Jeremías Gamboa: “Me interesa la literatura que ve las dos caras de las cosas”

Casi ocho años después de la comentada “Contarlo todo”, Jeremías Gamboa ha vuelto. En el intervalo, por supuesto, estuvo “Cuba Stone”, un libro de crónicas escrito a cuatro manos con el músico Joselo Rangel y publicado en el año 2016.

Más allá de eso, el autor nacido en 1975 deja claro que jamás dejó de escribir, “aunque sea para terminar golpeándome la cabeza contra la pared”, aclara. Y quienes lo rodean lo saben. Entre ellos, además de su familia y de sus editores en Lima, se encontraba Claudio López Lamadrid.

El mítico editor jefe de Penguin Random House perdió la vida abruptamente en enero del año 2019 por un fulminante paro cardiaco. El suceso lo agarró, como en una paradoja del destino, trabajando en lo que amaba: los libros.

Sobre López Lamadrid, Gamboa atesora gratos recuerdos. “Claudio estaba tranquilo porque sabía que yo estaba trabajando”, responde cuando le pregunto si alguna vez sintió presión de su editorial para publicar libros de forma más continua.

La nueva novela de Jeremías Gamboa se titula “Animales luminosos” (Literatura Random House) y ocurre en Boulder, Colorado (Estados Unidos). La historia va más o menos de la siguiente manera: en el transcurso de una inacabable noche, unos jóvenes dialogan al interior de un bar en la localidad universitaria donde les ha tocado pasar sus días. Conforme la conversación avanza, cada uno desnudará recuerdos, pensamientos y cavilaciones sobre la sociedad que integran.

Dentro del grupo está Ismael, un retraído joven peruano que esconde su propio calvario. Pero a diferencia de Gabriel Lisboa, protagonista de “Contarlo todo”, el personaje principal en este nuevo libro no narra con furia los pasajes de su sinuoso pasado. Aquí Ismael prefiere observar detenidamente aquellas pequeñas luces que iluminan lo más oscuro de nuestras existencias.

Racismo, diferencias, abusos e injusticias son algunos de los temas centrales que recorren las 220 páginas de esta historia, un retrato por momentos descarnado sobre nuestra condición humana.

-En una vieja charla con EFE decías que durante la escritura de “Contarlo todo” eras mucho más ‘agresivo’ al escribir, que casi rompías teclados, pero pensabas que lo posterior no sería necesariamente igual. ¿Eres hoy un escritor mucho más pausado que en 2013?

En “Contarlo todo” había una rabia, un apuro muy fuerte, un atoro biográfico también en cierto sentido, así que el texto surgió así. No es que me haya sentado y dicho ‘voy a ser radical y vigoroso’. El texto se impuso. Es más, con esa novela recuerdo haber escrito las primeras páginas y luego pasar un año pensando: ¿Qué hago con esto? Yo no sabía cómo se podría escribir una novela con esas primeras páginas que eran como un grito. Al final sí encontré un cauce y la novela salió. Y sí, yo escribo muy torrencialmente, puedo golpear mucho las teclas, pero creo que eso ha ido bajando, tal vez por la edad, ¿no? En “Animales luminosos” hay menos impulso que en “Contarlo todo”, pero sí más observación. Hay más una mirada sobre el mundo que un lanzarse a todas las cosas. En ese sentido, es una operación inversa y me parece muy paja como escritura, (el) partir de otra premisa. En “Contarlo…” el protagonista dice su nombre desde la primera página, mientras que aquí ni dice su nombre ni escribe. Empieza poco a poco a balbucear, a contar cosas, a revelar secretos, hasta que al final suelta algunas palabras que lo identifican. En ese sentido, (la novela) reclamaba un tipo de narrador más parsimonioso y observador. Sin embargo, sería un error decirte ‘ahora soy un escritor menos caudaloso y más maduro’, porque quizás pasado mañana empiezo a escribir algo nuevo y me sale todo torrencialmente porque el libro lo exige, aunque obviamente como autor he leído más, he escrito más, y espero yo exista un oficio mayor en la ejecución del trabajo.

-Aunque a los autores no les gusta, los lectores suelen buscar semejanzas y diferencias entre los protagonistas de las historias que escriben sus referentes. ¿Hay más semejanzas que diferencias entre los protagonistas de “Contarlo todo” y “Animales luminosos”?

