Francisco Ángeles: “La política de ruptura es absolutamente erótica”

Llegado el mes de diciembre las secciones de cultura de los principales diarios del país debaten cuáles fueron los mejores libros publicados en los diversos géneros literarios a lo largo del año. Todo indica que –salvo algún tipo de anteojera intelectual o encono personal—hay una que se ubicará en la cima del podio si es que de novelas hablamos. Se trata de “Adiós a la revolución”, novela del escritor Francisco Ángeles (Lima, 1977) publicada por Literatura Random House.

El argumento de esta historia es el siguiente: un profesor peruano que trabaja en una universidad estadounidense (Emilio) se enamora de una bella estudiante americana (Sophia). Lejos de la indiferencia, y aunque él está casado, ella le corresponde y se inicia un agitado romance que deviene tiempo después en el divorcio del primero. Esta nueva relación, sin embargo, no logra tener éxito.

Cuando todo parece terminado, Emilio –intelectual de carpeta y dotado con un verbo muy florido en lo político– descubre que su exalumna está detenida en México junto a guerrilleros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Entonces decide viajar en búsqueda de Sophia y es en Chiapas donde, para cumplir su cometido, interactúa con personajes peculiares al extremo, o sea, únicos.

La capacidad de Ángeles –reconocida casi por consenso cuando publicó “Austin, Texas 1979” cinco años atrás—queda nuevamente en evidencia al entregarnos un relato en el que la pulsión sexual y las ideas políticas bullen como agua hirviendo. La novela, a estas alturas, permite entender por qué Penguin Random House incluyó a este hábil escritor en el Mapa de las Lenguas 2020 junto a nombres como los de Pilar Quintana, Rodrigo Hasbún, Nona Fernández, entre otros.

-¿Crees que hay muchas cosas en común entre “Adiós y la revolución” y tus libros anteriores?

Creo que esta novela tiene varios temas en común con mis dos libros anteriores. La separación, la relación de infidelidad, el gusto por la reflexión y la lectura, la pasión erótica, y también los momentos propios de una crisis. Son temáticas que, efectivamente, me acompañan como escritor, aunque espero sean solo parte de una etapa, tal vez una que abarque mis últimos tres libros. Espero que los próximos no vayan por ahí. Digamos que ese es el plan, sin embargo, a veces uno tiene cosas que le llaman más la atención que otras y puede terminar volviendo a ciertos temas. Considero que sí se pueden repetir los temas pero jamás el argumento.

-Arrancas el libro con la frase “Toda revolución política es en el fondo una revolución sexual”. Hay un gancho contundente desde el comienzo. ¿Cuánto te importa el inicio de una historia?

Me importa todo, y creo que eso es algo que en general ha cambiado bastante. Hace diez años se repetía mucho que “la novela puede tener ‘ripio’ y el cuento no”, pero hoy ya no es así. De hecho, cuando leo, el inicio tiene que marcarme. Y no me refiero a las dos primeras líneas (aunque ojalá que sí, claro), pero me gusta encontrar un gancho (no necesariamente a lo Juan Rulfo y su “diles por favor que no me maten”), como una voz que te permita darte cuenta que detrás hay una persona con una mirada del mundo, con una sensibilidad o con algo que decir.

-Pero da la casualidad la frase con la que inicias tu novela tiene dos palabras que impregnan casi todo el argumento: política y sexualidad. En parte adelantas lo que se viene…

Es cierto, aunque no lo había planificado así. Salió natural y me parece bien que lo hayas notado. El plan era que en la novela estuvieran ambos temas muy entrelazados el uno con el otro: la parte política y la parte erótica siempre muy ligados. Porque, definitivamente, hay cierto erotismo en la política, en el hecho de ser militante y pelear por algo en lo que crees. Y también al revés, porque sí es posible pensar en el erotismo políticamente, como se está haciendo ahora cada vez más. Me interesaba juntar ambos temas y además sumarle otras cosas alrededor: las revoluciones, el zapatismo, el viaje a México, la aventura clandestina con una chica y la pasión por las ideas.

