Probablemente el mejor libro de la serie LiteraRutas Contemporáneas de la editorial independiente peruana Pesopluma es “Llámalo como quieras”, un conjunto de cuentos publicado por el escritor estadounidense Keith Lee Morris (Misisipi, 1963), el cual tiene un pie en lo realista y otro en lo surrealista.
Desde personajes que especulan hasta el extremo con el devenir de su existencia hasta adictos a las drogas que tienen una última oportunidad de redimirse. Los personajes de Morris pueden ser como cualquiera de nosotros, pero siempre enfrentados a una situación extraordinaria.
El autor, un fanático del realismo mágico del colombiano Gabriel García Márquez, cuenta en esta entrevista algunos pormenores no solo sobre los cuentos de este título, sino que además reflexiona en torno a su oficio y a su labor como docente de escritura creativa.
– ¿Qué pensaste cuando te hablaron de traducir al español “Llámalo como quieras”?
Julio Durán ya había traducido ciertas cosas mías en el pasado. El primer cuento, “Testimonio”, lo tradujo diez años atrás para una revista en español. Entonces yo sentía mucha confianza en su trabajo. Asimismo, gente que leyó el texto en castellano, y con la que he podido conversar, me comentó de lo bien que ha quedado el producto final.
– ¿Por qué decidiste abrir el libro con el relato “Testimonio”?
Ese fue la primera historia que le interesó a Julio. Cuando la editorial americana tuvo todos los cuentos juntos notó que había algunos basados en sueños y otros muy surrealistas. Queríamos encontrar la forma de ordenarlos y decidimos empezar la colección con el más ‘real’ y terminar con el más ‘surreal’. Además, creo que se trata de un cuento extenso que capta muy rápidamente la atención de los lectores.
– ¿Cuál dirías que es el tema central de un cuento como ese?
Provengo de una localidad muy pequeña de mi país (Lousville, Misisipi). Ahora enseño en una universidad, pero crecí en una ciudad chica, con gente sin mayores oportunidades, no muy bien educada, y muchos de ellos, antes de tener la chance de salir y hacer algo con sus vidas ya habían cometido grandes errores. Traté de escribir sobre eso. El cuento gira alrededor de un asesinato, y mi personaje trata de descubrir el rol que tuvo. En el curso de su testimonio entiende que, aunque no está siendo juzgado, bien pudo en algún momento serlo. Mira, a veces siento que en mis historias siempre hay un personaje que tiene la oportunidad de redimirse y la aprovecha, pero en otras simplemente no. Y en este cuento el final es triste porque mi personaje se siente vencido.
-Debo reconocer que “Camel Light” es mi cuento preferido del libro. En esa historia, un hombre encuentra una colilla de cigarro en su casa y empieza a alucinar con mil posibilidades al respecto. Imagina a su esposa siéndolo infiel, se proyecta a un divorcio, aunque el final resulta sumamente inesperado. ¿Durante la escritura llegó a sentirse tan ansioso como su personaje?
(Risas) no. ¡Me divertí mucho escribiéndolo! Con algunas historias como esa o tal vez como “Mi compañero Kevin es lo máximo” pasa que empiezas a escribirlas y conforme avanzan las cosas resultan peor, tal como pasa con la imaginación de mi personaje. La parte más difícil al escribir ese cuento fue, ya cuando Rick casi estaba imaginando el fin del mundo (y de su matrimonio, por supuesto) que debía encontrar una forma de cerrar la historia. Al final su esposa vuelve de las clases… ¡y no pasa nada!
– ¿Es ese tipo de finales el que prefiere Keith Lee Morris?
Creo que cada historia tiene su propio tipo de final y uno como autor debe simplemente encontrar la forma correcta. Esto es como ser un competidor que debe escoger pelotas que están flotando. Evidentemente, no puedes cogerlas todas, pero al final debes ver las que tienes en tu poder, es decir, los recursos que usaste a lo largo de la historia, y decidir cuáles pueden ayudarte a concebir un final efectivo. A veces me pasa que, durante la escritura, tal vez sé lo que pasará, pero no cómo, porqué o tampoco qué palabras utilizaré en el relato. Cada cuento es distinto.
– ¿Se siente algo más cómodo escribiendo relatos realistas o surrealistas?
