Edith Aranda: “Los modelos siempre tienen un sentido y funcionan en determinadas etapas de la historia”

Más de una vez le han dicho a Edith Aranda Dioses que si no hubiera nacido en Talara tal vez no habría dedicado gran parte de su vida académica a estudiar en profundidad esa ciudad desde su especialidad, la sociología.

La investigadora y catedrática presenta esta vez un nuevo texto titulado “El proyecto urbano moderno de las company towns en el Perú. La Oroya y Talara, 1940-1970” (UNMSM-UNI, 2020). En este libro, ella contrasta el experimento de las “ciudades empresa” ejecutados en nuestro país durante la segunda mitad del siglo pasado.

Lo interesante del documento es que profundiza en dos ejemplos que contienen variadas semejanzas y diferencias. A los aspectos climatológicos que castigan una zona compleja como La Oroya, en Junín, debemos extrapolar el cálido ambiente de Talara, en Piura.

Cada caso precisó trasladar población bajo distintas circunstancias. Obreros, empleados administrativos y ejecutivos respondían ante empresas (en el primer caso minera y en el segundo petrolera).

¿Qué llevó a que una funcione y la otro no? ¿Cuánto influye el origen geográfico de cada habitante de estas company towns en su adaptación social? ¿Podríamos imaginar situaciones así en la actualidad? Algunas de esas respuestas las ensaya aquí la autora, Edith Aranda Dioses.

-En pocas palabras, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de una company town?

Son asentamientos que se forman a partir de la explotación de un recurso natural. En los casos estudiados hablamos de minería y petróleo. Entonces, se instala la empresa y ubica a sus trabajadores cerca del lugar de explotación del recurso. Construye primero campamentos y luego se diseña un asentamiento humano. El espacio empieza a ser habitado por los trabajadores, por el personal ejecutivo de la empresa, y se le dota de infraestructura, de mobiliario y equipamiento humano, etc. Vale decir que en la literatura existente también se les denomina Ciudades Empresa.

– ¿Por qué eligió a La Oroya y Talara para su estudio? ¿Son acaso estas company towns las únicas que se instalaron en Perú, o tal vez las más representativas o importantes?

Ambas son company towns emblemáticas en la historia urbana del país. Mi intención era realizar un análisis comparativo, y me pareció pertinente elegir dos casos que son diferentes para que el paralelo fuera mucho más rico e interesante. Entonces, pensé no solo en términos culturales (el mundo andino vs. la cultura del norte costeño), sino también en términos de ubicación físico espacial. Un campamento petrolero en el litoral de la costa norte (Talara) frente a un campamento minero en la sierra central del Perú.

– ¿Qué ejemplos importantes de company towns alrededor del mundo podría mencionar?

Los campamentos petroleros en distintas regiones de Venezuela. Las company towns mineras en Chile. Pero también hay en Europa: en Francia o Inglaterra. Estas surgen después de la primera Revolución Industrial, cuando el capital transnacional busca recursos naturales para proveer de materias primas a los países centrales desarrollados, y se instalan con toda la infraestructura productiva. Así traen tecnología de punta, pero además constituyen asentamientos para concentrar no solo la producción sino también la fuerza laboral.

– ¿Cuánto tiempo le ha dedicado usted a la elaboración de este libro?

Yo tenía un estudio previo sobre Talara, un libro que fue mi tesis de maestría (“Del proyecto urbano moderno a la imagen trizada”), pero que trataba solo lo ocurrido en esa ciudad. Entonces, cuando tuve que presentar mi tesis doctoral a San Marcos, decidí continuar con esto, siempre con esa inquietud intelectual que he cultivado: la reflexión sobre el discurso de la modernidad en el Perú. Me planteé no solo comparar La Oroya y Talara en términos de características físicas, sociales y culturales, sino además responder hasta qué punto el discurso de la modernidad logra ser plasmado en el diseño arquitectónico de las company towns, y cómo ese discurso se expresa en las formas de sociabilidad de la gente que habita estos espacios. La idea fue analizar si los campamentos –petrolero y minero en este caso– constituyen o no proyectos urbanos modernos.

La investigadora Edith Aranda Dioses y su libro.

-Si bien las company towns son edificaciones, quienes las habitan son personas. ¿Cuánto influye el origen geográfico de los trabajadores en el “éxito” del asentamiento? Teniendo en cuenta que, usted ha elegido dos zonas muy lejanas y distintas: sierra central y litoral costeño.

