Alina Gadea: “En una separación afloran las miserias humanas”

Lo más difícil de entrevistar a Alina Gadea es la parte final, intentar hallar un titular ideal para la nota. Y es que esta autora limeña nacida en 1966 parece tener no una sino varias frases perfectas para explicar cómo afronta la literatura y la vida misma.

Conversamos con ella sobre “Destierro” (Emecé Cruz del Sur, 2017), su más reciente novela. Se trata de un texto corto, sensible y a la vez poderoso. Por más contradictorio que suene, Alina ha dibujado un rompecabezas sobre relaciones sentimentales que se va desarmando poco a poco.

Para Gadea Valdez –también autora de libros como “Otra vida para Doris Kaplan”, “Obsesión” y “La casa muerta”—un escritor debe tener, además de vista, olfato y oído, un corazón que le permita transmitir de manera ideal una historia fabricada.

-¿Recuerdas alguna novela o cuento que te haya tocado el corazón de la forma en que “Destierro” me lo tocó a mí?

Hace mucho tiempo leí la novela “Intimidad” de Hanif Kureishi. Trata también sobre el proceso de la separación pero visto desde la mente de un hombre. Me pareció un libro corto, duro y muy verosímil, que tocaba un tema tan personal y a la vez universal. Creo que todos en algún momento de la vida hemos experimentado algo similar, porque esto es algo muy de la humanidad.

-Tu portada está ilustrada con un diente de león que va desprendiendo sus hojas lentamente. ¿Cuánto de ese ‘volver a empezar’ hay en esta novela tan especial?

La portada se la debo a Víctor Ruiz Velazco. Creo que es muy sugerente y simbólica. Algunas de las capas de lectura de este texto tienen que ver con un renacer, con desprenderse de partes de uno, pero también con una semilla que cae y vuelve a formar un fruto, una flor. Y en realidad este texto tiene mucho que ver con eso también porque no solo se trata del destierro en el que se encuentran las personas que dejaron atrás su núcleo familiar, sino también hay algo de este renacer que viene después de una ruptura. Entonces, el volver a empezar lo simboliza muy bien el diente de león.

-En la parte final de la página 67 escribes “¿Cómo podía la juventud haber contenido con tanta dulzura y fuerza toda la amargura inseminada en lo más profundo de él? ¿Cómo pudo estar sepultada hasta brotarle por los poros después de unos años?”. Mi pregunta es: ¿Cuánto tiempo son capaces de acompañarnos nuestros recuerdos de la infancia?

En “Destierro” es muy importante la construcción del personaje a partir de la infancia, y en ella está el papel que juega la madre en todos los seres humanos. Los distintos tipos de madres y las taras que cada una puede tener a su manera. Muchas veces pienso que en la juventud están agazapadas esas influencias de la infancia pero luego, ya en un proceso de madurez, comienzan a aflorar antiguos traumas del pasado. Y esta frase tiene que ver con eso.

-Tengo la impresión de que tu novela se quedó algo corta. ¿Ahora compartes esa idea o sientes que “Destierro” tiene la extensión precisa?

Siempre es mejor pecar de decir menos que más. Pienso mucho en no cansar al lector y más en estos tiempos de tanta inmediatez. Me parece interesante la idea de ser lo más conciso posible. Y justamente la esencia de este texto es la concisión. A través de imágenes dar a conocer sensaciones y de la manera más resumida posible. Sí, de repente la novela puede ser algo corta pero en realidad lo hice adrede. Inclusive llegué a eliminar muchas páginas. Me parece que abundan los textos excesivamente largos, pero en mi caso no quería que ninguna página quede sobrando. Quería eso que tiene la poesía: una esencia.

-“Destierro” es una novela sobre el amor que fue, también es una historia sobre los recuerdos, la maternidad, los vínculos entre madre e hijo. ¿Qué otros temas identificas en tu libro?

