La primera impresión que te deja Martín Felipe Castagnet (La Plata, 1986) es de cercanía. Aún no habíamos comenzado la entrevista y ya teníamos dos temas para ‘romper el hielo’. El primero, algo que notó el escritor argentino fue que el case de su smartphone era igual al mío. El segundo, Pedro Troglio, el legendario DT del Gimnasia y Esgrima de la Plata (club de fútbol del cual el autor es hincha), también dirigió a mi querido Universitario de Deportes.
Pero como el motivo de esta nota no es hablar sobre celulares ni sobre equipos, en cuestión de minutos pasamos a conversar sobre letras, campo que capturó a Castagnet desde muy chico. Sus ojos se iluminan cuando me cuenta sobre la biblioteca de la casa en que pasó su infancia. Me habla de Borges, a quien llama “el sol de la literatura moderna”. También me confiesa que con sus poco más de treinta años ha pasado por casi todas las ramas de la industria editorial.
“Solo me faltó ser librero, luego de eso hice de todo”, refiere sonriente. Efectivamente, Martín Felipe es escritor, editor y ha sido traductor. No me sorprende cuando me cuenta que su tesis de doctorado fue sobre la mítica Minotauro, editorial fundada en 1955 por Francisco “Paco” Porrúa y que con los años se convirtió en pieza clave del género fantástico en idioma castellano. Ah, también es representante argentino del último Bogotá 39. Un nutrido CV.
En esta ocasión, Castagnet volvió a Lima para presentar “Los mantras modernos”, segunda novela que le publica la independiente editorial Pesopluma (la primera de ellas fue “Los cuerpos del verano”). Esta nueva obra, la tecnología parece llevada a su máximo expresión, aunque los personajes (Masita, Rapo y demás) parecen mucho más terrenales de lo que el género podría concebir. Estamos además frente a una historia política, sobre desapariciones y nuevas concepciones del lenguaje. Un libro que merece la pena leer.
-¿Cómo así te logra contactar una editorial peruana e independiente como Pesopluma?
Llegué a Pesopluma por el método usual dentro del ambiente literario: la recomendación de uno a otro. Algunos podrían llamarlo ‘amiguismo’ pero no tiene nada de eso, pues una cosa es cómo circulan los nombres y otra muy distinta es que el editor se anime a publicarte. Ahí no hay ‘amiguismo’ que valga. Hubo varios colegas que hablaron bien de mi trabajo, como Margarita García Robayo, a quien le debo mucho. Entonces cuando son varios los que te recomiendan, pues el editor termina dándote una oportunidad. Por eso siempre digo que es muy bueno ‘vincularse’. Muchos autores inéditos se quejan porque no llegan a ser tenidos en cuenta, pero quizás envían mails masivos a editoriales, muy impersonales, sin intentar generar una relación con los editores. Creo que así como es bueno escribir, también es bueno relacionarse con editores.
-Que en Perú se hayan fijado en ti y para publicar una novela de ciencia ficción, teniendo en cuenta que el género no es tan masivo aquí como sí lo es el realista, es aún más llamativo…
Entre las dos familias que protagonizan “Los mantras modernos” los sucesos, si bien están mediados por la tecnología, pertenecen un poco más a la índole de lo fantástico. Así que creo que toda esa mezcla de factores hace que la CF cobre nueva vida. Ya no se trata de mandar cohetes al espacio o de imaginar qué pasa con los saltos cuánticos, sino de pensar en una CF que se fije más en el espacio interior que en el exterior, de una CF contaminada, mezclada, híbrida, y nosotros podemos verla en series de TV como “Black Mirror”. Hay una necesidad –que te matiza la tecnología– de discutir cuáles son los aparatos que median las relaciones entre las personas. Por ejemplo, esta entrevista que el lector va a leer siempre estará mediada por el grabador utilizado. La CF presta atención a esos aparatos. O sea, qué pasaría si ese grabador además de grabar pudiera pensar o contaminar lo que decimos y agregarle cosas nuevas.
