Carlos Granés: «Históricamente, la combinación entre intelectuales y política no ha sido del todo benéfica»

Diez años de trabajo no fueron en vano. El ensayista colombiano Carlos Granés logra en “Delirio Americano. Una historia cultural y política de América Latina” (Taurus, 2022) una radiografía notable acerca de una región singular, pero que no está sola.

En sus 600 páginas, el volumen condensa un abordaje tan profundo como original en torno a elecciones presidenciales, golpes de Estado, guerrillas, pero también vertientes, ‘Booms’ literarios y nuevas tendencias del mercado cultural y editorial.

En la siguiente entrevista, realizada a mediados de 2022, el también autor de «Salvajes de una nueva época«, «La invención del paraíso” y «El puño invisible«, se refiere a algunas de las particularidades de su elogiado último ensayo. Cómo surgió, el espacio que dedica a la política y la literatura peruana, el peso de figuras como Borges, Vargas Llosa y García Márquez, y muchos otros temas más.

El libro le ha tomado diez años y ha resultado tan extenso como completo en varios sentidos. Tres capítulos sobre el pasado y una parte final donde reflexiona sobre particularidades de la sociedad actual. ¿Cómo planificó el texto? Qué detalles puede dar sobre el proceso de elaboración.

En efecto, este libro lo tuve en mente desde el 2011 más o menos, cuando escribí otro sobre vanguardias europeas y norteamericanas. En ese proyecto yo quería meter a América Latina, pero muy rápidamente me di cuenta de que ese tema era extensísimo, riquísimo, complejísimo, y que además no empataba bien con los caos europeos y ‘yanquis’. Así que le dediqué otro texto autónomo: “Delirio Americano”. Lo empecé en 2017, ya antes había investigado mucho, porque había organizado seminarios, recopilado bibliografía, pero en ese año me senté a leer con más disciplina y a escribir. Y me tardé cinco años desde esa decisión.

“Delirio Americano” arranca hablando de José Martí y culmina con escritores que se molestan porque no los invitan a participar en un festival por Zoom. ¿Hablamos entonces de una involución?

En cierto modo, sí, y en cierto modo, no. Recordemos que Martí, muy viril él, muy poco de cristal, acabó muriendo, confundiendo, mezclando las armas y las letras y emprendiendo una carrera suicida que lo condujo a su propia muerte. Hoy en día es muy difícil, poco probable, que algún escritor o poeta decida tomar las causas para reivindicar cualquier causa o para exigir su presencia en algún festival literario. No ocurre. Hoy los medios son Twitter, donde hay queja y victimismo, sin lugar a dudas. Puede que sea una involución, pero al menos estamos preservando generaciones de escritores, y ninguno ya se inmola por ninguna causa, ni siquiera por su fama.

Evidentemente, usted ya sabía mucho sobre Perú antes de sentarse a investigar para “Delirio Americano”, pero, ¿qué descubrió en esos años que le tomó trabajar este texto? Además, ¿qué tipo de fuentes pudo revisar al respecto?

Lo que encontré sobre Perú fue un contraste brutal entre la importancia que ha tenido históricamente dentro del contexto latinoamericano, como promotor de ideas, proyectos políticos, estéticos, revistas, vanguardias, una cantidad de fenómenos culturales y políticos riquísimos de enorme impacto en toda la región, que contrastan hoy en día con cierto silencio. La política en Perú cada vez va más a peor, los partidos y proyectos políticos que surgieron de acá y que tuvieron enorme impacto hoy en día están totalmente desdibujados, por no decir que fallecidos. Eso sí es muy paradójico y extraño, que un país de la importancia de Perú, que además produjo unos intelectuales de primerísimo nivel, que entraron en política, hoy se convierta en un páramo en donde nadie con inteligencia y talento esté dispuesto a entrar en el mundo político. Claro, a nivel creador, sí sigue habiendo muy buena literatura en Perú, eso es innegable. Y cada vez más hay como un gremio de escritores, lectores y editores que están promoviendo con bastante éxito y eficacia las letras nacionales.

¿Por su geografía, pasado o personajes históricos, puede una región ser mucho más fértil o propensa a sufrir delirios que otra?