Tú intentas escribir personajes diferentes a ti, sin embargo, tus protagonistas o tus personajes secundarios siempre terminan teniendo algunos parecidos o similitudes. Yo creo que la chica que aparece en esta novela (Josefina) podría ser mucho más parecida a mí que el propio protagonista. No te puedo decir si un personaje está más lejos o cerca de mí. Hay algunos que están más cerca en señas biográficas, pero otros revelan más cosas de mí, aparentemente, estando alejados. Tú dices ‘uno escribe y el otro no’, y bueno, yo escribo, pero a veces no lo hago. Escribí una novela en Perú, pero también estudié en Estados Unidos. La literatura es un campo donde te organizas para hacer lo que quieres hacer.

He descubierto en los autores que sigo y que han marcado mi forma de escribir, que muchos han visto en las novelas que escriben sus posibilidades bajo distintas iluminaciones. Y eso me interesa. Por ejemplo, con Philip Roth, tú tienes a un personaje como David Kepesh, que articula toda la parte más prohibida y transgresiva suya. Luego tienes también a Nathan Zuckerman, que más bien encarna los personajes con cosas más vinculadas a la escritura, y a los problemas que se derivan de ella. Y tienes también al propio Roth en algunos otros textos de no ficción como “Patrimonio” y más. Para mí, los personajes son posibilidades de uno vistas a cierta luz. En ese sentido, todos tienen relación conmigo, e incluso un pasado común.

-Has optado por contar una historia que transcurre en apenas unas horas. Asimismo, te guardas el nombre del protagonista durante casi toda la historia. ¿Por qué?

Lo del nombre tiene dos explicaciones. La primera (aunque no me gusta tanto el término) es la caracterización. Yo creo que, el orden en el que aparecen los personajes y su nomenclatura es absolutamente importante. Decir “Cuatro -dijo el Jaguar”, y es importante que el Jaguar sea el primero en hablar, no es igual que poner “Yo dije cuatro- dijo Cava”. Solo eso la haría otra novela. Entonces, la aparición del personaje, la manera en que es nombrado, resulta clave, porque está caracterizándolo, perfilándolo ante el lector. En ese sentido, a diferencia de Lisboa, que está gritando desde la primera página, tecleando furioso, el protagonista de “Animales luminosos” es tan ensombrecido que ni siquiera ‘tiene’ nombre. Es el recién invitado, lo ha traído un amigo norteamericano a una reunión de patas. Es como el NN, y nadie está preocupado en ver cómo se llama. Entonces, este personaje entra a la maquinaria de la novela de forma muy distinta a cómo entró Gabriel Lisboa. Creo que en el trabajo de la escritura me venía muy bien no nombrarlo. Te das cuenta que eso lo construye como personaje, porque está en los extramuros del mundo, que está empezando a observarlo y que posiblemente luego sea protagonista de él. Así pues, el nombre irá apareciendo poco a poco, como secreto, como posibilidad, como susurro y al final como nombre a lo largo del libro, y eso es un correlato de su propia búsqueda de identidad.

-Has tocado el tema del nombre (Ismael), pero yo quisiera añadir los apellidos de tu protagonista. ¿Crees que el apellido sigue marcándonos socialmente?

Absolutamente. El protagonista de “Animales luminosos” tiene un apellido de origen español y otro de origen andino o indígena. El primero, para mí, es un homenaje a “País de Jauja” de Edgardo Rivera Martínez (Claudio Alaya). Ese apellido (mi protagonista) lo revela, pero esconde el andino. Eso es muy peruano, y lo veo yo hasta ahora. La gente que tiene un apellido de origen hispano y otro indígena, pondera siempre el primero sobre el segundo. Esas son operaciones que hemos hecho los peruanos y que vienen de la Colonia, porque hemos internalizado que un apellido tiene más valor que el otro, y que mientras más blanco eres, mientras más señas blancas tienes, mientras mejor hablas el español, más posibilidad tienes de operar en el mundo colonial, que tiene doble legislación. Hoy no la tiene (formalmente), pero en la práctica no es igual ser considerado indígena o blanco. Ahí existen mecanismos muy complejos que los sociólogos y antropólogos han trabajado muy bien y que los novelistas no podemos dejar de observar cuando escribimos porque estamos hablando sobre personajes peruanos. Mira, Gabriel Lisboa es un nombre casi hasta literario, suena lindo, pero Ismael Alaya trae otra carga en sus nombres y los va a soltar en una ‘zona liberada’, que es otro país.

