Alonso Cueto: «Francisca se rebeló contra su familia, contra la Corona y contra el destino»

En 2019, Alonso Cueto publicó “La Perricholi”. Ya era un libro grande, pero sobre todo ya era una historia tremenda sobre Micaela Villegas, una mujer que llevó una vida fascinante en las postrimerías del Virreinato. Ahora, el autor nacido en 1954 presenta “Francisca. Princesa del Perú” (Literatura Random House), una incursión similar si de extensión hablamos (443 pág.), pero con una serie de elementos distintos que la hacen también de lectura obligada.

En esta nueva novela, Cueto recorre la vida de Francisca Pizarro Huaylas Yupanqui, una mujer que debió llevar como un tatuaje el legado de sus apellidos. Hija de Francisco Pizarro y de la hermana de Atahualpa, Inés Huaylas Yupanqui – Quispe Sisa–, Francisca vivió los años más convulsos del siglo XVI. Pasó su infancia y adolescencia acompañada y aconsejada fundamentalmente por su aya Catalina y su ‘mamá’ Inés Muñoz. Pero tal vez aquello que la marcó más en sus primeros años fue la disyuntiva que le generaban los mensajes contrarios de su padre y de su mamá. Él la quería como una española católica, mientras que ella le remarcaba cada vez que podía lo legendario de sus antepasados andinos.

Conforme pasaban los años, la niña Francisca poco a poco irá siendo testigo de hechos violentos, protagonizados por bandos que añoraban tomar el poder en ese territorio que hoy conocemos como nuestro Perú. Muere su padre y muere su tío. Ella –y sus cercanas—se ven prácticamente en riesgo, por lo que deben ir a un convento para guarecerse. Tiempo después es exiliada a España.  Cueto ficciona con sutileza lo que podría decir una mujer testigo de tantos cambios, y en los que apenas puede decidir su destino.

Surge un espacio para el amor (aparece Martín), pero también hay obligaciones conyugales, que la asemejan a su madre Quispe Sisa. En algún momento, ya en España, se casa con su tío preso y emprende un camino de revisión de toda su vida, en la cual destacaron factores como la fe, pero sobre todo circunstancias como la muerte.

Francisca” —novela que será presentada este viernes 7 de julio a las 7:30 p.m. en el Centro Cultural Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores (Jirón Ucayali 391, Lima) — confirma la dotada pluma de su autor, pero sobre todo su forma de obsesionarse profundamente con un personaje y no soltarlo hasta que, probablemente ya lo dijo todo.

A priori uno piensa que si se embarca en una novela histórica tiene más trabajo previo que al escribir una novela ‘actual’. ¿Qué lo llevó a interesarse en el personaje de Francisca Pizarro Huaylas Yupanqui?

Siempre que he tenido un proyecto de novela lo que me fascina por encima de todo es la naturaleza del personaje, la ambigüedad, el misterio, la naturaleza contradictoria de alguien que se enfrenta en su vida a retos y a situaciones decisivas. Entonces, Francisca, que nace atravesada, definida por la historia del Perú (su padre es el Conquistador y su madre la hermana del último Inca, que fue ‘ofrecida’ por Atahualpa a Francisco Pizarro), siempre me llamó la atención como un personaje contradictorio, ambiguo, que tuvo que enfrentar la violencia de las condiciones de su nacimiento. Porque es un nacimiento marcado por el encuentro violento de dos mundos. Y lo que me interesaba de ella, además, es que no había dejado cartas personales o documentos privados. Simplemente se quedó callada, en silencio. El Inca Garcilaso, otro gran personaje, contó toda su vida. Pero ella no dijo nada. Claro que las mujeres estaban mucho más condicionadas a no hablar. Entonces, me interesaba ese hecho, que, siendo mujer, teniendo las circunstancias de su vida, de su nacimiento, de su educación, y habiendo asistido a acontecimientos tan traumáticos como la muerte de su padre, como la separación de su madre Sisa Quispe, pues no había realmente mayor información sobre su vida. Yo había leído hace muchos años, y ahora volví a leer el libro de María Rostworowski («Doña Francisca Pizarro. Una ilustre mestiza») en donde se plantea qué habrá pensado, qué habrá sentido Francisca, lo que me parece una manera extraordinaria para un historiador de abrir las puertas a la imaginación de lo que los mismos hechos pueden sugerir. Entonces, cuando a mí me fascina un personaje de esta forma, siento que debo ceder a la tentación, como decía Oscar Wilde, y vivir con él. Y la mejor manera de vivir con un personaje es escribirle una novela. Eso ocurrió conmigo en los últimos años.

¿Es una fascinación similar a la que le generó Micaela Villegas cuando hace algunos años le dedicó su novela “¿La Perricholi, reina de Lima”?