Empecé escribiendo historias muy realistas, pero luego me empecé a interesar en autores como García Márquez. Algunos creían que yo leía mucho a Jorge Luis Borges, pero la verdad es que a él lo leí después. Y sí, este autor argentino fue una influencia para mí, tanto como lo es John Barth. Ellos me influenciaron y empecé a preguntarme si podría escribir historias como las suyas. Siento que no puedo decidir la forma en que irán mis historias apenas empiezo a escribirlas. Mi última novela fue la primera escrita en un estilo totalmente surrealista. Y fue complicado. Mira, pensemos en el último cuento de este libro, “La alcantarilla”, tienes a unos niños viviendo en las vías subterráneas. ¿Cómo llevar esa situación a una novela de 300 páginas? Mantener la premisa inicial ahí es algo muy complicado.
-Adictos, humildes meseros o extraños en una isla desierta. ¿Te atraen más los personajes lejanos del éxito social?
Ciertamente. Esto en parte porque me crie en un área donde no conocía escritores o gente exitosa. Muchos de mis amigos ni siquiera fueron a la universidad, terminaron haciendo trabajos temporales, cortando árboles o de obreros. Entonces, cuando empecé a escribir, a conocer escritores, a seguir clases de escritura con gente que sí pudo acudir a escuelas muy prestigiosas como Harvard, empiezas a sentir que tienes que explicarle cómo era la gente con la que viviste a las personas con las que te vinculas hoy. Creo que las personas exitosas no necesitan a nadie que las represente en la ficción.
-Lo vi en un video de YouTube escribiendo fuera del campus de la Universidad de Clemson. ¿La vida académica hace las cosas algo más fáciles para los escritores? ¿Se imagina creando en otras circunstancias o bajo distintas condiciones?
Sí, porque si tuviera otro trabajo nadie esperaría que escriba. Es decir, como parte de mi trabajo ellos esperan que escriba cosas como estas. Y eso es genial. Entonces uno tiene no solo tiempo, sino también un ambiente que te respalda (felicitaciones y dinero). Mira, cuando yo empecé no tenía nada. No conocía a escritores y había dejado la escuela. Así que sí me puedo imaginar escribiendo en otras circunstancias, porque lo hice durante mucho tiempo. Pero cuando tienes una familia debes pensar en cómo podrías vivir de esto. Porque si no podía convertir esto (mi gusto por escribir) en una carrera, tendría que haberme dedicado a algo más para vivir. Siempre me pregunto si hubiera podido terminar haciendo lo que hago si no hubiera regresado a la universidad. Y la verdad es que no lo sé.
-Estados Unidos es un país muy grande, con muchos escritores talentosos y reconocidos. ¿Cuáles dirías que son tus principales influencias y qué crees haber aprendido de ellos?
William Faulkner, quien además era el escritor favorito de Gabriel García Márquez. Cuando Gabo estuvo en Estados Unidos vivió en Chicago y tomaba el tren hasta Misisipi solo para visitar la casa de Faulkner y conocer desde dónde escribió sus libros, porque era muy fan suyo. William Faulkner es originario de Misisipi, tal como lo es mi familia, y tal vez por eso yo me siento tan relacionado a él. Él fue un autor que escribía ficción realista, pero lo hacía de una forma muy extraña. Eso me influenció, su lenguaje, sus personajes. También tengo otras influencias, no necesariamente de mi país. Están García Márquez, Virginia Wolf, y otros como J.D. Salinger, autor de “El guardián entre el centeno”, un libro que me marcó durante mi etapa de crecimiento.
– Son ya 16 años los que han pasado desde tu primera novela. ¿Sientes que hoy es más fácil o más difícil hacerse escritor en tu país?
Más complicado. Creo que la cuestión se ha tornado muy política allá. Todos esperan que llenes cierto tipo de rol. Si eres un escritor latino, esperan que escribas solo sobre esa experiencia. Creo que el mundo editorial en Nueva York se ha tornado muy ‘prescriptivo’. Pienso que las editoriales deberían pensar: ‘si este escritor tiene talento, dejémoslo que él nos diga cómo quiere contar historias’. Sin embargo, hoy las editoriales son las que dictan a los escritores cómo escribir sus historias. Ellos tienen a un grupo de lectores en mente, y además creen saber quiénes son los que leen y quiénes no. Por todo esto sí me parece que hoy es más difícil volverse escritor. Mira, este libro fue publicado originalmente por una editorial pequeña en EE.UU., y lo genial de Pesopluma y su trabajo en Perú es que están tratando de llenar una brecha, tal vez pensando ‘vamos a apostar por algo que otros no piensan publicar’.
