Jorge Eslava no ha publicado dos libros iguales, pero todos tienen la misma huella indeleble. En las páginas de estas publicaciones se esconden no solo buenas historias y agudas reflexiones, sino principalmente el impulso creativo de un profesor vinculado netamente al salón de clase.
¿Pero qué ocurre cuando una mortal pandemia parece poner todo en jaque y cambiar el modo de dictar clases y relacionarse con los alumnos? Como pasó con miles de maestros en el Perú y el mundo, Eslava se vio obligado a crearse una cuenta en Zoom y a afinar la luz de su estudio para proseguir con aquella labor que cumple hace más de cuatro décadas. Menudo reto para un ser humano que tiene en el diálogo cercano su principal habilidad transformadora.
“Creo que respondí mejor de lo que imaginé”, responde 15 meses después de la llegada de la primera ola del coronavirus a nuestro país. Casi 200 mil muertos más tarde, Eslava cree que sus alumnos (en muchos casos apenas con DNI estrenado) han ganado madurez y capacidad de reflexión. Pero el mundo no es solo jóvenes. También hay niños y, por supuesto, adultos mayores. Ambos grupos han concitado en algún momento el interés de Eslava, quien se da un tiempo aquí para reflexionar al respecto a propósito de sus más recientes obras.
En “Rodillas Sucias” (Planeta Junior, 2021), Jorge Eslava presenta bellas historias en las que niños le dicen no a las pantallas y van en busca de libertad y alegría entre amigos. Un remezón mental tras una larga temporada de confinamiento en casa. Asimismo, en “Mirador de ilusiones. Cuaderno de cine para la educación escolar” (Universidad de Lima), el docente confirma el efecto que el cine puede tener en la formación de las personas.
-Todas las entrevistas que le realicé en el pasado fueron personalmente. Hoy estamos por Zoom. ¿Cómo ha sido para usted la adaptación a este cambio algo brusco en la forma de comunicarse? ¿Le parece esta aplicación un extremo opuesto de la idea de “salón de clases”?
Dices “cambio brusco”, pero en mi caso ha sido un cambio brutal. Llevo 44 años como profesor. Empecé muy joven en esto y siempre he procurado ser muy cercano a mis alumnos, incluso afectuoso. Y esas características del profesor de aula se quedan para toda la vida. A menudo digo que parezco un profesor de escuela metido en aulas universitarias. Esto, además, ‘agravado’ porque trabajé diez años en Los Reyes Rojos. Y ahí la concepción del colegio era de una convivencia comunitaria, con una relación muy cercana entre profesores, padres y alumnos. Es decir, el colegio visto como una extensión del hogar.
Y sí, me considero un negado de la tecnología. No uso celular, no tengo redes sociales. Sigo contestando mi teléfono fijo y teniendo a la mano mi agenda con anotaciones manuscritas, de modo que esta súbita metamorfosis a la que tuve que someterme fue bastante dura, pero –a contrapelo de mis expectativas—creo haber respondido mejor de lo que imaginé. He procurado acortar en lo posible esta distancia que existe entre los estudiantes y los profesores, e incluso entre los estudiantes mismos por estas plataformas. Estamos frente a abismos innegables. Hay chicos que no encienden sus cámaras, otros que han iniciado la formación universitaria sin pisar el campo ni conocerse siquiera entre ellos. Las limitaciones son enormes, pero he conseguido que los alumnos se relacionen entre ellos bastante bien, que conversemos, que nos hagamos bromas, que nos tomemos unos buenos minutos antes o después de una clase para bromear o tomarnos el pelo. O sea, la ‘chacota’ –esa condición necesaria para la distensión o la confianza—la hemos podido reconquistar.
-El extremo opuesto, sin embargo, hubiera sido eliminar las clases de plano y no hacer nada…
No pongo en duda eso. Incluso en ese escenario de los chicos sin clases significa profesores sin haberes, sin trabajo, y eso sí nos hubiera tumbado a un sector grande. Afortunadamente, me siento un afortunado porque estoy con salud, tengo un hogar, vivo con mi mujer y tengo empleo. Son condiciones muy favorables que un sector mayoritario en el país no tiene.
