Garcilaso en un diván imaginario

En el cumpleaños número treinta de “Memoria del bien perdido”, su autor, el psicoanalista Max Hernández (Lima, 1937), no ha perdido ni por asomo la capacidad de maravillarse al hablar sobre el protagonista de su obra: el Inca Garcilaso de la Vega.

En dicho texto, el hoy secretario ejecutivo del Acuerdo Nacional, echa en un diván imaginario al ícono de lo que conocemos como mestizaje. Nacido de una madre inca y un padre español, Gómez Suárez de Figueroa (como se llamó al nacer) vivió gran parte de su vida adulta en España.

Tras pedir sin éxito el reconocimiento a los triunfos de su padre y las posesiones de su madre, este personaje no se abandona y decide, tras dejar Madrid, trazar su propio destino. Garcilaso es un conjunto de obras y traducciones, pero, sobre todo –como bien rescata Hernández en esta entrevista— un ejemplo único de alguien capaz de “construir una imagen de mestizo cuando la idea de mestizaje era terriblemente desvalorizada”.

La reedición de “Memoria del bien perdido. Conflicto, identidad y nostalgia en el Inca Garcilaso de la Vega” (Paidós, 2021) es una oportunidad inmejorable para repasar de cerca las etapas de un personaje clave. Y este diálogo, un motivo para descubrir los entretelones de la elaboración de un texto no exento de polémica en sus inicios, pero que hoy genera un innegable interés.

-A lo largo del libro uno ve cómo, desde el lado peruano como desde el español, aparecen las influencias de vida que tuvo el Inca Garcilaso. Y está muy presente, efectivamente, la idea del mestizaje. ¿Puede usted hoy definir concretamente dicho fenómeno? ¿Estamos ante un proceso traumático o más bien enriquecedor?

Para nosotros la conquista fue un trauma, pero a la vez fue fundación. Antes teníamos un Tawantinsuyu aislado del mundo. Luego de eso tuvimos la presencia traumática del mundo, representado por ese conjunto de aventureros españoles (primero) y por la Corona Española y sus funcionarios (después), por lo tanto, lo que tenemos nosotros son orígenes traumáticos. Y debido a esto tenemos varias tareas. La primera, ¿cómo procesamos ese trauma que nos dividió en dos? Están los nuevos dueños de la tierra y los antiguos dueños vueltos vasallos, por usar una frase del Inca Garcilaso cuando hablaba con su parentela inca. Entonces, tenemos un trauma que nos dividió, pero a la vez un mestizaje que podía significar una suerte de apertura hacia una posibilidad de juntar las partes divididas.

Aunque el mestizaje también fue traumático. En el caso del Inca no sabemos si su padre tuvo amor hacia Chimpu Ocllo, o si simplemente la sometió. Lo único que sabemos es que (él) sí cuidó de su hijo. Un hijo mestizo. También sabemos que quiso que ese hijo mestizo fuese a España. Entonces, si usamos la idea del Inca Garcilaso y la traemos a nuestra época, él fue el primer mestizo que viajó e hizo nombre como tal en Europa. O sea, fue el primer migrante de la cantidad de compatriotas nuestros que han emigrado a Estados Unidos, Chile, Argentina o Italia buscando una realización frente a las limitaciones que sentían en nuestro país. Mire, creo que para tener valor hoy, la noción de mestizaje precisa de dos cualidades fundamentales: un concepto simbólico más que concreto, y este concepto no es para nada único. Nuestro mestizaje implica a la vez que mezcla, pluralidad. Nosotros en Perú somos una mezcla de mezcla y al serlo existen porciones culturales que no están inscritas en el mestizaje, que son (por ejemplo) las porciones más alejadas de los pueblos originarios, (también) la presencia de tradiciones que se han preservado con mucha fuerza en una identidad particular. Me refiero, por ejemplo, a las identidades china, japonesa, a la fuerza que tiene entre nosotros el componente italiano, el español que vino tras la Conquista, y la presencia de gente de otra serie de lugares como África. Entonces, no es que el mestizo sea 50-50. Por eso me reafirmo, no somos solo una mezcla, sino mezcla de mezclas. Sé que suena complicado, pero somos un país complicado. Y esa complicación es a la vez nuestra fuerza.

