Pocos hechos desagradables originan momentos felices y de satisfacción. Eso le ocurrió a Juan Mauricio Muñoz Montejo (Lima, 1984), periodista y escritor que tras ser deportado desde los Estados Unidos pudo publicar un libro de cuentos interesante que refleja en parte lo que vivió en Carolina del Norte, un territorio bastante complejo para cualquiera.
Esa corta experiencia como inmigrante, lo traumático que le significó ser expulsado a su país de origen, dio pie a una necesidad natural: la catarsis, es decir, ese ejercicio de expulsar todo lo que uno lleva dentro.
Así fueron naciendo imágenes que, pulidas con las enseñanzas de un taller de narrativa, produjeron relatos, los cuales fueron revisados más de una vez y hoy se inmortalizan en papel bajo el título «Al norte no está el paraíso”, libro publicado el pujante sello independiente Campo Letrado Editores.
Fundamentalmente desde su experiencia personal, Muñoz Montejo–coordinador web de “Trome”, el diario más vendido de Latinoamérica—nos ofrece siete relatos que reflejan violencias cruzadas y voces múltiples. Inmigrantes que se rebelan ante su amargo destino aparecen y desaparecen en la pluma de un escritor con ganas de darse a conocer. Queda en manos del lector juzgar la calidad de sus cuentos.
Aquí nuestra entrevista con Juan Mauricio Muñoz sobre su libro “Al norte no está el paraíso”, a la venta en las principales librerías de Lima.
-¿Por qué elegiste el cuento “Al norte no está el paraíso” para darle título a tu libro?
Hace unos años escribí un poema titulado “Al norte está el paraíso”, que me lo publicó la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, así que el título ya estaba algo latente. Sin embargo, en este caso el cambio a “no está el paraíso” tiene que ver con el hecho de que mucha gente cree que Estados Unidos es el edén, pero eso no necesariamente es verdad. Sobre todo en los estados del Sur. Varios de mis cuentos ocurren en Carolina del Norte (casi al sur de EE.UU., donde yo viví), una zona que suele creer que ‘ganó la guerra civil’. Es más, allí encuentras muchas casas con banderas confederadas. Eso es racismo y, en mi caso personal, me impactó mucho.
-¿Todos los cuentos incluidos en tu libro tienen como origen historias a las que llegaste viviendo en Estados Unidos?
Sí, todos salvo “Todo termina en Irak”, que está basado en algo muy personal. Me agarraron para deportarme y los Marines me ofrecieron irme a la guerra (a cambio de documentos). Algunos suelen aceptarlo, pero yo lo rechacé. Ese relato específicamente tiene de real pero también de ficción, porque el protagonista es un ex pandillero, algo que yo nunca fui.
-Antes de este libro ya habías publicado un poemario. ¿Cuál fue la mayor dificultad de pasar de la poesía a la narrativa?
Llevé hace un tiempo un taller de narrativa con Johan Page y eso me ayudó mucho a sacarme el chip de la poesía. Además he realizado ejercicios narrativos. Trato de escribir una vez al día, aunque no lo vaya a publicar. Estoy siempre dándole y dándole.
-¿Coincides con la premisa de que la poesía es algo más para el goce personal y la narrativa para las masas?
Uno de los personajes que más me llamó la atención en los últimos años fue Miguel Piñero, un poeta nuyorican que hacía poesía para el pueblo. Le preguntas a cualquier puertorriqueño quién es y, así no lo haya leído, te dirá que es el máximo exponente de la poesía de Puerto Rico. Su caso me hace pensar que la poesía puede ser para todo el mundo.
-En el cuento “La milicia de Arizona” está el tema del perdón, de olvidar un dolor grande, que te carcome. ¿Crees que los inmigrantes en EE.UU., pese a las dificultades que muchas veces llegan a atravesar, terminan sintiéndose parte del país?
Hay de las dos cosas, aunque creo que la mayoría sí llega a sentirse parte de Estados Unidos. Mira, el gran sueño del inmigrante no es convertirse en residente sino en ciudadano estadounidense, saber el himno, los derechos y deberes, etc.
-Varios de los diálogos que hay en tus cuentos me parecieron bien logrados. ¿Fue ese detalle el que más te costó trabajar?
Sí, los cuentos “Trece segundos”, “Todo termina en Irak” y “Al norte no hay paraíso” fueron muy complicados de terminar precisamente por eso que mencionas. Me tomó bastante tiempo revisarlos. Algo que me recomendó el escritor Diego Trelles fue leer los diálogos en voz alta. Eso me sirvió mucho.
-¿Sientes que Diego Trelles es una de tus grandes influencias? Quizás también porque es un autor joven, casi contemporáneo contigo…
Sí, Diego Trelles, Carlos Yushimito, y tengo un gran amigo mexicano, Heber Quijano, quien me dio sus impresiones tras leer el manuscrito. De ellos he aprendido.
-Uno te ve y nota un periodista joven con una situación relativamente estable, con familia también. ¿Por qué persistir en la literatura?
Porque siempre me gustó y creo que tengo cosas para contar. Estados Unidos era, por ejemplo, un tema pendiente que sentí tal vez no podría soltarlo completamente a través del periodismo, así que decidí publicar un libro.
-¿En ese viaje que tuviste al ser deportado sentiste que debías escribir tu experiencia?
Sí. No puedo decirte que odio a los Estados Unidos, porque mucha gente allí me trató bien, pero cuando volví al Perú estaba seguro de que debía sacar todo lo que tenía en mi interior, por eso el proceso de este libro fue como una catarsis. Me quedaron algunas cosas pero ya serán quizás para una autobiografía.
-O sea que cuando ves en las noticias las deportaciones sumarias que ejecuta la administración de Donald Trump…
Me siento recontra identificado, claro. Y es que cuando la Migra te agarra no pide permiso, simplemente te jala, te lleva a un lugar y a veces te ofrece algo –como por ejemplo a mí ser Marine–, pero si no aceptas te regresa a tu país. Me sentí identificado cuando leí la noticia del abogado que insultó a hispanos en Nueva York hace unos días, o cuando leo sobre inmigrantes que son asesinados en la frontera tras ser abandonados por los ‘coyotes’.
-Tu recuerdo de la Migra es duro…
Recuerdo mucho cuando llegué a Miami en avión con mi familia y nos iban a llevar a Carolina del Norte en bus. Estábamos en la estación, llegó una chica, se sentó cerca nuestro y a los cinco minutos llegó la Migra. No les interesó la presencia de niños o ancianos y le exigieron sus papeles. Ella entregó documentos (falsos) y la encañonaron. O sea, ya, cometiste una falta pero no estás resistiéndote a la autoridad, ¿entonces por qué la violencia? Cosas así te marcan para siempre.
-Evidentemente, le tiraron dedo (la acusaron)…
Por supuesto. Hay mucho de eso. Siempre escucho que ‘el enemigo de un peruano es otro peruano’, pero yo podría decirte que el enemigo de un latino es otro latino. Simplemente no les importas y te tiran dedo.
-Te has servido de una experiencia personal para incursionar en la narrativa. ¿Qué vendrá después?
Estoy escribiendo una novela sobre los evangélicos. Pertenecí tres años a esa religión y creo que, si bien mucha gente critica a los católicos, hay evangélicos que son pésimas personas. Así que ese es un tema que pienso abordar y, como hice con este libro de cuentos, ‘sacar todo lo que tengo dentro’.