Claro, porque Micaela también era un personaje ambiguo, porque era tan mundana, pero a la vez tan religiosa, era una actriz y a la vez una mujer de negocios. Era una criolla, pero tenía aspiraciones románticas con el Virrey. Había tantas contradicciones ahí que me interesó muchísimo. Y con ella también viví muchos años. Con este par de personajes femeninos llevo mucho tiempo, de libro en libro, y me da mucha pena ahora, hace algunas semanas, dejar a Francisca. Me he sentido muy abandonado. Pero tenía que llegar el día en el que ella tuviera que salir al mundo. Que es lo que pasa cuando un escritor publica un nuevo libro.

Me ha mencionado el libro de María Rostworowski. Y a propósito de la bibliografía que adjunta al final de su novela, ¿cómo diría que los historiadores han tratado al personaje de Francisca?

De lo que leí, uno de los episodios que más me marcó fue que cuando ella tenía tres años, Francisco Pizarro se la quita a su madre Quispe Sisa y se la entrega a Inés Muñoz. Y le dice: ‘ella va a ser española, no inca, no indígena. Debes educarla como española’. Y entonces, hay un grupo de personas que han escrito sobre ella asumiendo que fue una española, pero yo creo lo contrario. Yo pienso que hubo en ella una cierta vocación por el mundo indígena. Primero, porque no puede haber olvidado los arrullos en Puquina que su madre le hacía al dormirse. A los tres años uno ha vivido mucho ya. Segundo, porque ella logró que la imagen de su madre estuviera labrada en las paredes del Palacio de la Conquista en Trujillo de Extremadura. Y, por último, Francisca siempre buscó apoyo para construcciones de iglesias en el Perú. Entonces, yo no creo que ella haya olvidado su parte indígena. Y eso es lo que me parece fascinante, su condición de mestiza, no como una característica cultural solamente sino como una condición vital.

Otro rasgo que queda claro en la novela es la fe cristiana de Francisca, que mantiene pese a haber sido testigo de muchas tragedias, a haber vivido sin amor real, y con varias pérdidas. ¿Es posible imaginar que hechos así la hayan hecho abrazarse más a la religión?

Ella sufre muchísimo. Matan a su padre, con el que tenía una relación ambigua, pero de todas maneras cercana. Mueren varios de sus hijos. La obligan a casarse con su tío. Todo esto en silencio. Yo no creo que con resignación, sino con rebeldía, pero una rebeldía secreta, silenciosa. Entonces, es posible que eso haya atizado el espíritu religioso. Aunque hay que tener en cuenta que la vivencia religiosa en el siglo XVI era muy fuerte. Y eso seguramente la contagió también a ella.

No es lo mismo vivir con padres separados que con un padre que te separa de tu mamá. En el caso de Francisca tenía un padre que la quería española y católica, y una mamá que le hablaba de sus antepasados indígenas, tan legendarios. ¿Cree que esto forma una personalidad férrea o más bien confunde?

Yo creo que forma una personalidad fuerte, decidida. Sin anticiparle mucho a los futuros lectores de la novela, en un momento de la historia ella hace algo que demuestra su fuerte personalidad. Un escándalo, algo totalmente inesperado, que definirá la última etapa de su vida en Madrid.

Hay un personaje que atraviesa casi todo el relato: Martín. ¿Cuán clave resulta para Francisca la existencia de este amor ‘no correspondido’?

Martín es el único personaje totalmente ficticio en la novela, por lo menos desde mi punto de vista. Yo espero que haya existido y que, en medio de todo lo malo, Francisca haya vivido una historia de amor secreta con él.

Teniendo en cuenta escenas tan trágicas como la del Cura Valverde con Atahualpa, y luego la cabeza de Gonzalo Pizarro colgada, entre otras que narra en su novela. ¿Cómo deberíamos ver hoy el fenómeno que significó la Conquista?

Hay que verlo dentro de su época. Los imperios vivían de la conquista. El imperio incaico también vivió de la conquista de otras culturas. El (imperio) español realizó un gran proyecto de conquista en toda América. Me parece que eso es parte de las características del siglo XVI. Lo hacían los españoles y lo hacían los incas también. Me parece, sin embargo, que los peruanos perdimos mucho con la destrucción de varios de nuestros templos, con la destrucción de las paredes del Qoricancha, y de muchas de las muestras de trabajos en metal de los incas. ¿Era algo inevitable para una conquista? No lo sé y no lo creo. Me parece que hubieran podido respetar algunas de las construcciones, de la orfebrería, de la joyería de esa época. Sin embargo, no podemos –desde el siglo XXI—juzgar las acciones del siglo XVI, porque caemos en una falta de comprensión de la historia. Hoy en día, evidentemente, tú lo ves en la invasión rusa a Ucrania: el mundo condena esa invasión. Porque estamos en el siglo XXI y condenamos las agresiones de un país a otro. Eso no era así en el XVI. Ahí más bien se celebran las conquistas de un país a otro. Sin embargo, también creo que la cultura del mundo incaico ha contribuido muchísimo a la española, a la cultura del mundo en general. Desde el Perú hemos aportado a lo que es la reserva natural, cultural y comestible del mundo, que muchas veces no son elementos reconocidos, pero que están ahí como parte de los tesoros de una gran civilización. El Perú es un gran país. Tuvo una gran civilización. Ojalá podamos aprender de ese espíritu que llevó a formar un imperio. Un espíritu de unión para el trabajo colectivo, de planificación, en obras de ingeniería, en tantas cosas que los incas lograron realizar en el poco tiempo que fueron imperio. De esas obras debemos sentirnos orgullosos los peruanos, sobre todo pensando que ahí están los rezagos y las herencias de ese mundo.