-Usted describe al Inca Garcilaso así: “desarraigado, bastardo y mestizo. Se hallaba en una situación anómala por partida triple”. Y luego dice que le tocó vivir en “una sociedad obsesionada con la pureza de sangre”. ¿Qué hizo que, bajo estas circunstancias, termine como un escritor reconocido y no como un borracho sin rumbo?

En primer lugar, él debe haber adquirido una fuerza interior muy grande por el amor que su madre le profesó. Este fue un niño, que como él mismo dice, mamó el quechua de los pechos de su madre. Es decir, tuvo una infancia segura en medio de la turbulencia de la Conquista. En segundo lugar, no olvidemos que en ese momento los conquistadores tenían hijos mestizos y les trataron de brindar una buena educación. En tercer lugar, sabemos que este hombre en su adolescencia se nutrió de las mejores tradiciones de la élite inca, porque él participó de los ritos de pasaje, de las pruebas que todo adolescente inca tenía que pasar, pero las leyó también, no solo como ritos, sino como ritos de un caballero español. Cuando Garcilaso luego llega a España sufre sucesivos maltratos. El primero ocurre cuando va al Consejo de Indias, que era como el Ministerio de Asuntos Exteriores de España, no lo reconocen por los triunfos de su padre y las posesiones de su madre. Como usted bien dice, ahí Garcilaso pudo hundirse en el resentimiento y la melancolía. Pero no. Decide retirarse a un pequeño pueblo. Ya no estuvo en la Corte madrileña, y tal vez de haberse quedado ahí hubiera sido un pícaro más. Se retiró a un pueblo muy pequeño llamado Montilla (cerca de Córdoba y no lejos de Sevilla). Allí vivía su tío, y pudo acceder a su biblioteca, estableciendo contacto con una serie de gente muy culta con interés de conocer qué había pasado en esa tierra lejana llamada Perú. Así que ahí el inca se dedicó al estudio. ¿Qué pasó con él? En ese momento, Garcilaso necesita sentirse español, y se hace entonces capitán en una guerra contra los moriscos.  Y reafirma ahí su fe católica. Hay gente que dice que al haber combatido contra los moriscos era como hacerlo contra los indígenas. ¡No! Él estaba combatiendo por la religión contra los infieles. Y se afirma como el Capitán Garcilaso de la Vega, igual que su padre. Ese fue su segundo cambio de nombre.

Sin embargo, lo capital para mí es lo siguiente: ni su mamá hablaba español ni el padre quechua. Es decir, si hubo algo de amor (entre ambos), este se expresó mediante el cuerpo, signos, o tal vez a través de algunas pocas palabras. Fue una relación sin diálogo, igual a lo ocurrido cuando Pizarro llega a Cajamarca y se enfrenta al Inca Atahualpa. Una desconexión absoluta porque no conocían las lenguas el uno del otro. Entonces, cuando Garcilaso a los 50 años de edad traduce un libro titulado “Diálogos de amor”, lo cual es muy interesante porque estos diálogos son entre “Filón” y “Sofía”, la filo-sofía. Pero no era solo el amor hacia la filosofía, sino una sabiduría que contenía mucho amor. Y él se daba cuenta que, tras el brutal trauma de la conquista, tras la soberbia de los conquistadores y la humillación de los vencidos, el amor podía haber ayudado y provocar cambios importantes. Al escribir los diálogos de amor era como que en su fantasía estaba haciendo hablar a su madre y a su padre cuando él era pequeño. Por eso él dice “dicen la palabra mestizo con desprecio, pero yo me la digo y la pronuncio a boca llena”. Pero le tomó 50 años poder definir una identidad.

-Aunque cita varios autores en su libro, los más mencionados son Aurelio Miró Quesada y Enrique Pupo-Walker. ¿Esto se debe a que estamos ante los dos principales estudiosos del Inca Garcilaso o es que usted tiene una predilección por su trabajo e investigaciones?

