Un rottweiler con bozal en medio de una parada militar protagoniza la portada de “Incendiar el presente: La narrativa peruana de la violencia política y el archivo (1984-1989)” el nuevo libro que publica el académico Enrique Cortez bajo el sello independiente Campo Letrado Editores. La imagen se torna aún más impactante si tenemos en cuenta el rojo encendido que la cubre, adelantando quizás el contenido de lo que el lector tiene entre manos.
El texto que se divide en tres partes. La primera es un estudio introductorio acerca de la narrativa sobre la violencia que vivió nuestro país. Se explora y comenta publicaciones de autores como Mark. R Cox, Gustavo Faverón Patriau, Roberto Reyes Tarazona y Ricardo González Vigil. Luego de esto viene la muestra de autores propiamente dicha. Trece escritores y dos escritoras que produjeron historias entre los años 1984 y 1989, quizás la época de mayor agitación del conflicto armado interno que vivió nuestro país.
En la última parte del volumen, y evocando su etapa como comunicador, Enrique Cortez entrevista a los autores seleccionados para su muestra. Su objetivo fue que, con sus propias palabras, estos identifiquen similitudes y distancias en su producción narrativa.
“Me gustaría que mi libro permita que los lectores recuperen un conjunto de textos que estaban publicados en distintos lugares pero que si los ponemos juntos se ven como algo contundente y coherente en cuanto a temas y preocupaciones”, afirma Cortez sobre su obra.
Por su correcta esquematización y por la crudeza de los relatos seleccionados, “Incendiar el presente” cumple su objetivo de visibilizar una producción que en su momento –por diversos motivos—no recibió la atención debida. El editor no se ha enfocado en juzgar la calidad sino en agrupar cuentos escritos con el pulso que te brinda vivir un convulso momento histórico.
Aquí nuestra entrevista con Enrique Cortez sobre este interesante libro de Campo Letrado Editores que ya está a la venta en las principales librerías de Lima.
-Hablemos de antecedentes. ¿Qué considera es lo más valorable de los trabajos previos que agrupan cuentos o novelas ambientadas en la época de la violencia?
La verdad es que hay pocas antologías, entonces, todas las existentes son valiosas. Me han ayudado mucho, tanto el acercamiento de Gustavo Faverón (con el que tengo algunas distancias conceptuales), como el de Mark R. Cox, y también el de Roberto Reyes Tarazona, principalmente su libro “Cuento social peruano”, que es fundamental para conectar con la violencia. Por último, el trabajo de Ricardo González Vigil también me ha sido útil para ir ubicando autores y así elaborar mi propia propuesta, que no es una antología sino más bien una muestra de archivo en la que no me importa destacar lo que tenga mayor calidad literaria sino lo que se publica sincrónicamente en un momento determinado (1984-1989).
-Su libro me deja la idea de que la antología de Mark R. Cox fue más ligada hacia el lado andino de la producción y el libro de Gustavo Faverón más bien hacia lo capitalino. ¿Es correcta mi interpretación?
Sí. Señalo cierto posicionamiento por parte de Faverón, quizás en un intento no mal intencionado de visibilizar y decir “los autores urbanos también han escrito sobre la violencia”. El problema es que lo hicieron muy poco. Y eso tiene sus problemas. Decir que estos textos son mejores que otros escritos por autores andinos refleja problemas sobre el campo cultural en general. Me refiero a la idea de que había un conflicto entre qué tipo de representación es la más importante en el Perú: la de lo urbano –que ha prevalecido sobre todo con ayuda de la industria editorial, de los sesentas en adelante—y lo que se va produciendo en quizás no espacios urbanos, tal vez en una línea muy ‘a lo Arguedas’ en adelante.
-Siguiendo con los contrastes en nuestra narrativa, hace algunas décadas hubo también un álgido debate entre andinos y criollos. Viéndolo con el matiz de los años transcurridos, ¿qué tan útil considera haber discutido sobre esto?
Me parece que estos debates siempre son útiles porque, desde una perspectiva de historia cultural, nos muestran cómo se organiza un campo de producción literaria, cuáles son las tendencias, temáticas y lo que la industria editorial destaca e intenta canonizar muchas veces con ayuda de la prensa. Entonces, sí es importante no dejarse llevar por el trabajo de la industria editorial, porque finalmente esta tiene que vender libros y crear prestigios que tal vez duran uno o dos años. Desde una perspectiva de crítica literaria hay que intentar ver qué es lo que queda, qué es lo relevante.
