Renato Cisneros: «Toda guerra supone un trauma y la gente, en general, no quiere hablar de sus heridas»

En poco más de una semana, exactamente el lunes 27 de noviembre a las 7 p.m., Renato Cisneros presentará en la sala Miguel de Cervantes de la Casa de América de Madrid “El mundo que vimos arder” (Alfaguara), su más reciente novela. Acompañado por su colega, el también escritor y periodista de El Mundo, Antonio Lucas, el finalista de la II Bienal de Novela Mario Vargas Llosa iniciará así la promoción española de una obra que acumula cuatro meses de grandes cifras en su país natal.

Con casi una década residiendo en la capital ibérica, aunque siempre conectado al Perú por los espacios que mantiene en medios y redes sociales, Cisneros tiene una nueva oportunidad para conquistar lectores en una plaza sumamente disputada. Esta vez lo hace ofreciéndoles una historia que expresa, según lo cuenta en esta entrevista, “una voluntad de hacer ficción al estilo más clásico”.

Si en “La distancia que nos separa”, “Dejarás la tierra” y luego “Algún día te mostraré el desierto” tuvimos un proceso de escritura auto referencial (en el último caso con un diario de paternidad), esta vez el peruano se sumerge un hecho que marcó la historia: la Segunda Guerra Mundial. Para esto se vale del personaje de Matías Giurato Roeder, un trujillano que, enterado de sus raíces alemanas, se embarca a mediados de 1939 en una larga travesía con destino a Hamburgo.

En dicho propósito, y ya convertido en el piloto de bombarderos del bando aliado Matthew Clifford Ryder, el protagonista de “El mundo que vimos arder” recibirá una indicación que lo colocará en una encrucijada inimaginable. El dilema moral, pero sobre todo la sensación de que el destino puede arrebatarnos de un momento a otro aquello que soñamos durante una vida, son sensaciones sumamente palpables en un libro que confirma a Cisneros como un autor ambicioso.

Lo primero que salta a la vista es que te estás abriendo, por primera vez, de forma muy notoria más allá de lo personal. Esta es una historia global, con bases en la Segunda Guerra Mundial incluso. ¿Cómo surgió “El mundo que vimos arder”?

Conocí la historia de este personaje en 2014. Me impactó cuando la escuché: esta encrucijada moral en la que este peruano que nació en Trujillo y que a los 18 años se va a Estados Unidos intentado llegar luego hasta Hamburgo, donde nació su madre, una inmigrante italiana que llegó a Perú por otras razones. Y él crece desarrollando este vínculo especial con Hamburgo, y lo único que quiere hacer en la vida es conocer la ciudad, a sus abuelos y demás parientes. Ese plan, sin embargo, se interrumpe con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. El tipo empieza a participar en misiones, se asimila al ejército norteamericano, lo destacan como bombardero, encara las misiones con coraje, hasta que le asignan atacar la ciudad de su familia. Todo eso me dejó asombrado, pero en su momento solo escribí una columna en el diario, porque estaba concentrado en la novela sobre mi padre, entonces no quise darle más vuelo.

¿Cuándo cambió todo?

En el año 2020 Facebook me recordó la columna y redescubrí el tema. Pensé ‘esta historia ahora me está diciendo cosas que no me dijo en su momento’, y se me impuso casi como una historia que tenía que contar sí o sí. Eso además de que la pandemia activó en mucha gente la idea de tomar decisiones radicales, de hacer cosas que no habían hecho antes, tal vez por la inminencia de la posibilidad de la muerte, al ver cómo ocurrían cientos alrededor. Y me dije ‘voy a escribir esta historia, porque este personaje está diciendo cosas que a mí me interesa problematizar’. Y me senté a investigar para poder inventarme toda la historia vital de Matías Giurato Roeder.

Lo primero que uno encuentra en Google cuando escribe “peruanos” y “Segunda Guerra Mundial” es información sobre los integrantes de la brigada Pirón, con Jorge Sanjinez a la cabeza. ¿Pero aquí no tiene nada que ver tu personaje?

No tiene nada que ver. Sabía de la brigada, claro, y de todo el trabajo que había hecho Hugo Coya, y su abordaje siempre había sido más periodístico. Y tal vez por eso renuncié rápidamente a la posibilidad de hacer una reconstrucción periodística de esta historia. Quería que no se parezca a ninguna historia previamente escrita. Me planteé hacer ficción informada, obtuve una beca que me permitió conseguir documentación, películas, documentales, viajar a Trujillo, a Hamburgo, y eso me sirvió mucho para armar escenas e intentar construir personajes convincentes y logrados.