Tengo una predilección por ambos pues los conocí personalmente. Fue gracias a Enrique que me atreví a trabajar la biografía psicoanalítica del Inca Garcilaso. Le cuento una anécdota. Pupo-Walker, que era gran amigo de mi amigo y colega Fernando Saba, vino una vez al Perú. Salimos a comer y nos pusimos a hablar sobre Garcilaso. Nos empezó a contar historias. Contó la anécdota de los melones. Yo dije, ‘mira, qué interesante esta historia, yo la conocía por lo que contó Ricardo Palma, que es una versión graciosa, pero no con la hondura planteada por Garcilaso’. Enrique nos dijo: ‘oye sería bueno que hagan algo sobre el Inca’. Y Fernando luego escribió una tesis doctoral muy interesante del tema.

Por otro lado, al margen de las posiciones políticas, tuve la suerte de conocer y dialogar con Luis Alberto Sánchez y con Aurelio Miró Quesada, luego de haber leído sus libros sobre el Inca Garcilaso. Así como usted me está preguntando, yo también le pude preguntar a ellos cosas sobre este personaje. Así que mi libro fue en parte un libro ‘conversado’, porque tuve la posibilidad de conversar mucho con esta gente tan generosa. Me quedaba conversando con ellos una o dos horas. Me iba y no apuntaba de inmediato, sino que dejaba que con las horas filtrara en mi propio inconsciente. Yo soy psicoanalista y tengo confianza en lo que llamamos el inconsciente, esa zona donde se guarda como en un desván, como en un ático, como en un cuarto de sorpresas, tantas cosas. Entonces en mi libro hay muchos de estos diálogos como mucho de mí.

Creo que, conversando con estas personas, uno profundamente religioso, el otro profundamente científico (y a la vez cercano a Haya de la Torre) y yo, agnóstico, descubrimos que encontrábamos una riqueza en nuestra discrepancia si la podíamos tolerar. Y cuando entro al Acuerdo Nacional me convenzo más de que frente al monólogo de quien cree tener la razón está el diálogo. Y mire, si pienso que ‘yo solo tengo la palabra, la razón y la verdad’, pues no voy a poder dialogar. Entonces, si me permite una pequeña reflexión política, ahora más que nunca necesitamos escucharnos los unos a los otros, respetando los derechos que la gente adquiere. Tenemos un grave problema en nuestra patria: creer que si una persona adquiere derechos me los está quitando. Entonces, si creemos en el diálogo y en el valor de los derechos yo creo que podremos ir saliendo adelante, más aún en un momento tan terrible como el actual.

«Memoria del bien perdido», un aporte fundamental de Max Hernánez para conocer de cerca al Inca Garcilaso de la Vega. (Fotos: Difusión/GEC)

-Acaba de decirme una frase bastante interesante: “al margen de las posiciones políticas”. Valiéndose de su experiencia, me gustaría que me responda esta pregunta: ¿en qué momento se dio cuenta que se puede dialogar y llegar a acuerdos al margen de las posiciones políticas? ¿Lo supo siempre, lo aprendió en el camino o aún está en camino de aprenderlo?

El psicoanálisis es esencialmente un diálogo. El gran logro de Freud fue escuchar a sus pacientes y no juzgarlos. Venía un paciente con un problema y Freud le decía «dígame usted todo lo que se le ocurra, no solo alrededor del problema sino en general». Y Garcilaso era en ese momento para mí un paciente al cual echaba en un diván imaginario y yo recurría a lo que había aprendido como psicoanalista. Mire, yo de joven fui sumamente radical y fui aprendiendo con los años a que ciertas posiciones, si son sometidas a la crítica, si uno escucha al otro, este, aunque provenga de una tienda política distinta, puede tener tanta o más razón que uno. Y eso fue complicado para mí, porque fui dejando certezas políticas, olvidando el famoso «yo creo solo en esto». Y fui viendo que creía en otras cosas. Entonces, aunque me había apartado mucho de la política en general, seguía en la institucional, porque llegué a ser vicepresidente de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Aprendí que incluso pensando más o menos lo mismo había matices que parecían irreconciliables.

Cuando en el año 2001, terminado el gobierno autoritario del señor Alberto Fujimori fui invitado a ser parte del Comité Consultivo del Acuerdo Nacional, éramos tres peruanos los convocados. Dos de ellos hoy fallecidos. El primero, el padre Juan Julio Witch. Jesuita, economista, profesor universitario y muy brillante. Y el otro, Don Fernando Cabieses Molina, un hombre extraordinario, gran neurocirujano, y a la vez un hombre preocupadísimo por la medicina folklórica de nuestro país, estudioso de las prácticas ancestrales de curación. Ellos dos y yo. Y recuerdo que en algún periódico se burlaron del acuerdo diciendo que, ‘seguramente muy mal debía estar el Acuerdo pues necesitaba un cura, un chamán y un loquero’.

-He seguido de cerca su trabajo en el Acuerdo Nacional y siempre tuve la curiosidad sobre si estamos frente a una especie de estación de bomberos, que cuando ocurre una crisis debe salir veloz a pronunciarse para calmar las cosas o ‘apagar incendios’. ¿Cómo saber cuándo el Acuerdo debe pronunciarse y cuándo no?

Es una pregunta muy importante. Si bien el Acuerdo Nacional tiene unos anclajes legales, no es un órgano constitucional. Es un asunto conformado de esta manera: un conjunto de documentos, esencialmente políticas que nos comprometemos a mantener así cambien los gobiernos. Entonces, es un conjunto de políticas de estado, pero también un foro donde se discuten temas por lo común de Estado y de largo alcance, pero ocasionalmente asuntos coyunturales cuando se necesita un espacio en el que prime la voluntad de buscar consensos y no de exacerbar las diferencias y los disensos. Y, efectivamente, en algunos momentos nos han considerado una estación de bomberos, y lo que siempre hemos tratado de decir es ‘señores, hay un interés muy grande, del Estado y de la Nación, un Estado de nuestras instituciones y de la sociedad. Un Estado del cual quienes no votan (me refiero a los niños), y quienes no tienen obligación de votar (me refiero a los ancianos) también deben hacer escuchar su voz. Una institución en la cual ciertamente nos faltan algunas presencias representativas, porque no están plenamente consolidadas.

Nos falta una institución que represente a la juventud, a los pueblos originarios, a las mujeres. Sí, son carencias, pero el Acuerdo tiene esa amplitud, y sabemos que hay sillas por ocupar, pero queremos hacer de la política un espacio de diálogo. No creemos, sin embargo, que la política sea solo diálogo. En la política se juegan pasiones, algunas muy fuertes, se crean liderazgos que generan empatías y antipatías. Se suman odios y rencores, y lo que estamos planteando nosotros es un poquito de razón. Entonces el Acuerdo es, además, un foro tripartito en el cual está el Estado en sus tres niveles (Ejecutivo, Gobiernos Regionales y locales), los partidos representados en el Parlamento y un conjunto de instituciones de la sociedad civil. Mire, yo creo que el Acuerdo ha ganado un prestigio importante, pero al mismo tiempo refleja las grandes dificultades de la institucionalización en el país. Lo difícil que es lograr confianza y respeto mutuo, sin lo cual no hay diálogo posible. Entonces, para usar una palabra de Jorge Basadre, (el Acuerdo) es parte de esta ‘terca apuesta por el sí’ que nos va a sacar adelante.

-Volviendo al libro, dice usted sobre Garcilaso que “la trayectoria que delinea su obra pone en evidencia los trazos de su talento articulador”. En lo concreto, más allá de su capacidad intelectual, de las obras escritas que nos dejó, ¿cree usted que en lo articulador está el rasgo fundamental del legado de Garcilaso?

Sí, pero eso que es una virtud tiene también sus bemoles. Alguien decía “toda luz tiene su sombra”. Tal vez su intento de articular de repente hizo que su obra carezca de la protesta presente en la obra de, por ejemplo, Guamán Poma de Ayala. Entonces alguien dirá “sí, es una articulación un tanto forzada”. Pero toda articulación pues tiene que optar por los trazos más firmes y menos conflictivos. Esto no quiere decir que no haya conflictos, solo que al plantearse las cosas de esta manera pareciera que se pone de su lado. Mire, le cuento algo muy personal. Yo hubiera querido escribir un libro muy similar a “Memoria del bien perdido” con otros dos personajes: Guamán Poma y Juan de Betanzos. Estos, más el Inca, son tres formas de mestizaje. Guamán Poma, un indio españolizado, porque escribió su carta al rey en español y sirvió de traductor e intérprete a muchos funcionaros. Además, tuvo un mestizaje lingüístico, por llamarlo de alguna manera. Y en el caso de Juan de Betanzos, hablamos de un español ‘aindiado’. Se casó con una mujer de la élite inca, vivió entre nosotros en el Cusco y escribió una bella crónica. El problema con estos dos fue que yo no tenía los datos biográficos que me permitían seguir un poco sus biografías. Se conoce muy poco de la biografía de Guamán Poma y de Juan de Betanzos si los comparamos con lo que se sabe del Inca Garcilaso.

Creo que Garcilaso fue un gran escritor y al serlo yo podía contrastar lo que él intentaba decir recurriendo a un vocabulario muy grande y lo que estaba debajo de esa precisión, de esa búsqueda de la palabra exacta. Con Guamán Poma era mucho más visible la emoción puesta detrás de cada palabra. Por otro lado, sabemos que este último tenía un enorme desprecio por los mestizos, llamándolos incluso ‘mesticillos’. Tenía la misma posición que algunas de las autoridades españolas que veían al mestizo con desdén, sospecha y desconfianza. Cuando se prohíben las armas a los mestizos, se decía ‘mestizo armado, diablo encarnado’. Eso del lado español. Y Guamán Poma diciendo que los mestizos heredaban lo peor de cada grupo. Creo que, lamentablemente, todavía mantenemos actitudes absolutamente deplorables. ¿Por qué si nos consideramos un país mestizo tenemos acciones racistas el uno con el otro? Nadie dice “yo soy más mestizo que tú”. Todos dicen “yo soy más blanco que tú” y por esto “tengo derecho a más”. Somos parte de la raza humana, no de un pigmento. El reto es cómo construimos esto.

-Finalmente. El Inca Garcilaso es bastante reconocido en distintos ámbitos en nuestro país. ¿Pero en España? ¿Llegó a trascender? ¿Hoy se le estudia? ¿Tiene presencia en la Academia?

En España hay garcilasistas de enorme talla e importancia. De primera línea. Yo tendría que repetir uno tras otro, pero le digo que cuando en España se crea en Montilla la casa del Inca Garcilaso, y donde si uno va y mira las firmas puestas en los grandes barriles de vino, encontrará literatos españoles e integrantes de la aristocracia. Hay también escuelas llamadas Inca Garcilaso. Mire, hay allá una valoración muy grande. Y el hecho de que la primera edición de mi libro se publicara en la edición española del Quinto Centenario por la editorial Siruela fue muy importante. Yo debo de recordar ahí algunos nombres: Allan Wagner, que tuvo un papel importantísimo en la Casa del Inca Garcilaso, y a Ricardo Oré, un joven diplomático comprometidísimo con el Inca, con Guamán Poma y con los cronistas. También otras personas como el embajador Joselo García Belaunde, o antes Raúl Porras Barrenechea y Riva Agüero, en su correspondencia con Marcelino Menéndez Pelayo. Realmente creo que sí hay una buena recepción hacia el Inca.

Y en América Latina es algo impresionante. Las veces que he ido a Argentina a conversar sobre este libro me quedaba sorprendidísimo del conocimiento que tenían muchos de mis colegas psicoanalistas sobre el Inca. Tanto más que mis colegas peruanos. Y en los colegios se dicta clases sobre él. Pasa lo mismo en Brasil o México. Estamos frente a un personaje de una gran vigencia en todo el mundo hispánico. Mire también los Estados Unidos. No hablo solo de Enrique Pupo-Walker, sino también de José Antonio Mazzetti, otro garcilasista importantísimo. El novelista Eduardo González-Viaña, que lo ve desde otra perspectiva. Grandes críticos como Antonio Cornejo Polar. El valor que le ha dado Vargas Llosa al Inca. Y gracias a gestiones del embajador Ricardo Luna pudimos en la famosísima biblioteca británica dar una charla sobre Garcilaso en la que estuvo el gran historiador y viajero británico John Hemming, Vargas Llosa y yo. Esta lista sería de nunca acabar. Alejandro Neyra, Ramón Mujica, Hugo Neyra, Sinesio López, María Emma Mannarelli. El embajador Luis Chuquihuara, en cada puesto que ha tenido en el extranjero se las ha ingeniado para que haya una charla sobre el Inca. Todos ellos forman parte de un grupo plural de garcilasistas, y no crea que todos están por una integración sin baches, sino que reconocen el valor simbólico y emblemático del Inca Garcilaso de la Vega. 

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