David Jiménez: “La prensa tradicional perdió el monopolio sobre la agenda informativa”

¿Cómo se explica que un libro que no tuvo cobertura en los periódicos más importantes de España haya vendido más de 40 mil ejemplares? ¿Cuál es la razón por la que una historia sobre la prensa de nuestros días logra dar el salto a la televisión? Se pueden ensayar varias respuestas, sin embargo, lo primero que debe destacarse de “El director” (Libros del K.O., 2019) es la naturalidad que exhibe en cada uno de sus capítulos.

Luego de dos décadas cubriendo guerras y estallidos sociales, David Jiménez dejó de ser corresponsal de “El Mundo” para convertirse en su director. El periódico fundado por Pedro J. Ramírez en 1989 fue junto a “El País” uno de los referentes de la prensa hispana, pero como ha pasado con grandes ‘buques’ de la industria, entró en una profunda crisis.

La disminución de venta de ejemplares impresos y el surgimiento y consolidación de los medios digitales cambiaron el panorama informativo. Pero ese no fue el único escenario que Jiménez debió encarar cuando lo invitaron a tomar las riendas de “El Mundo”. Paradójicamente fue en ‘casa’ donde este experimentado reportero de guerra estaría expuesto a un fuego enemigo tan peligroso que terminaría costándole el puesto apenas un año después de asumir funciones.

Aunque puede ser visto como un libro de cabecera para estudiantes de periodismo, “El director” presenta una serie de elementos que lo convierten en una historia de suspenso accesible para todo público. En él veremos no solo las anécdotas del Jiménez practicante y luego corresponsal, sino una trepidante narración sobre cómo un idealista se enfrenta a los embates del poder político y empresarial. Ambos frentes –a su manera—arrecian en España (y en Perú) con la misma fuerza.

Esta entrevista a David Jiménez se realizó días después del debate de aspirantes a la presidencia del gobierno español, contienda que finalmente terminaría llevándose el socialista Pedro Sánchez, aunque sin lograr la ansiada mayoría y teniendo como elemento añadido la consolidación de la controversial opción de ultraderecha VOX.

-Pensemos en el debate para la presidencia del gobierno español. ¿Son los partidos políticos de cuatro de los cinco competidores los responsables del surgimiento de alternativas como VOX?

Totalmente. Hay una desafección hacia el sistema, hacia los partidos tradicionales, que no han sabido responder –sobre todo a raíz de la crisis del 2008—a los problemas de la gente. Y en España además surgen partidos nuevos que terminan convirtiéndose en lo mismo que los viejos. Están más preocupados en colocar a su gente en puestos, miran solo el interés personal, están muy despegados de las preocupaciones de la gente de a pie. Y ahí se abre una oportunidad para populismos como el de Donald Trump, Boris Johnson o Santiago Abascal, los cuales con mensajes muy simples dicen ‘esto tiene una solución fácil’, o que identifican a los culpables (de los problemas) buscando revolver los peores instintos de la naturaleza humana. Dicen: “mira, la culpa es de los extranjeros, de los gays, de los diferentes”. Eso en cierto público pues puede calar. Y es muy preocupante porque al final no todos los sistemas están preparados para soportar el desafío que suponen estos nuevos autoritarismos. Yo sí creo que el sistema británico, con una democracia tan antigua, lo resistirá. ¿Pero España? No sé, es más difícil.

-En ese contexto, ¿qué papel debe tener la prensa en España?

La prensa en España ha buscado la comodidad de la trinchera, de escoger un bando. En lugar de abrirse al debate, a las ideas, a la tolerancia y ser un oasis donde argumentar con hechos y razones, pues muchas veces se ha convertido en promotora de los populismos. Y hay que tener en cuenta que en este país la prensa ha sufrido una crisis enorme a lo largo de la última década. Las plantillas de las redacciones se han reducido a la mitad. Lo sueldos igual. Se trabaja en condiciones precarias. Reporteros freelance que se van a cubrir guerras cobran 50 euros por una nota. Y en mitad de toda esa crisis económica se ha sumado una crisis moral del periodismo, con medios vendidos a intereses económicos y políticos. Claro, ¿cómo una prensa que en vez de ponerse del lado de la gente y que está más bien defendiendo los intereses del establishment va a tener una voz autorizada para hacerle frente a los autoritarismos y a los populismos? No tenemos la autoridad moral para hacerlo. Y eso es grave.

