Rodrigo Murillo: «Desde pequeño me enseñaron a interpretar al Perú como un país combativo y aguerrido»

Muchas cosas han cambiado desde aquella primera vez que conversamos con Rodrigo Murillo Bianchi (Arequipa, 1986). Cinco años atrás, en una banca de la Feria Internacional del Libro de Lima, el autor intentaba abrirse paso en el ambiente literario peruano trayendo nada menos que un Premio bajo el brazo, el José Ángel Mañas que ganara en Madrid con su obra debut, “Los héroes sentimentales”.

Como reconoce en esta entrevista, aquel galardón equivalente a 12 mil euros le significó a Murillo Bianchi el inicio de un camino que hoy parece fortalecerse con “No juzgarás”, su segunda novela esta vez publicada por la gigante Alfaguara. Si en “Los héroes sentimentales”, el escritor arequipeño se valía de distintas voces para retratar a su manera el conflicto armado interno que castigó el Perú entre 1980 y el 2000, esta vez nos presenta un thriller que toca con agudeza algunos de los aspectos más oscuros de nuestra sociedad.

“No juzgarás” es la historia de un grupo de jóvenes que, enterados de la existencia de sacos con dinero en el sótano de una iglesia, se proponen robárselos. Aunque este objetivo finalmente no se cumple, los lectores seremos testigos de cómo, mediante una narración ambiciosa y plagada de diálogos potentes, la historia de esa ‘travesura’ se va abriendo en varias ramas, desnudando la realidad corrupta de una sociedad casi en pleno.

-Cinco años han pasado entre “Los héroes sentimentales” y “No juzgarás”. Has sido padre, tu carrera como internacionalista se catapultó por este ‘mundo loco’, etc. ¿Es muy distinto el Rodrigo de hoy al que ganó en 2018 el premio José Ángel Mañas?

Fue una absoluta sorpresa que con la primera novela que escribiese pudiera ganar un premio. Más allá de ser un certamen para debutantes, significó un espaldarazo importante para mí. Y en ese momento estaba ya el anhelo del internacionalismo, del análisis político en perspectiva histórica, pero no se me estaba dando. Tocaba todas las puertas, pero no funcionaba. Recién en Bogotá, cuando me llamaban para opinar sobre las crisis políticas peruanas, yo les pedía: ‘miren, como contraprestación, solo les pido que me llamen también para conversar sobre otros temas internacionales’. Poco a poco me dieron la oportunidad, entre ellos se pasaron la voz y eso me permitió llegar a otros medios.

– ¿En qué momento posterior a “Los héroes sentimentales” surge la idea base de “No juzgarás”? ¿Ha sido un trabajo de cinco años o en el camino se presentaron contratiempos que interrumpieron la elaboración de esta historia?

En España recibí una crítica que me dejó pensando. Me dijeron que “Los héroes sentimentales” era una novela de notable arquitectura y muy interesante, pero muy intelectual. Me lo dijeron desde una perspectiva española, claro, en el sentido de que ya pocas personas de ese país conocen el presente peruano y mucho menos nuestro pasado. Perú no es un país que esté siempre ‘en boga’. En ese momento, ciertamente, las cosas estaban mucho más estables. A nivel regional se hablaba más de Hugo Chávez y Venezuela, y entonces pensé: tal vez debería crear una historia que no requiera tanto conocimiento del pasado, de las últimas décadas en mi país. Mi identidad es mezclar a varios autores, digamos, aproximarme a un periodo histórico a través de numerosas voces, pero sí quería que en esta nueva novela no sea tan necesario entender qué ha pasado hace cuatro décadas, sino más bien presentar una novela de espías en la que nadie sepa en quién confiar. Incluyendo, claro, la violencia que persiste en toda la realidad peruana.

Entonces, ¿cuánto tiempo te ha tomado construir la novela?