-Siempre que escucho hablar sobre narrativa de la violencia recuerdo “La Sangre de la Aurora”, novela relativamente reciente de Claudia Salazar (1976). Comparemos a esta autora con uno de mayor edad como Dante Castro (1959). ¿Son más las diferencias o las similitudes existentes entre autores de generaciones lejanas?
Esa pregunta toca el corazón de mi libro. He trabajado un conjunto de textos publicados entre 1984 y 1989, un momento en el que el conflicto armado interno era una realidad cotidiana. Dante Castro, Pilar Dughi o Carmen Luz Gorriti escriben sobre ese momento, sobre esa experiencia histórica que viven, algo que Claudia (Salazar) no hace. Ella hace más bien una aproximación de archivo, porque para su novela recurrió a muchos archivos y testimonios y los recreó literariamente. Ese es otro tipo de ficción. La de los autores que yo escogí es más bien ‘literatura testimonial’, es decir, una producción del lenguaje con todas las estrategias de la narrativa, la ficcionalización y la alegorización como elementos fundamentales para crear textos literarios que sin embargo se conectan con esa experiencia. De allí mi reclamo de considerar esta producción como testimonial.
-¿Podríamos decir que Jorge Valenzuela Garcés es el más capitalino de los autores que usted ha escogido para su libro?
Probablemente, pero su cuento no es para nada capitalino. Más bien, te diría que el texto más urbano de mi libro es el de un provinciano como Luis Nieto Degregori (Cusco,1955). Y otra cosa interesante en mi muestra es que muchos de los autores incluidos publicaban por primera vez. Por ejemplo, “Al filo del rayo” de Enrique Rosas Paravicino. Ese fue un comienzo brillante en su carrera.
-Es imposible negar la existencia de estereotipos hacia la mujer senderista. Se le ha señalado como como machona, violenta o hasta lesbiana. ¿Cómo es la mujer que aparece en los relatos que usted seleccionó en su muestra?
Hay algo muy interesante que ocurre en los ochentas, y tiene que ver con la aparición de un nuevo sujeto social y político en la sociedad peruana, que es –en efecto—la mujer guerrillera. Ya había en la década previa pero es en esta etapa que gana mayor presencia en los medios de comunicación, afiliada sobre todo a Sendero Luminoso pero también al MRTA. Lo que vemos en estos cuentos es que estas mujeres son tratadas por parte de los autores varones con cierta inquietud, angustia, ansiedad. Y me parece que esto mismo ocurre desde la población de la época. Incluso si son tratadas como machonas, crueles, etc, eso es un giro radical en cuanto al personaje femenino de la literatura peruana. Por otro lado, frente al tratamiento que hacen los autores masculinos tenemos a las dos únicas autoras mujeres que publican cuentos sobre la violencia en este periodo. Aquí habría que agregar el cuento “El grito” de Carmen Ollé, a quien no he incluido porque no está dentro de la generación de los ochenta. Creo que lo que resalta en la aproximación de las autoras es que no solo se trata de mujeres que están en guerra o en conflicto contra el Estado y el orden social/político, sino que también contra las dominaciones de género o el sistema patriarcal.
-Hace un rato usted me hablaba de la industria editorial y ninguno de los autores que incluye su muestra es bestseller. Incluso hay autores de culto como Cronwell Jara. ¿Cree usted que las ideologías presentes en la industria editorial terminaron perjudicando a varios nombres de su muestra, o eso sería más bien victimizarlos?
Creo que muchos de los autores incluidos en mi muestra cuando escribieron estos textos no tenían realmente ninguna presencia. Muchos de ellos hoy sí son autores consolidados, con libros y tesis de maestría publicadas. Sin embargo, creo que la industria editorial sí tiene otros temas. Por lo menos hasta hace algunos años su gran tema fue (el de) las tramas urbanas. Aunque eso ha cambiado en parte, porque hoy la industria explora también temas de violencia política. No obstante, y de ahí quizás el resentimiento de muchos autores andinos, los escogidos para difundir temáticas de violencia son más que todo escritores capitalinos que tal vez entran a este campo sin la experiencia o la capacidad testimonial para circular tramas. Aunque muchos podrían decir que así funciona la literatura, sí existe una agenda de la industria editorial por conectarse más con quizás el público que lee, que es más urbano y con la capacidad de comprar libros.