No lo creo. Yo no creo mucho en las teorías que le asignan poderes determinantes a la geografía. Yo creo más en lo que hace el ser humano. En qué hace el ser humano con lo que tiene y con lo que no tiene. No creo que el espacio geográfico sea tan determinando. Algunos piensan que sí, claro. Yo creo más en las instituciones que el ser humano puede llegar a crear, en las ideas que logra fraguar, los proyectos políticos, las ideologías, las visiones que tiene de sí mismo y del futuro. Eso me parece más determinante. América Latina además lo tiene todo. Allí no hay excusa geográfica. Porque esta región es selva, pampa, caribe, pacífico, andes, llanura, etc. Luego, si la geografía condicionara algo, de esa región debería salir todo. Entonces, es más un problema humano.

«Delirio Americano», uno de los mejores libros publicados en el último lustro.

Me sorprendió el manejo que tiene usted del tema de los militares que, tras derrocar a las guerrillas, terminan aplicando algunas de las reformas que estos proponían para Perú. Y viene, por ejemplo, la reforma agraria mal hecha. A propósito de la frase del político peruano Luis Bedoya Reyes, sobre que “los técnicos se alquilan”, hoy mucho se señala a viejos intelectuales locales por haber apoyado a Velasco. Visto en retrospectiva, ¿fue un error prestarse a ello, o es lo normal?

No sé si es lo normal o no, pero, es verdad que en Perú en ese caso y en América Latina en general, los intelectuales se han visto muy tentados por el poder y por las figuras de autoridad que parecen ser la clave para materializar sus ideas y sueños. Eso ocurrió en Perú en los setenta, pero hace poco, uno de los escritores más conocidos de Colombia, William Ospina, apoyó fervorosamente a Rodolfo Hernández porque, al parecer, él se vislumbraba como ministro de Cultura. Entonces, esa relación entre intelectual y poder en América Latina es muy habitual, muy frecuente y no siempre beneficiosa. No tendría por qué ser negativa tampoco, pero por lo general no ha sido del todo beneficiosa, porque el intelectual, el artista latinoamericano siempre ha tenido visiones esplendorosas de lo que debe ser su país o su región. Y como no tiene poder para aplicarlas se ve seducido por los caudillos que sí lo tienen. Parecen ser las herramientas para hacer reales sus delirios, y el resultado suele ser una complicidad nefasta entre poder y cultura o entre poder y clase intelectual. Yo no le digo a ningún intelectual que no se meta en política o que no apoye a ningún gobierno, son libres y pueden hacerlo, pero, históricamente esa combinación no ha sido del todo benéfica.

Aunque también es un intelectual, Vargas Llosa es fundamentalmente un escritor. Y usted lo compara en su libro con García Márquez. Al leer su libro uno ve a este par como tótems, y ahora es muy difícil encontrar un autor tan comprometido, porque las circunstancias han cambiado, el sistema y las industrias. ¿Ve esto como algo sin marcha atrás? ¿En algún momento volveremos a tener escritores tan comprometidos y trascendentales como estos dos?

Hablamos de una generación que vive un momento muy particular. La del Boom nace en los 20 y los 30 y arrastra toda una serie de preocupaciones muy americanistas que los precedieron. El interés por entender la realidad americana, por encontrar una identidad, por atender a los dilemas, dramas y conflictos de la región. Y, además, coinciden en el tiempo con un evento político que por primera vez pone al continente en el radar de la humanidad entera: la revolución cubana. Ese acontecimiento exalta a la región, entre otras cosas, porque los franceses, ingleses, ‘yanquis’ y todo el mundo está pendiente de nosotros. Somos el ombligo de la realidad por ‘un cuarto de hora’. Confluyen, por lo tanto, una serie de escritores de enorme talento que tienen ya un bagaje bastante rico de preocupaciones americanistas con un evento político revolucionario, transformador, que les mete el bicho de la política a todos en el tuétano de los huesos, y esto los convierte en figuras muy particulares. Grandes escritores americanistas, pero no nacionalistas. Es decir, no le tuvieron miedo a la experimentación con técnicas de vanguardia extranjeras. Ni el más anti-yanqui, que era García Márquez, le tuvo miedo a Faulkner. Fueron ‘antiyanquis’ en política, más no en cultura. Y eso también fue otra particularidad de esta generación. Así pues, se mezclan toda esta cantidad de elementos y forman esta generación de monstruos literarios y políticos, y eso los convierte en actores en la vida pública de primer nivel. No solamente porque les interesa la política, sino porque se convierten en los representantes inevitables de sus propios países. Son los ciudadanos peruanos, mexicanos, colombianos más conocidos en el mundo. Son la puerta de entra de la humanidad para entender las realidades nacionales. Así se convierten inevitablemente en tótems cultural-políticos, por las circunstancias de nuestros países y por el momento histórico en el que surgieron. Ahora, sí es muy difícil que se repita eso. Tendría que ocurrir en América Latina un fenómeno político que volviera a concitar el interés de la humanidad entera. Eso es muy difícil. Y además que eso coincidiera con una generación de escritores de enorme talento. Eso es aún más complicado.

