Carlos Manuel Álvarez: «El cortoplacismo en las decisiones ejecutivas del poder hacen difícil visualizar una estrategia que pueda sacar adelante a Cuba»

El próximo 28 de enero se conocerá el nombre del ganador del 4.º Premio Anagrama de Crónica/Fundación Giangiacomo Feltrinelli. El anuncio es parte de la agenda del último día del Hay Festival Cartagena 2024, evento cultural que durante cuatro jornadas acoge a personalidades de la literatura, política, ciencias y el arte, provenientes de distintos rincones del mundo.

La legitimidad de un premio como el mencionado se sustenta no solo en la identidad de su ganador, sino también en la relevancia del jurado que lo elige. Y este caso no es en absoluto la excepción: Martín Caparrós, Carlo Feltrinelli, Leila Guerriero, Juan Villoro y Silvia Sesé han sido los responsables de escoger entre los postulantes, bajo la coordinación de Felipe Restrepo Pombo.

Denominado en un inicio Premio Anagrama/UANL de Crónica Sergio González Rodríguez, este reconocimiento fue en 2019 para el español Emilio Sánchez Mediavilla por “Una dacha en el Golfo”. Dos años después, el colombiano Juan Miguel Álvarez se lo llevaría por “La guerra que perdimos”. En noviembre de 2022 se reveló que el cubano Carlos Manuel Álvarez logró el galardón por su obra “Los intrusos”.

Nacido en Matanzas en 1989, este periodista y escritor, autor de las novelas “Los caídos” y “Falsa guerra”, ha colaborado en medios de comunicación con relevancia internacional, entre los que destacan The New York Times, The Washington Post, El País, The Clinic, BBC, Vice, entre otros.

Los intrusos” se vale de diversos géneros periodísticos para contar los pormenores de la singular y sonora protesta llevada a cabo por el Movimiento San Isidro a fines de 2020. Por aquel entonces, un grupo de artistas decidieron acuartelarse en un viejo caserón de La Habana para, primero en un grupo pequeño y luego en cantidad mucho más numerosa, ejecutar una huelga de en rechazo al arresto del rapero Dennis Solís. La protesta no solo encendió las alarmas de la policía política castrista, sino que desencadenó una ola de ataques contra sus líderes, perpetrados desde diversas instancias de la maquinaria propagandística oficial.

Álvarez, testigo vital de los hechos –que incluso fue arrestado luego de que se le sindicara sin sustento como transmisor del COVID-19, ya que él llegó a la huelga casi a las justas, luego de un viaje desde NY-, combina sus recuerdos con una serie de perfiles de los principales voceros de la manifestación, además de datos claves para repasar el devenir de la Isla, en manos de los Castro desde 1959, y ahora bajo el mandato de su prolongación autoritaria: Miguel Díaz-Canel.

En la siguiente entrevista, Carlos Manuel Álvarez brinda algunos detalles sobre la elaboración de su premiada crónica. También repasa su acercamiento al periodismo, sus influencias, no solo vinculadas al oficio, sino también literarias, demostrando –por ejemplo—que posee un gran conocimiento en torno a escritores peruanos, desde Arguedas y Vallejo, hasta Watanabe y Varela.

Puede sonar paradójico, pero decidiste estudiar periodismo en un país sin libertad de prensa ni de expresión hace muchísimo tiempo. ¿Qué te llevó a estudiar eso?

Mi tendencia a la lectura y la escritura. Era una carrera que se estudiaba en La Habana. Y yo soy de Matanzas, así que tenía el interés de irme a la capital, casi como un personaje joven de Balzac que quiere ir y conquistar la ciudad, abrirse un espacio. Supongo que fue la ambición de la edad, unida a cierta vocación o al menos de un deseo de trabajar con las palabras y de aprender algo de ese oficio. La realidad política y lo demás es algo que viene después, no necesariamente al comienzo.

¿Es posible tener referentes cuando uno comienza a estudiar periodismo en un país como Cuba?

Escasamente, quizás Martí, algunos textos suyos. En mi caso no mucho más. Todas las lecturas que había tenido hasta ese entonces no giraban en torno a periodistas importantes o de la crónica como género.

