Luis Millones: “Al terminar la secundaria mi única aspiración era ser futbolista y jugar como Pelé”

Los registros de la historia dicen que, sin cumplir la edad para tener una licencia de conducir, el ídolo del fútbol mundial Edson Arantes do Nascimento «Pelé» recibió como regalo un Fusca, uno de los más bellos autos fabricados por la gigante Volkswagen a mediados del siglo pasado.

Aunque no podía conducirlo, el jovencísimo crack del hoy descendido Santos posó feliz junto a ese bólido y el momento quedaría inmortalizado en fotografías que hoy circulan por distintas páginas web de fanáticos del fútbol y el automovilismo.

Uno de esos adeptos, específicamente al balompié, era un muchachito que veía en Pelé un digno ejemplo a seguir. «Soñaba jugar como él«, reconoce Luis Millones Santa Gadea (Lima, 1940) cuando rememora algunos pasajes incluidos en «En mis ojos y en mi voz» (Crítica, 2023), uno de sus libros más particulares publicado hace tan solo unas semanas.

El texto recopila una serie de columnas que el reconocido antropólogo e historiador de 83 años publicó en medios de prensa entre los años 2015 y 2020. En dichos textos, el intelectual recoge su visión sobre el país, citando experiencias y anécdotas sumamente personales.

En esta entrevista, el autor de «Tugurio. La cultura de los marginados«, «Dioses familiares: festivales populares en el Perú contemporáneo«, «Perú colonial: De Pizarro a Túpac Amaru«, entre otros, repasa su infancia, su visión sobre la educación, su pasión por el fútbol, el agradecimiento a sus amigos y maestros, y fundamentalmente el amor que siente hacia su esposa, la investigadora y escritora Renata Mayer.

¿Cómo se siente hoy con 83 años de edad?

Soy jubilado en términos legales, porque en términos reales hago todo lo posible para que eso no se note. Me siento muy feliz de continuar mi trabajo y seguir teniendo la visibilidad de mis libros, seguir estando presente en Perú, Ecuador, Chile, pero especialmente con México, porque hay un acuerdo intelectual con los colegas de la UNAM en el que venimos haciendo estudios comparativos de la historia y pre historia de ambos países, y tenemos como resultado ahora mismo tres libros en prensa en ese país, lo cual es muy grato para un intelectual.

¿Se siente satisfecho con lo logrado a su edad o tal vez le hubiera gustado hacer algo distinto?

¡No creo que mi vida haya acabado! (Risas) hasta el último minuto seguiré haciendo investigaciones, saliendo al campo y escribiendo libros, sobre todo porque tengo la colaboración y el apoyo de mi esposa Renata y de mis hijos. Y, claro, el enorme apoyo de mis alumnos y exalumnos sanmarquinos, así como los de la UNAM, que se han portado muy bien conmigo.

¿Perdió la cuenta de los libros que lleva publicados?

Bueno, uno de mis hijos es el que lleva esa cuenta (risas). Yo no estoy seguro, pero él me dice que son 42. Lo que pasa es que hay unos que me gustan más que otros, y algunos han tenido mayor éxito. Pero mi libro favorito es este (muestra la portada de “Después de la Muerte. Voces del Limbo y el Infierno en territorio andino”). Hace más de diez años que publiqué este libro y me ha dado enormes satisfacciones, primero, por la demanda de mis colegas. No sé bien el tema de las ventas, porque yo siempre regalo mis libros. Los pocos que me dan las editoriales, que a veces son bastante ahorrativas, los regalo. Y este es un texto que ha sido muy pedido por colegas en Perú y el extranjero. Por eso le tengo un cariño especial.

Siento, en general, agradecimiento por las grandes naciones que me han apoyado con todo su corazón: Japón, que lo hizo desde 1979 hasta el 2009, lo cual era fantástico porque uno con el salario de San Marcos y cinco hijos, pues solo me alcanzaba para pagar la luz y el agua de la casa. Sin embargo, todos mis hijos estudiaron en muy buenos colegios y universidades. Creo que sin el apoyo del Museo Etnológico Nacional de Osaka hubiera sido imposible hacer mis investigaciones, sobre todo porque estas tienen doble carácter: desde la antropología y la historia. Estas son las dos carreras que formalmente acabé y en las que me gradué. Historia en Católica en Lima y en la Nacional de Chile y Antropología en la University of Illinois de Estados Unidos. Estos estudios propiciaron muchos viajes a otros países para confrontar lo que yo escribía con lo que escribían los peruanistas sobre Perú.  Así que ha sido hasta ahora una carrera con múltiples apoyos, que empezaron cuando yo era muy chico.

Antes de esa carrera tan exitosa, y es lo que está en el libro, usted tuvo una vida, con momentos y situaciones tal vez desconocidas aún para muchos, como su gran afición al fútbol, y su intento por convertirse en futbolista profesional, llegando incluso a probarse en el club Talleres de Córdoba. ¿Qué recuerda de esa fallida etapa como aspirante a crack del balompié?

