Carlos Serván: «El cambio necesita más evolución que revolución»

Aunque sabe que su historia es única, nunca imaginó que contarla en un libro sería un suceso. La humildad de Carlos Serván (Lima, 1966) no tiene límites. Como tampoco los tiene ese ímpetu que lo ha caracterizado y sostenido en pie desde aquel 1986 en que perdió la vista (y una mano) en una guardia nocturna mientras se preparaba para entrar a la ex Policía de Investigación del Perú.

Serván intentaría sin éxito recuperar la visión durante un tiempo, más tarde probaría suerte como vendedor de productos que traía desde Tacna. “Sentía que me compraban no porque necesitaban las cosas, sino por pena”, recuerda. Aquí vendría el punto de quiebre: el otrora aspirante a policía recorrería miles de kilómetros hasta llegar a los Estados Unidos. Así, a oscuras, empezaría un sueño americano que hoy, 34 años después, se afianza bajo la más notable luz.

Todo este increíble recorrido está plasmado en “Volver a correr” (La Nave), unas emotivas memorias que publicara en 2017. En esta entrevista, sin embargo, este emblema de la superación personal se apresta a hablarnos de “Aprendizaje de la oscuridad”, una especie de precuela de aquel éxito editorial que lo colmó de satisfacciones.

En este nuevo título, Serván repasa desde los orígenes de sus padres, dos provincianos que llegaron a Lima en busca de un futuro mejor, y que lo formaron con la perseverancia como principal baluarte, hasta sus primeras experiencias escolares, pasando por un fallido ingreso a la Escuela Militar de Chorrillos y, por supuesto, el primer gran amor de su vida.

A continuación, nuestra entrevista con un hombre que ha sabido desempeñar importantes cargos en entidades como la Comisión a favor de las personas ciegas y con deficiencia visual en Lincoln, Nebraska, y en el Consejo Nacional de administradores de agencia en rehabilitación para ciegos en los Estados Unidos, país que le ha dado lo más valioso: sus cuatro hijos.

¿Este libro puede ser considerado una precuela de “Volver a correr”?

Hablamos de hace cinco años atrás. Originalmente yo hice un manuscrito de casi 500 páginas y no era apropiado publicar un texto de memorias tan extenso. Me sugirieron en la editorial publicar la segunda parte, desde que empezó mi ceguera. En la presentación de “Volver a correr” me preguntaron qué libro publicaría después y yo dije que era este, y que ya estaba escrito, pero me faltaba editarlo y seleccionar qué memorias iban a quedar. Pero cuando empezaba a trabajar en eso vino la pandemia. Así que todo entró en suspenso, pero ya al fin lo tengo impreso.

¿Qué le genera tener dos libros publicados a estas alturas de su vida?

No estoy tan joven como usted (risas). Es un sentimiento hermoso. Siempre escuchaba que todo hombre debe aspirar a escribir un libro, sembrar un árbol y tener una familia. No entendía bien lo de escribir el libro, hasta que hoy me pasa. Es algo reconfortante básicamente porque le pones mucho empeño. Y la recompensa es esa satisfacción de lograr que tu historia llegue al público.

¿Cómo podría calificar su propia vida antes del accidente que le costó perder la vista?

Como pasa con el peruano común: una vida difícil. Cuando vivimos en Perú pensamos que eso es normal, pero ahora que vivo acá (en Estados Unidos) siento que lo del Perú más que vivir es sobrevivir. La mayoría de nuestros padres incluso han pasado cosas peores. Y creo que escribiendo este libro puedo contar, por ejemplo, lo que vivieron mis padres, ambos huérfanos, provenientes de la sierra. Pienso que uno no debe olvidarse de sus raíces y además tener en cuenta que los obstáculos o nos tumban o nos dan más fuerzas para seguir creciendo.  

Su vida estuvo ligada casi desde muy chico al Ejército, a la Policía. Usted postuló a la Escuela Militar de Chorrillos, su hermano también. ¿Por qué este acercamiento a las fuerzas armadas?

Mi padre y varios de mis tíos provienen de provincia. Cuando yo era muchacho no sabía que muchos de mis familiares postulaban a la Policía porque no tenían otra opción, aunque algunos sí por vocación. Mi padre fue por necesidad. Él era subalterno de la Guardia Republicana. Teníamos varios tíos en la misma condición. Así que a la siguiente generación nos inculcaban la idea ser oficiales. En mi caso podría decir que me atrae ese tipo disciplina, de vida castrense. Crecí sabiendo que quería estar en ese mundo, buscando ser oficial.

Una foto de Carlos Serván cedida por Editorial La Nave.

¿Si pudiera definir a su papá y a su mamá con pocas palabras cómo lo haría?