El día que Colón llegó a América en España se denomina el Día de la Hispanidad. Un hecho aún muy criticado por algunos, aunque Vargas Llosa lo considera como un paso fundamental hacia el desarrollo. Entre tumbar los monumentos y quemar las estatuas de los ‘conquistadores’, ¿hoy cuál es la posición de Carlos Granés al respecto?

La discusión me aburre de una forma total. No veo la utilidad a seguir discutiendo un tema que fue claramente traumático, claramente mortal para millones de indígenas, pero que ocurrió. Es decir, como decía Mariátegui, es un hecho histórico. Y ante los hechos históricos no se puede hacer absolutamente nada. Lo que hay que pensar es más bien cómo se construye otro hecho histórico, es decir, teniendo todo esto qué hacemos hacia el futuro y no hacia el pasado. Y como no tenemos ninguna clave hacia el futuro, lo cual es una constante de nuestra generación, ningún tipo de noción política que nos permita orientarnos hacia adelante, estamos con una obsesión por lo ancestral y por el pretérito. Entonces, ante nuestra perplejidad, lo único que podemos hacer es revisar el pasado y lamernos nuestras heridas, mostrar el daño que nos han hecho, lo mucho que hemos sufrido. Toda esa queja me parece absolutamente estéril. Creo que eso conduce a ningún lado y solo sirve para reforzar uno de los peores clichés latinoamericanos, el de la víctima eterna, esta idea de ser siempre un continente expoliado, que depende de los otros, colonizado, por la famosa herida colonial. Es decir, una imagen de seres totalmente menospreciados, sin agencia y sin responsabilidad. Por eso mi libro sí toca esos temas, pero no pone énfasis en lo que nos han hecho sino en lo que nos hemos hecho a nosotros mismos. En la suma de errores y de aciertos que hemos cometido los latinoamericanos, pensando en nuestros problemas y tratando de darles solución. Eso me parece más útil y esclarecedor que pensar si a estas alturas de la vida el Rey de España debe pedir perdón por la Conquista. Me parece que eso es crear una cortina de humo y no lograr absolutamente nada. No se consigue nada con ese tipo de discusiones.

Su libro toca diversos países y lo hace muy bien. Menciona a varios expresidentes, algunos denominados ‘populistas torpes’. Específicamente sobre Argentina, ¿cree usted que ciertas ideas políticas de Jorge Luis Borges han quedado reivindicadas al ver la debacle del peronismo en Argentina?