-Me ha dicho que lleva 44 años en la docencia. ¿En algún momento se detuvo a pensar en “el día después”? ¿Esta pandemia aceleró el plantearse el escenario del retiro?
Me lo estoy planteando recién ahora. Hasta el año pasado era un horizonte lejano. Pensaba dictar clases hasta donde pudiera. Te confieso incluso que parte del deporte que realizo y del cuidado que llevo de mi salud lo hago con un ánimo altamente productivo. Yo quiero seguir produciendo literatura, y seguir siendo un profesor ‘hasta quemar el último cartucho’. Ahora, la universidad –como muchas instituciones privadas—jubilan a sus trabajadores a determinada edad. Y esa edad está a punto de llegarme. Me quedan dos años de vida ‘institucional’. Hasta hace un año o dos yo iba a ver la manera de prolongar eso y seguir enseñando en cualquier otro sitio, pero con la pandemia todos hemos estado obligados en esta ‘encerrona’, y a volvernos más filosóficos que nunca. Pienso que jamás hemos sido tan introspectivos como en este periodo. Mis estudiantes de 18 o 19 años de edad, parecen hombres de 30 con sus pensamientos. Han acelerado el periodo final de su adolescencia, como ha ocurrido con la infancia. Se les ha arrancado una buena porción de su juego, de sus travesuras y de su irresponsabilidad, lo cual es un componente necesario para equivocarnos y para enmendar. Ahora la vida es más bien un hilo dramático, tienes un libreto mucho más definitorio. No te puedes dar algunos lujos. Equivocarte, tener novios, novias, probar una carrera u otra, ya no pues. Ahora los chicos estudian y saben que detrás hay un esfuerzo muy grande de sus padres, por lo que deben terminar su profesión a determinada edad y convertirse en sujetos de trabajo. Para decirlo en términos ‘Unamunianos’, nunca la vida tuvo ese sentimiento trágico y agónico como hoy.
-Usted es un reconocido futbolero, y si algo nos quitó la pandemia al comienzo fue la posibilidad de salir a jugar con los amigos. Incluso las municipalidades clausuraron los juegos de niños en los parques. Esto, a diferencia de lo que propone en su libro “Rodillas sucias”, termina empujando más a los menores a las pantallas, a depender de la tecnología.
Sin duda. Nos ha arrinconado a grandes y chicos. Estoy seguro de que muchos adultos y adultos mayores no eran tan apegados a la tecnología hace año y medio. Ahora casi todos nos comunicamos a través de la pantalla. Muchos conocemos ya el uso del Zoom. Esto existía, pero no lo usábamos. El teléfono, los celulares, las redes, todo eso se ha potenciado para bien y para mal, logrando proyecciones impensadas, a contrapelo de lo que ha ocurrido con la diversión de vivir en la calle. Eso era para el adolescente la posibilidad de echarse a conquistar nuevos terrenos, paisajes humanos, gentes y emociones. Por eso sale un joven a la calle, porque las limitaciones de la casa le quedan estrechas, incluso del barrio. Los niños también necesitan salir. Y el adulto mayor lo mismo. En algún momento de la primera ola se consideraba la necesidad de que los adultos mayores salieran a pasear, casi como la necesidad de que se planteó de que las mascotas tuvieran que salir. Era como una necesidad vital, por esa tendencia a la depresión que tienen los adultos mayores. Yo creo que no se ha medido todavía ese impacto. Como adulto mayor sentí que la pandemia era el acabamiento de una vida, aunque siguieras viviendo. Porque probablemente quienes primero perdieron sus empleos fueron los mayores, no sé, quienes fueron empujados a la soledad. Estamos contra las cuerdas, sumidos en un aislamiento muy grande y sin ninguna expectativa en el futuro. Todavía los niños y jóvenes pueden soñar con eso, pero qué esperanza puede tener un adulto mayor que siente que el futuro ya lo sepultó.