-Latinoamérica es un territorio muy de guerrillas que funcionaron mayormente en el siglo pasado. ¿Qué te hizo elegir al Ejército Zapatista de Liberación Nacional por encima de las otras?

Que es muy diferente a las demás. La primera y más grande diferencia: no querían tomar el poder. Fidel Castro sí, lo mismo Sendero Luminoso, como casi todas las guerrillas, pero el zapatismo no. Ellos no querían a Marcos de presidente. Peleaban por tener cierta autonomía en su propio territorio, al margen del Estado mexicano, claro. Esa era una gran diferencia que para mí fue muy relevante porque mis primeros meses/años en Estados Unidos estuvieron muy marcados por la aparición de Occupy Wall Street. Cuando recién llegué justo había pasado el 15-M en Madrid y luego ocurrieron una serie de manifestaciones en el mismo sentido alrededor del mundo. Se proponía una política nueva desde abajo, desde la gente, o sea, que no sea el presidente ni el ministro el que cambie las cosas sino la gente. Era el año 2011 y habíamos (sí, me incluyo) personas que pensábamos que se podían cambiar cosas desde abajo. Así llegué al zapatismo leyendo, interesándome en eso porque vi que había un antecedente. O sea, yo no investigué sobre el zapatismo para esta novela, lo hice por un interés personal y si bien esto terminó en un libro, ese nunca fue el plan original.

-En este grupo está el subcomandante Marcos, un líder bastante peculiar, ligado a intereses inclusive literarios…

Sí, tiene muchos textos de ficción. Pero yo creo que él diría que no es líder, o sea, él ya no existe hoy como subcomandante Marcos. Se le veía como el portavoz o vocero del movimiento, pero se supone que no tenía ningún liderazgo. Era muy diferente a los otros líderes guerrilleros. Es verdad que muchas veces estos son intelectuales (han escrito Lenin, Trotsky, es más, el mismo Abimael Guzmán fue profesor de filosofía) pero la diferencia es que muchos de estos estaban muy pegados al lema repetido: “estamos contra el imperialismo”, no sé, con una retórica algo antigua. Pero Marcos no, él era otra cosa. Un escritor, un tipo culto, inteligente, con voz, sentido del humor y estilo. O sea, más que escritor es también político y varias cosas a la vez. O sea, no se parecía nada al promedio de los revolucionarios latinoamericanos.

Francisco Ángeles hablando sobre «Adiós a la revolución», su más reciente novela.

-¿Cómo definirías el papel académico de Emilio en Estados Unidos? ¿Hay algún nexo aquí con tu propia vida académica allá?

Básicamente (el nexo) es que se trata de un profesor peruano en Estados Unidos, como lo soy yo, pero nada más. Para mí Emilio tiene cosas de varios grupos de personas que he conocido. Incluso en algunos puntos ni siquiera estamos tan de acuerdo. Con él hice una especie de parodia de ciertas ideas atribuidas al intelectual. Y no me refiero a cinco u ocho personas, sino a un tipo muy radical de izquierda que en la vida diaria no tiene coherencia con lo que hace. Él piensa así. En una parte del libro se discute esa idea de ‘si yo propongo un genial modelo revolucionario teórico, ese es mi aporte al mundo’, sin necesidad de vivir calato debajo de un puente. La otra forma de ver las cosas es vivir de acuerdo a lo que proclamas. O sea, si tienes plata, pues la regalas. Emilio es del primer tipo, y creo que su caída, crisis o derrumbe –tras su etapa de furor sexual—tiene que ver con esa crisis que le viene al darse cuenta de que el poder de las ideas en realidad no tiene sentido.

-El libro pasa fácilmente de momentos muy logrados en los que Emilio le da un discurso político bien sustentado a Sophia a otros en el que le dice “te la quiero arrimar”. ¿Hablamos aquí de lenguaje o de estilo narrativo?