Jeremías Gamboa conversa sobre su novela «Animales luminosos»

-Curiosamente, la chica con la que habla en ese momento no es tan consciente del tema respecto a los apellidos que mencionas…

Así es. El nudo colonial ocurre en el Perú y afuera hay opresiones, cuando eres peruano y eres sudaca en España o lo que tengas que ser en cada país, porque te miran hacia abajo, pero también existen posibilidades. A mí me interesa la literatura que ve las dos caras de las cosas. Las paradojas, las ironías, lo bueno y malo de todo. Es verdad que también es una posibilidad de liberar tu nombre, aunque lo ideal sería liberarlo en tu país. Pero en mi trabajo, la primera aparición es la liberación del nombre allá. Y de ciertas cosas que das por sentadas en tu país y que, de pronto, contrastas en el extranjero.

A mí me pasó que, cuando estudiaba en Estados Unidos, sentía que el Perú era considerado por todos un país absolutamente andino. Y yo venía de un país donde todos más bien luchaban por no serlo. O por lo menos todos los de la franja que buscan ser una extensión de Chile. Creo que, cuando uno está en medio de esta batalla cultural y vienes de Ayacucho como yo, mis primos y tíos, pues tienes que empezar a registrarlo y a trabajarlo. Es una labor ardua, pero toca hacerla.

-Los amigos de tu protagonista tienen nociones de Sudamérica. Más allá de sus lecturas universitarias o de uno que otro con raíces latinas. Remontándonos a tu experiencia personal, ¿la gente con la que coincidiste allá tenía la idea clara sobre lo que es el Perú?

Recuerdo que de Perú solo se decían dos cosas: que Machu Picchu quedaba ahí, o que Perú era una estación antes de llegar a Machu Picchu. No te hablo de los profesores, claro, pero sí del común de estudiantes. También recuerdo que varios me advirtieron ‘te van a preguntar si realmente comemos Guinea Pig’ (cuyes), un animal que para ellos es una mascota, por lo que estaban aterrados pensando que nosotros en Perú nos comíamos a sus mascotas. Yo creo que más bien Estados Unidos es un país que vive bien mirándose, muy auto suficiente, con esta idea imperial de auto suficiencia que viene a ser casi un desdén hacia lo demás. En la novela, por supuesto, para que sea verosímil y porque de lo contrario no hubiera funcionado, este personaje mío está relacionado con personas interesadas en América Latina. Uno tiene padres colombianos, el otro (Todd), está muy pegado también a Colombia por razones sentimentales, y además es alguien con una visión romántica e interesante de América Latina. Es como si quisiera ser el próximo Jon Lee Anderson, y entonces tiene una visión de esta región que comparte con Nate.

– Si bien EE.UU. no ha vivido una violencia política como Perú en los ochentas, sí vive un presente bastante violento por tiroteos, masacres o escenas violentas dentro de los campus e incluso de los colegios. Eso, sin embargo, no aparece en tu novela…

No aparece porque no había ocurrido. En la novela sí hay unas señas temporales. En una parte se dice año 2005. Y hasta ahí había Columbine, que fue una matanza en un colegio. Y no había pasado, por ejemplo, la matanza en Virginia Tech. Eso ocurrió en 2007, justo cuando regresaba al Perú. Recuerdo que esa mañana me despertaba y todo el campus en Boulder tenía cintillos y patrulleros, porque temían el movimiento en cadena en las demás universidades. Entonces, empezó el temor en las universidades cuando yo me iba. Así que, cuando la novela ocurre –que es cuando Barack Obama está apareciendo y surge también el Facebook– no habían ocurrido los hechos violentos que mencionas. Así que no era un gran tema aún en los campus. Ahora, yo todo el tema de las grandes diferencias de la sociedad norteamericana las descubrí sobre todo al volver al Perú. Un amigo mío me hablaba de lo ‘crazy’ que era su país. Él es un poco el personaje sobre el que organizo a Nate. Recuerdo que no le entendía muy bien porque yo estaba viviendo mi propio dolor, con miedo de hacer las cosas bien, de mantener la beca, y muy centrado en mi tristeza, en si escribiré finalmente o no, en la distancia con mis padres, y escuchaba “Contigo Perú” en las noches. Estaba metido en mi asunto y no veía con claridad lo que estaba pasando. Y Boulder tampoco es el lugar ideal para hacerte una idea cabal de Estados Unidos. Pero sí tenía alarmas de estos amigos que me decían estas cosas sobre su país, se quejaban y que a mí me sonaba rarísimo. O sea, ¿cómo te vas a quejar si tienes todo esto? Y esa es una de las cosas que yo intenté también conseguir en la novela, que “Animales luminosos” busca en general, revertir esa imagen que la publicidad y los medios entroniza. Creo que la imagen que el Perú proyecta es la de Promperú. La literatura es la encargada de proyectar el ‘lado B de las cosas’. Entonces, me interesó contrastar las visiones de América Latina y Estados Unidos entre personajes en una noche en un campus.