Sin interrumpirla, me ha tomado dos años terminarla. En un momento, estando en Colombia, le di una prioridad mayor al internacionalismo, dejé de escribir. Luego me casé, me fui de luna de miel, me mudé a Francia, y cuando nace mi hijo, yo no tenía trabajo, entonces, mi esposa trabajaba y yo fui padre a tiempo completo por 10 meses. Continuaba dando clases virtuales en una universidad peruana. Recuerdo una vez que di una clase de dos a cinco de la mañana por un semestre.  Esa era mi conexión con mi país y, además, era un trabajo remunerado que me servía en dicha primera etapa en Europa.

-Analizando en perspectiva, ¿cuál dirías que fue la principal enseñanza que te dejó toda la cadena que devino en “Los héroes sentimentales”? Desde la idea germen de la novela hasta concursar, ganar, publicarla y promocionarla. ¿Crees que un libro puede venderse por sí solo?

Yo creo que la principal enseñanza fue que lo que todos me decían cuando comenzaba con mi anhelo de ser escritor se había revelado falso. El ‘es imposible que ganes dinero con una novela’, ‘nadie gana un premio sin haber publicado previamente una novela’ o ‘todos los premios en España están amañados’. “Los héroes sentimentales” ganó un premio, me significó un monto de 12 mil euros, que en ese momento era algo impresionante, pero más que eso, las reseñas, la exposición en medios me dio cierto prestigio que yo capitalicé en mi trabajo universitario. Entonces, cuando estás convencido de la capacidad que tienes, y sientes pasión, a veces no es bueno escuchar a los demás, sino persistir en el buen trabajo que estás haciendo.

-Al hablar de “Los héroes sentimentales” señalaste referencias del nivel nada menos que “Patria” de Fernando Aramburu y de “Héroes, bestias y mártires de España» de Chávez Nogales. ¿Sería muy exagerado hablar de “No juzgarás” como una obra hija o nieta de “Conversación en La Catedral”?

Creo que a nivel de las técnicas que utilizo es verdad que hay un fuerte componente de mi profesor Mario Vargas Llosa, como pasa con muchos colegas peruanos. Sin embargo, antes que la literatura, mi gran pasión era la historia. Yo leí mi primera novela (“La ciudad y los perros”) a los 29 años. Así que en esta ocasión volví a los orígenes que a mí me despertaron este bichito. En primer lugar, la pasión por Napoleón, y por tres novelas que me cambiaron la vida: “Los miserables”, “El conde de Montecristo” y “Guerra y paz”. Son tres mosaicos que te permiten, entendiendo a sus personajes, conocer lo que pasaba en la Francia de esa época. Y utilicé algunas técnicas como por ejemplo la de los monólogos. En algunas partes de “No juzgarás” un personaje comienza a hablar y continúa en un largo párrafo monologando. Eso creo que no lo ha utilizado Vargas Llosa, y es una técnica que viene de la literatura clásica. Así que considero que mi influencia (en este libro) es quizás más clásica, y dentro de esto lo épico, que siempre está presente en mis obras y tal vez no mucho en el trabajo de Mario. 

-Algo que quedaba claro en tu primera novela era esa posibilidad de diferenciar héroes de villanos. ¿Qué crees que ocurre en “No juzgarás”? ¿Cómo has planteado esta dicotomía si es que todos de alguna u otra forma terminan caminando en un sendero de corrupción?

Siento que todos estos personajes habitan un país muy complejo donde de cierta forma tienes que ser un león para vivir. Aunque entiendo que mucha gente tal vez tuvo otra trayectoria, yo por mi experiencia en Arequipa explico las cosas de dos formas: envidia o ganas por ser competitivo. Estábamos siempre comparándonos los unos con los otros, y de cierta forma pensando tal vez íntimamente que si no estabas dispuesto a jugarte el pellejo o romper las reglas, en el Perú no serás nadie. Y esa es la identidad que he trasladado a esta novela, porque todos los personajes son a su manera muy violentos, y de cierta forma todos están dañados. E incluso a los jóvenes no les auguras el mejor futuro. Tal vez yo he sentido todo esto sobre mi país, y es esa experiencia la que he volcado a esta historia. Aunque sin dejar de lado el aire final de que ‘todo es posible’ y de que uno puede armar su propio camino, para bien o para mal.