Hay una energía, no sé si tiene que ver con el lenguaje exactamente, pero sí con el estilo con el que se van mezclando ambas cosas. Mira, la energía revolucionaria (aunque sea de escritorio, que es la que Emilio tiene) te puede llevar a estar muy enfervorizado y apasionado. Y lo sexual me parece lo mismo. Uno puede tener una pulsión natural humana de transformar, de hacer algo nuevo, y entre eso y el sexo para mí es casi lo mismo. Entonces me parece natural que en un momento defienda la revolución y luego de un rato hable de ponerla contra la pared. No lo veo contradictorio porque la política, por lo menos la de ruptura, es absolutamente erótica, es transformar y cambiar algo.

-Cuando me hablaste del ciclo de novelas que querías cerrar con “Adiós a la revolución” mencionaste varios factores, entre ellos el del erotismo. Evidentemente uno nunca llega a dominar por completo nada. ¿Cómo un escritor se mide para no pasar de lo erótico a lo porno?

Eso es algo curioso: ¿lo porno está en la mirada o en el hecho mismo? No lo sé. Creo que en este caso lo porno queda descartado porque hay una preparación larga, o sea, de hecho hasta que llega el primer encuentro sexual pleno (entre Emilio y Sophia) pasa bastante rato. Bastantes acercamientos y juegos, no sé. Pero sí sentí que cuando llegara la escena pues había que darle con todo, y me refiero al lenguaje, al estilo, a la historia en sí. Tenía que ser algo completo porque la historia lo requería.

-Ya en Chiapas (México) Emilio se encuentra con una serie de personajes secundarios bastante peculiares. Salvo Licho Best, ninguno resulta ser lo suficientemente alto como para quitarles luz a los protagonistas. ¿Coincides?

Yo había percibido que en mis libros anteriores el territorio no había sido algo tan relevante. En “Plagio” hablo de Lima pero no es tan relevante. En “Austin, Texas 1979”, tampoco. Quise, por primera vez, marcar un territorio literario fuerte y para eso elegí San Cristóbal de las Casas. Y me pareció que para todo esto debían existir personajes con características muy especiales. Además en lo personal, habiendo viajado una vez a Chiapas, siento que ese es un territorio curioso, un poco desbordado, con bastante turismo pero también con la onda guerrillera muy palpable. Y con un alto porcentaje de indígenas que inclusive no hablan español. Así que me parece un territorio distinto a las ciudades convencionales como Lima o cualquier otra capital latinoamericana. Entonces consideré que lo natural era poner personajes que tuvieran características muy propias como El Noventero, Licho Best, y los demás. Me pareció además coherente con el ‘viaje interior’ de Emilio, que en la búsqueda a través de esto oscuro que había ocurrido se encuentra con ‘guías’ de mucha personalidad y carácter.

-Me dijiste que la novela te tomó poco tiempo porque escribes relativamente rápido. ¿Por qué si escribes rápido en tres años no publicaste nada más? ¿Te cuesta mucho encontrar la idea inicial?

Es que cuando decido ponerme a escribir tengo casi toda la historia clara: personajes, qué va a ocurrir y cómo termina. Sí, es cierto, escribo rápido pero no puedo (solo) escribir siempre. Esta es una novela relativamente larga que escribí en seis meses de trabajo, pero esto no significa que cada seis meses pueda hacer una novela nueva.

-Tampoco es que tengas apuro, ¿no?

Para nada. Hace rato que no puedo ser un ‘escritor joven’. Así que me da igual.

-Uno te imagina establecido completamente en Estados Unidos. ¿No hay posibilidad de regresar a vivir en Lima?

Sí, de hecho me encantaría, pero tampoco quiero venir ‘a la guerra’, o sea, a ver qué cosa hago con mi vida. Tengo claro que voy a volver, pero no sé el plazo para hacerlo. Si diez o quince años, pero en algún momento sí regresaré.

-Finalmente, ¿cómo tomabas las críticas hace diez años y cómo las tomas hoy?

En el pasado me daba una vuelta a la manzana antes de leer una reseña sobre un libro mío [risas], porque me ponía muy nervioso. Hoy una crítica positiva por supuesto que me alegra, pero ya no es tan importante como antes.

-Pero hay mala leche…

 Sí, pero también hay buena leche. La cosa es creerles y sospechar de todos en parte. Es como un paquete. Aunque creo que en general me han tratado muy bien con las críticas.

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