Juan Manuel Robles: “Los escritores tenemos el desafío de ser más asombrosos que Netflix”

Entró al Bogotá 39 con la edad justa pero también con los méritos suficientes para no encontrar mayores cuestionamientos hacia su escritura. Su trabajo como cronista y libros como “Lima Freak” y “Nuevos juguetes de la Guerra Fría” le han permitido lucir un CV quizás corto pero innegablemente sólido y auspicioso.

Juan Manuel Robles (Lima, 1978) acaba de publicar “No somos cazafantasmas” (Seix Barral), su tercer libro. En esta ocasión, el columnista de “Hildebrandt en sus 13” escarba – a través de siete cuentos de buena factura—las vicisitudes propias de la memoria, mezclando componentes tecnológicos, elementos futuristas, aunque sin dejar de lado los sentimientos humanos.

En esta entrevista, el autor de la mejor novela publicada en 2015 nos explica las claves de su nuevo libro. También reflexiona sobre la memoria, el futuro no tan distante, e incluso se anima a opinar sobre si existe o no una competencia entre los creadores de ficción (escrita) y productos multimillonarios como Netflix.

-Este es tu tercer libro. ¿Estaría en lo correcto si veo a “No somos cazafantasmas” como un nuevo giro en tu carrera?  Si bien, como pasó en “Nuevos juguetes de la Guerra Fría”, apelas a la memoria, ¿estamos ante un nuevo intento de experimentación en tu obra?

Lo veo como un experimento. Tenía ganas de probar otros formatos, con una idea de relatos ni muy larga ni muy corta. Y sí, esto surge de algo que estaba sembrado. Si bien –con cierta lógica– “Nuevos juguetes de la Guerra Fría” fue tratada como una novela del padre o de la autoficción, para mí era una historia sobre la memoria y  la distorsión de los recuerdos. Eso fue lo que a mí más me había permitido navegar como narrador. Lo otro era más bien el armazón de la trama, no sé, el código. A mí me interesaba muchísimo esa sensibilidad, ese mundo y quería seguir tratándolo. Así que hace un tiempo se me ocurrió trabajar algunas historias que luego se convertirían en parte de “No somos cazafantasmas”.

-¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza cuando, casi como un reflejo, tu libro es encajado en el género de la ciencia ficción?

Los escritores siempre intentarán escaparse de las etiquetas. Así como me escapaba de la etiqueta de “la novela del padre y la memoria política” con “Nuevos juguetes…”, pues ahora me escapo de la etiqueta de la ciencia ficción. Pero eso es básicamente por un respeto hacia la gente que se dedica a eso, algunos que incluso tienen mucha experiencia es este tipo de relatos.

-Aunque más  allá de la etiqueta, estos relatos están empapados de dramas muy humanos…

Totalmente. Mi idea era trabajar el asunto de la paranoia tecnológica. El futuro no tan distante es algo que a mí me ha interesado siempre. Uno de los pocos cuentos que publiqué antes de este libro es “Huancaína Freak”, que ganó el concurso de Matalamanga, y hablaba de un futuro no muy lejano en el que la gastronomía nos había trastornado. Y eso es algo que a mí siempre me ha parecido atrayente. Creo que tiene que ver con una cuestión generacional, en el sentido de que nosotros hemos visto como la tecnología se vuelve rápidamente mágica. Entonces, me instalo esas paranoias y en algunos casos con una base rigurosamente científica, algo que caracteriza no solo mi trabajo en ficción sino también en no ficción.

-¿Crees que algunos lectores tenemos ideas demasiado preconcebidas de algunos géneros?

Sí. La ciencia ficción tiene la idea preconcebida de los extraterrestres, las naves espaciales y cosas así, pero lo que me ha gustado de este libro es que he jugado con ‘estar y no estar’ a la vez. Yo no soy cuentista y presento aquí historias con algunas de las imágenes que me obsesionan.

-En “Valentina en las nubes” hay un mercado de nubes [memorias almacenadas en el ciberespacio] con recuerdos de los ciudadanos. Por más moderno o futurista que suene eso, siempre detrás de las máquinas hay personas que ‘eligen’ qué parte de tu vida recordarte.