David Jiménez, autor del libro «El director».

-¿Pierde uno consciencia de lo que pasa en su país de origen un periodista que es corresponsal en el exterior durante tantos años?

Yo creo que es al revés. La distancia y ver a tu país desde otra perspectiva, desde afuera, muchas veces te ayuda a entender muchas cosas. Por supuesto que pierdes el ‘día a día’, pero ganas en poder comparar el sistema de tu país con el de otros, en que puedes mirar de una forma más independiente, distante y fría lo que va bien y lo que va mal. Al final todos los países tienen problemas, lo que pasa es que a uno le duelen más los del suyo. Y España para mí es una gran oportunidad perdida en muchos aspectos. Creo que podríamos ser un país mucho mejor si no estuviéramos siempre metidos en trincheras, divididos siempre en dos bandos, y en manos de un establishment egoísta en cuanto a sus intereses.

-Hablemos de los periódicos. ¿Termina siendo un ‘mal menor’ que estos sean propiedad de una familia en vez de un conglomerado financiero?

Bueno, ambos están sujetos a intereses. Pero todo depende de qué familia o de qué conglomerado. No es lo mismo estar en manos de la familia que dirige el “New York Times” — que tiene un concepto claro de lo que es la marca del periódico y una larga tradición de respeto a la libertad de prensa, lo cual además va pasando de generación en generación — a estar en manos de una familia que solo utiliza el medio de comunicación para satisfacer sus intereses comerciales o políticos. Y en el caso de los conglomerados, en España tenemos el ejemplo de Prisa (“El País”). Algunos de sus propietarios son el Banco Santander, Telefónica, HSBC, fondos de inversión, etc. Yo sí creo que la propiedad de los medios no puede estar en manos de quienes tienen intereses opuestos a los del periodismo. Mira, yo no tengo nada en contra de que los medios quieran ser rentables y ganar dinero. Pero si te metes en un negocio periodístico tienes que hacerlo sabiendo que incluso los medios privados están obligados a dar un servicio al público. Y que ese interés está por encima de los económicos.

En Lima puedes encontrar «El director» en librerías.

-¿Los directores de los medios españoles son conscientes de que trabajan en una industria que podría bien estar muerta o al borde de la muerte?

Creo que ahora lo saben pero pretenden hacer parecer que el papel sigue siendo relevante, porque en sus círculos de poder es muy importante mantener la influencia que durante mucho tiempo les ha otorgado este, ya sea para recibir publicidad, para llegar a acuerdos de los que hablo en mi libro, o para que los políticos les sigan teniendo en cuenta en las decisiones que toman. Entonces estamos ante una especie de actuación teatral en la cual los directores de los periódicos siguen haciendo como si el papel tuviera importancia. Fíjate en los datos. “El País” llegó a vender en algún momento 450 mil ejemplares (diarios) en España y hoy está por debajo de 100 mil. “El Mundo” 330 mil llegó a vender y ahora estará tal vez en 60 mil. Creo que (los periódicos) son cada vez más irrelevantes. Los españoles no se despiertan por la mañana pensando qué ha publicado “El País” o “El Mundo”. A la mayoría les es indiferente. La información se ha fragmentado y la gente la recibe a través de redes sociales, de correos, etc. Fíjate lo que ha ocurrido con mi libro: muchos de los medios tradicionales de España lo han ignorado. Y a pesar de eso se convirtió en un bestseller. Eso hace veinte años hubiera sido impensado. Tú necesitabas a los medios tradicionales para dar a conocer tu obra y hoy en cambio han dejado de ser indispensables. Es más, el hecho de que censuraran mi libro hizo que más gente se pregunte por qué no hablan de él. Y así se despertó la curiosidad. Creo que la prensa tradicional ha perdido el monopolio que tenía sobre la agenda informativa. Y por mucho que pretendan hacernos creer lo contrario, la realidad diaria nos lo confirma.