Lo primero que me vino a la cabeza al leer tu libro es la revelación de que estás absolutamente lejano de ser un ‘títere del neoliberalismo’, como algunos que, al dejar tu país, o al huir de él, terminan convirtiéndose. ¿Cómo has llevado estas tentaciones que seguro intentan arrastrarte hacia el otro extremo del péndulo ideológico?

Yo viví cinco años en México y eso fue una experiencia importante. Tratar de mantener una conciencia crítica en el sentido de convertirte en un ciudadano en cualquier lugar en el que estés, y de entender aquellos contextos no a partir del espacio particular del que tú vienes, sino desde lo que significa para las personas que lo conocen, que lo trabajan y que viven ahí. Y tratar de convertir básicamente toda la tierra en una patria, tratar de no ser extranjero en ningún lugar, en el sentido de no mantener una relación exótica con los territorios que uno habita, y no juzgarlos a partir de las faltas, de las carencias o de la experiencia anterior que uno tiene, sino tratar de merecer los lugares en los que uno se encuentra, y esto pasa por mantener una relación vigilante, crítica con dichos espacios. Entonces, me parecía importante incluso para pensar Cuba escaparme de los esquemas ya establecidos, tanto a nivel económico como geopolítico, y pensar fuera de esos espacios.

En el libro te describes de niño como ‘pionerito’. ¿Aprende uno también de esas experiencias? Más allá de ser forzadas, ¿qué podrías extraer como aprendizaje de ese momento de tu vida?

Sí, la doctrina es un aprendizaje, sin duda. Que luego hay que desmontar, es otra cosa. Uno aprende lo mismo avanzando en el conocimiento que retrocediendo en él. Y ahí hay una educación en algunas ideas, pero sobre todo en algunos comportamientos a la larga. El comportamiento de la simulación, de la obediencia, que uno aprende a tentar en los demás, y trata de salvarse a tiempo. Trata a tiempo de salir de una guardería ya incendiada. Y naturalmente se aprende de esas cosas para luego no tratar de reproducir justo métodos de indagación sobre la realidad que se parezcan un tanto a aquellos en los que básicamente te educaron.

Entre la crónica de lo ocurrido entre noviembre de 2020 y julio de 2021, tus propios recuerdos de vida, más tu forma de pensar, ¿cómo fuiste planteando el esquema de libro para presentarlo al concurso de la editorial Anagrama?

Me interesaba que este manejase distintos registros y tonos. Que fuese una historia íntima mezclada, por supuesto, con un suceso político de relevancia en el espacio cubano, y que esa historia trazara, además, el relato de una comunidad. Por esto hay una importancia, un peso muy marcado, en los perfiles y biografías de los otros protagonistas, todo el tiempo un intercambio de ideas o experiencias con el pasado, con la memoria también, para que no fuese solo un relato lineal del presente, sino uno que empezara a agarrar cuerpo a partir de su propia historia, de los fantasmas que los rodean, y tratar de explicar, ya en un tono más ensayístico, cuáles son esas categorías que maneja el libro: qué es totalitarismo, qué es el castrismo, qué es un régimen, cómo la revolución se va a pique, qué pasa con las personas que participan de un proceso de esa naturaleza. Me interesaba mucho al menos proponer algunas salidas o ideas sobre esos asuntos que muchas veces son tratados de una forma muy superficial.

«Los intrusos» no da respiro a lo largo de sus más de 270 páginas.

En una parte de tu libro te refieres a José María Arguedas como “el suicida peruano”. ¿Podemos suponer que más allá del autor de “El sexto” tienes otras lecturas de autores peruanos? ¿Cuáles recuerdas?

César Vallejo, primero que todo. En sí, del Perú, he leído muchos poetas. José Watanabe, Jorge Eduardo Eielson, Antonio Cisneros, Blanca Varela. Luego también Enrique Verástegui, Jorge Pimentel, Martín Adán, del que recuerdo mucho “La casa de cartón”. De los prosistas recuerdo muy bien a José María Arguedas. También leí al Inca Garcilaso. Varios prosistas, pero creo que –salvo Arguedas—no tienen la importancia que para mí tienen los poetas. Ni Bryce ni Vargas Llosa. También me gustaron los dos libros que leí de Cronwell Jara. Los ensayos de José Carlos Mariátegui son muy importantes para mí. A Ribeyro lo leí tarde, en un momento en que para mí el cuento no era un territorio que visite mucho.