Perseverantes. A mi madre la recuerdo como una mujer joven siempre ocupada: limpiando, cocinando, atendiendo a sus hijos. Y cuando podía ayudar en la economía del hogar lo hacía como ambulante, vendiendo ropita. Jamás la vi renegar o criticar la pobreza. Inclusive recuerdo cuando una vez le robaron el puestito. Esa vez la vi cerrando sus ojos y orando al cielo para que Dios nos de fuerzas para salir adelante. Y mi papá, tal vez por ser militar, lo recuerdo algo más tosco, fuerte de carácter. Si se golpeaba la mano con el martillo se chupaba el dedo y decía ‘Esto no me va a vencer’. Y nos instaba a ayudar en casa siempre. Mi papá creía en Dios, pero repetía la frase “orando y trabajando, porque Dios no ayuda a los flojos”.

Usted tiene 57 años de edad y 34 viviendo en Estados Unidos. ¡Una vida!

Así es. Salí del Perú a los 23 años. Mi accidente fue en 1986. Jamás había pensado en salir. Me quedé ciego y yo quería seguir en mi país, pero, lamentablemente, no había oportunidades. Solo había trabajos como recepcionista o masajista. No tengo nada en contra de esos oficios, pero yo me aburría con eso. Tras mi accidente, el primer año intenté hacer todo para recuperar mi vista. Y los siguientes dos años hacía una y otra cosa. Me iba a Tacna a traer cosas pequeñas cosas que ni imaginaba era contrabando. Veía que la gente me compraba más las cosas por lástima que porque necesiten mis productos. Eso no me gustaba, y cuando uno es joven siente más pasión, se arriesga más, y pensé ¡me voy a Estados Unidos! A empezar de cero y sin saber el idioma.

¿En todos estos años allá se ha llegado a sentir estadounidense en algún momento?

Soy 100% peruano, pero lo de estadounidense es porque vivo aquí. Mis hijos han nacido acá. También trabajo acá. Pero mi corazón siempre está pensando en Perú. A veces en vacaciones podría irme a Europa, a conocer muchos lugares nuevos, pero yo prefiero regresar a Perú, buscando siempre la forma de ayudar, de llevar donaciones para diferentes grupos de ciegos.

Perú es un país con muchos recursos naturales. ¿Cuál cree que es la principal razón por la que no podemos progresar de forma más igualitaria?

Eso merece una respuesta larga. Creo que son un conjunto de cosas en las que la educación es básica. No hay continuidad en los gobiernos para llevar una educación a nivel nacional con un objetivo claro de hacia dónde queremos llegar. Continúan las huelgas, los intereses personales, políticos y a veces hasta sindicales. Un gobierno elimina lo del anterior. Y buscamos cambios a corto plazo, perjudicando a las siguientes generaciones. Pienso que el cambio necesita más evolución que revolución. Después de la dictadura militar, con la nueva Constitución, sí hay oportunidades. La corrupción no tiene mucho que ver con la Constitución, sino con la falta de principios culturales y de familia. Casi todos los presidentes que hemos tenido están presos o procesados, lo cual significa que el sistema para castigarlos funciona. Yo creo que necesitamos educación para evitar que surjan más corruptos.

Queda claro que hay más progreso en Estados Unidos que en Perú. ¿Cómo es ser invidente en ese país en la actualidad?

Acá hay más progreso, claro, tal vez porque su economía es más estable. Pero acá somos 50 estados diferentes y cada uno tiene servicios distintos, aunque siempre más avanzados que en el Perú. Yo creo que la diferencia entre una Agencia de Rehabilitación Vocacional buena y otra mediocre aquí es creer en la capacidad de los ciegos. En mi caso, yo vine recién accidentado, sin saber inglés, expolicía, y llegué a una agencia donde me preguntaron: ¿si no fueras ciego qué te gustaría ser? Bueno, abogado, administrador. Y me ayudaron, mientras que en los otros cuarenta y tantos estados no lo hubieran hecho igual. Un amigo subalterno de la Fuerza Aérea del Perú vino a EE.UU., cruzó el río, vino en tren, pero tuvo un accidente y perdió las piernas. Recibió rehabilitación, pero no le preguntaron lo que a mí. Él tenía estudios de contabilidad, pero terminó como cajero.

¿Guarda algún rencor o rencilla hacia el momento en el que le ocurrió el accidente? ¿O ha superado el hecho por completo?

Nunca tuve resentimiento. Tal vez en el momento de la explosión maldije, pero nunca hacia una persona. Incluso en cama decía que no le deseaba mi destino ni al peor de los terroristas. Sí tal vez sentí algo de molestia con la situación, pero por las posibilidades que tiene una persona con discapacidad versus alguien que no la tiene. Yo no vivo en Perú, pero cada vez que vuelvo y me encuentro con amigos notar eso me molesta bastante.

¿Cree usted que sus padres estarían orgullosos de usted, viviendo tantos años en Estados Unidos, siendo un ciudadano americano y con una familia bien conformada?

Mi padre falleció hace 35 años. Sé que su espíritu me sigue guiando. Mi madre está viva y siempre me die que soy la luz de sus ojos. De todos mis hermanos, que somos ocho, soy el que tiene mayores credenciales. Ella está contenta conmigo, me llama para consultarme cosas, y me agradece, pero yo le digo que todo es porque ella me enseñó a ser perseverante.

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