Eso tiene que ver con aspectos de carácter cultural. Por eso en mi libro incluyo un acápite entero sobre el origen de los habitantes de estos campamentos. ¿Quiénes habitaron la company town en Talara y quiénes la de La Oroya? En el primer caso, la gran mayoría de trabajadores que recluta, inicialmente la London Pacific Petroleum y luego la International Petroleum Company, son gente de origen campesino, de los valles del Chira y Piura. Es gente que viene de economías agrícolas familiares, de subsistencia. La mayoría con sus propias tradiciones y creencias. Y en La Oroya pasó algo casi similar. La mayor parte de trabajadores convertidos en mineros provenían del campo, del valle del Mantaro, de Huancavelica, del Sur Andino en general.

-Talara y La Oroya casi históricamente se han visto afectadas por el contexto político peruano. Estatizaciones, cambios de gobierno, etc…

Eso va relacionado con la política del Estado respecto a la relación con la inversión extranjera. Históricamente, el Perú ha sido una economía exportadora – dependiente. Y lo sigue siendo. Entonces, llega la inversión minera y se instala, pero depende mucho de las políticas de los gobiernos de turno, (en) cómo incentivan o promueven la inversión extranjera. Aunque en momentos como en la época de Juan Velasco Alvarado se decidió nacionalizar la producción minera y petrolera. Así que primero se nacionaliza la International Petroleum Company (1969) y tres años después pasa lo mismo con la Cerro de Pasco Cooper Corporation, que era la empresa que explotaba la producción minera en La Oroya.

-Menciona más de una vez en su libro el tema de la contaminación por la explotación minera en La Oroya, que dificultaba la posibilidad de vivir tranquilamente allí. ¿En Talara no se presentaron problemas similares ante la explotación del petróleo?

No menciono eso porque no he encontrado evidencia al respecto, aunque hoy en día sí ocurre. Por ejemplo, en el Zócalo Continental, inclusive en algunas zonas de explotación petrolera en tierra, como en El Alto. Pero en la época que yo he estudiado (1940-1970) no hay pruebas de eso en Talara, a diferencia de lo que ocurre en La Oroya, donde sí hay evidencia (informes) de contaminación prácticamente desde que se inicia el proceso de explotación. Es ampliamente conocido que las actividades agrícolas y ganaderas resultaron muy afectadas por el impacto medioambiental que tuvo la instalación del complejo minero metalúrgico de La Oroya. Toda esa era una zona rural dedicada a la crianza de ganado y también había cierta actividad agrícola, mientras que, en el caso de Talara, la empresa se instala en lo que antes había sido una pequeña caleta de pescadores. Y en el bosque de Pariñas encuentras a los pastores que crían ganado caprino. Entonces, hay elementos físicos y geográficos. Pero yo no encontré evidencias de lo que me has consultado.

-A lo largo de todo su libro me queda clara la importancia de la empresa sobre la company town. No pasa lo mismo con las autoridades. ¿Existían autoridades políticas en ese entonces o estas simplemente se hacen de lado ante la presencia de estas ciudades empresa?

Bueno, las empresas tienen el control total de las company towns. Es lo que dice André de Chene para el caso de los campamentos petroleros en Venezuela: son “territorios de excepción”. O sea, la autoridad que ahí se ejerce es la de la empresa. El Estado no tiene mayor injerencia. Si uno revisa el caso de Talara, en las primeras décadas del siglo XX, y va al registro de alcaldes, encuentra que la gran mayoría son norteamericanos, o sea, funcionarios de la empresa que controlaba la producción de hidrocarburos. Ahí se da, entonces, lo que Michel Foucault denomina “vigilar y castigar”. Había un control absoluto no solo en el ámbito del trabajo, sino también en la vida cotidiana de la gente en el campamento. Hay un poder entendido como un mecanismo de control social.

– ¿Cómo podríamos definir esa forma de vida que usted describe para el caso de Talara? ¿Todos viviendo como iguales y viene una asistenta social a dirimir en casos de controversia?

No. Había diferencias. Existió una jerarquía empresarial que se manifiesta también en la distribución del espacio de residencia. O sea, no todos viven juntos. Para el staff hay un lugar de residencia más exclusivo, aislado del resto y con mejor infraestructura, y para los empleados de otras categorías, su ubicación en el espacio de la company town es distinta. Hay pues una diferenciación social que se expresa en la distribución de las categorías ocupacionales en los lugares de residencia.