-Es lo que intentaste hacer con tu primera novela, “Los cuerpos del verano”, al hablar de intervenir la Internet.
Es cierto. Y ese tipo de intervención yo la pensé en relación a la muerte. Pensé en una relación lógica: hoy la gente vive en Internet, entonces, eventualmente va a morir ahí. Ahí imagino una fantasía en la cual la gente no solo utiliza esta herramienta sino que además está inmersa en ella. Parte de la idea y sensación de que la muerte cada vez se va acercando más a las redes. Y eso creo que quedó demostrado con que hoy Facebook se haya transformado en una página de avisos necrológicos. Abundan los mensajes tipo “querido abuelo, te extraño”. En algunos casos sucede la magia de que muchos le siguen escribiendo a una persona (muerta) a modo de homenaje. Y otros, tal vez no enterados, ven los saludos y –como no están enterados– también le escriben al muerto y le ponen cosas como “espero que nos veamos pronto” [risas].
-Aunque las influencias pueden ser muchas (y tú me has mencionado por ejemplo a “Black Mirror”), también uno decide finalmente qué ver y qué no. Alberto Fuguet dijo en una columna de La Tercera que no vio ninguna de las películas del universo Marvel, lo cual le restaba chances de dialogar con mucha gente que sí ha visto alguna de esas películas. ¿Cómo eliges tú qué productos (o historias) consumir y cuáles no?
Bueno, yo vi las 22 películas de Marvel, incluso la segunda de Thor que es bastante mala [risas]. Me parece especialmente interesante el ejemplo porque, como dice Fuguet, estas cosas se convierten en una especie de generadores de discursos. La idea de que ellos, además de escribir sus textos (para las películas), también generan algo tan grande que motivan a otros a escribir sobre sus obras. Eso es generar un discurso. Creo que el éxito de Marvel radica en que pudo introducir al espectador en ese universo. Nosotros ya no vivimos en ‘nuestro’ universo sino en el de Marvel. De esta manera, si alguien no ha visto las películas quizás no pueda socializar con sus compañeros.
Volviendo a tu pregunta sobre qué cosas me interesan y qué otras no, justo he recordado la frase de Marcelo Cohen “ser digno es interesarse por las cosas”. Para mí es muy difícil decir ‘de esta agua no he de beber’. A ver, no me interesa escribir novelas con una gran rigurosidad científica, donde importe si algo es verosímil o no respecto a las leyes de nuestra realidad. Soy un amante de la ciencia y la rigurosidad científica, pero en un libro de fantasía e imaginación debes soltarte, dejarte llevar, no pensar tanto en si algo es imposible o no. Tampoco me interesan las historias de separación en las que un chico en crisis de pareja se separa luego de muchas decepciones. Por eso en “Los mantras modernos” empiezo cuando todo eso ya sucedió. Sí me interesa qué pasa después de la separación, por ejemplo, con la familia política, con nuestras ex novias, etc.
-Entrevisté a varios autores peruanos de ciencia ficción y me mencionaron a Jorge Luis Borges como su gran referente. ¿Te pasa lo mismo o hay otros autores que fueron centrales para ti?
Borges es el sol de la literatura moderna. Es la referencia central de la cual parten las demás. A veces incluso decir ‘a esto no llega Borges’ es una forma de pensar en él. Yo me siento muy influenciado por su obra. Nací dos semanas antes de su muerte, así que de alguna manera soy su contemporáneo [risas] Él era un escritor de CF, más específicamente de ficción especulativa, o sea, este género que incluye la CF pero no está limitado a ella. Él escribía cuentos de CF pero borraba las máquinas. Por ejemplo “La biblioteca de Babel” es un cuento especulativo: se pregunta qué pasaría si existiera esta biblioteca infinita. Y lo mismo pasa con varios de sus otros cuentos, simplemente que él borronea todo signo de la máquina. Y él no describió su presente sino el futuro. Y lo hizo sin conocer la Internet o Wikipedia. Es imposible no sentirnos influidos por Borges cuando él describió nuestro mundo antes de conocerlo.