He leído infinidad de veces la expresión “huelga de hambre”, pero jamás “huelga de sed”, como se menciona en partes de tu libro, vinculadas a las protestas contra el régimen. ¿Crees tú que a lo largo de esta época tan larga y oscura que atraviesa tu país, expresiones y situaciones así ya están casi impregnadas en el ADN de la sociedad?

Hay un estado micropolítico que genera también formas de asistencia que juegan con la idea del suicidio, del exterminio del cuerpo, para generar una especie de respuesta o de estremecimiento cívico. Entonces, yo creo que también se gastó un tanto ese recurso terrible, pero era en algún punto la última salida que le fue quedando a una serie de disidentes, y es sorprendente como se ha vuelto moneda corriente en la conversación política cubana. Un asunto tan delicado, terrible y extremo ha llegado incluso a caricaturizarse. Por la cantidad de veces que se hace, porque deja de generar sensibilidad entre la gente, porque el poder corta también cualquier rastro de imaginación política. Y por supuesto que manotea conflictos morales importantes: ¿Hasta dónde apoyar un hecho así? ¿Hasta dónde defenderlo? Y hay mucha gente que está de acuerdo, acompaña, no solo de manera solidaria y en palabras, sino también en hechos a estos huelguistas, pero, por otra parte, no pueden reconciliarse con la idea de que sea una herramienta política legítima por lo que pueda implicar para aquellos que protestan. Es un asunto bastante delicado.

Has mencionado la palabra disidencia, y lo que llega más a Perú a través de las redes sociales son opiniones, mensajes o informaciones de personajes como Yoani Sánchez. No sé si tienes una opinión sobre este tipo de disidencia, tecnológica, bastante activista. ¿Qué opinión tienes sobre el trabajo que realiza gente como ella?

Es un trabajo muy importante y fue fundamental en su momento. Una persona que recibió un ataque, un descrédito feroz, una campaña mediática en su contra, represión extrema, en un impase donde no era la única disidente en Cuba, pero sí llegó a adquirir un lugar muy relevante, y eso provocó unas respuestas de parte de la policía política, de parte de los aparatos de propaganda del Estado, muy virulenta. Yo era muy joven en ese momento, no podía calcular la magnitud de lo que se enfrentaba, la información que recibía era muy sesgada, pero con el paso de los años nos hemos enfrentado parcialmente a condiciones de ese tipo, y además un espacio que lo compartía con otros colegas, puedo imaginar lo que era solo para ella, mujer, además, en un Estado machista, patriarcal, que todo el tiempo violentaba una condición de ese tipo en su figura, puedo imaginar lo que fue. Entonces, tuvo un mérito muy importante en su momento porque me parece que alrededor de ella se nuclearon gente que luego también fueron abriendo espacios y que de algún modo ayudó a tener una memoria de la resistencia, lo cual me parece importante para la generación que viene después, que es la mía. Y, bueno, ella sigue en Cuba, haciendo un periódico que tiene relevancia. Por ahí tendré alguna diferencia política con ella, pero no me parece que eso tenga algún tipo de peso en un contexto como el que estamos.

A propósito de la nota que le hiciste al exministro argentino Pablo Avelluto para The Clinic y que rememoras en tu libro. ¿Cómo ves el devenir de Latinoamérica en los últimos años? Se habla de un nuevo giro hacia la izquierda, pero algunos países se mantienen con gobiernos del sector opuesto, tal vez como Perú. ¿Crees que la imposibilidad de ponernos de acuerdo dificulta que sigamos caminos más de unidad como quizás sí pasa en Europa?

La Europa occidental sobre todo funciona como un Estado federal en muchos sentidos. Hay una integración ahí económica y política real. Y esa idea, que es la de los Libertadores, que va de San Martín a Bolívar y que recorre todo el experimento de las repúblicas del siglo XIX latinoamericano, que es la idea de la integración, a mí me parece fundamental. Y eso explica por qué Latinoamérica actúa como un territorio atomizado, lo cual es justamente su desgracia y su cruz. Creo que la región tiene que encontrar en algún momento inevitablemente las formas de su integración, y en el libro hablo un poco de eso, cómo detrás de los poderes autoritarios, o de los capitalismos de Estado, se filtran las mismas formas de estructuras antidemocráticas, y me parece que la realidad de los latinoamericanos es mucho más cercana entre ellos que lo que aparenta a partir de las diferencias entre ciertas formas de gobierno supuestamente impuestas.