Supongo que sí. Borges fue uno de sus mayores críticos. Siempre aborreció el nacionalismo político y el cultural. Y en el peronismo encontró justamente esas dos perversiones o formas de entender una y otra. Claro, después Borges se escoró demasiado a la derecha, justamente por el regreso del peronismo, porque pensó que se había librado de Perón, y no solamente vuelve en los 70, sino que además lo hace con su esposa Isabelita. Y tras su muerte es ella la que queda encargada del país, y esto horroriza por completo a Borges. Ve en el peronismo una maldición de la que no va a poder desprenderse y es cuando finalmente se inclina por favorecer o por aplaudir la labor de los militares golpistas. Grave error que deslegitimó sus ideas y las aparcó. Pero si uno mira en retrospectiva, Borges atinó casi siempre. Él fue uno de los más duros críticos del antisemitismo del peronismo y del militarismo argentino. Él reivindicó a Argentina como un país abierto a extranjeros, plural, cosmopolita, experimental, y esas ideas deberían seguir reivindicándose, a pesar de que los impulsos nacionalistas por lo general van en la dirección contraria. El populismo y el peronismo en sí es una forma de nacionalismo. Es una forma de cerrar las fronteras y venerar a líderes locales, paternalistas que bajo el pretexto de la ayuda y salvación del pueblo lo que hacen es enquistarse en el poder, crear regímenes que no permiten la alternancia, y que socavan principios básicos como la pluralidad, la apertura, la mezcla y el cosmopolitismo. Así que yo sí reivindicaría a ese Borges, al que defendió esas ideas y que tuvo un error al final de su vida, del que quizás se arrepintió, pero creo que en la mayor parte de su vida apoyó la apertura, la tolerancia y criticó el antisemitismo.

En una fotografía de propiedad de la Universidad de Texas aparecen Fidel Castro, García Márquez y la editora Carmen Balcells. (EFE)

A MVLl le endilgan sus ideas políticas, que, no sé, se acerque al Partido Popular en España, o que siente posición en cada elección peruana. Luego, en el caso de García Márquez, usted lo describe muy bien en su libro, como alguien cercano a la izquierda, pero que en algún momento mostró cercanía con Clinton en EE.UU. ¿Si Gabo hubiera decidido ser tan público como Vargas Llosa, hoy sería igual de ‘cancelado’ como el Nobel peruano, pero por el otro sector del espectro?

Seguramente. No hay nada más seductor que tumbar al padre o a la figura totémica o al consagrado. Y más hoy en día. Hoy vivimos un momento destituyente en todo sentido. Basta que un presidente gane unas elecciones para que lo queramos tumbar en todo el continente. Basta que un partido gobierne para que en las siguientes elecciones ganen los contrarios. Basta que alguien tenga prestigio para que hordas de tuiteros busquen la manera de desacreditarlo. La afición del siglo XXI parece ser el demostrar que todos los ídolos tienen pies de barro y que, por un lado, en sus obras, en sus pensamientos o acciones se han colado toda suerte de prejuicios malignos, desde el machismo o el racismo, o de que todos sus éxitos han sido futo del privilegio y no del mérito ni del talento. Estamos viviendo ese momento y por eso nuestro mundo actual es tan antipático y ridículo. Yo sospecho que García Márquez no se salvaría de eso. Es más, no se ha salvado de eso. Hoy en día las feministas lo critican con una virulencia tremenda, por el tipo de personajes femeninos que creó, por su forma de vida, no lo sé. Es una de las víctimas favoritas del pensamiento feminista. Y lo sé porque las he visto en acción. Ahora, en cuanto a sus opciones políticas –como las de todos—son claramente criticables. Él tuvo una relación de fidelidad un tanto inexplicable con Fidel Castro, lo cual es su punto más débil. Aunque más allá de eso, la idea que dejó, que es realmente nociva, y que es la que debe ser criticada, es la de la soledad latinoamericana, de que América Latina no es un continente del todo occidental, y por ende no puede ser medida con la mismas varas políticas y morales de occidente, y al que hay que dejarlo como si fuera un niño que creciera a su propio ritmo. Él decía en su discurso del Nobel que, si Inglaterra tardó 300 años en construir su propia muralla, ¿por qué nos iban a exigir que nosotros la construyéramos rápido? Decía que nos deberían dejar ir a nuestro propio ritmo. Y lo que hay detrás de esto es una idea de que América Latina no puede o no debe tomar préstamos culturales y políticos del resto del mundo. Es decir, si Inglaterra tardó 300 años, nosotros no tenemos por qué hacer lo mismo pues ya sabemos cómo hacerla. Ese es el gran error de García Márquez en ese sentido. Creo que el conocimiento humano es compartido y justamente porque no estamos solos podemos tomar préstamos de otros lugares, podemos ser juzgados por la misma vara de medir, porque no estamos solos y no somos tan distintos, y deberíamos poder aspirar al mismo nivel de prosperidad y de equidad, de justicia y de democracia que otras regiones del mundo.

