Leímos «Algún día te mostraré el desierto», el nuevo libro de Renato Cisneros, y este es nuestro comentario

«Uno se sienta a escribir a solas sin saber ni imaginar las vidas que tocará. Quizá por eso las toca» (Página 156)

Como ya mencionó José Carlos Yrigoyen en su crítica de “Luces”, “Algún día te mostraré el desierto” (Alfaguara, 2019) recorre un camino opuesto a las dos últimas obras de su autor. Si en “La distancia que nos separa” y “Dejarás la tierraRenato Cisneros cuenta la historia de sus antepasados teniendo como base central a su papá, esta vez el foco está puesto sobre Julieta, su primogénita.

En ese intento, Cisneros lleva al lector por los entretelones de sus recuerdos personales y sentimentales a lo largo de las varias etapas de su vida: niño, adolescente, estudiante universitario, incipiente periodista, novel escritor, presentador de TV, y autor más conocido, de los que deben ir a ferias del libro y festivales en varios países del mundo.

En sus primeras páginas, “Algún día te mostraré el desierto” muestra cómo los padres de Julieta (Renato y Natalia)  se conocen. Un soltero sin grandes responsabilidades termina cautivado por una bella mujer con objetivos y sueños más concretos. (Primera diferencia de las varias que estos personajes evidenciarían con el paso de las páginas del libro). Tras algunas indecisiones y luego de que ella ponga los puntos sobre las íes, el romance se hace formal.

Aquí somos testigos de la consolidación del vínculo, de la posterior decisión de casarse y dejar el Perú para buscar un futuro en España. Ella, profesional de la salud, trabajará en un hospital. Él abandonará su natal Lima (“la ciudad de las ofertas de trabajo” y los amigos de siempre), en busca de la tranquilidad que le permita escribir casi a tiempo completo. El sueño dorado para cualquiera que se precie de escribir historias.

En el primer punto de quiebre de lo que parecía ser una historia de amor, felicidad y viajes por Europa, Natalia le propone a Renato ser padres y este acepta. Aquí es cuando los temores y las inseguridades empiezan a inundar la mente del autor de “Algún día te mostraré el desierto”.

En cada ecografía él se martiriza con la posibilidad de que su hija no nazca sana. Detesta la parquedad de la doctora durante los exámenes de rutina, pues espera mayores detalles y palabras esperanzadoras. Mira películas, lee notas científicas y se empapa de historias que parecen hundirlo en un mar de incertidumbres con respecto a la próxima etapa de su vida. Y es que, aunque por fuera luzca como alguien listo para ser papá, por dentro se siente “como un espantapájaros”, supremamente débil. Las dudas entonces van y vienen.

Aunque Renato cumple con acompañar a su esposa en gran parte del proceso previo al alumbramiento, sus obligaciones como escritor lo fuerzan a viajar solo, una decisión que aunque ella dice comprender, también parece llevar con pesar. El escritor vuelve a Madrid justo a tiempo para ver el nacimiento de su hija. Respira aliviado al descubrirla sana.  Ha encontrado su única misión en esta vida: proteger por siempre al ser humano que lleva entre brazos.

Algún día te mostraré el desierto” no es solo el testimonio de un futuro padre que se devela débil ante la inminente llegada de su hija. Es también la crónica de un desmoronamiento sentimental que termina por arrasar casi todo alrededor. Porque cuando el amor se rompe, como una vasija clásica que cae al suelo en casa de la abuela, incluso las costosas terapias de pareja podrían ser insuficientes para reconstruirlo.

 Si hablamos de géneros, creo que este texto puede ser incluido en lo que muchos denominan literatura testimonial, una vertiente que recientemente ha tenido grandes representantes con libros formidables. Se me ocurren Manuel Vilas con “Ordesa”, Marcos Giralt Torrente con “Tiempo de vida” y Sergio del Molino con “La hora violeta”.

Sobre la estructura, el lenguaje y otras características del texto, debo mencionar que cada uno de los diez capítulos en los que se agrupan estas 247 páginas están plagados de reflexiones, notas tipo diario, confesiones, piezas poéticas y referencias a algunas de las novelas que el autor ha leído a lo largo de los últimos años. Estamos, pues, ante una oportunidad inmejorable para descubrir que aquel conductor que nos habla sonriente desde la televisión por cable, o al que escuchamos algo ‘canchero’ en el noticiero de la radio, es tan humano y falible como cualquiera de nosotros.

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