¿Podemos presumir que para construir esta novela has leído más libros de historia que novelas?

Casi. He leído mucha historia militar. Hay un libro espectacular que se titular «El incendio. Alemania bajo los bombardeos 1940-1945» de Jörg Friedrich, que es un ‘tocho’ de 700 páginas que cuenta cómo fue la ofensiva norteamericana y británica sobre Alemania. Con todo lo oceánico que es el tema de la Segunda Guerra Mundial traté de enfocarme única y exclusivamente en bombardeos sobre Alemania, aunque ya sobre ese sub género hay bastante bibliografía. Pero sí, quería alternar historia con literatura. Y en lo literario hay, por ejemplo, una novela titulada “Trampa 22”de Joseph Heller, de la que incluso hace poco se hizo una serie con George Clooney. Es un libro delirante, súper bien escrito, y que habla de la experiencia que tuvo Heller en el conflicto, de haber intervenido en misiones sobre Italia y Francia, siendo tripulante de un bombardero también. Luego, Kurt Vonnegut, por supuesto. Él sufrió el impacto directo del bombardeo en Dresde, y esa era una perspectiva que me interesaba. También el ensayo «Sobre la historia natural de la destrucción» de W.G. Sebald. Y un libro de correspondencia, «El piloto de Hiroshima«, de Günther Anders, acerca de Claude R. Eatherly, que fue el piloto del primer avión que participó en la operación del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima.

Si empezaste a investigar formalmente para este libro en agosto del 2020 y “Algún día te mostraré el desierto” se publicó un año antes, en 2019, has pasado casi cuatro sin publicar. ¿Es un tiempo razonable entre un título y otro según tu forma de ver la dinámica de un escritor?

Lo que pasa es que “Algún día te mostraré el desierto” es un libro de no ficción, un diario…

Un arrebato muy personal, digamos…

Totalmente. Es un libro que no me lo planteé ni siquiera como tal, sino que se convirtió en ello recién hacia el final. Mi agente en ese momento me dijo: ¿oye por qué no publicas esto? Al principio me mostré algo renuente, por las implicancias familiares que traía publicarlo, aunque al final me animé, porque sentí que era un documento importante. Pero eso no tenía nada que ver con los mecanismos de ficción que yo había experimentado escribiendo “Dejarás la tierra” en 2017. Entonces, sí, entre aquella novela y esta me parece que ya había pasado un tiempo prudencial como para arriesgar otra publicación.

Una de las primeras imágenes que me deja tu novela es la de los bombardeos que sufrió Madrid en la Guerra Civil. Esa no es una situación que esté muy fresca en la memoria, ni siquiera en la de los adultos que habitan la capital española. ¿A qué atribuyes esta especie de falta de conciencia?

De hecho, en 2021 salió un libro titulado «Madrid bombardeada: Cartografía de la destrucción, 1936-1939» de Enrique Bordes y Luis de Sobron, que al mismo tiempo que es una crónica de los lugares que sufrieron impactos de los aviones italianos y alemanes durante la Guerra Civil Española, también viene acompañada de una cartografía de la ciudad con los puntos donde los bomberos de entonces tuvieron que sofocar incidentes, ya sea ataques de artillería, bombardeos aéreos, u otro tipo de agresiones bélicas. Y era alucinante porque muchos de los lugares que yo transito y me desplazo hoy habían tenido algún tipo de impacto. Algunos más que otros, claro, pero para mí fue un dato nuevo. Yo sabía que Barcelona había sido bombardeada, pero desconocía que Madrid también estaba en el mapa de ciudades afectadas. Aunque lo más desconcertante fue no solamente eso sino confirmar con amigos madrileños que tampoco ellos sabían de ese antecedente.

El afiche de la presentación de Renato Cisneros en Madrid este 27 de noviembre.

¿Crees que eso tiene que ver más con decisión de nuestros abuelos y padres que a veces para protegernos evitan contarnos sucesos trágicos, o tiene algo que ver con una decisión ya de Estado acerca de lo que se conoce como la memoria histórica?

Por un lado, toda guerra supone un trauma, y todo trauma da pie a un silenciamiento generacional. La gente en general no quiere hablar de sus heridas. Hay un documental titulado «Luz blanca/Lluvia negra: La destrucción de Hiroshima y Nagasaki» de Steven Okazaki, acerca de los sobrevivientes en Hiroshima, y empieza advirtiéndole al espectador que el 74% de la actual población japonesa nació después de 1945, y luego sale un reportero consultándole a jóvenes japoneses qué ocurrió el 6 de agosto de 1945 y ni siquiera ellos sabían lo que había pasado. Por incultura o por lo que quieras, ignoraban un suceso que cambió la historia. Y por eso no me sorprendió tanto que en Madrid la gente no supiese de estas bombas que cayeron entre 1936 y 1939.