Algunos viejos y nuevos autócratas siguen atacando a los medios de comunicación, pese a que hay también otro discurso que dicen que los periódicos ya no se venden, que la gente ya no les cree, que carecen de legitimidad, ¿por qué cree usted que –primero como dice usted en el libro con el caso Kirchner vs. Clarín, luego con Fujimori en Perú y hace poco con Pedro Castillo—sigue habiendo ese choque entre el poder de turno y los medios pese a que los primeros dicen que los segundos ya no influyen?

Todo autócrata intenta poner en fila a la sociedad y gobernarla bajo una sola voz. Buscará entonces cooptar la prensa, Perón compró todas las emisoras de radio para que no haya pluralidad de voces, mientras que AMLO intenta reemplazar a la prensa, él se convierte en el emisor de la noticia en sus ‘Mañaneras’. Eso es típico de todo caudillo que tiene una visión de las cosas y que no acepta ningún tipo de contradicción o crítica. Por otro lado, también es verdad que en este tiempo destituyente una de las víctimas propiciatorias ha sido la prensa, los medios consagrados. Desde hace unos años se ha inoculado la sospecha de que grupos como PRISA, con periódicos como El País, lo único que hay son intereses del IBEX35, de las grandes compañías, de los poderes políticos. Sí se ha intentado destituir a estos grandes medios a punta de estas insinuaciones. Eso les ha quitado mucha credibilidad, y ha facilitado la eclosión de voces sin ningún tipo de credibilidad periodísticas. Youtubers, ‘whatsaperos’, gente que aprovecha ese río revuelto para crear confusión, caos, y para que no haya ningún tipo de realidad compartida sobre la cual podamos tomar decisiones. Entonces, se dan ambos fenómenos al mismo tiempo, ciertos líderes populistas aprovechan ese caos informativo para justamente deslegitimar a los medios que critican. Pienso en Trump, justamente quien más impulsa estas voces nuevas, sin fiabilidad periodística, porque sirven para deslegitimar aquellos medios que lo critican con fundamento. Y una vez en el poder simplemente va a continuar la labor de socavamiento de todo aquel medio que no aplaude sus acciones. Ese es un fenómeno muy contemporáneo y supremamente peligroso porque está minando el terreno común que pisamos. Antes podíamos tener premisas radicales sobre qué ideas privilegiar y ahora el problema es que ni siquiera estamos de acuerdo sobre la realidad, sobre los hechos. No hay un mínimo consenso sobre el piso que pisamos. Unos viven en un mundo plano y otros en uno redondo. Así de grave está el asunto.

Usted define claramente las industrias culturales. Menciona incluso dos ejemplos, el Hay Festival y la Feria del Libro de Guadalajara, como encargados de definir hacia dónde va el mundo de la lectura. ¿Debe uno ir a ciegas a estos lugares pensando que se encontrará lo mejor del ambiente? ¿Existe un riesgo de que ambos espacios dejen afuera a autores por motivos como sus ideologías políticas? Cuál es su opinión en general sobre las industrias culturales…

Creo que estas son las nuevas plataformas consagratorias, las que permiten profesionalizar el oficio, las que permiten estar en los medios y en la boca del público. No son decisoras 100%, desde luego, las industrias culturales pescan todo aquello que pueden funcionarles, venirles bien para sus objetivos particulares, desde luego, pero no son omnisapientes, pueden dejar de lado cosas que resultan provechosas. Por eso son industrias en un sistema capitalista. Todo lo que finalmente estaba silenciado y empieza a brillar inmediatamente recibe su atención y seguramente lo van a incorporar. Pienso, por ejemplo, en las voces de escritores negros, que no figuraban mucho en ediciones anteriores del Hay Festival y ahora, después del Black Lives Matter y todos los discursos de inclusión tan en boga hoy en día, aparecen. Entonces, las industrias culturales tienen tentáculos muy finos y extensos que saben perfectamente palpar el sentimiento de la época, los gustos y anhelos de la sociedad, y responden favorablemente a ellos, porque las industrias necesitan un público y de alguna forma entretener, satisfacer, sorprender y entusiasmarlo. Así pues, todo lo que finalmente funciona o estalla con algún tipo de éxito, acaba en las industrias culturales. Puede que no se geste, pero acabará ahí.