Efectivamente, siendo el tema principal la separación de dos personas y con ello la ruptura de un núcleo familiar, también hay detrás otras sub historias, como la maternidad o cierto machismo que hay en sectores inclusive femeninos. Con ello también está presente la doble moral limeña, que es uno de los fantasmas que más me inquietan y que siempre aparecen en lo que escribo. La novela también está situada en el contexto histórico social del fujimorismo. Todo esto para contribuir a un afianzamiento de los personajes y darles cierta verosimilitud, tanto en la construcción psicológica del protagonista y su tipo de formación, que termina siendo la base de por qué él se posiciona de determinada manera en el mundo, o sea, del por qué ve las cosas de una manera tan sesgada.

-Tu novela hace recordar que uno no se casa solo con el presente de su pareja sino también con su pasado y todo lo que eso conlleva…

Es cierto. En una separación afloran mucho las pasiones más oscuras, las miserias humanas. Eso no lo vemos al principio (de la relación) porque se trata de un proceso. Si lo hiciéramos desde el inicio uno nunca formaría un vínculo, no se comprometería y no tendría hijos. Todo eso es un proceso que se debe descubrir en el tiempo. Esta historia tiene que ver también con eso. Con la ingenuidad de las personas jóvenes que inician una relación y no tienen cómo saber el enjambre que hay dentro de la otra persona y de uno mismo. Porque en la juventud uno no sabe lo que es realmente.

-Sin ser muy spoiler, hay un malecón en la historia. ¿Qué refleja para ti esa imagen de espacio tan inmenso, del mar y del cielo a la vez?

Para mí el malecón es un espacio muy sugerente, inspirador. Es un lugar que me llama mucho la atención porque es el fin de la tierra, del caos, de la urbe. Ahí termina todo. Está el aire, el espacio, el agua, el mar, la luz. Y eso me sugiere varias cosas. Un tema de libertad, algo relacionado al abismo y al vértigo o al miedo a la soledad. Y toda esa atmósfera del malecón que puede ser en invierno de un gris tan limeño, que deja sin definición las cosas; en verano es el color azul el que me hace sentir que hay una esperanza al fondo. Se trata de superar el abismo, el miedo, el vértigo y enfrentar la enormidad de la liberación.

-Cuando uno se casa, junto a la esposa decimos “no vamos a cometer los errores de nuestros padres”. Sin embargo, volvemos a equivocarnos al criar a nuestros hijos. ¿Crees que los errores que seguimos cometiendo en la paternidad –pese al  avance de la sociedad—es un tema vivo para la literatura?

Sí, me parece un tema fundamental en la vida y en la literatura, que finalmente es el reflejo de la vida. El asunto de la paternidad (o de la maternidad, más tocada en este caso) es un tema álgido, porque creo que este es el oficio más difícil que puede existir en el mundo. Y que tampoco se ve cuando uno es joven. Con gran soberbia decimos que podemos superar las taras de los padres pero frecuentemente vuelven a salir porque uno es parte de eso también. Y el ser humano es tan complejo que está lleno de perversiones, vicios y equivocaciones.

-Dicen que uno necesita vivir, disfrutar, sufrir y leer mucho para ser escritor. ¿Cuál de estos verbos te es más útil en tu trabajo como autora?

Una mezcla de todos. Siempre recuerdo una frase que dice que en los momentos no fructíferos uno debe aprovechar para vivir, porque luego cuando empieza el proceso creativo la realidad se vuelve porosa y uno puede penetrar en ella. Pero mientras uno está infértil debes aprovechar para vivir, porque eso luego alimenta tu escritura. Y dentro de ese vivir, el gozar y el sufrir están mezclados. Ambos sirven. Y por supuesto también es útil leer. Creo que un escritor que no lee es una cosa un poco aberrante, porque es leyendo que uno va identificándose con cosas personales que a uno lo jalan y que forman parte también de ese vivir y que van a ser una parte importante para poder procesar lo vivido con lo que se lee. Porque todo es parte de lo mismo. Siempre he pensado que la ficción explica mejor el caos que es la realidad. Y creo también que el escritor, además de vista, olfato y oído, necesita corazón, para poder transmitir de una manera –en mi caso emocional—una historia fabricada.

Compártelo