En esta novela están Italia y Alemania, ambos representados por raíces familiares de tu protagonista. No es la primera vez que un aspecto así se trata en tus libros. ¿Qué te interpela sobre los orígenes?

Ahora me inquieta ver que la migración es un tema que está en la agenda del mundo. Todos parecen tener algún problema o discusión al respecto: qué hacer con ella, cómo incorporarla o cómo no incorporarla. En el fondo creo que todos somos migrantes y tal vez por eso hago tanto hincapié en que la gente haga preguntas sobre su propio origen. Pienso que todos provenimos de una mezcla cultural. Esa mezcla ocurre en el origen de nuestras familias, en cómo se instalaron o en dónde germinaron, y pienso que, si ese ejercicio se hiciese más frecuente y más masivo, tal vez la gente desarrollaría menos prejuicios respecto de lo distinto, de lo foráneo, de lo extranjero. Nuestros antepasados han sido migrantes, pero por alguna razón no estamos tan convencidos de eso, y esta novela intenta remarcarlo: todos los personajes o son migrantes o tienen a cuestas una historia de migración. Y no me parece un hecho inverosímil. Espero que los lectores terminen de leer la novela y una de las preguntas que se dispare en su cabeza sea de dónde viene mi familia y cuáles son exactamente mis raíces.

“El mundo que vimos arder” es a ratos una novela histórica, pero también recorre un poco el presente. Aparece incluso Pedro Castillo, aunque sin nombre propio, claro. ¿Eso indica que el libro terminó de escribirse hace relativamente poco? ¿Cuál fue tu propósito al ubicar un plano temporal, digamos, reciente?

Más que todo de reescribirse, porque el primer manuscrito fue de fines del año pasado, y el final ya es de abril de 2023. Y esa inclusión a la coyuntura política peruana actual tiene que ver con un interés deliberado por darle a uno de los personajes, que es este periodista peruano que se ha vuelto a mudar a España, una serie de fracturas que a mí me interesaba que tuviese, porque su identidad está básicamente definida por estas: la fractura matrimonial, porque se acaba de divorciar, la fractura con la familia, algo más ideológica, y la fractura con sus amigos de la juventud, con quienes las discusiones políticas ya han hecho inviable que esa amistad continúe. Por eso, el elemento más a la mano y más real que yo he vivido y que veo que ha generado muchísimos inconvenientes y discordias familiares y amicales fue la última elección presidencial. Y entonces está ahí, pero casi no va más allá de una mención.

La figura del padre está presente también, aunque diría más que en lo cualitativo que en lo cuantitativo. ¿Coincides con esta impresión? Hay un par de momentos en donde esta presencia surge y luego reaparece con mucha trascendencia…

Dicen que uno no elige los temas, sino que los temas eligen al autor para que los escriba o los reescriba. Y yo quería con este libro dar como un paso significativo respecto del registro anterior, en el que las novelas tenían que ver con mi experiencia vital, geográfica, y tenían un punto de vista más auto referencial, y en “El mundo que vimos arder” hay una voluntad por hacer ficción al estilo más clásico si quieres, sin embargo, hay temas que me persiguen, que siempre van a estar. Yo creo que el desafío aquí pasa por cómo contarlos, por cómo volver a abordarlos sin que se sientan repetitivos. Y el personaje central, Matías Giurato Roeder, este peruano que termina participando de los bombardeos, tiene muchos conflictos con su padre, descubre incluso algún aspecto delictivo de su pasado, y tiene muchos recelos con él, y podríamos decir que más bien lo que intenta es escapar un poco de la violencia que este representa, pero por alguna razón, ya sea porque la fatalidad es así o porque el inconsciente a veces define nuestros comportamiento, él también se va lenta y progresivamente encaminando hacia una violencia incluso mayor. Escapa de la violencia del padre, pero termina casi encarnándola. Y al final es como si se convirtiera un poco en su papá. Así que me interesaba que ese elemento esté ahí.

Sobre el lado más del ‘presente’ en la novela, con el personaje del periodista peruano que viaja a España, se casa, se divorcia y más, ¿reconoces un poco en esa narración a tu forma de escribir muchísimos años atrás, tal vez cuando tenías tu blog “Busco novia” y tus primeras columnas? Lo digo por la descripción de los besos, del sexo apurado, etc. ¿Intentas rehuir de esa primera etapa tuya escribiendo o te reconoces y más bien te apoyas en ello para escribir hoy?

“Busco novia” es del año 2007. No es que piense en él, sino que las relaciones sentimentales, interpersonales, siempre han estado en lo que he escrito. Incluso cuando escribía poesía, muchísimo antes que el blog. Entonces, es como una reelaboración de viejas preocupaciones o de temas que siempre me han interesado, pero esta vez tejidas a partir de personajes con los que no necesariamente yo he tenido una experiencia. Esta mujer alemana que escribe una carta casi de despedida…

Érika…

Sí. Eso a mí me supuso un trabajo enorme porque quería imaginar cómo piensa y reflexiona una persona de determinada edad, de origen alemán, pero que además habla español. Cómo podría escribir una carta. Y ahí hubo varios ensayos para que eso finalmente se materialice en un par de páginas. Pero sobre tu pregunta, no pienso tanto en esa etapa del blog, sino que en general siempre ha sido una preocupación, un interés o un tema que me ha fascinado: cómo la gente inicia relaciones, cómo las termina, qué ocurre en el medio, por qué alguien decide un día terminar con otro, qué tipo de factores intervienen en su decisión. Todo eso siempre ha estado en el centro de mis preocupaciones narrativas.

Dos momentos muy identificables en la novela son, primero, cuando Matías justifica la guerra y, segundo, cuando ocurre todo lo contrario, ya en pleno ataque. ¿Te trazaste desde el inicio la necesidad de un protagonista que sufre contrastes de este tipo?

Para mí el punto de partida fue esa duda moral, esa encrucijada ética que sufre el personaje: participo de esta misión de bombardeo sobre la ciudad que más quiero conocer en el mundo, con la enorme posibilidad de que eso implique la muerte de las únicas personas que siento que amo, o no participo. Y esa duda creo que revela el temperamento de alguien. Y al final toda vida, como decía Borges, se resume en un único momento: el instante en que un hombre sabe para siempre quién es. Y ese fue mi punto de partida. Sabía que en algún momento Matías debía que tomar una decisión que claramente va a definir su futuro en todos los sentidos.

¿Qué me puedes decir de Gordon Clifford Horowitz, esta especie de padrino que aparece para ayudar a Matías, con mucha buena voluntad, sin pedirle nada a cambio, pero que a la vez –paradójicamente—lo arroja a un momento sumamente oscuro?

Algo así solamente se hace posible por la experiencia de ambos. Matías sale de Trujillo, escapando de ese padre que es más bien dictatorial y hasta cierto punto irresponsable en un montón de sentidos, y encuentra en este banquero neoyorquino, en el barco, a un hombre que por primera vez se interesa en él, en sus sueños y en su proyecto, y lo trata, por un lado, como si fuera un hombre mayor, pero además que le depara un cariño que él no ha experimentado antes de parte de una figura masculina. Y esto es posible solamente porque el banquero ha perdido un hijo y ve de alguna forma en Matías una especie de proyección de ese hijo muerto trágicamente.

¿Te costó darle verosimilitud al hecho de encontrarse un benefactor de esta forma? Es como narrar que alguien se gana la Tinka, no sé. ¿Cómo trabajaste este momento?

Lo pensé varias veces, pero cuando escuché la historia varias veces existía la figura de este benefactor, esta especie de padre sustituto, que es el que le permite a Matías ingresar a los Estados Unidos con el apellido norteamericano y los posibles problemas migratorios solucionados. En la historia real ese personaje sí existía. Lo que me costó fue darle a ojos del lector verosimilitud a la relación. Pero me parecía perfectamente creíble que en un viaje en barco que duró casi dos meses se establezca una química entre dos personas heridas que, a partir de la coincidencia, tejían un vínculo muy estrecho. Y sí, traté de meter ahí diálogos, preocupaciones, coincidencias, diferencias, etc.

¿Podemos suponer que hay cierto desfogue tuyo en los extractos que el narrador de la novela utiliza para justificar sus pensamientos políticos, tan contrastados con los de su familia? ¿Hay algo tuyo ahí cuando dice ‘no me entienden’ o cuando intenta justificarles cómo piensa y por qué escribe sus columnas de determinada forma?

Pero también en ese diálogo con las hermanas estas lo arrinconan con argumentos que todos hemos escuchado a lo largo de los últimos dos años en la discusión política peruana. Lo que quería era confrontar ambos argumentos e incluso desarrollar los diálogos a partir de mis propias incomodidades. Yo también a veces me he sentido persuadido por algunos argumentos, otras veces los he rebatido, y sí, quería que esa experiencia, que no solamente es mía sino de tanta gente que ha tenido discusiones, aparezca en la novela. Y que de alguna forma se resuelve, pero no se resuelve, y creo que también es parte de la actual herida que sufre la sociedad peruana, que tiene ahí una fisura de la que no se ha recuperado todavía.

