Valiéndose de un mediático matricidio ocurrido en Lima en 2005, el crítico Juan Carlos Ubilluz escribió su primera novela titulada “No tengo nada que ver con eso” (Reservoir Books). El libro no es un escandaloso relato de sangre y cuchillos, sino más bien una profunda exploración psicológica y moral. El Padre, La Hija, La Madre y El Hijo se reparten la atención de los lectores con retazos de vidas difusas y deudas pendientes.
Ubilluz recibió a “Libros a mí” en su vivienda en Miraflores y conversó en extenso sobre esta interesante incursión en la narrativa. Desde ya hay que decir que la novela se deja leer rápidamente, merced a un lenguaje cuidado y por ratos muy fino de su autor.
-Por la contratapa y por la promoción previa que ha tenido su novela creí que estaba solo ante la historia de un crimen, pero no fue así. “No tengo nada que ver con eso” es mucho más. ¿Se planteó siempre contar algo más que un asesinato?
Mi primer intento tras el crimen fue escribir un ensayo psicoanalítico al respecto, pero ante la imposibilidad de lograrlo decidí crear una novela. A partir de eso mi investigación sobre el caso fue limitada. Decidí apartarme (del hecho real) con cierto tacto y traté de escribir una historia con vida propia. La novela trata sobre cuál es el contexto psicológico que puede crear una matricida. Por ello la parte más de policial si bien no es mínima, tampoco es la más importante.
-¿Qué tipo de cambios en la sociedad actual pueden reflejar los asesinatos cometidos por jóvenes?
Hay muchas teorizaciones al respecto. Lo más importante, de lo que se habla en la teoría psicoanalítica, es el declive de la función paterna, es decir, que en alguna época anterior – la victoriana de Freud—había una directiva paterna que ponía coto al narcisismo y anudaba el deseo del niño a la ley. Actualmente eso no está funcionando muy bien. Entonces, lo que se ve a menudo es que los imperativos o las leyes de nuestra época han cambiado con respecto a la sociedad anterior, que sería un imperativo al éxito, en primer lugar, y otro a gozar. Con dichos imperativos todos tenemos que lidiar. Eso aunado a que carecemos de un sentido compartido de la vida. Todo esto lleva a las patologías del acto. Así tenemos actos terroristas que realmente no son tales, por ejemplo, los jóvenes que se meten la Estado Islámico y hacen una carnicería sin ningún gran objetivo político o militar, ni siquiera un ‘pensamiento’ de causar el terror como lo tuvo, por ejemplo, Sendero Luminoso, sino simplemente una carnicería. También hablamos de asesinatos de muchachos que son ‘buleados’ en los colegios, algo que se ve bastante a menudo. Y también una mayor población de asesinos en serie. Esto se ve mucho más en las sociedades avanzadas del capitalismo, pero ya está llegando al Perú porque somos parte de la globalización.
-¿Encuentra alguna similitud entre la violencia (política) que sufrió nuestro país hace dos décadas con la que hoy se presenta a través de las pandillas?
Creo que la de hoy es una violencia distinta. La de Sendero tiene una filiación con un tipo de pensamiento que le daba un sentido a la existencia. El comunismo era algo que partía el mundo en dos. Era la sociedad por venir. Se suponía que todos podíamos trabajar en lograr esa ‘magnífica sociedad’. Eso le daba sentido a millones de personas. Entonces Sendero es un desastre por ser el deseo de llevar a cabo la utopía en el mundo, mientras que los problemas por bullying, el Estado Islámico, las matanzas en masa, están más bien bajo el contexto de una ausencia de sentido.
-Volviendo a la novela, ¿en qué sentido podríamos decir que el padre presente en la novela es machista?
No puede ser machista en el sentido de que admira y prefiere a su hija. Por otro lado, él considera mucho la gran capacidad laboral de una de sus amantes. