Fernando Escalante: “Esperar que el mercado financiero sea estable es una tontería»

Sociólogo y profesor investigador en el Colegio de México, Fernando Escalante Gonzalbo (CDMX 1962) visitó hace unos días Lima para presentar “Historia Mínima del Neoliberalismo”, libro editado en nuestro país por La Siniestra Ensayos.

El texto es un preciso compilado sobre los orígenes de “una revolución cultural”. Para el autor –quien accedió a darnos una extensa entrevista—gran parte de la población asume las ideas que propone el neoliberalismo casi como una filosofía de vida, cerrándose así a cualquier opción de cambio.

En esta charla consultamos a Escalante Gonzalbo sobre su libro pero también acerca de asuntos específicos como su opinión en torno a los sindicatos, las asociaciones público privadas (APP) y la posibilidad de que nuevas crisis financieras afecten a la población mundial.

-El ánimo que me deja terminar de leer el libro no es el mejor. ¿Se podría desandar lo ya avanzado o esto sería más bien una utopía?

En este momento, y desde hace veinte o treinta años, el neoliberalismo como programa intelectual forma la base del sentido común en todo el mundo. Y la dificultad para imaginar otra cosa depende de eso. Ahora, ¿es posible imaginar algo distinto? Sin duda. No será desandar, es decir, no será volver a algo que hubo antes, sino más bien imaginar algo diferente. Pero serán las nuevas generaciones las que consigan despejarse de este sentido común, descubrir los defectos, las grietas, los errores y que a partir de ahí construyan algo diferente.

-Perú siempre mira a Chile como un ejemplo en lo económico y quisiera tocar los orígenes de su modelo. ¿Por qué es un error decir que el neoliberalismo llegó a Chile con Pinochet?

Es un error identificar el neoliberalismo con Pinochet por dos razones. La primera es que estamos ante un programa intelectual mucho más amplio y más viejo. Comienza a formarse en los años treinta en Europa. Llega a Chile cuando ya ha madurado y se ha desarrollado en otros ambientes. Y en segundo lugar, la dictadura de Pinochet tuvo muchas cosas que no son neoliberales. Ni el gobierno militar, ni el autoritarismo o el conservadurismo son necesariamente liberales. Y por otra parte, el neoliberalismo no es la primera opción económica del régimen de Pinochet, sino más bien la segunda. Algunos rasgos en este sentido son, por ejemplo, la nacionalización del cobre, algo muy en contra de la doctrina neoliberal. Entonces, la identificación no es exacta y se presta a confusión.

-¿Coincide con los que dicen que Perú lleva 27 años en el mismo camino económico?

Sin duda. En todo el mundo llevamos avanzando a un ritmo desigual, con muchísimos países caminando en el mismo sentido. Son tres líneas muy claras: desregularización de los mercados, liberalización del comercio y de las finanzas y privatización de toda clase de recursos, bienes y servicios públicos. En general, el mundo entero está caminando en esa línea desde hace treinta o cuarenta años, según el caso.

-Usted menciona a Margaret Thatcher y Ronald Reagan como dos grandes líderes de una ofensiva neoliberal. ¿Fueron más las similitudes o las diferencias entre sus dos gobiernos?

Yo diría que son mucho más diferentes de lo que tendemos a pensar. Coinciden en el tiempo, hay una sintonía entre ellos, y hay una presencia pública muy similar, donde se acompañan ambos. Sin embargo, también eran muy distintos. Reagan era un gobernante fundamentalmente pragmático que adopta políticas neoliberales pero está dispuesto a adoptar las contrarias si le hace falta. Mientras que Thatcher sí es una doctrinaria, sí llega con un conjunto de ideas muy sólido, muy convencida de ellas y con la intención de ponerlas en práctica. Su gobierno es doctrinario neoliberal donde ella misma dice que el fundamento filosófico de su manera de entender la política es el de Friedrich Hayek. Mientras que Reagan es un político oportunista. Así que, por ejemplo, si ella quiebra la huelga de mineros en Gran Bretaña es porque quiere desaparecer la opción sindical y acabar con un modo de organización obrera y demás. Pero si Reagan hace lo mismo en el caso de los controladores aéreos, él está dispuesto a negociar con ellos y a conceder muchas cosas, y solo cuando no lo consigue es que opta por despedirlos. Entonces, son dos maneras distintas, aunque al final en la imagen de pasado se nos confunden.

-Usted menciona a la avaricia y al egoísmo como dos grandes características del neoliberalismo. ¿Acaso está diciendo que son rasgos exclusivos de esta corriente? ¿No son el chavismo y el kirchnerismo ejemplos de que ambos problemas pueden compartirse en otras tendencias?

Lo característico del programa neoliberal es pensar que los seres humanos son por naturaleza individuos racionales, egoístas, calculadores, que quieren maximizar.  Desde luego eso no es único, viene a ser la filosofía utilitarista del siglo XVIII y lo comparte con otras tradiciones. Lo particular del neoliberalismo es la intensidad con la que mantiene esa convicción, con la que descarta cualquier posibilidad de interés público, sujeto colectivo, en la convicción de que todo eso son engaños.

-¿Cómo debería afrontar hoy un estudiante de colegio un libro como “El fin de la historia” de Francis Fukuyama?

Mi recomendación siempre es poner los libros en su contexto. Ese texto surge en el fin de la guerra fría, auguraba el fin de un determinado tipo de confrontación. Se piensa que la economía de mercado neoliberal y la democracia representativa neoliberal son el ‘non plus ultra’ y que la humanidad no iría más allá. Pero la verdad es que inmediatamente muchos de los defectos del programa neoliberal y de los residuos del régimen soviético hicieron que la historia continúe caminando como siempre. ¿Qué recomiendo? Es interesante leer a Fukuyama como síntoma y entenderlo como indicio.

-En su libro menciona a “El otro Sendero” de Hernando de Soto. ¿Qué tan posible sería aplicar una iniciativa como la que propone ese libro en el Perú de hoy?

Ese fue un libro muy importante en el mundo de habla española. Es un texto muy atrevido, osado, aunque en el fondo solamente suponga un cambio de lenguaje. Es decir, a los trabajadores de la economía informal los llama empresarios. Pero esto también induce un cambio de mentalidad que puede tener efectos positivos en quien se sienta valorado en esa condición y que por lo tanto adopte una actitud más enérgica, sin embargo, también puede tener actitudes no tan positivas en la medida en que uno es empresario de sí mismo, uno es responsable de los resultados de lo que haya invertido o no en sí mismo, y por lo tanto al final de esa argumentación hay una ‘elaboración moral de la desigualdad’. Hay la idea de que la desigualdad en el fondo es justa, porque quienes más tienen se lo merecen porque se han esforzado más. Y ya sobre las iniciativas concretas de Hernando de Soto, en particular la de titulación y de propiedades privadas, esta partía de errores de interpretación fundamentales con respecto a la estructura y al proceso social económico en el Perú en otras sociedades periféricas. Es decir, no basta con que uno tenga un título de propiedad de una parcela a las afueras de Lima para que uno tenga acceso a créditos bancarios en las condiciones que las pueda tener la Ford Motor Company.

-Usted es muy crítico de las privatizaciones. Actualmente en Perú viene ejecutándose muchas asociaciones público privadas (APP). ¿Qué opinión le genera que el Estado se asocie con las empresas privadas para manejar o hacer posibles ciertas obras o dar determinados servicios?

El término privatización cubre una gran cantidad de cosas diferentes. Conozco mucho del caso mexicano y algo del peruano. Hubo, por ejemplo, muchas empresas públicas que era razonable privatizar, por una serie de motivos accidentales muchos de ellos atendibles. El gobierno mexicano tenía varias empresas que producían toda clase de cosas. Por ejemplo, Bicicletas Cóndor. No hay ningún motivo razonable para que el Estado produzca bicicletas, por ende, privatizar esa empresa era una buena idea. Sin embargo, hay otros servicios y bienes que produce el Estado que es mucho más problemático imaginar privatizarlos. El caso de la empresa estatal de petróleos (PEMEX), creo que privatizarla sería una mala idea. La educación y la salud, que se ha dicho son ineficientes y que se piensa serían más eficientes si fueran privadas, pero todos los estudios serios han desmentido eso. En general, privatizar es también desregular. Cuando le quitamos reglas a un mercado privatizamos su funcionamiento. Un mercado con reglas está sometido al interés público. Si lo desregulamos entonces decimos ‘el interés público no tiene nada que ver aquí’.

-¿Y entonces, qué piensa de las APP?

Las APP son una manera de, según el caso, contribuir de manera subsidiaria un dinero que el Estado no tiene, de evitar que el Estado se endeude para cumplir una determinada obra, y a cambio ofrecerle a los particulares una ganancia. El principio suena razonable y es convincente. Todo depende de las condiciones en que se realicen. APP para producir una carretera o un peaje puede ser una buena idea, salvo que normalmente por la manera en cómo se llevan a cabo las negociaciones políticas de estas cosas las APP terminen significando una privatización de la ganancia y una socialización de los costos de la empresa. En ese caso ya no es tan buena idea. Así que mi opinión es ver caso por caso.

-Se ha repetido aquí en más de una ocasión que 2/3 del electorado apoya el modelo y solo el tercio restante busca cambiarlo en las elecciones. ¿Cree que la mayoría entonces ve en el neoliberalismo una filosofía de vida?

Sin duda. En mi libro intento explicar que el neoliberalismo es una ideología en el sentido más fuerte de la palabra, es decir, ofrece una interpretación del mundo, de la naturaleza humana, de la educación y de la vida, que de tal manera hemos asimilado, que forma nuestro sentido común,  nos explica el presente, nos dice por qué suceden las cosas y es una explicación muy convincente que nos dice cómo es el futuro posible y deseable, además pintando con colores bastante oscuros las alternativas, más aún si son del pasado. Entonces, es normal que la mayoría de la gente piense que no hay opciones. Porque si estas son la escasez de bienes de consumo, la represión política, la violencia, entonces la gente dice ‘prefiero esto que ya tenemos’. La discusión seria debe llevarse en la prensa, en los blogs, para ayudar a mostrar las cosas que no ve este sentido común.

-¿A qué se refiere específicamente cuando dice que la magia del mercado depende de la ignorancia?

La magia del mercado consiste en que se produce el mejor resultado posible y todos nos beneficiamos si permitimos que funcione sin ninguna intervención. Pero eso no es verdad. El resultado que produce el mercado es no necesariamente el mejor, y lo produce siempre gracias a toda una serie de reglas que no vemos y que sostienen su funcionamiento. Entonces, la idea misma de que el mercado produce el mejor resultado de equilibro que es el más eficiente si no se interfiere con él, es mentira. Siempre se interfiere, siempre hay reglas, el resultado que produce no es de equilibrio y tampoco el mejor posible.

-¿Este modelo económico que usted describe en su libro nos expone a volver a caer en burbujas financieras como las que enfrentamos hace unos años y que motivaron la intervención del Estado poniendo dinero de los contribuyentes para salvar a entidades particulares?

Sin duda alguna. Hyman Minsky mostró con un modelo muy simple que el sistema financiero por definición produce burbujas y quiebras. Y lo hará siempre, por la estructura de financiamiento de las compañías. En periodos de expansión las compañías con un sistema crediticio conservador pasan a ser especulativas, las especulativas pasan a ser ponzi y estas terminan quebrando. Esperar que el mercado financiero sea estable es una tontería. Eso significa que debemos esperar las burbujas y caídas. Lo único que podemos hacer es elaborar una legislación suficiente para que ni la burbuja sea tan escandalosa ni la caída tan catastrófica. ¿Qué significa esto? En primer lugar, separar la banca de primer piso o de ahorros de la banca de inversión, donde se especula. Así se protegen los ahorros de la gente. Un segundo paso sería regular el funcionamiento de la bosa de modo que evitemos que pequeños accionistas puedan tomar decisiones erradas que nos lleven a la catástrofe. Creo que con un sistema de regulación razonable se producirán las burbujas y afectarán a quienes hayan querido especular, pero el Estado no tendrá que recurrir a salvar las empresas.

-Por último, su libro también toca el tema de los sindicatos. Aquí el más mediático es el de los maestros, el Sutep. Se cuestiona que este tenga vinculación a partidos políticos de izquierda y que hay un ‘riesgo’ de transmitirles ideología a niños. ¿Qué opina usted de esto?

Es normal que nuestro sentido común neoliberal vea mal a los sindicatos. La verdad es que las sociedades occidentales funcionaron con sindicatos muy bien durante mucho tiempo. No eran un problema y no tienen por qué serlo. Ahora, vincularse o no a partidos políticos depende de cada país. En España, por ejemplo, la Unión General de Trabajadores estaba vinculada con el PSOE hasta el año 1994 hasta que se separaron porque la confederación sindical sintió que el partido no estaba adoptando las políticas que convenían a los trabajadores. En México durante mucho tiempo las principales confederaciones obreras estuvieron vinculadas al PRI hasta que se separaron. El sindicato de maestros fue uno de los primeros en hacerlo. Así que en cada país hay historias de relaciones entre sindicatos y partidos. No es necesariamente ni bueno ni malo. Si un sindicato de profesionales como los maestros defienden los intereses de sus agremiados no tendría por qué significar que transmita ideas o ideología alguna. Puede ser que lo haga, pero ese no es problema del sindicato sino de los individuos concretos (maestros) que quieren transmitir algo. Yo diría que es un problema accidental y no estructural.

Compártelo