Reconocimientos, viajes y críticas positivas ha tenido Alejandra Costamagna en los casi tres años que han pasado desde aquella primera vez que la vi en la FIL Lima 2016. Era mediados de año y vino trayendo “Imposible salir de la tierra” (Estruendomudo, 2016), un particular libro de cuentos con el que la autora chilena nacida en 1970 hacía su presentación pública en Perú.
La sensación que me dejó ese primer diálogo fue de grata sorpresa hacia una escritora que gozaba de reconocimiento en su país (el legendario Roberto Bolaño llegaría a destacarla como una de las voces “que promete comérselo todo”), pero que jamás dio indicios de falta de humildad ante verdaderos desconocidos.
Año 2018. Alejandra nuevamente en Lima pero en otras circunstancias. Esta vez era la gran invitada internacional de la Feria Ricardo Palma, el evento cultural más antiguo ligado al libro en Perú. Estuvo en la inauguración y su rostro salió en todos los noticieros y portales web del país.
Nada de eso, sin embargo, alteró la imagen que Costamagna dejó en mí luego de aquella primera conversación. Nuevamente aceptó sentarse a conversar largo rato conmigo (interrumpidos más de una vez por uno de los gatos del parque Kennedy en Miraflores), aunque esta vez sobre “Dile que no estoy”, novela que publicó originalmente en 2007 (con la que fue finalista del Premio Planeta-Casa de América) y que Estruendomudo rescató para los peruanos 11 años después.
Entre esa charla y la publicación de esta nota, la también periodista fue finalista del Premio Herralde con “El sistema del tacto”, novela distribuida en casi todo el mundo por Anagrama. Estoy seguro de que si volviera a verla, Alejandra me daría nuevamente una entrevista con la misma gentileza con la que lo hizo dos veces. Y es que tanto o más que su capacidad como escritora para crear ficciones que ahondan en los lazos familiares y el desarraigo, ella es primordialmente un ser humano humilde, algo que tanto en Chile como en Perú es cada vez más difícil de encontrar.
Aquí puedes leer nuestra entrevista a la autora de “Dile que no estoy”, novela en la que Lautaro Palma –el protagonista—rechaza contestar las incesantes llamadas telefónicas de Miguel, su enfermo padre, quizás cobrándose la deuda pendiente que significó ser abandonado por él cuando lo necesitó. Estamos ante un relato sobre las rencillas familiares, pero también sobre la música como arte, y en general sobre la existencia humana.
-La primera vez que te vi fue en 2016 y hablamos sobre “Imposible salir de la tierra”. ¿Cómo evalúas el crecimiento que has tenido como escritora desde entonces hasta hoy?
Creo que uno siempre escribe el mismo libro, lo que va cambiando es la respiración. Quizás se va afinando, (y está) más conectada con cosas que pasan en el entorno. Siento que hay una sintonía entre “Imposible salir de la tierra” y “Dile que no estoy”, en el sentido de trabajar también con relaciones humanas que están un poco quebradas, y con una frase que tal vez sirve para ambas: “visto de cerca nadie es normal”. Eso me parece común en los personajes de ambos libros.
-Si bien hay varias mujeres en “Dile que no estoy”, el protagonista es hombre. ¿Cuánto te costó meterte en la mentalidad de un varón para un relato que bien puede considerarse extenso?
Uno siempre está pensando la narrativa en términos de escribir poniéndose en el lugar del otro, haciendo una especie de juego de travestismo. Hay por supuesto una dificultad al ser (el protagonista) un varón, pero me parece que aquí eso es lo epidérmico pues esta novela habla de ciertas miserias que son afines al género humano en general.
-Vinculadas a la relación padre-hijo…
Claro. Y también creo que, aunque este personaje es varón, tiene una afinidad muy grande con el mundo femenino. Está su madre, su abuela, su profesora de piano, e incluso te diría que uno de los grandes conflictos de la novela tiene que ver con asumir una masculinidad o tener conflictos con esa masculinidad que se quiere que (el protagonista) asuma. En muchos planos, claro. Desde lo sexual, hasta los comportamientos, el rol y el ‘deber ser’. Ahí entonces hay un conflicto que de alguna forma encarna el padre. Entonces, creo que es como trabajar con esa voz masculina pero desde una perspectiva del ‘quiebre’, de la crisis, de esta cosa binaria ‘masculino-femenino’ como esencia.
-¿Por qué una novela con formato de saltos temporales y no algo más bien lineal?
Tal vez tiene que ver con un gusto lector. Me parece súper importante, cuando uno hace narrativa, contar una buena historia, pero ante todo es importante trabajar con el lenguaje y la estructura, que son finalmente la música de la literatura. Entonces, tenía la historia, la anécdota, pero la forma de contarla y poder trabajarla con los silencios requería de saltos temporales que finalmente derivaron en estas estructuras de presente y pasado.
-La novela se publicó originalmente en 2007. ¿Tuviste la oportunidad de revisarla para esta nueva edición? ¿Qué te generó este retorno a la historia?
Es curioso. Cuando quise publicar nuevamente mi primera novela (“En voz baja”, 1996) 17 años después, me di cuenta que mi respiración había cambiado mucho. Y entonces lo que empezó siendo pura corrección terminó siendo un proceso de reescritura. Es decir, en “Había una vez un pájaro” (2013) se mantiene la anécdota de “En voz baja”, pero cambia completamente el tono, la respiración, (ambos factores) se transforma en algo mucho más concentrado. La novela de 1996 tenía casi 200 páginas y luego pasó a ser una especie de cuento largo con apenas 30. Sin embargo, con “Dile que no estoy” no me pasó eso. Al releerla sentí que hoy la escribiría exactamente igual.