Me has dicho que no has querido retrotraerte mucho al pasado para intentar llegar tal vez a más lectores, sin embargo, inevitablemente mientras lee uno tu novela encuentra referentes como el de un fiscal muy famoso, un expresidente o una excandidata presidencial. ¿Por qué colocaste estos elementos y cómo los ensamblaste?

Creo que en el momento que me di cuenta que el Perú estaba en un momento histórico, determinante, fue cuando se suicidó Alan García. Yo estaba en Colombia. Me llamó mi mamá. Me conecté por Internet, lo recuerdo claro. Muchos en mi familia no lo podían creer. Siempre recuerdo conversaciones de mis abuelos diciendo que Alan García jamás iba a responder por nada. Porque se le atribuía una gran inteligencia, y además una forma de ejercer el poder casi única en América Latina. Fue nuevamente presidente, intentó limpiarse a costa del crecimiento macro económico, pero finalmente –nuevamente– la corrupción lo acabó atrapando. Y yo me dije: esto es histórico. Y me pareció inevitable hablar de este momento paradigmático en la historia del Perú, que además me impactó como joven peruano. Sentí que de cierta forma la justicia le estaba dando la razón a mi abuelo o a la gente que decía ‘tarde o temprano vas a cosechar lo que has sembrado’. Y eso me pareció poético, porque a mí siempre me habían criado con la idea de que en el Perú siempre ganan los malos, nada podrá cambiar, pero en ese breve lapso entendí –como muchos otros de mi generación—que quizás hacía falta un fiscal valiente para cambiar la historia. Finalmente nos hemos dado cuenta de que tal vez no se hizo el mejor trabajo por ese lado, pero lo que sentí en ese momento lo he trasladado a “No juzgarás”.

La portada de la segunda novela de Rodrigo Murillo Bianchi.

-El fiscal Aniceto Roca luce bastante parecido a un fiscal que ha sido noticia en los últimos años en nuestra política: José Domingo Pérez, elogiado y criticado tal vez en la misma magnitud. Precisamente, entre quienes lo critican consideran que hay una ‘judicialización’ de la política peruana. ¿Coincides con esta idea?

Tiene sentido en el plano de la ‘gran política’, a nivel de la inestabilidad que genera en el país. Es verdad que un presidente que va preso cada dos o cinco años, no permite que el país marche, no permite que los planes se ejecuten, y al final de cuentas los que sufren son los jóvenes, que no tienen quizás la estabilidad necesaria que permitiría que lleguen compañías (a invertir aquí) y que todo el mundo pueda tener un futuro y hacer su vida bien. Lo que sí debo decirte es que me daba mucho orgullo, mientras vivía en Colombia, la admiración que se sentía por el Perú en referencia a que se pueda apresar a un político, o sea, que un fiscal sea capaz de poner contra las cuerdas a un presidente, eso es algo que nunca ha pasado en ningún país de América Latina. Me parece que ha quedado demostrado que la justicia peruana ya no tiene patrones ni dueños como en el pasado. Así que, por un lado, siento que hay una consecuencia sobre el desarrollo del país, pero, por otro lado, me levanta la moral saber que mi país se destaca porque ya no se puede aquí ejercer la vieja corrupción, que antes no era opcional sino totalmente generalizada.

Hay en tu novela otros elementos, tal vez más sociales, como la minería ilegal y el dinero que mueve, la migración, los venezolanos, y también algunas alusiones muy directas de lo popular (la frase “las venezolanas tienen el mejor poto del mundo”), etc. ¿Consideras estos elementos indesligables de la actual sociedad peruana?