-¿Cree que los más de 40 mil lectores que han comprado su libro lo hicieron para descubrir lo que hay detrás de la prensa o para confirmar suposiciones?

Creo que la gente tenía hambre de saber qué ocurre con la información que lee antes de que le llegue. Cómo funciona por dentro el mundo del periodismo, qué intereses hay para que las coberturas sean de tal o cual forma. Y esto, contado por alguien que fue director de “El Mundo”, tenía un valor extra. O sea, no te lo cuenta cualquiera sino alguien que lo vivió en primera persona. Y no ha sido mi intención desprestigiar a la prensa, simplemente quise contar la realidad de cómo esta funciona por dentro, mencionar qué cosas van mal y que deberíamos hacer mejor. Romper la ley del silencio que ha existido y que impedía los periodistas hablar de lo que va mal en el oficio.

-¿Somos los periodistas muy reticentes a ahondar en lo nuestro?

Así es. Si “El director” no fuera un libro sobre la prensa sino uno de un exbanquero hablando sobre los problemas de la banca, los periodistas estarían aplaudiendo, haciendo grandes reseñas y diciendo ¡qué valiente! Pero como es un libro sobre la prensa, la corrupción de esta, sobre sus lados oscuros, pues prefieren el silencio o la crítica.

-Algunos creen que en toda buena historia siempre se requiere la presencia de un villano. ¿Es difícil imaginarse un libro como “El director” sin la presencia de El Cardenal?

El Cardenal y los demás personajes de mi libro en realidad están presentes en casi todos los medios de comunicación. Algo que me ha pasado a raíz de mi libro es que me llaman de “El País” o de “ABC” y me dicen “oye, aquí tenemos personajes muy parecidos”. Yo creo que El Cardenal es muy representativo de directivos de medios de comunicación que no son periodistas, no entienden el periodismo y se han convertido en los aliados de quienes quieren obstaculizarlo. Uno esperaría de un gran directivo de medios que protegiera su redacción, que invierta en sus periodistas, que cuando el poder amenaza a esos reporteros se ponga adelante y diga “yo voy a defender su integridad y su trabajo”. Y en cambio en España hemos tenido directivos de medios que han hecho justamente lo contrario. Y esa es una denuncia muy presente en el libro porque la viví en primera persona.

-¿Considera extinto este tipo de director que en su momento fueron Pedro J. Ramírez o Juan Luis Cebrián en “El Mundo” y “El País” respectivamente?

En mi libro a ellos les llamo ministro-periodistas, porque son mitad periodistas y mitad políticos. Nunca se conformaron con hacer periodismo. Querían influir en las decisiones del gobierno, quitar y poner a políticos, marcar agenda, decidir de qué se hablaba o no en el país. Vienen todos de la época de la transición, después de la caída de la dictadura. Y llegaron a la democracia con algunos vicios de épocas pasadas. Algunos hicieron buenas contribuciones pero poco a poco se fueron desviando del camino y se malograron en los despachos del poder. Yo creo que si se hubieran conformado con ser solo buenos periodistas habrían hecho un mejor servicio a la verdad y a la libertad de prensa en España.

-Al ser nombrado director de “El Mundo” usted termina forzado a convertirse en una especie de experto en temas digitales, porque era ese formato el que empezó a sobresalir. Sin embargo, así como eso es innegable, también lo es que mucha más gente busca virales que grandes reportajes de investigación. ¿Cómo decidir si invertir más recursos en la web de un medio si el público parece más interesado en lo light?