-Otro detalle a destacar es que la mayoría de ficciones sobre violencia política ponen a las FF.AA. como perpetrador de abusos. Usted en su libro da dos razones: porque es más verosímil, y porque es más fácil criticar a una institución subvencionada por el Estado. Sin embargo, ¿no influye en esta característica la ideología de los autores que escriben? Porque en su muestra no hay autores liberales ni de derecha…
En efecto, esas son dos hipótesis que ofrezco para ampliar la idea de que muchos de estos autores no solo eran simpatizantes de ideas de una lucha armada contra el Estado, sino que incluso algunos podrían haber sido militantes. Estos autores en distintos años han sido acusados de estar afiliados, y muchos lo dicen en el ‘suplemento testimonial’ de mi libro (en la parte final). Ellos resaltan lo difícil que era escribir sobre estos temas sin evitar una represalia estatal. Por eso ofrezco las dos hipótesis que me has dicho en tu pregunta. Lo cierto es que muchos de estos autores fueron de izquierda, pensaban que la manera en que el Estado funcionaba debía cambiar, y tal vez lo creen aún más hoy en medio de este discurso que nos dice y repite que debemos ‘celebrar nuestra identidad republicana’, cuando mientras más nos acercamos al bicentenario no hay mucho para festejar.
-A primera vista uno piensa que elegir solo cinco años de estudio (1984-1989) es poco, sin embargo, este resultó un trabajo bastante exhaustivo. ¿Cuánto tiempo le tomó su investigación?
Ha sido un trabajo que ha durado por lo menos tres años, mucho de ese tiempo lo perdí en la coordinación y otro en pensar cómo podíamos hacer una intervención en la manera en que se hacen estudios literarios en Perú y América Latina. Creo que mi libro ofrece un modelo metodológico de cómo seguir trabajando con el periodo de la violencia y hacer otras preguntas que no entiendan a la literatura solamente como un ornamento del lenguaje sino que demuestren que esta dialoga con los elementos históricos de una manera muy cercana.
-Hoy se intenta equiparar las cosas entre hombres y mujeres. ¿En la época que usted estudió la proporción de género era tal cual está en su muestra (15/2)? ¿Tan así eran las cosas?
Lo que pasa es que en los ochentas había más poetas mujeres que narradoras. Pero las dos que incluyo (Pilar Dughi y Carmen Luz Gorriti) y sus cuentos son realmente fundamentales, y a ellos habría que sumarles el de Carmen Ollé que te mencioné hace un rato.
-Cambiando un poco de tema. En la literatura peruana hubo la ‘generación del cincuenta’, sesenta, ochenta, y nada más en adelante. ¿El de generación es un término acabado o simplemente en los últimos años no han coincidido autores con temáticas y perfiles similares?
La generación es un concepto complicado y quizás equívoco desde una perspectiva teórica. Se trata de un término filosófico elaborado por Ortega y Gasset a inicios del siglo XX que, sin embargo, sí termina siendo útil. No tanto por su valor exhaustivo en la descripción sino por lo representativo. Muchos autores se representan a sí mismos como miembros de una generación. En tanto estos autores usan la categoría como modo de representación entonces es útil. Hay que usarlo y analizar qué significa ello. Esto último trato de entenderlo en la parte final de mi libro cuando le pregunto a los autores qué significa para ellos ser considerados autores de los ochenta y si se siente representado en dicha categoría. La mayoría, a excepción de Cronwell Jara, dice que sí. Y esto significa un conjunto de vivencias, lecturas y experiencias que se plasman en los textos.
-Me llamó mucho la expresión de Dante Castro en la entrevista que usted le hizo. Dijo algo así como “ya no me interesaba si me decían senderista o simpatizante de sendero, yo solo quería expresar algo porque sentía que nadie contaba lo que vivían estas poblaciones”. ¿Era tan así? ¿Muy poco se contaba lo que vivían estas poblaciones afectadas por la violencia?
Lo que muestra este libro es que sí había más narradores escribiendo al respecto de los que Dante creía. O sea, él no estaba tan solo. Por eso quizás para él mismo este libro sea una sorpresa. O sea, el poder descubrir cuántos textos sobre la temática se escribían al mismo tiempo que sus textos.