Por otro lado, pensando ya en “Rodillas sucias”, está la necesidad de los niños de socializar, de correr, de descubrir su cuerpo, la cual se vio bruscamente interceptada o frenada por la pandemia. Cuánta necesidad tienen los chicos de ensuciarse las rodillas, de tener raspones en piernas o brazos, de trepar árboles, correr y caerse. Hasta las reacciones complejas con los demás, o cumplir ciertas normas en el juego, respetar al otro, ser un buen ganador y un buen perdedor. Todos esos mecanismos de socialización los aprendemos con el otro en la escuela, en la casa y en la calle.
-Hace poco el gobierno actualizó la cifra de fallecidos por el COVID-19 y dentro de muy pronto tendremos ya 200 mil desde el inicio de la pandemia. Ante toda esta avalancha de noticias, ¿llegó a cambiar su forma de ver la idea de la muerte?
Siempre he pensado en la muerte, desde la adolescencia. Yo he sido una persona muy frágil emocionalmente y en parte mi disciplina, constancia y a veces obsesión con el deporte tiene que ver con esta necesidad de escamotear, driblear ciertas angustias o debilidades. He necesitado fortalecerme físicamente para poder enfrentar quebrantos emocionales. La muerte siempre ha sido una presencia agazapada en mi vida. Pero no la personal, sino la de mis padres. Por ejemplo, mi papá era muy cascarrabias y temía que en un ataque de cólera le sobreviviera un ataque cardiaco. Luego estaba la abuela o un tío muy cercano. Hoy me preocupa mucho la salud de mi esposa y mis hijos. Mi muerte me preocupa muchísimo menos por una razón muy sencilla: estoy muy complacido con mi vida. Suena arrogante, pero no. Yo jamás hablo del éxito ni del reconocimiento. Hice lo que podía hacer de la mejor manera siempre. Me alivia sentir que no hice daño a nadie, o si lo hice he tratado de repararlo. De modo que mi muerte me tiene sin cuidado.
-Aunque diversos, sus libros siempre tienen una marca común. ¿Qué lo hace decidir qué escribir en determinado momento? ¿Son distintas versiones de Jorge Eslava o estamos ante el mismo autor solo que desdoblando sus propias capas?
Creo que es el mismo con distintas máscaras. Y todas dicen la verdad. Porque todas ellas, por distintas que puedan parecer, son transparentes y terminan mostrando lo que soy. Nunca he tenido una vida quieta, sosegada, siempre ha sido bastante efervescente, curiosa, y me parece que eso ocurre con todas las personas que solemos construir un alma en una habitación. Me gusta el deporte, la docencia y esta última tiene tantas aristas. Mira, yo sigo ilusionado con una imagen utópica del maestro, visto como una figura casi renacentista, al que todo le interesa, y eso me ha llevado por indagar por casi todos los rincones del conocimiento y la práctica humana. Me gusta el deporte, el cine y la fotografía. Y lo único que hace uno a lo largo de su vida es acumular recuerdos, como un inmenso álbum de imágenes, de resonancias. Afortunadamente he sido muy ordenado. Mi estantería interior marcha bastante pulcra y ordenada, y cuando un tema encuentra un momento de protagonismo en mi pensamiento y en mi corazón es que me dedico a eso durante un periodo corto. Porque soy de mantener trabajo constante, pero con rachas muy marcadas. Por ejemplo, “Rodillas sucias” me tomó tres meses y me meto a full en ese proyecto, y al siguiente mes estoy ya metido en otro tema. Solía trabajar así, pero ahora el ritmo se ha distendido un poco porque estoy más presa de mis sentimientos y emociones. Suelo trabajar por impulsos creativos, siempre acompañado, acicateado por la investigación.
-Un libro como “Mirador de ilusiones” es sumamente interesante, por lo extenso, pero también por su particularidad…
Sí. Es parte de un proyecto largo de algunas entregas que quiero hacer para el magisterio. Empecé publicando primero “Un placer ausente”, que es una reflexión sobre la lectura. Luego vino una historia sobre la literatura infantil y juvenil en el Perú. Más adelante, un libro sobre la enseñanza de la historia y la literatura en secundaria. También saqué otro sobre cine, y ahora empezaré a trabajar un texto acerca de la lectura como reconocimiento y decodificación de todos los signos de comunicación, una especie de visión caleidoscópica y amplia de esa actividad. Y quiero también ampliar un libro que tengo sobre lectura creativa para docentes. Es una preocupación muy acentuada que tengo con el magisterio, la de contribuir con la formación docente. Y sí por otro canal van intereses ‘menores’, en los que estoy revisando recuerdos y deseos. Esa es una labor mucho más espontánea.
