerdo que esto lo viví muy claramente con este libro que te digo porque lo escribí de muy joven. Siempre ese momento de soledad ante la computadora pensando si pones o no algo, aunque sé que es una pequeña mentira, me ha parecido lo más interesante de ser un escritor de crónicas.

La contraportada de «Guardianes de la memoria».

-Gay Talese iba a presentar un libro (“El motel del voyeur”) y días antes le sacan un reportaje desmontándolo estrepitosamente. Incluso Netflix hizo un documental sobre eso. En estos nuevos tiempos incluso han aparecido fact chekers, responsables solo de revisar inexactitudes.

Yo creo firmemente que el 95% de las crónicas literarias contienen mentiras, porque como yo las escribo sé la dificultad que hay para mantener 100% la verdad. El problema no es escribir una crónica sino cómo la calificas posteriormente. Si tú dices que has escrito una no ficción tienes que haberlo hecho al 100%. Y yo creo que eso no pasa en la mayoría de casos. Mezclas personajes, a veces coges el testimonio de uno y se lo das a otro, no lo sé, entonces el problema es cómo luego el periodista se lo ofrece al público. El problema de Gay Talese no fue que ponga mentiras, sino que fuera por la vida diciendo que todo lo contado era 100% real. Lo mismo con Capote, que es el padre de todo, y esperó a que ahorcaran a los dos desgraciados aquellos para publicar “A sangre fría”, porque si lo publicaba antes y lo leían, le iban a escupir en la cara.

Una cosa es la crónica literaria, en donde todos deben aceptar que el autor transforma pequeñas cosas en aras de que el texto funcione mejor, y sin traicionar la verdad literaria. Y luego está la crónica periodística 100%, en donde solo debe haber verdad factual. Y “Guardianes en la memoria” es así. Toca entonces poner las manos al fuego y decir “esto es así”.

-Teniendo en cuenta esto de ser tan riguroso en decirle al público lo que le ofreces, ¿cómo es para ti saltar de un campo a otro? ¿Te resulta fácil ir de literatura a crónica periodística o a un artículo en Zenda?

Todo lo que veas que hago en la prensa normal como Zenda o La Vanguardia es porque tengo el impulso y la necesidad de pagar una hipoteca. Ahora, cuando escribo una crónica es porque sé que voy a disponer de un tiempo largo para investigar y de un dinero para poder sustentarla. Si carezco de alguna de las dos cosas, pues no me lanzo a escribirla. Y muchas veces la decisión de escribir una cosa u otra viene determinada por realidades empíricas como esta. No es tanto que tú sientas que ‘la llamada de la crónica latinoamericana…’ como que la realidad te permita hacerlo. Conozco a muchos periodistas en España que todos los días dicen tener un tema maravilloso para un libro de crónicas, pero nunca lo hacen, o porque no tienen tiempo, dinero, o tal vez tienen familia. Al margen de esa realidad inmediata también está la motivación. Mira, yo sé que escribo una ficción o una no-ficción en relación a una obsesión que un día aparece en mi cerebro. Me surgió hablar del presente de ciudades como Auschwitz y lo escribí. Pero luego se me metió la idea de una novela de ficción con el tema del suicidio como fondo, y lo terminé escribiendo. ¿Qué me lleva a obsesionar con un tema u otro? Es un misterio. Simplemente ocurre y que esas obsesiones no se distinguen entre sí: me obsesiono con un tema de no-ficción con la misma intensidad que con uno de ficción. Pero luego ejecuto solo si la economía y el tiempo me lo permiten, que son las dos claves fundamentales para que un periodista pueda trabajar.

-Cierras tu libro con un epílogo en el que tocas el presente, y hablas sobre un drama muy actual, el de los refugiados que mueren ahogados en el Mar Mediterráneo. Me queda la duda de si estos dramas podrán alguna vez parecerse a los ocurridos que las ciudades que muestra “Guardianes de la memoria”.

Hay que tener en cuenta que este libro tiene una perspectiva europea. Entonces cuando hablo de los refugiados del Mar Mediterráneo estoy pensando en Europa. Es evidente que si eres asiático o latinoamericano verás un drama mayor en un hecho que ocurra cerca de ti. Desde una perspectiva europea, creo que el mayor drama humanitario que tenemos es la cantidad de inmigrantes que intentan llegar a las costas europeas y se quedan en el camino. Y la no intervención de la comunidad europea para ayudarlos. Porque, políticamente, esa gente es ‘magnífica’: se están muriendo en el medio de la nada. Y es otro lugar de no-literatura tal vez más complicado que Chernóbil. Porque los periodistas no pueden coger un barco e irse a ver personas en ‘pateras’, porque el mar es muy grande. Ahí está muriendo muchísima más gente de la que sabemos, los periodistas no alcanzan a decirlo, los escritores no pueden saberlo porque no lo ven, y a la gente en general le importa un bledo.

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