Es que imaginar el futuro sirve para caricaturizar y hacer extremas las contradicciones del presente. Quizás hoy todo lo que imaginas probablemente ya está en alguna parte, mente o realidad. Hace un tiempo hablaba sobre esta suerte de ‘paternalismo’ que ejercen las redes sociales y alguien me contó que, por ejemplo, cuando las personas que tienen en sus datos el estado “en una relación” terminan con su pareja y lo hacen público, Facebook les pregunta si quieren ser protegidos de las imágenes con el ex. ¡Eso es alucinante, retorcido e invasivo! Y esto lo digo siendo alguien que se fascina mucho con esto, pero que está más del lado de los personajes que –como dijo algún reseñista– tratan de resistirse inútilmente. Hoy ves a los chicos (y a los no tanto) fascinados con las ‘memorias’ de Facebook. Y esto creo tiene que ver con lo de siempre: si uno se relaja y alguien te hace el trabajo de ordenar tus recuerdos, pues te parecerá genial. Me recuerda a este programa de TV de los 90’s en el que alguien llegaba y te redecoraba la casa por completo. Estamos ante un poco de eso: alguien haciéndote la nueva decoración de tu pasado.

El CV de Juan Manuel está conformado por tres libros de muy buen nivel.

 

-Mientras leía tus relatos trataba de pensar cuál era el que rompía el hilo que suele unir a los libros de cuentos. Pensé en “Memorias de la China”. ¿Es el más ‘terrenal’ del conjunto? Tienes a un abuelo que reacciona cada vez que le dicen una determinada palabra, hay humor, múltiples sentimientos encontrados, una madre que protege a su papá y también historia del Perú…

El libro genera una idea de conexión y eso es algo que me gusta mucho del resultado final. Quería una atmósfera común, una textura común. Hay tipos de personajes que están en varios de los cuentos, por ejemplo, los astrónomos (personas que navegan en este cosmos de datos para hallarlos muy atrás en el pasado). Así que la atmósfera común es algo que está presente. Y sobre “Memorias de la China” creo que es una concesión. Es un cuento que puede conectar al lector que no necesariamente está con la disposición de alzar vuelo a un relato como el último –“Constelación nostalgia”, que habla de manipulación neuronal microscópica—pero que puede sentir cierta conexión con un futuro que ya estamos viendo. Para algunos quizás “Memorias…” puede ser un cuento que muestre demasiado, y no me parecería mal. Lo que a mí me gusta de todo esto es que uno aprende mucho. Después de escribir muchas crónicas, a mí me costó tener un tono de novelista. Y ahora creo que también me ha costado tener un tono de ‘relatista corto’, por más horroroso que suene el término.

-¿Crees que hay una progresión en tu manera de escribir ficción entre cada uno de los cuentos de este libro?

Memorias de la China” es el cuento más viejo de los escritos y “No somos cazafantasmas” fue el más ‘reciente’. Yo creo que, como muchas otras prácticas artísticas, la literatura tiene mucho de ‘caña’. “No somos cazafantasmas” no es el cuento más ambicioso ni el que tiene un mayor conocimiento científico detrás, pero probablemente sí es el relato en el que me sentí más cómodo y seguro.

-Esta idea de una red social que ‘elimina’ tus muertos o borra tus momentos tristes es algo que suena bastante tenebroso porque si bien la muerte no es bonita, uno siempre deja un resquicio para recordar a un ser querido.

La ‘edición para la felicidad’, claro. Lo que pasa es que en esta paranoia lo que tienes es, por un lado, la felicidad, y por el otro su falso revés: la nostalgia plástica. ¿Qué es esto? Te vamos a dar la felicidad y también la nostalgia, pero la que nosotros elegimos para ti. Algo como “no explores en tu propia nostalgia sino en la que te ofrecemos”, porque o sino escribirás novelas de 400 páginas en las que te torturas. Y eso lo vemos en ciertos productos que han aprovechado la onda de la nostalgia como Sublime sacando (hace un tiempo) su chocolate con la vieja envoltura de papel manteca. Se genera la conexión de una ‘nostalgia controlada’, sin embargo, ahí no te das cuenta de qué cosa está quedando afuera. Recuerdo que cuando recién salieron las ‘memorias’ de Facebook un padre le escribió una carta a Mark Zuckerberg porque en sus recuerdos del año apareció su hija que justo había muerto. A mí no me parece monstruoso que una máquina tonta te regale una foto errada, sino más bien la reacción de la red social. Porque Mark dijo entonces que “harían todo lo posible para que eso no vuelva a pasar”. ¡Y efectivamente ya no pasa!

-En tus cuentos hay una serie de personajes y elementos que podrían parecer muy del futuro: astrónomos, ácaros gigantes, un mercado de nubes, etc. En el micro que venía a entrevistarte subió una familia de 4 personas. Al sentarse todos sacaron su Smartphone. Ni se hablaban. ¿No estamos ya entregados por completo a la tecnología? ¿Ves alguna posibilidad de marcha atrás?