-¿Crees que a los autores les queda mucho por explorar en cuanto a las relaciones familiares?
Yo siempre estoy escribiendo sobre vínculos familiares porque me parece que en el fondo son la metáfora de otras relaciones más amplias. Aquí en la novela esta relación un poco torcida entre padre e hijo hacen un espejo de una situación que vive el país. A lo mejor es algo muy sutil, no lo sé, pero creo que esta es una novela de formación, con un personaje que pasa de la adolescencia a la adultez. Y en paralelo hay una transición de un país que sale de una dictadura y entra en una democracia pero en un proceso de transición muy fallido. Entonces, a mí me interesa trabajar las relaciones humanas y filiales porque nos permite abordar temas mayores. Desde mi primera novela, “En voz baja”, está el vínculo padres-hijos, así que no estamos precisamente ante un momento particular. Desde “La odisea” la familia es un tema universal.
-Queda claro que tu novela no es una larga retahíla de quejas y lamentos por una relación mala del protagonista con su padre…
Creo que mi novela tiene mucho humor. Por lo menos yo me reí escribiéndola. Pienso que la tragedia pura se transforma en una cosa muy pesada, lo cual tampoco responde mucho a lo que vivimos cotidianamente. Y es que aunque estemos viviendo una situación sumamente trágica, siempre está el absurdo detrás. Una de las cosas que he trabajado en la novela es el sentido del ridículo que tienen los seres humanos en distintos momentos de su vida. Un personaje con taras mentales, con su TOC y sus obsesiones. De alguna forma siento más identificación con el hijo pero no porque demonice al padre. Las relaciones humanas son más complejas que ‘buenos versus malos’. Me interesaba eso y también no poner énfasis en quién tiene la razón generacionalmente (si los padres o los hijos).
-Más que una reedición, esto es un rescate literario ¿Cómo fue posible?
Mira, las editoriales independientes han aportado a poder salirse de los parámetros de lo que está de moda. ¡Y hoy el presente parece durar muy poco! De pronto un libro que tiene solo un año ya parece viejo y se desecha. Esa lógica me parece nefasta y creo que las editoriales independientes permiten romperla. “Dile que no estoy” se había convertido en una especie de ‘novela de culto’ y como yo tenía los derechos, Álvaro Lasso se interesó y a mí me pareció fabulosa la posibilidad de reeditarla.
-En una parte de la novela el maestro del conservatorio le dice a Lautaro “que no confunda sentimiento con sentimentalismo”. ¿Qué hay detrás de esta frase?
Ese fue uno de los primeros impulsos de esta novela. En la película “Sonato de Otoño”, de Ingmar Bergman, el argumento tiene a una figura que yo tomo un poco para crear a uno de mis personajes. Se trata de una mamá pianista súper profesional, exitosa y muy omnipresente en lo público, pero que al mismo tiempo es abandonadora con su hija, una chica muy retraída y pusilánime, que de alguna forma comparte ciertos rasgos con Lautaro. Y ella siente una admiración conflictuada hacia su madre. En algún momento del filme la madre viene de una gira y su hija la sorprende diciéndole ‘te quiero mostrar unos nocturnos de Chopin que ensayé’. Y uno ve cómo la madre percibe a su hija tocando, nota sus gestos, y al final de la canción hay un silencio demoledor. “Hija, lo que pasa es que tú confundes los sentimientos con el sentimentalismo”, le dice la mamá. Y luego le da una clase maestra de piano, ¡la ‘destruye’! Esa fue la imagen que me quedó grabada, porque de alguna forma hay una noción algo más silvestre en la hija –y en el caso de Lautaro, también—sobre la música vista como algo más alejado de la carrera, del estrellato y del tener que hacer algo para lucirse. Pasa con Lautaro, que se siente fuera de la academia o de los conceptos más tradicionales que definen hegemónicamente la alta cultura y la baja cultura. Y él siente que le gusta tanto la música de Roberto Carlos como la de Chopin o Schubert.
-Para terminar, con referencia a la madre de Lautaro, muerta por una enfermedad delicada pero sin ahondar mucho más en ese aspecto, ¿por qué crees que es mejor sugerir que decir ciertas cosas?
Quisiera recoger un poco lo que decía Piglia sobre el cuento pero que pienso también aplica a la novela. Él decía que un buen cuento relata dos historias: la que está por debajo (que va construyendo la tensión) y la que va por encima. A su vez, Chéjov tenía una frase que me encanta citar. Él decía que le gustaba escribir obras en la que todo pasara como en la vida real. Tienes a una familia almorzando sobre una mesa y entre tanto cuaja su felicidad o se desmorona su vida. De esta manera, y ligándolo con lo que decía Piglia: lo que está por debajo (de esa gente que almuerza), lo que no decimos o lo que se silencia, es eso que nos permite como lectores entrar desde la tensión y desde la intriga, y poder construir más abiertamente el sentido de la escritura. Y eso tiene que ver con la posibilidad de ponerse como lector de lo que vienes escribiendo, y pensar en cómo eso se puede ir construyendo algo sin que te lo den ya procesado o deglutido.