-Agrupa películas muy especiales en “Mirador de ilusiones”. ¿Pero cuál es la que usted recuerda con más cariño y por qué motivo?
Hay una película que me marcó, porque para mí fue el descubrimiento del cine moderno. Yo venía formándome como un exigente espectador de cine por mi padre. Era como su ‘yunta’, el hijo mayor, el que llevaba su nombre, la ‘niña de sus ojos’. Él me llevaba siempre a ver cine policial, pero también le gustaba mucho el cine europeo, clásico. Y en el colegio, ya en cuarto o quinto de media a menudo me tiraba la pera para evitar los cursos de ciencias y me iba al cine, que era muy barato en ese entonces. Y vi una película francesa con Romy Schneider y Michel Piccoli. Me deslumbró la belleza de la primera, me encantó la actuación del segundo, pero lo que me descompuso fue la técnica de la película, porque estaba llena de rupturas espaciales y temporales. Desde la primera escena que es un accidente automovilístico que está interrumpido y en cada corte nos lleva a las reminiscencias del pasado del protagonista. Eso me dejó ‘descomputado’ y comprendí lo que era la composición de una película en términos de estructura moderna. Me marcó. Y ya en mi juventud vi una película que me encantó: “Rumble Fish” (“La ley de la calle”), con Mickey Rourke. Pensé que él sería el nuevo Marlon Brandon y no me equivoqué. Por lo menos 25 años mantuvo esa imagen de ser un gran actor tan icónico como Brandon, aunque luego ya con sus operaciones y su locura lo llevaron a ser casi una ‘Susy Diaz’ de Hollywood.
-Me ha mencionado varias veces términos como magisterio, maestro, profesor y escuela. ¿Le molesta si le preguntan qué opina sobre que un profesor esté acariciando la presidencia del Perú?
No me molesta. Voy a partir de una anécdota que provocó cierta desazón y reacción con mis colegas. Todos se expresaban de Castillo describiéndolo como una persona inculta, extraviada y con poca capacidad expresiva. Y yo dije, un momento. Nos guste o no, él es la expresión de nuestro magisterio. Pedro Castillo ha liderado un sindicado, probablemente uno de los pocos sindicatos que ha sobreviviendo en esta década de mercantilismo, con muchísimos suscriptores y afiliados. Él condujo a una masa enorme de profesores en una lucha reivindicativa y lo hizo con éxito. No hay voces que hayan luego despotricado de esas acciones. Por ese lado es un personaje que merece todo nuestro respeto e incluso de mi parte admiración. Lo segundo, yo he sentido una inmensa sorpresa del lugar que ha ocupado él, porque yo vengo diciendo hace años que el agente cultural y casi cívico de una Nación es el maestro. Es la primera expresión de un adulto que tienen nuestros niños y jóvenes que no pertenece a la familia. Es el primer adulto con el que me puedo identificar que no es mi papá o tío, y que expresa una idea o un comportamiento. Mira pues la inmensa significación que tiene el maestro en la vida de una persona. Muchos definimos nuestro futuro o profesión en la escuela, gracias a un maestro o una maestra. Y que este agente cultural haya llegado al sitial que ha llegado Castillo me parece admirable.
Ahora, de ahí a sostener que él está en condiciones de gobernar el país no lo sé. Pero es la misma respuesta que te hubiera dado cuando llegó cualquiera de nuestros últimos presidentes a Palacio de Gobierno. Son pocos los casos de personas que llegaron a Palacio con la experiencia debida. Espero con prudencia esperar, primero la proclamación y luego conocer su equipo de trabajo y su primer gabinete. Y si es verdad que Verónika (Mendoza) va a ocupar el premierato como se especula. Y sobre la posibilidad de que Castillo encarne un cambio, mira, hasta el Banco Mundial habla de una necesidad de cambio en los países de la región. Así que eso no tiene nada de subversivo ni de insurgente.