Quizás mi narrador es más apocalíptico que yo. El ser humano se adapta a muchas cosas y recalibra también. Nosotros conocimos la tecnología como un escape a una vida que por algún motivo se nos volvió monótona. El problema es que ahora ese lugar aburrido parece ser la red. Siento que seguimos en fase de descubrimiento. Nos permitimos aún ser como niños, finalmente eso que hacemos (los adultos) con el Smartphone es lo que hacían los pequeños en la mesa con sus juguetes. No puedes dejar de prestar atención a eso porque tu mundo interior y el mundo de los estímulos es más importante que lo que está afuera. Recuerdo muy bien lo que se decía en el pasado cuando los niños se quedaban encerrados en casa con un televisor cerca. Mira hoy la cantidad de ficciones y de arte que han producido esos chicos que, por temor de los padres u otros motivos,  no se les dejó salir y terminaron acompañados de una TV. Tal vez hoy nos asusta que pareciera que las cosas que ocurren en la realidad pasan a un segundo plano, sin embargo, me parece más bien una cuestión de adaptación.

-El cine ha experimentado más de una vez sobre quiénes nos gobernarán en el futuro. En esa línea, “Botón de emergencia” tiene como protagonista a un presidente muy particular. Es un amante de los perros con un pasado oscuro, pero principalmente, con sentimientos.

Ese cuento surgió como un juego. Yo he pasado mucho tiempo leyendo sobre experimentos en la mente y neurociencia, y al indagar sobre esto uno se da cuenta de que muchas de las cosas que hoy existen ya habían sido vistas por los rusos a comienzos del siglo XX. El conductismo, que una red neuronal se pueda sensibilizar y conectar a cualquier cosa que tú quieras. Por esto puedes, por ejemplo, disuadir a alguien para que haga algo. Porque tienes esa memoria del miedo dispuesta a activarse. Así que quise jugar con una especie de futuro en la que hay muchas cosas alucinantes pero al final llegas a la conclusión de que la manera de disuadir a una entidad humana de que emerja su naturaleza es doblegándola y destruyéndola, de una forma muy del siglo XIX. Es, claro está, una caricatura, una idea extrema.

-En “Memorias de la China” el nieto y la madre temen que el abuelo recuerde cosas y con ello sufra, en “Elefantes blancos” un amigo es el temeroso con respecto a recordar, y en “Valentina en las nubes” es más bien la esposa del protagonista quien teme su esposo recuerde a una ex. Parece que lo más natural del ser humano es rechazar los recuerdos dolorosos…

Más que borrar recuerdos dolorosos, creo que a nadie le gusta desestabilizar su idea de recuerdos. O sea, tú tienes una serie de recuerdos, una línea de vida, un arco que te has hecho en la cabeza, y ahí incluyes hechos buenos y dolorosos. No importa que estén o no tanto, lo que no nos gusta es que alguien añada otros hechos dolorosos porque eso nos va a desestabilizar. Entonces, si este arco se distorsiona mucho va a hacernos tambalear y cambiará nuestra idea de identidad. O peor aún, que estas cosas que creemos felices terminen convertidas en algo negativo. La literatura trabaja mucho ese tema: el recuerdo feliz que tras explorarlo resulta ser el más horrible. Yo más bien quise hacer lo inverso, es decir, un mundo en el cual se distorsionan las cosas para que el arco esté perfecto y sea casi un arco iris.

-¿Quién de los dos entonces está bien? ¿El que busca recordar o el que más bien desea mantener sus momentos tristes en el olvido?

Esa es la eterna pregunta. En determinadas circunstancias cualquiera de las dos cosas funciona o es saludable. Finalmente, te puedes enfermar con la memoria en exceso y puede pasarte lo mismo con el olvido en exceso.

-Siempre le pregunto a los escritores si ven en Netflix una competencia porque lo visual, tal vez y lamentablemente, jala mucho más rápido que la palabra escrita. En tu caso las cosas me parecen claras. Tú compites directamente con Netflix, no te guardas nada. ¿Lo asumes así?

Creo que los escritores tenemos el desafío de ser más asombrosos que Netflix. En términos de plataformas, por supuesto que es absurdo enfrentarse o competir con eso, sin embargo,  creo que lo más asombroso de esta plataforma lo han hecho escritores. “El cuento de la criada”, por ejemplo, ¡está basada en una novela escrita hace 25 años! Creo que Netflix es una oportunidad para redescubrir que las grandes ideas surgen sentado frente a una máquina de escribir o a una computadora y una hoja en blanco. Así ha sido siempre. Eso es lo que genera un estímulo, orgullo y muchas ganas. Y soy de los que piensa que no hay que tener ningún complejo ante nada.

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