-Pregunta típica para un profesor de escritura creativa. ¿Se aprende a escribir o uno nace con el talento y eso es suficiente?
Sí, es una pregunta que me suena familiar (risas). Creo que la gente debe tener algo de talento. No sé. Yo solía tocar el piano, me gustaba la música y me hubiera gustado ser un pianista profesional, pero eso simplemente no iba a pasar. No tenía el talento suficiente para serlo. Lo mismo con la escritura. Se trata de escuchar bien el lenguaje, no sé, escribir bien las escenas con diálogos, usar tu imaginación para que la gente pueda situarse. Me pasó una vez que tuve una estudiante a la que nunca le puse una A de nota. No era mala, pero tampoco le veía talento. Sin embargo, en la última clase me trajo una historia y yo pensé que era lo mejor que había leído (de mis estudiantes) en mi vida. No sé qué le pasó en el medio, pero pasó de casi nada a un nivel muy alto. Entonces, sí es posible hacerse un buen escritor en el camino: debes prestar mucha atención, leer mucho, esforzarte en mejorar tus debilidades, etc. Vaya que sí se puede.
-Me has mencionado más de una vez en esta entrevista a Gabriel García Márquez. ¿A qué edad lo leíste por primera vez?
Yo había dejado la escuela, estaba en mis veintes y me mudé a New Orleans. Ahí un amigo me dijo que debía leer “Cien años de soledad”.
-Empezó por el mejor de sus libros entonces…
Así es. Lo leí, pero la primera vez no me gustó mucho. Lo vi como una cosa loca. O sea, ¿de qué estaba hablando? Pero luego, ya a fines de mis veintes, leí “El amor en los tiempos del cólera”. Lo amé de inmediato. Entonces pensé: ‘tal vez se me pasó algo de “Cien años de soledad” al leerlo esa primera vez’. También he leído otros de sus libros, y un día decidí volver a leer “Cien años” y pensé. Ahí me di cuenta que ese es el mejor libro jamás escrito. Creo que, a veces, uno se vuelve mayor y entiende mejor ciertas cosas, o pasa también que hay ciertos libros que llegan en determinado momento de tu vida y te tocan.
-Si te enviaran a un lujar muy lejano y desconocido, ¿qué libro tuyo llevarías para presentarte como escritor?
Es muy difícil responder eso. Quizás “Llámalo como quieras” porque tiene cosas de todo lo que he escrito en algún momento de mi vida. Por otro lado, si tú eres de un determinado tipo de lector, “The Dart League King” podría gustarte mucho. Y mi última novela, “Travelers Rest” lo mismo. Creo que depende mucho de la personalidad de los lectores. Por eso te digo que “Llámalo como quieras” sería lo mejor, porque tiene de ambos.
-Si tuvieras que darle un consejo a un joven aspirante a escritor. ¿Qué le dirías?
Uf, hay tantas cosas que decirle. Tienes que estar dispuesto a aceptar las críticas. No a todos les gustará lo que escribes. Debes escuchar las críticas y tratar de aprender algo. No puedes simplemente cerrarte. Algo clave es la persistencia. Debes seguir y seguir intentando. No puedes dejar que nadie ni nada te detenga. Todo escritor tiene a personas a las que escucha, en las que confía, y sabe que al hacerlo mejorará mucho. Por otro lado, y esto es algo que le digo mucho a mis estudiantes, es que un escritor debe ser siempre escéptico. Algunos profesores buscan enseñarte cierto modo de escritura, porque tal vez a ellos les funcionó, pero que les haya servido a ellos no garantiza que pase lo mismo contigo. Tú debes conocer bien tu talento en particular y persistir. Así que, lo mejor sería un balance entre escuchar a otras personas, aprender de ellos, pero también sentirse seguro de ti mismo y de que tienes algo propio para decir.