Citando el texto de la contraportada de su novela, en ese objetivo de “dotar de luz y voz propias a un personaje memorable” como Francisca, ¿no hubo interés en tocar algo más los cambios sociales? Recuerdo en una parte que menciona, por ejemplo, la llegada de la cerveza.

La novela histórica no da información histórica, sino que la usa como una materia prima para hilvanarla a las vidas, a las peripecias, a las acciones y a las emociones de los personajes. Que haya habido algunos eventos, tal vez, pero no como una Wikipedia informativa, sino dramatizándolos como parte de las experiencias vitales de los personajes. Aquí lo que cuenta son estos últimos, no la materia histórica. Para mí lo fundamental era Francisca, Sisa Quispe, Inés Muñoz, y no tanto aquello que los rodea.

Me queda la imagen de Francisca siempre rodeada de mujeres. En Perú y luego en España…

Tenía también cerca a Francisco de Ampuero, a Hernando, con el que se casa, y al único hijo que le queda, con el que logra construir una relación muy estrecha. También a Pedrito, su segundo marido.

La más reciente novela de Alonso Cueto.

En algún momento del libro aparece un momento titulado “Diario de Inés”. ¿Es real? ¿Qué tan clave resulta este personaje de Inés Muñoz?

Inés Muñoz hizo un diario sobre toda su vida en el siglo XVI. Ahora, parece que muchas de las cosas que ella puso no eran verdad. Sin embargo, es una fuente sumamente interesante, porque Inés era un gran personaje. Ella acepta a Quispe Sisa. Esas dos madres pudieron convivir. Ahí está lo inteligente. Inés me parece una mujer admirable, extraordinaria. Pierde a sus dos hijos y al día siguiente está fregando la cubierta del barco rumbo a España como si nada.

En su novela hay muertes, pero también venganzas y rencores. ¿Podemos afirmar que estos últimos aspectos se reflejan claramente en el Perú aún hoy, 500 años después? Porque lo que vemos a diario en la política y en nuestra sociedad…

Perú siempre ha sido un país fraccionado, fragmentado. Ahí ha estado su riqueza. Recibimos migraciones de todos los continentes. Es como si la historia hubiera hecho un experimento y hubiera dicho ‘vamos a hacer que en este país se reúna gente venida de todo el mundo’. Y eso ha producido una sociedad atomizada, dividida, fragmentada, con una enorme cantidad de racismo y discriminación, pero a la vez muy rica, donde existen expresiones culturales de lo más diversas. Geografías, ámbitos climáticos, fauna, flora, inmensos nevados, lagos elevados, ríos profundos y anchos. ¿Qué país tiene tanta variedad y riqueza? Al mismo tiempo, sin embargo, nos es más difícil integrarnos, unirnos y reconocernos entre todos. Eso se nota en siglo XVI y también en el XXI, aunque creo que hoy día hemos recorrido un camino largo en busca de la integración. Siento que hoy estamos mucho más integrados que hace cincuenta o cien años. Ahora hay una conciencia mayor de las diferentes partes del Perú. Los limeños viajamos más a diferentes partes de la provincia. Muchos se quedan a vivir. Tenemos noticias de lo que pasa ahí. Y si bien es verdad que hay mucho racismo, por lo menos hoy está penado, sancionado legal y socialmente. Indudablemente, tenemos infinitos problemas y vamos a seguir teniéndolos, pero también creo que hemos recorrido un camino y seguiremos en esa dirección. No es un asunto de líderes políticos, sino que nosotros como sociedad tenemos que lograr eso.

¿Cree que la condición de princesa inca y de hija de conquistador fue una bendición o una maldición para Francisca?

Es una bendición en el sentido de que ella reúne las dos razas, las dos herencias. Es la primera en expresar esa dualidad, que en realidad es una multiplicidad de la que estamos hechos. Pero también es una maldición porque su vida se encuentra en manos de la Corona, que decide que ella tiene que irse, casarse, y le impiden una vida propia, aunque yo creo que en mi novela he tratado de decir que ella se rebela contra todas esas imposiciones, a su manera, en secreto y después de una forma más abierta. Francisca esa una rebelde, soñadora, secreta, oculta, pero constante. Una mujer que se rebela contra la familia, la corona y el destino, que busca ser ella misma.

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