-¿Y el mundo que creaste en “Los mantras modernos” te lo imaginas a futuro?
Creo que todos los futuros son posibles. El futuro es algo tan rico, tan peligroso y tan inesperado que cabe imaginarlos todos. Uno nunca sabe qué es lo que puede pasar. Y lo digo pensando en la historia de nuestro planeta. Nosotros ya hemos llegado a los confines de la galaxia a través de aparatitos impulsados por la energía que nosotros mismos logramos dominar. Sabemos cómo es la vida, la muerte, cómo son los planetas. Y bien puede ser que de la noche a la mañana caiga un meteorito. Ya pasó y por qué no imaginarlo de nuevo. Por supuesto que el futuro que yo imagino es uno no mediado por una metáfora viva, literalizada, que yo volví real, que es la idea de desaparecer. Es difícil que la gente en un futuro desaparezca, pero tampoco puede descartarse.
-Más allá del género en el que se pueda encasillar tu libro, tus personajes son bastante ‘terrenales’, como por ejemplo con el ‘Masita’. ¿Cuánto de tu mundo y de tu vida diaria hay en “Los mantras modernos”?
Me gusta esa definición de personajes terrenales porque me parece que el cable a tierra que debe tener una novela de CF o del género fantástico es precisamente ese. ¿De qué manera podemos empatizar con una historia en la que todo es posible? Pues a través de los personajes. Por eso para mí es fundamental que estos sean terrenales, llenos de defectos como nosotros, o que en algún momento digan cosas que nos parecen detestables. Y sobre lo otro, intento que (la historia) sea lo más cercano a mi vida pero no que imite particularidades tan específicas de mi biografía. Por ejemplo, los hago muy hinchas de un equipo tan patético o perdedor como el mío, pero no necesariamente del mío.
-Hablando de identidades, ¿por qué elegiste poner más apelativos que nombres para los personajes de tu novela?
Creo que a partir de la Internet somos más conscientes de que podemos crear nuestra propia identidad a cada momento. Esto a partir de los nombres que nos ponemos como ‘usuarios’. Antes solo tenías un documento de identidad, pero hoy tenemos muchos. Digitales, informales, y todos nos constituyen como nosotros somos. Entonces, si nos ponemos ‘Coco’, nos van a terminar llamando así. En “Los mantras…” no está esa presencia de Internet como creación de identidad, como sí está en “Los cuerpos…”, pero me parece que sigue la misma lógica de construir la identidad de los personajes de una forma viva y que yo creo que al lector le permite llegar a uno de diferente manera. Si suponemos que alguien se llama Juan de Los Palotes, pues estamos ante un nombre y un apellido que brinda una especificidad que a mí no me interesa. Prefiero personajes algo más cercanos al lector. Y es un desafío, porque necesitas apelativos que el lector pueda recordar. No algo que uno haya escuchado mil veces en la calle, pero sí que lo haga sentir como si fuera cualquier amigo de nosotros. O sea, una mezcla rara entre algo memorable y común. Creo que el apelativo llega más cercano a esa sensación entre lo extraño y lo común que los nombres de pila que nos permite poner el registro (civil). Por último, ¡en Argentina tenemos una gran tradición de poner muy buenos apodos!
-¿En qué momento te diste cuenta de que querías estar en el mundo de los libros para siempre?
No recuerdo una época de mi vida en la que no haya tenido libros alrededor. Nací en una casa con biblioteca. Para mis amigos la biblioteca era un mueble donde se guardan libros, pero en mi caso era más bien un ambiente lleno de libros. Y apenas pude trasladé mi cama a ese lugar. Desde que tengo memoria siempre estuve al lado de libros. Incluso cuando no sabía leer llegaba a ellos de otra manera, por las imágenes. No es que haya dicho alguna vez ‘voy a dedicarme a los libros’, porque realmente siempre estuve en ese ambiente. Lo que sí decidí fue ‘dado que ya me dedico a los libros, pues debo encontrar la manera de que estos me paguen el pan de cada día’ [risas].