«La literatura como mediación», por Constanza Ternicier

Lo interesante de esta inquieta autora que sortea las divisiones tan tajantes de los géneros es que en este, su primer libro de cuentos, no es únicamente una escritora. Es también, y ya que estamos, si nos apropiamos del lenguaje de la literatura infantil y de eso estudios doctorales de didáctica que la empapan, también una mediadora. Tal es el lugar desde el cual escribe y se enuncia. Y es probablemente por ello que halla en un espacio como la Editorial Gafas Moradas un ámbito cómplice para instalar su literatura y, por qué no, su activismo. Rosalí León-Ciliotta busca llegar a muchas personas a través de un lenguaje claro y contundente, sin pedanterías ni reveses. Es dueña de una escritura directa, vívida y palpable. Una escritura que se juega al poner en entredicho los discursos encorsetados de la historia, de la ciencia y de las leyes.

Este libro de relatos aboga por un cuestionamiento ético en base a los cimientos de las instituciones sociales, esas que precisamente en el período colonial sentaron sus bases en nuestro continente. En “El brazo desnudo” dice, cito: “El problema es que las leyes decían una cosa y las personas actuaban de otra manera. Al menos aquí”. ¿Cómo se puede conjugar ese conflicto entre la legalidad y la justicia, sobre todo en nuestros países latinoamericanos que hoy en pleno 2021 recién están dejando pasar la ola verde sobre sus vetustos papeles? Porque la despenalización del aborto cobró forma apenas el año pasado en Argentina, hace un par de meses dio sus primeros pasos en México y hace solo dos semanas fue aprobado por la cámara de diputados en Chile.

Es este un libro de denuncia que va más allá de lo estrictamente literario. Un libro proclamado contra “el orden de las cosas” (como le reclama Yuri a Ventura en el primer cuento). Porque las mujeres de estas historias no son unas damas, no. Son, como Ventura Barrientos, “el alma, el brío, la voz que resonaba y enfurecía a la muchedumbre”. Son las ccalamaqui, las arremangadas, con sus brazos al descubierto, porque es en y con el cuerpo donde se funda nuestro ser y estar en el mundo desde el afecto. Un afecto que compone también el mundo de las ideas, un afecto que es profundamente político.

Y así es como cada cuento encuentra su instancia de enunciación, su pulso adecuado, ese que tiene que ser de este y de ningún otro modo:

  1. En el primero, “El brazo desnudo”, nos sentimos como en una obra de teatro al sabernos dentro de una representación histórica sobre un personaje real que en 1814 se levantó frente al ejército español en Huamanga, Ayacucho. A través de su relato, Rosalía le devuelve a esta cuasi leyenda cuestionada por su veracidad histórica un lugar que se ríe e ignora la letra estanca de los registros oficiales.
  • En el segundo, “Será ley”, se nos permite adentrarnos en la más profunda intimidad de la protagonista Vanessa a través de la lectura de sus diarios, dentro de los cuales se incorpora toda una simbología propia de las redes sociales actuales. Emoticones que tradicionalmente quedan fuera del universo de la ficción, y que nos recuerda a los dibujos que una autora como Sylvia Plath, por ejemplo, intercalaba también en sus diarios: un elemento que, además, vuelve tal vez más atroz este aparición de la tragedia en el mismísimo centro de lo cotidiano. Aquí, el lenguaje se pone a tono con la experiencia de una migrada, o quizás expatriada. Porque a diferencia de la mujer del primer relato donde el feminismo intersectaba con otras circunstancias desfavorables, acá el personaje tiene pasaporte europeo, es una estudiante de postgrado con mutua o seguro médico y viaja a su país natal por placer. Una Vanessa que vive entre lenguas y hace propias expresiones del español de España incluso en las peores circunstancias. Y olé. Es ese personaje cuyo vínculo con el territorio nacional pasa por los afectos, como esa complicidad que tiende con su hermana Alma, y que declara: “No será mi país, pero Barcelona es donde está mi hogar ahora”.
  • El tercero, “Tierra incógnita”, se pone en sintonía con los relatos de viajes y los impulsos pioneros por explorar lo ignoto del fin del mundo. Aunque abunda en descripciones técnicas, se intercala con diálogos sólidos y bien logrados. Aida, la protagonista, técnica de tratamiento de aguas, logra aunar tanto la gran misión científica como sus propias motivaciones más personales sin que ello tenga que generar una contradicción. Y como dice la autora en la dedicatoria que abre el relato, lo importante será volver para contarlo (esas historias que les contaron su amiga y prima, con las cuales armó este cuento). Plagada de referencias sobre relatos de blancura extrema (El faro del fin del mundo, En las montañas de la locura, Antártida, Más allá del hielo, Amenaza bajo el mar o Terra Australis Nondum Cognita), el acento estará puesto en el viaje como una experiencia personal infinita que supera todos aquellos convencionalismos sobre cómo vestir y oler: arrojar las cenizas de su hermano Mateo al mar, con el apoyo de Maite y Elena. Una vivencia que le remueve los cimientos y que le permite a Aida retornar a esa individualidad. Cito: “Después de un rato, dio media vuelta y volvió a su camarote que esta vez era todo para ella”.

El retorno a la individualidad, la recuperación del propio cuerpo y la soberanía sobre una misma, no es una conquista liberal egótica. Es una apuesta por la autodeterminación, por un ser que desde ese reconocimiento concreto deviene en un somos. Las que somos, “El coro de voces”, “la turba en coro”. Hoy, Rosalí, te agradecemos por invitarnos a formar parte de ese eco común.

*Texto leído durante la presentación del libro de cuentos «Las que somos» de Rosalí León-Ciliotta, publicado por el sello peruano Gafas Moradas

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