Primero que nada, eso no lo he vivido, porque yo me fui en el año 2014. Así que aquello lo he sacado de conversaciones entre amigos, chats, conversaciones entre gente mayor que se expresa libremente, y entonces sentí que era honesto poner voces que yo he escuchado en este tipo de contexto. Luego, mientras se editaba el libro, un familiar me dijo ‘Rodrigo, cuídate, porque esto está tan polarizado que pueden atacarte al decirlo’. Pero la editorial me dijo: no, ‘esto sí es así, entonces, no nos parece adecuado censurar una realidad’. Y felizmente trabajé con un gran equipo editorial de Alfaguara: Arthur Zeballos, Luis Yslas, y Johann Page y Jerónimo Pimentel liderando el tema. Todos muy profesionales y conocedores de la realidad peruana. Ahora, sobre la minería ilegal, es lo más doloroso, siempre. A veces uno ve videos desde el extranjero, y uno rescata mucho lo que el Perú tiene de autóctono, su historia y cultura antigua, pero cuando ves estas selvas destruidas, convertidas en desiertos, primero que nada, me afectó emocionalmente, y a la vez me dio un insumo literario para pensar cómo es que esta gente continúa destruyéndolo todo, y nadie se entera por acá, o tal vez sí, pero todo se mueve ‘debajo de la mesa’. De todo esto surge la génesis de mi novela.

Mario Vargas Llosa dijo una vez que para escribir “Conversación en La Catedral” tuvo que alejarse del cine, del teatro y de varios de sus gustos para encerrarse solo a escribir. ¿Para ti el proceso de escritura de esta novela también fue casi obsesivo? ¿Cómo lo compararías con tu labor de historiador y de analista internacional?

Lo que hice con esta novela, que fue distinto quizás, fue que, en un momento leía muchas otras que tal vez no tenían el gancho de atraparte desde la primera página, pero que al final de su lectura, descubrías valores que te habían tocado emocionalmente. Por ejemplo, me pasó con “La noche de la Usina” de Eduardo Sacheri. Sentí ahí que valores como la amistad, la venganza y la sed de justicia eran potentes alicientes literarios. Una vez que definí esos valores intenté estructurar una historia que me permitiese, a la vez que relato un periodo del país, despertar la emoción del lector. Ahora, a Vargas Llosa le tomó diez años escribir la novela que mencionas, y es un trabajo paradigmático que cambió el mundo. Yo no sé cómo un humano puede escribir algo así. En mi caso fue, una vez que definí los valores, hice una estructura en Excel, escribí un primer borrador, ciertamente la gente que lo leyó me dijo ‘de esta página a esta otra va’, y entonces luego operé, corté, y cambié. Fue como armar un rompecabezas.

Rodrigo Murillo Bianchi es periodista, abogado, historiador y analista internacional. (Foto: PRHGE)

¿Crees que la Iglesia mantiene el mismo poder que hace veinte o treinta años?

Creo que no, pero es verdad que, a nivel cultural, los modelos que impuso la iglesia hace mucho tiempo, mucho más que en otros países, se aplican en Perú.

¿Cómo fue el armado de personajes secundarios? Manongo, Silvia, etc. ¿Tu idea fue siempre colocar personajes de todos los sectores sociales?

Lo que pasó fue que, o sea, tú creas la novela con diferentes pilares, pero resultaba complicado avanzar la historia con pocas voces. Entonces, intentaba vivir ciertamente los sueños que cada uno ha tenido. Por ejemplo, yo soy arequipeño y cuando vine a Lima pensé que siempre había chicas muy atractivas aquí, y por ahí Jingo era tal vez un joven Rodrigo que conoce a una chica hermosa que ‘le da bola’. En cierta forma, he trasladado mis anhelos a la novela. Luego, Manongo, es un militar trastocado por la guerra, acaba enloquecido, se convierte en un asesino y traficante, y al final recibe su merecido de la mano de otros militares que también en el pasado habían vivido por la misma experiencia ‘enloquecedora’ y que no sabemos si cometieron alguno de esos crímenes o no. Pero no hice nada de esto de forma metódica o académica, sino que me salió muy del alma, y rescatando un poco los modelos de peruanidad que creí ver siendo niño.