A propósito de este breve romance entre Obama y los Castro que aparece mencionado en tu libro. Recuerdo una de las últimas películas de “Rápidos y furiosos” grabadas en La Habana y difundidas, a través del cine, para todo el planeta. Bueno, luego llegaría Trump y la relación se congeló, pero ahora está Biden. ¿Qué dirías de la relación que hoy tiene Estados Unidos y Cuba?

Cuba es un país en crisis económica, política, al borde de un estallido social. Bueno, ya los ha tenido. Sigue habiendo intentos de rebelión importantes, que nunca antes hubo en 60 años. Ha habido un escarmiento muy fuerte hacia esas protestas, una represión del derecho de reclamo y protesta social. Hay miles de presos políticos, y un cortoplacismo en las decisiones ejecutivas del poder que vuelven muy difícil –más allá de este cuadro general—poder visualizar alguna estrategia que pueda sacar adelante el país en uno de estos términos. Básicamente somos una sociedad que vivimos al día y con un grado de incertidumbre feroz sobre nuestro propio futuro.

Algunos creen que, por ejemplo, pagarle a una prostituta es ahondar en el tráfico de mujeres, en la trata de personas. En tu libro hablas del turismo, y yo me planteo si uno es cómplice al ir desde Lima con sus miles de dólares a gastar paseando en La Habana, pese al régimen que sostiene esa industria. ¿Somos cómplices al hacer eso?

El turista me parece la figura más cándida e insignificante del neoliberalismo, tal como lo entendemos hoy. ¿Pero quién no practica algo así? Creo que a veces extendemos las redes de complicidad, y lo hacemos tanto, e intentamos establecer juicios morales sobre absolutamente todo que lo que hace es diluir también las responsabilidades. Así que es probable que sí, pero también eso podría ser trasversal a todo turista en cualquier espacio. Yo estuve hace unos meses en Perú, fui a Machu Picchu, y me tomé las ‘fotos del turista’, en un país en medio de una crisis política tremenda, a dos meses de protestas sociales, donde reprimieron al pueblo y mataron gente. Es probable que eso me haga cómplice también. Es muy difícil para una figura tan anodina como es la del turista no ser cómplice por pasividad de las injusticias de los territorios que visita. No obstante, yo le diría al turista peruano que siga yendo y gastando su dinero en el hotel de La Habana, que su estancia de cinco o seis días no va a decidir ni para bien ni para mal el futuro de los cubanos.

Más allá de este ensayo ganador del Premio Anagrama, ¿qué se encontrará uno al revisar tus demás libros, como “Falsa guerra” o “Los caídos”? ¿También usas la ficción para escribir sobre ti, sobre tu país y sobre las historias que este alberga?

Formas más o menos disfrazadas de todo eso, pero bajo sensaciones que me atraviesan, como la derrota, el exilio, la distensión, la incomunicación entre experiencias aparentemente comunes, la exploración de la idea de la familia, las formas políticas de la vida social, la búsqueda de cierta belleza en la experiencia diaria. Ese tipo de cosas exploro en esos libros.

Dos de los libros publicados previamente por Carlos Manuel Álvarez.

Finalmente, teniendo en cuenta los grandes nombres que componen el jurado del Premio Anagrama de Crónica, no sé si tienes algún tipo de experiencia o gran lectura de alguno de ellos. ¿Por qué es un orgullo para ti haber recibido este galardón?

He trabajado con Martín Caparrós y Leila Guerriero. Son maestros y amigos desde antes de conocerlos, y creo que son maestros y amigos aún si no los hubiese conocido, por el tipo de conversación que he podido establecer con algunos de sus libros. Y es siempre reconfortante contar con la apertura de cronistas así, y poder hablar con ellos a través de la tradición que significa la no ficción en la lengua, del experimento con un género de esa naturaleza que para mí puede ser tan rico. Y hay también un profundo agradecimiento hacia ellos.

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