-Me queda esa imagen de chicos como ‘despidiéndose’ de las viejas reuniones en bares ante el inminente avance de Facebook, una red social que de alguna manera los recluyó (aún más) al Smartphone. ¿Coincides? ¿Ves una marcha atrás posible en este proceso?

Ahora que me has dicho eso, mira, la nostalgia de estos personajes por no salir debe ser la mía ante el envejecimiento [risas]. Ya no tengo fines de semana y bares. Hay cosas que uno deja de vivir. Mira, no sé si eso vuelva alguna vez. Seguramente hay ya ciudades donde para entrar a una fiesta no te dejan llevar celular. Pero igual, ahora lo que he visto yo es una interacción celular-noche. Aplicativos que te permiten conectarte con gente que está a tu lado. Y esos son retos para alguien que escribirá después, porque los modos de socialización cambian. Decían que con la llegada del correo electrónico y los mensajes de texto la literatura iba a transformarse, pero no. Los temas siguen siendo los mismos, solo que las tramas cambian un poco. En mi novela, salvo Nate, nadie tiene celulares, pero no es el imperio de esas máquinas. Y hay una nostalgia tal vez en el tono por eso que pasó. Yo creo que la novela me permitió volver un poco a mis noches en Colorado. Y parte del tramo final del proceso del libro fue en confinamiento, entonces, ahí también hubo una nostalgia por salir a respirar sin mascarilla y ponerte un pucho en la boca mientras todo hacíamos lo contrario.

-Otra cosa que resulta clarísima es que no querías escribir una novela de jóvenes universitarios teniendo sexo con bellas chicas. Más allá de que sí se habla de las consecuencias del sexo…

No me interesaba escribir una novela de sexo. El que hay en “Contarlo todo” incluso está en función de completar a un personaje. Las escenas de sexo solo para calentar lectores no me resultan interesantes. Me interesa todo lo que construye sentido. De la larga discusión sobre qué cosa es estar vivo o qué cosa es experimentar la vida. En ese sentido, el sexo que aparece en “Animales luminosos” –vinculado a Todd—funciona porque es como una arcadia, ese viaje que uno hace y de pronto tienes un encontronazo que idealizas y nada más estará a esa altura. Eso dice uno de los personajes: nada superará una noche en Cartagena con una bella mujer. No es entonces la escena de cama sino el sentido que trae detrás. Entonces, a mí siempre me ha interesado, más que hacer una novela de bares o tal, un viaje hacia el sentido.

Y más bien esas consecuencias que hablas están en el centro del libro y me interesaban mucho más: embarazarse y tomar la decisión moral de tener o no el hijo. En el diseño del libro eso está manifestado en varias historias en donde se han tomado decisiones diferentes, porque tú puedes interrumpir el embarazo, tenerlo o estar oscilando. Y eso es lo que hay en el espectro de mi libro, como un correlato a si él (Ismael) prenderá o no en ese país. Por eso las luces prenden y se apagan constantemente. Mira, cuando empecé la novela, en ese archivo que tenía guardado, y que lo escribí en Boulder, lo que tenía era la primera charla de los protagonistas hablando sobre si el lugar en donde estaban era un pueblo o una ciudad. Luego de eso, escribí una escena en la que una chica le explica a un tipo porqué decidió no interrumpir su embarazo. Y luego también un primer esbozo de la escena final. Y me pasó que yo pensaba que de todo esto saldría un cuento, pero eso es lo bonito de la ficción –que tiene sus propios mecanismos que tú descubres asombrado – y fui descubriendo que esto tenía más y más pita, y salió la novela. Así que claramente me interesaba mucho más lo moral que escribir una novela de sexo.

– ¿Qué nos quiere decir uno de tus personajes cuando suelta la frase ‘el espíritu de América es el espíritu de lo que no existe’?