-No hay una denominación del tiempo exacto a lo largo de tu novela, pero presumimos que estamos en el Perú post-Fujimori. ¿Es posible aún extraer las secuelas del fujimorismo en una sociedad como la de hoy?

Es muy complejo. Cada vez más, la gente que tiene estos convencimientos, que le tiene –por ejemplo—gratitud al expresidente Fujimori, hoy se cuida mucho de decirlo. Y más aún con la experiencia de la hija, que podríamos estar de acuerdo que como jefa de un partido político importante ha generado una parte significativa del problema que padece este país. Siento que la hija, por las acciones que está cometiendo, está acabando con el respeto que se le tenía al padre en estos sectores de gente mayor que recuerda muy vivamente la época del terrorismo. Entonces, cada vez veremos reacciones más negativas y críticas más duras contra el fujimorismo. Y tal vez sea positivo para el país salir de todo esto.

Has partido la novela en cuatro capítulos, como las etapas fundamentales de la vida. Qué me dirías sobre esto vinculado al rompecabezas final de la historia…

Era parte de mi objetivo, claro. Quedé muy impactado cuando leí “2666” de Roberto Bolaño. Me pareció alucinante la forma en cómo él concatenó cuatro historias separadas, que en algo invisible tenían una misma coherencia. Ciertamente, yo carezco de esa capacidad literatura, pero sí me interesó que mi novela fuese la historia de un mismo hombre que ha vivido en un mismo lugar y que traslada sus experiencias de vida, desde que es joven hasta la vejez. No sabemos si Remigio Campodónico o Máximo Espada de jóvenes fueron Jingo, el Nicoya o Abraxas. Y eso es algo voluntario en el diseño del libro. Al final yo quería que sea una misma persona que contara su vida, y por eso nombré como nombré los capítulos.

Desde lo personal, “No juzgarás” me parece una historia sobre cómo la podredumbre y la corrupción atraviesa varios sectores sociales y esto se evidencia en el día a día. Tú, ¿cuál dirías que es el gran o los grandes temas de tu novela?

Tienes mucha razón, y quisiera añadir a eso que, incluso en las condiciones que dices, hay espacio para la valentía, para la lucha y para la vida de algunos personajes. Mira, desde muy chiquito me han enseñado una interpretación del Perú como un país profundamente combativo y aguerrido. Es tal vez algo muy diferente a cómo lo ven algunos desde Lima. Yo tengo varios compañeros de la Universidad de Lima que tienen un sentimiento por el Perú totalmente diferente. Sienten una gran frustración porque ven a este como un país que no tiene nada que ofrecer, como un páramo, siempre en el atraso y la incultura. Yo no. En Europa, todo lo que soy se lo debo al Perú y a Arequipa. Por eso, desde el momento en que pude comunicar esta noticia (de la novela) en el primer personaje que pensé fue en mi profesor del colegio. Por otro lado, esta no es solo una historia peruana. La corrupción que aquí se menciona es latinoamericana. De hecho, el único país que la acusó y persiguió fue el Perú. En Colombia, Chile o Ecuador también hubo caso Odebrecht, pero nadie fue preso. Complementaría entonces a tu comentario que sí, tal como dice González Prada, por todo lado asoma el pus, pero hay una fibra íntima de peruanidad –al menos de mi experiencia con respecto a ella—que es el combate, la lucha y el rencor, aunque también el no ser capaces de olvidar a aquellos que nos han hecho mal. Esa es finalmente la historia de Máximo Espada y Remigio Campodónico, que son caballeros retirados y ni siquiera saben lo que pasó con la hija, pero algo muy profundamente en ellos los conmina a cometer un crimen espantoso a su manera también.