– ¿Podríamos decir que el modelo del campamento minero en La Oroya fracasó y el de Talara tuvo éxito, o sería asegurarlo sería simplista?

Es como lo mencionas. La experiencia de Talara como company town fue exitosa. Podríamos discutir mucho sobre eso, y seguramente hay posiciones divergentes, pero en términos de proyecto urbano moderno y de desarrollo de toda una dinámica de control social sobre el personal, y de niveles de satisfacción de la gente asentada en el lugar, yo creo que el proyecto llegó a hacerse realidad allí. Y en La Oroya eso no ocurrió por una serie de factores. En primer lugar, porque aquí no hubo efectivamente un diseño y ejecución de un proyecto urbano moderno. Ahí todo estaba sometido a la actividad productiva, entonces las viviendas, la zona urbana, la zona residencial de su campamento dependen de la evolución del suelo por la actividad productiva. Es decir, no se prioriza el espacio de habitación de la gente sino sobre todo la producción. Entonces, mientras que en Talara el 100% de los trabajadores tenían viviendas con condiciones aceptables, en La Oroya la mayoría de la población no las tenía. Por eso una buena parte de estos trabajadores mineros alquilaban casas o pequeños cuartos en La Oroya antigua, y los fines de semana se trasladaban a sus pueblos de origen. Además, había otro elemento que motivaba esta movilidad de la mano de obra: la contaminación ambiental. Para ellos tener a su familia en los pueblos de origen les aseguraba una mejor calidad de vida a que si los tenían junto a ellos en el campamento.

-Hemos tenido en esta campaña política reciente una propuesta de darle el 40% de la recaudación a cada familia de forma directa. A raíz de esto y vinculándolo con su libro, ¿es posible imaginar hoy más company towns en donde la autoridad casi desaparezca para que la compañía explotadora del recurso vele por el orden y desarrollo de sus empleados?

Ese modelo ya no funciona. Tengo entendido que, en la Sierra Central del país la empresa Milpo ha construido un campamento, pero no tiene las mismas características de las company towns tradicionales. Hacia los años 50 e inicios de los 60 empiezan a abrirse los campamentos, no necesariamente porque haya ocurrido una nacionalización de los recursos naturales explotados, sino porque simplemente se agota el modelo. Y así se construyen ‘hoteles mineros’ y las familias de los empleados optan por vivir en ciudades más cercanas. Los modelos siempre tienen un sentido y funcionan en determinadas etapas de la historia. Luego estos pierden vigencia porque hay una serie de factores económicos, sociales y políticos que hacen que simplemente no funcionen y se planteen alternativas.

– ¿Cuál es el balance de haber estudiado ambos casos de company towns?

Fue una experiencia muy interesante, porque conversé con muchas personas de Talara y de La Oroya, y yo creo que en la memoria colectiva de la gente está registrada la historia urbana de estos campamentos. Sobre todo, de aquellas personas que vivieron la experiencia. Y entonces había que escribirla para que no se quedara solo como una historia oral. Es verdad que hay muchos estudios sobre Talara y La Oroya, pero lo que yo he querido es dejar registrado el análisis de estas experiencias humanas como proyectos urbanos modernos y analizar hasta qué punto lograron plasmar ese proyecto urbano-moderno, o si solamente fueron un artificio de modernidad. Y, sobre todo, como socióloga interesada en tratar de dilucidar hasta qué punto esos proyectos urbanos modernos influyeron en la sociabilidad de la gente.

– ¿Tiene entre manos otro trabajo de investigación?

Ahora estoy trabajando en otros temas urbanos más vinculados al agua. Vengo desarrollando proyectos de investigación junto a mis compañeros del Laboratorio Nacional de Hidráulica de la UNI. Estamos trabajando infraestructura urbana sensible al agua para la ciudad de Piura. Elegimos esa ciudad porque es una de las más afectadas por el cambio climático en nuestro país.

– ¿Podríamos decir que esta investigación cierra una etapa de su trabajo académico sobre Talara?

No podría decirte que no voy a escribir otro libro sobre Talara. Yo tengo una línea de investigación vinculada a la sociología urbana. No me considero una experta en Talara, pero siempre me he sentido muy interesada en investigar sobre la ciudad porque nací ahí. Así que hay un vínculo afectivo y emocional que no puedo negar. Algunas personas me dicen que, si yo no hubiera nacido en Talara, probablemente no habría escrito estos libros.

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