Eso lo dice Josefina. Ahí es donde ella puede parecerse algo más a mí. Ella dice la frase en un momento en el que ambos están compartiendo un cigarrillo ‘American Spirit’ que tiene a un apache en el logo de la cajetilla. Y ella se queja de que el cigarrillo se llama espíritu americano, y sin embargo no hay una nación nativa-americana mayoritaria. Josefina alude ahí a la masacre de nativos americanos que hubo en Estados Unidos para construir el país. Lo dicen muchos grandes escritores. Lo dice Teju Cole en “Open City” cuando muestra en Estados Unidos la cantidad de huesos de esclavos que hay en Nueva York. Porque podrás ver las torres, pero todo eso se ha hecho sobre unas masacres y matanzas bestiales. Y basta leer “Meridiano de sangre” de Cormac McCarthy para ver cómo se ha destruido a los indígenas norteamericanos. Hay muchas relaciones sobre ese famoso camino de las lágrimas, que fueron desalojando y aniquilando poblaciones nativo americanas para construir esta idea de la ‘América blanca’, que es la que Trump después ha entronizado. “América para los americanos”, pero, ¿quiénes son los americanos? Entonces, Josefina, que, a diferencia de nuestro personaje principal, conoce EE.UU., ha sufrido racismo y sabe qué es ser migrante, sí tiene una visión crítica de esa sociedad que él no puede entender aún porque más bien está pensando si la quiere besar o no. Entonces, ahí está ella con un discurso que la novela atrae. Ahí es donde Josefina suelta la frase que mencionas. Y esos nativos americanos son la versión del norte de los nativos americanos de los que viene él. Eran las primeras poblaciones que poblaron el continente antes del descubrimiento de Colón.

-Me has mencionado la opción de interrumpir el embarazo, algo que le compete a la mujer absolutamente, pero en lo que no se ha avanzado mucho a lo largo de estos últimos años. En Perú sigue siendo ilegal abortar.

Me parece algo lamentable. Yo tengo una posición, aunque trato de que mis personajes no tengan posturas necesariamente iguales a la mía. Pero sí, ese es uno de los contrastes poderosos que hay en la novela, porque Ismael trae la historia de un ‘amigo’ que justamente tuvo que atravesar ciertas peripecias en Lima porque la decisión de interrumpir un embarazo allí no solo es ilegal, sino que además es criminalizada. Es una locura que en esa época existía y que sigue existiendo. Obviamente que cuando uno escribe una novela en 2019 o 2020 sobre algo que ocurrió en 2006 no dejas de escribir respetando –sin duda—ese tiempo. Lamentablemente, muchas cosas cambiaron a lo largo de estos últimos años, pero hoy te diría que incluso los derechos de las mujeres han retrocedido. O sea, que un Primer Ministro le diga ‘falta que te violen’ a una congresista es una cosa que solo se puede dar en un país en el que realmente estamos muy atrasados en estos temas. Si en algo estoy muy interesado es en tratar de completar, desde mi lugar de hombre, los asuntos femeninos. No dejar pasarlos. Tratar de estar atentos a ellos. La novela enfocaba esos temas desde que empecé a escribirla. Las mujeres hablan. Josefina dice algunas de las cosas más fuertes en el libro. Hay también una visión muy sensible y femenina del mundo, que ya me han comentado por aquí y por allá, y hay también personajes femeninos en los que yo trato de poner la mayor complejidad posible. Creo que esa es una de las cosas en las que históricamente la literatura peruana (escrita por hombres) no ha puesto los acentos.

Jeremías Gamboa en una foto del año 2018 tomada por Dante Piaggio para El Comercio.

-Entre “Contarlo todo” y “Animales luminosos” han pasado varios años. En el medio vino “Cuba Stone”, pero son crónicas. ¿Qué se viene ahora? ¿Tendremos que esperar mucho para una nueva novela? ¿No está la gente de la editorial corriendo detrás de ti?

¡No! [Risas] Tanto Jerónimo Pimentel como Claudio López Lamadrid y ahora Pilar Reyes siempre han sido muy respetuosos y pacientes de mis tiempos. Claudio siempre estaba tranquilo porque sabía que yo estaba trabajando. En ese sentido, no hay una prisa por publicar ya, porque ya lo hice con “Animales luminosos”. Pero hay una diferencia entre quien era yo cuando se publica “Contarlo” y quién soy ahora que sale “Animales”. En ese momento yo no tenía nada. Algunos retazos de cuentos y mucho por trabajar, investigar y viajar. Ahora, sin embargo, acabo de publicar y tengo muchísimo en las espaldas. Tengo investigaciones, cosas ya escritas que hay que perfilar. Obviamente uno puede haber escrito una novela y darse cuenta al momento de corregirla que no servía para nada y ‘chau’. En esto no hay nada garantizado, pero tengo una cantidad grande material autobiográfico, así que no me agarra desprovisto como cuando terminé “Contarlo todo”. Entonces yo quisiera creer que voy a demorar mucho menos en publicar. Tendría que pasar algo muy particular para tomarme otros siete años. Yo tengo muchos proyectos en camino y el primero que cristalice estará. Lo importante es no dejar de estar allí. Yo solo en 2014 dejé de escribir (que fue el año en que nació mi hijo), pero luego siempre he escrito. A veces solo para darme cabezazos contra la pared, pero siempre procuro estar ahí frente a la pantalla, chambeando.

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