Has insertado en la novela a un taxista peruano llevando en una larga carrera a un periodista y compatriota. Todo propicio para confesiones, develaciones, pero sobre todo para arrojar una mirada desde afuera de lo que se vive aquí. ¿Te parecía inevitable hablar de racismo, xenofobia y prejuicios cuando se habla de Perú?

Sí, es inevitable. Me ha pasado que me he cruzado con varios taxistas peruanos en estos casi diez años que llevo en Madrid y en más de una ocasión ha surgido en la conversación el tema del racismo. Entonces, me pareció totalmente natural que dos peruanos que se encuentran en Madrid, uno como conductor de taxi y otro como pasajero, vayan hablando de sus experiencias con el país y, tarde o temprano, aparezcan esos temas. Porque, además, esto ocurre en un lugar como España, donde habiendo discriminación no hay racismo, o por lo menos no de la manera en que lo padecemos en Perú. Tal vez porque hay una pigmentación más homogénea. No hay tantas diferencias de piel entre los propios españoles. Por supuesto que las hay con los inmigrantes, pero los españoles se discriminan de otra manera. Entonces, sí, el racismo era un tema que no debía tardar mucho en aparecer.

El final de la novela, las últimas cincuenta páginas, cuando a Matías se le desmorona el mundo. ¿Ese ingreso al seminario es una especie de segunda oportunidad en la vida? ¿Cómo te planteaste construir este desenlace?

Yo quería que el personaje de Matías, este piloto, atraviese por distintas instituciones y que en cada una de ellas vea un poco en entredicho su fe en las mismas. Le ocurre con el Ejército, con el hospital psiquiátrico y con la iglesia. Tal vez la familia podría ser una cuarta institución aquí. En algún momento él tiene fe en esas instituciones y estas le fallan, le demuestran que son tan imperfectas como los hombres que las han instituido. Me interesaba que él viaje por cada una de esas etapas y de esas entidades, que por momentos se sienta albergado, pero al mismo tiempo desencantado, y creo que eso ocurre indefectiblemente en todas. En su infancia en la familia, en su paso por el ejército, en su estancia en el hospital y al final durante sus años en el seminario.

Pasa que al lector muchas veces le queda una impresión distinta de la historia que al propio autor. ¿Te queda a ti la sensación de redención vinculada a Matías?

De búsqueda infructuosa de la redención. Él intenta redimirse en cada una de estas instituciones respecto de lo mal que la pasó en la anterior. A veces por voluntad propia, a veces por sugerencia de terceros, pero su vida es un continuo intento de redención, y es una redención que cuando parece ya concentrarse termina naufragando. Y creo que en el fondo esta novela habla de cómo uno persigue sueños y aun cuando invierte toda su energía y cumple todos los méritos para que esos se materialicen, a veces la fatalidad interviene arrebatándotelos. Y me gusta implantar esa idea en los lectores para que más bien sospechen de la superstición con la que muchas veces actuamos, que nos hace pensar que por hacer las cosas las vamos a conseguir. Muchas veces sí, pero en otras no ocurre.

Finalmente, en la historia presente, el narrador cuenta que durante su vida en España iba a las presentaciones de libros, intentando absorber un poco la cultura, viendo cómo se maneja el mundillo de los escritores, etc. Tú ya vas una década en España, y supongo que filtras mejor a dónde vas, qué presentaciones sigues, etc. ¿Cuál dirías que es la diferencia del ambiente cultural ligado al libro, no de España en general sino de Madrid comparado con Lima?

Una observación sobre lo que ocurre con el personaje narrador de la novela, un periodista que llega a España con la idea de seguir un curso de escritura creativa y convertirse en escritor, aunque claramente no es un propósito que consiga y se desencanta del mundo literario, pero –por ejemplo—eso es algo que le ocurre a él. Yo vivo en Madrid y una de las razones por las que me gusta vivir ahí es la vida literaria, las presentaciones, el contacto con escritores, lo cerca que terminan estando algunos autores que uno ha leído y con los cuales de pronto puedes sentarte a conversar o a tomar un café. Hay muchísima oferta cultural. Las librerías siempre están sino rebosantes de lectores, promoviendo actividades permanentemente, y ese es un aspecto de la vida madrileño que yo valoro, aprecio y quiero, y que ojalá pueda seguir disfrutando.

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