-En tu caso, mientras más te alejas de Perú, más pareces con la necesidad de escribir sobre tu país…

Es curioso porque tuve muchas discusiones con mi esposa, fundamentalmente por mi hijo, porque a mí me gustaría volver a vivir en Perú. Sin embargo, estoy acá dos días, y se me quitan las ganas. No porque el país haya dejado de ser hermoso, ni por la comida, el fútbol o por mis amigos. Pasa que me he dado cuenta que escribo de un Perú idealizado. Entonces, no puedo estar acá porque una vez que lo veo en carne propia, las bases de ese idealismo comienzan a temblar.  Eso, por ejemplo, me afecta mucho para la novela que estoy escribiendo ahora (ya voy en la mitad). Así que fuera del país vuelvo a transformarme a este mundo ideal que yo conocí en mi época escolar, y de la mano de mi recordado profesor de historia.

Entre el escritor, el analista de riesgos, el internacionalista… ¿en algún momento vas a decidir a uno por sobre otro? ¿No hay un temor natural a que el trajín te exija tanto en cada área que perjudique a una función sobre otra? ¿Qué espacio tiene la literatura en tu vida?

La literatura es mi prioridad. Ante todo, me catalogo como un escritor y un profesor. Esa es mi esencia y nunca voy a poder parar. No obstante, es verdad que cuando te asomas a la paternidad tus responsabilidades son otras, más aún en un país como Francia –que no es el mío—y en el que no tengo ningún tipo de apoyo para dedicarme a la literatura. Continúo trabajando, ciertamente, porque tengo obligaciones que asumir, fundamentalmente por mi hijo, que es mucho más importante que la literatura. Pero también siento que tener la tranquilidad de un trabajo, de poder asumir la vida de mi hijo, de mi esposa, el poder pagar una hipoteca, me da mucha paz para escribir. Cuando tengo vacaciones, un feriado, cuando llego de trabajar, o los fines de semana, me es muy fácil escribir. A veces escribo un capítulo en una mañana. Claro que luego hay que corregir, pero antes no tenía esa capacidad, cuando solo pensaba en los libros, buscando quién me podía entrevistar, ahí sentía una gran presión por no estar a la altura con mi familia. Hoy tengo la tranquilidad que me permite escribir. Pero no te engañes, mi sueño es ser un escritor a tiempo completo, pero ese día llegará el día en que mis propias novelas futuras se vendan a tal punto que me lo permitan. Todos me dicen que es imposible, pero yo no lo pienso así. Me parece que es cuestión de encontrar el tema, el método y seguir creyendo en lo que uno hace.

Cuando vivías acá solías ver mucho fútbol peruano, en el que hay varios ‘macheteros’. Ensayando un símil, ¿te sientes listo para el ‘macheteo’ de los críticos que lean esta y tus próximas novelas?

He dado lo mejor de mí en esta novela. Estoy en un camino de aprendizaje, e incluso cuando leo aprendo. Con “Los héroes sentimentales” me hicieron unas críticas muy inteligentes que he anotado en un cuaderno y que he intentado no replicarlas en “No juzgarás”. Pienso que una crítica es lo que te permite mejorar. A mis alumnos siempre les digo que para llegar a escribir una novela tienes que cansarte de fracasar, de que la gente no te abra la puerta, de que no te contesten el teléfono, de que seas un problema para todo el mundo. Porque solamente en la medida en que acomodes fracasos y fracasos, vas a aprender lo que no tienes que hacer para así evitarlos. Es imposible ser un escritor sin fracasar hoy en día. Y cada novela en el fondo para un escritor es un camino de aprendizaje para que, Dios mediante, con la siguiente, estés un peldaño más arriba.

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