Vargas Llosa y García Márquez, dos autores totémicos, muy bien abordados en el libro de Granés.

A propósito de que usted menciona de que hoy la pelea no es por quién está fuera dentro o fuera del sistema sino a quién lo invitaron a una mesa literaria y a quién no, se sabe que en España se publican 90 mil novedades editoriales al año, y un libro tiene la oportunidad efímera para convertirse en un bestseller gracias a los grandes medios, ¿qué ocurre con los otros espacios? ¿Cómo definimos que un bookstagrammer, un booktuber o un tiktoker realmente difunde literatura o simplemente está haciendo un ‘cherry’ publicitario?

Habría que empezar resaltando esa cifra de 90 mil novedades al año, que resulta imposible de asimilar. Una novedad compite con otra y finalmente el 90% de los libros acaban aplastados, con unas vidas efímeras, lo cual es triste. Pero también es cierto que todo el mundo quiere verse publicado y este es el mejor momento para ello. Porque se publica muchísimo y hay una cantidad de editoriales e iniciativas muy bien jaladas, además, que lo vienen haciendo. En ese mar de publicaciones todo el mundo compite por la atención, es verdad, todos buscan llamar la atención del lector para demostrar que el libro que uno escribió merece la pena ser leído, a diferencia de los otros 89.999. Y esa economía de la atención ha favorecido la eclosión de toda esta suerte de iniciativas, desde los booktubers, en fin, no estoy muy familiarizado con el gremio porque no lo sigo, pero sé que existe. ¿Qué opinión tengo? No una formada, o sea, no sé si son mercenarios, no sé si hacen sus videos solo por dinero. Sí sé que en Amazon se puede contratar críticas positivas y hasta negativas, para que parezca que hay una gran discusión pública en torno a las ideas que acoge, pero en realidad estamos ante seguidores falsos. Esas triquiñuelas son patéticas, pero entiendo que esto es como una selva y quien no hace ruido no es visible. Ese otro aspecto un tanto detestable de nuestro mundo contemporáneo: los focos caen en quien hace ruido. Y hacer ruido puede ser simplemente hacer cosas patéticas, lo que yo llamaba en otros libros estrategias salvajes. Insultar, hacer payasadas, todos estos gestos un tanto tontos, pero que funcionan mediáticamente. En este mundo que se rige por ese principio pues eso es eficaz, y en la política lo estamos viendo aún más. Vuelvo al caso de Rodolfo Hernández, quien se dio a conocer al mundo por pegarle un puñetazo a un concejal de Bucaramanga. Y después usó TikTok y demás redes sociales para volverse popular. ¿Una estrategia salvaje que no tiene nada que ver con la política? Sí, pero eficaz. No sé cómo luchar contra eso, porque funciona. Que me guste, pues no. Pero tampoco se puede prohibir ya que es una herramienta sucia, aunque legal. En lo cultural y en lo político. Uno aspiraría a que el lector y el votante tuvieran mejor criterio y se guiaran por otro tipo de pistas e indicios para determinar la calidad de un libro o de un programa político, pero no sé si eso es aspirar a mucho.

Su libro termina con una idea de “cerrar la página del siglo pasado” porque ya estamos en el XXI. Nos hemos tardado mucho tiempo en darnos cuenta. ¿Es optimista pese a la realidad que trata “Delirio Americano”?

Sí, yo creo que habrá un punto en donde nos hartemos de la misma discusión, de seguir chapoteando en el mismo lodazal, de seguir ensayando ideas viejas, de seguir alimentando utopías fallidas, de seguir creyéndonos víctimas. Habrá un punto en el que nos deshagamos de toda una retórica política del siglo XX, de unas ansiedades y dilemas típicos de esa época, y asumamos de alguna forma la mayoría de edad: dejemos de culpar a otros por nuestras desgracias y hagámonos culpables de nuestro destino, lo que supone asumir responsabilidades, o sea, saber que lo que estamos haciendo hoy mañana tendrá consecuencias y seremos nosotros los responsables y no otros. Sospecho que por agotamiento allá llegaremos ahí, tarde o temprano.

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