No pensemos que esto es algo nuevo. ¿Cuáles son los diarios que han tenido mayor tiraje en todos los países? ¡Los populares! La crónica roja, la farándula. Eso siempre le ha interesado a más gente. Los (otros) periódicos siempre fueron destinados a una élite intelectual, con otros intereses. Hay que aceptar que lo viral estará ahí y va a interesar a un público más masivo. Y aun así lo que no podemos hacer es adaptar nuestro periodismo a ese gusto. Lo que debemos hacer es intentar atraer al mayor número de gente a un periodismo serio, relevante, que cuenta cosas con impacto en la vida diaria de los ciudadanos. Yo creo que tenemos que ir no tanto a la cantidad sino a la calidad de los lectores. Porque son esos los que finalmente van a estar dispuestos a pagar por un periodismo que consideren trascendente, importante y relevante. Y no pasa nada si no somos los más leídos del país. ¡Nunca lo fuimos! En el Reino Unido lo más leído siempre fue “The Sun” y no “The Guardian”. En España la revista “¡Hola!” siempre vendió más que cualquier otro periódico. Lo mismo en Perú y en cualquier otro sitio.

-A propósito de la figura de Tomás Roncero (polémico panelista del programa deportivo “El Chiringuito de Jugones”) que usted menciona en su libro, pienso en ese dilema que a veces se nos presenta sobre si elegir en crecer lentamente en el periodismo o si dar el salto a través de la figuración. Porque finalmente uno tiene que pagar cuentas, uno quiere comprarse un auto. ¿Cuál es el camino adecuado?

Uno tiene que preguntarse por qué se metió al periodismo. Esta es una profesión muy vocacional. Yo me metí pensando en que estaba ante una profesión que servía para mejorar las cosas. Por supuesto que el camino es mucho más fácil si cambias el periodismo y lo conviertes en espectáculo. Pero entonces estarás haciendo otra cosa. Mira, si te metiste en el periodismo para ser rico, famoso, o tener seguidores en redes, pues te metiste por las razones equivocadas. Rosa María Calaf, una veterana y admirada corresponsal de la Televisión Española, dice algo muy cierto: la gente hoy no está siendo informada sino entretenida. Y son profesiones completamente distintas. Entonces, si tú tienes verdadera vocación, el camino de hacer un periodismo serio, riguroso, relevante y de servicio público, es más largo y probablemente te va a suponer menos dinero y menos fama. El otro camino, lanzarte al espectáculo, ponerte a gritar con otros en una tertulia, seguramente te dará fama y dinero, pero ahí estarás renunciando a la esencia del periodismo y a la razón por la que algunos entramos en esto. Es una decisión personal. Las dos me parecen  legítimas, pero lo único que yo pido es que al que está haciendo espectáculo no lo llamen periodista. Porque no lo es.

(A la izquierda y sin lentes Tomás Roncero, panelista de «El Chiringuito de Jugones»)

-Después de todo lo que usted ha contado en “El director” y teniendo en cuenta la forma en cómo dejó el periódico, ¿se imagina un futuro regresando a esta industria o para usted es una etapa ya cerrada?

Creo que  cualquier persona que haya leído “El director” entenderá que los despachos no están hechos para mí. No soy una persona de oficina, de intrigas, de politiqueo. Al final solo fue un año director de “El Mundo” pero durante más de veinte fui reportero. Ahora estoy en una etapa de mi vida en la que el éxito que ha tenido mi libro me permite elegir entre otros proyectos de futuros libros. Se hará una serie sobre este texto en la que seré coproductor ejecutivo. Estoy preparando un programa de entrevistas para una plataforma muy conocida de Podcast. Han surgido nuevas oportunidades que están más relacionadas con el nuevo que con el viejo mundo de la prensa tradicional. Me apetece más dar ese paso. Y también seguir contando historias, que es fundamentalmente lo que me gusta. Siempre tratando de que sean relevantes, tengan un impacto y sirvan para algo. Pero no me veo en el día a día ni yendo a cubrir guerras –como hice durante muchos años—ni gestionando una redacción, algo que quedó en evidencia no hago demasiado bien.

-Ni salvando cabezas ni cortándolas…

En una parte de mi libro digo que siempre he considerado el éxito personal a estar en una situación en la que nadie te manda y tú no mandas a nadie. Y tengo el privilegio de estar en esa situación. De tener absoluta libertad para hacer y trabajar con la gente que me apetece en los proyectos que yo deseo, y muy lejos de personas tóxicas o mediocres.

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