(Risas) desde muy pequeño yo jugaba por los clubes de barrio. Eso era una especie de contraparte a colegios muy malos a los que asistí. La situación económica, social, y la descomposición del hogar en el que crecí, con un padre ausente, con una madre muy desordenada, propició todo esto. Los colegios eran malos y yo había aprendido a leer y escribir a los cinco años, y veía a la primaria como algo sumamente inútil. Entonces, en lugar de ir a clases, jugaba fútbol. Era mucho más interesante y además me reunía con mucha gente igual a mí. Recuerde que yo crecí en un callejón a la espalda de Palacio de Justicia, entre las calles Sandia, Mapiri y Tipuani, que no son precisamente elegantes. Y al frente de mi casa, en el techo, había un nido de gallinazos. Y esa quizás era la mejor expresión del sitio donde yo vivía.

Y fue criado por su abuela…

Mi abuela Hortensia, ‘machita’, fue muy cercana a mí, sobre todo por sus cuentos para hacernos dormir. Sus relatos estaban llenos del mundo mágico de Áncash. Ella era de Pueblo Libre, Caraz, y entonces contaba ese universo de fantasmas, aparecidos, demonios, y toda una serie de elementos dentro de un universo muy peruano, de origen indígena. El idioma original de mi abuela era el quechua.  A su lado me familiaricé con ese universo que ha sido básico en el desarrollo de mis estudios.

A modo de memorias, Luis Millones recopila aquí alguna de sus columnas para entender su vida, pero también al Perú.

¿Considera que esas dificultades al vivir primero en un lugar movido, en pleno Cercado, con el nido de gallinazos al frente incluso, fueron moldeando su personalidad?

Yo creo que sí. Siempre fui un chico raro incluso dentro de mi grupo de amigos. Pero recuerdo que como soñaba ser futbolista me rehusé totalmente a tomar alcohol, lo cual era rarísimo en ese gremio. Pero era una especie de reacción pensando en lo que yo veía como lógico: debía tener un cuerpo perfecto, a punta de golpe. Sin dejar de participar en la vida de los chicos del barrio, claro. Recuerdo que había un campeonato de fútbol organizado por el entonces diario La Prensa y esa era mi aspiración máxima, mi sueño. Y cuando terminé quinto de media, la única aspiración era ser un futbolista, soñaba en ser como Pelé. Y cuando una vez vi en la televisión que el gobierno de Brasil le regaló un auto Volkswagen, que él además no podía manejar porque tenía 17 o 16 años, comencé a soñar con tener alguna vez un carro así.

Pero en Argentina vino el fracaso…

Rotundamente, claro. Me di cuenta que allí había jugadores más fuertes, más grandes, y yo no aguantaba mucho los empujones. Y el pretexto que el entrenador –con mucho tacto—me dijo fue ‘tú eres demasiado violento, si te empujan te molestas y luego te expulsan, entonces me quedaré con uno menos. Así que mejor dedícate a otra cosa’. Entonces tuve que agenciarme para encontrar dinero suficiente y comprar mi pasaje de regreso a Lima.

Al menos esa estadía le sirvió para conocer la literatura de Jorge Luis Borges…

Es verdad. Yo empecé a leer desde muy chico, y una de las cosas que me sorprendió fue notar que un argentino, incluso en contextos muy humildes, era capaz de expresarse mucho más orgánicamente, lógicamente de lo que había escuchado yo en mi barrio. Si entraba a una librería, el que vendía era un chico que podía hablarte con soltura y aconsejarte muy bien. Y yo quedaba con la boca abierta. Así que, conversando con mis compañeros, ya luego de mi época futbolística, notaba una cultura sorprendente. Claro, yo venía de una extracción social baja, pero conocía gente que me hablaba muy bien, que me aconsejaba lecturas, y eso propició un primer gran acercamiento a leer y comentar a autores como el que mencionas. ¡Debo decir también que a los argentinos les gustaba mucho hablar! Todo esto quedaría muy claro cuando regresé y entonces la idea de ir a la universidad tomó fuerza. De otra manera no hubiese sido tan fácil.

En uno de los artículos de su libro señala que no sabía si tomó la decisión correcta al elegir su primera carrera. ¿Por qué decidió estudiar educación?

En términos de mi condición social, estudiar educación era pensar en ser profesor de secundaria, lo cual consideré que era la alternativa económica más accesible para mí. Tenía casi 19 años y pensaba: ‘¿y una vez que termino mi carrera qué hago? Si soy profesor, ojalá que el Ministerio de Educación no me mande a Puno, sino cerquita nomás’. Felizmente mis notas fueron muy buenas y los profesores fueron muy generosos, me apoyaron en todo, me dieron un trabajo en la universidad, con lo cual me eximía de todo gasto. Y recuerdo a maestros como Honorio Ferrero en la Católica o a Teodoro Meneses, mi profesor de quechua, que una vez me detuvo antes de entrar a clase y me dijo: ‘estás perdiendo el tiempo yendo a entrenar los miércoles y jugando los fines de semana. ¿Para qué, si ya fracasaste? Tampoco creas que ser futbolista es la gran cosa: todos son borrachos y vagos. Deberías dedicarte más a tu carrera’. Así que eso se lo debo a él.

Luis Millones en una fotografía tomada en la Universidad de Illinois en el año 1971.

¿Sentía que la educación le podía asegurar el éxito a futuro?

Pensaba que ser profesor estaba a mi alcance. Otras carreras, una maestría o un doctorado parecían – a esa edad—imposibles. Porque, ¿quién me iba a mantener y ayudar con las investigaciones? El hecho es que ahí empecé a ganar becas. A los 23 años ya estaba volando a España. ¡Eso a aquella edad era un sueño imposible! Comencé mi camino con las becas. Y si me pusiera a resumir mis becas y premios no nos quedaría tiempo en esta entrevista.

¿Quiénes celebraban sus primeros éxitos con las becas y los estudios afuera?

Mis compañeros, pero recuerdo a tres amigos que durante toda la carrera universitaria fueron totalmente cercanos a mí. Los tres conocidos. El primero era Lucho Hernández, el hermano menor de Max. Un tipo absolutamente simpático y alegre. Luego, Federico Camino Macedo, el hijo del pintor Enrique Camino Brent. Y, por supuesto, Javier Heraud. Los tres fueron solidarios y afectuosos conmigo. Claro que todos venían de una extracción social muy diferente a la mía, pero fueron sumamente buenos. Y recuerdo que cualquier cosa que necesitaba ellos me ayudaban. Por supuesto que también recuerdo el inmenso cariño del profesor Luis E. Valcárcel. Porque yo circulaba entre la Católica y San Marcos, para asistir a reuniones que organizaban los profesores. Y un buen lazo para todo esto fue María Rostworowski, a quien conocí por consejo del doctor Porras Barrenechea. Recuerdo que él había invitado a Fico Camino, y este me llevó. Y en esa conversación él recordó: ‘hay una señora que no ha hecho carrera académica, pero que sabe mucho de historia y de las cosas que te gustan. Deberías llamarla’. Yo me moría de miedo, pero un día me atreví y lo hice. Recuerdo que esa primera vez hablamos casi tres horas. Luego me preguntó qué tenía planeado hacer, y entonces me llevó al cine. Y luego a toda charla y congreso que fue ella me llevó. Ahí conocí a toda la tribu sanmarquina, a Emilio Ochoa, y a todos los demás. Luego, también empecé a trabajar en academias de ingreso. Y había varias ubicadas en lo que se conoció como la Casa de la Cultura. Y el director era Fernando Silva Santisteban, que era extraordinariamente simpático y amable conmigo. Pancho Izquierdo incluso un día me encontró comiendo un sánguche antes de clases y se acercó al administrador del local para decirle: ‘a ese chico dénle un almuerzo completo a mi cuenta’.

El antropólogo e historiador Luis Millones en una fotografía cedida por la editorial.

Luego ganaría otra beca, esta vez en Chile, donde pude conocer a José María Arguedas. Él era un hombre retraído, pero conmigo siempre fue extraordinariamente amable. Empezando porque quien me lo presentó fue su mujer, Sybila Arredondo. Ella era una mujer alegre, simpática y divertida, que le gustaba bailar y cantar. Se abrió un espacio en el que estuve muy cercano a sus amigos cantantes, danzantes, tocadores de música, etc. Recuerdo también a Carlos Cueto Fernandini. Resultó que lo busqué para que lea mi tesis. ‘Mañana la comentamos’, me dijo. Y al día siguiente me preguntó por qué le había pedido a él que lea mi tesis. ‘Yo soy doctor en filosofía y no historiador, pero me he dado cuenta por qué lo has hecho. Tu trabajo es tan completo que nadie en el jurado podrá decir nada. Pero tú has querido saber si escribes bien. Y te digo que tu texto es impecable. Tu manera de escribir invita a leer’. Esas palabras me hicieron sentir muy feliz.

Tal vez con la edad uno llega a comprender conceptos que antes le parecían muy difíciles. El amor o la felicidad. ¿A los 83 años ha llegado a comprender qué son ambas expresiones?

En mi caso, el amor es una absoluta capacidad de comprenderse incluso sin hablar. Con Renata (Mayer) nos miramos y ya sabemos lo que necesitamos. A ella la conocí de muy joven. Fue un romance espectacularmente rápido. Yo tenía 33 años, dos hijos, estaba separado de mi primer matrimonio, y tenía problemas porque mis hijos vivían conmigo. Y alguien con dos hijos de cinco y seis años no es el mejor candidato si se acerca a una familia, que además es de distinta extracción social. Pero Renata, con enorme valor, simplemente me aceptó y se vino a vivir conmigo, dejando desconcertada a su familia. Mis hijos la adoran y yo me di cuenta que había encontrado la parte de mi cuerpo y alma que necesitaba.

¿Hubiera sido más difícil conseguir tantos logros sin el apoyo de su esposa?

Ella es el logro que permitió todos los demás.

Compártelo