-Hay un resultado casi definitivo con 40 mil votos de ventaja a favor de uno, sin embargo, se respira cierta sensación de incertidumbre. Da la impresión que estamos condenados a vivir siempre en agitación. ¡Y en un mes cumplimos 200 años! ¿Por qué nos pasa esto?
Perú recibió una herida mortal en el siglo XVI y de los estertores de ella no se ha curado nunca. Eso ha hecho que el país viva en permanente agonía y de manera convulsa. Esa agitación, que algunos le llaman crisis, es un estado continuo, casi el ADN peruano a partir de la conquista. Se fracturó el país y poco hemos hecho para unir esas brechas. ¿Para alguien era una sorpresa que teníamos un sistema sanitario endeble o precario al inicio de la pandemia? No. ¿Para alguien era una sorpresa que vivíamos una crisis educativa? No. Mira, antes de que venga la pandemia escribí un libro en homenaje a las enfermeras. Hoy ellas soy heroínas, pero hace dos años las mirábamos sobre el hombro. No nos importaban. ¿Acaso nos ha importado si un pueblito tiene una posta médica o una biblioteca? Educativa y sanitariamente hemos sido un país en ruinas. Y en el Congreso, de toda la vida que yo recuerdo, vamos de mal en peor con nuestras elecciones. ¿Por qué? Porque el Estado siempre ha arrugado para conocer la verdad del país. Se sigue contando una historia falsa. Todavía hay voces en contra de enseñar tal o cual cosa.
Una de las heridas más aciagas que sufrió el país fue la violencia, que provino de las fuerzas subversivas, pero también del Estado, y que buscábamos sanar a partir de un informe de la CVR. ¿Acaso se cumplió con impartir las conclusiones recomendadas por el Ministerio de Educación? Los chicos salen del colegio y algunos profesores tratan de taparles los ojos. Aún seguimos negando que somos un país machista o con un alto índice de feminicidios. Lo vemos continuamente en la TV, en la publicidad y en los medios. No es un problema que se haya recién develado en este año y medio. Los incautos dicen eso, pero las heridas del país estaban expuestas para cualquier persona que arañase un poquito la superficie y que no se creyera el cuento del éxito económico.
-Me habló hace un rato sobre aprender a ganar, pero también a perder una competición. Hemos terminado una competencia electoral y aún mucha gente parece negar la derrota. ¿Cuándo se forma en el ser humano esa capacidad para aceptar un resultado en contra?
Albert Camus fue un jugador casi profesional y dijo una frase que se ha manipulado mucho: “Todo lo que sé sobre los hombres y de la moral lo aprendí gracias al juego”. Algunos cambiaron juego por fútbol, pero es verdad, aprendemos a jugar desde niños. Y aprendemos que estamos frente a una dinámica de travesura y responsabilidad, de ingenio y de respeto, de esfuerzo individual y de trabajo colectivo. No es un continuum que vaya en el sentido unilateral egoísta, sino que siempre estamos jugando en pared con el bien común. Y aprendes a respetar normas. Todo eso te lleva a la consecución de un triunfo o a la resignación de una derrota, pero con la satisfacción de haberte esforzado al máximo. Si perdiste en buena lid, reconoces tu derrota. Cuando juegas pelota o cuando boxeas, si le metes un golpe bajo a tu oponente te disculpas y prosigue la pelea. Esa es la nobleza que enseña el deporte. Cuidar la integridad del otro y no solo la personal. Por eso yo siempre he criticado las manifestaciones de anti-fútbol que dañan al rival.
Considero un acto de humildad y de nobleza el acercarse, darle la mano al rival e irte con la frente en alto satisfecho de haber dado tu mejor esfuerzo para conseguir el triunfo y no pudiste porque el otro era mejor. Así de sencillo. No hay medias tintas en eso. Por eso existen las revanchas. Pierdes un combate y, bueno, retas para un segundo encuentro. Sin embargo, perder una, dos o tres elecciones y no admitirlo me parece patológico.
(Foto: Cortesía U. de Lima)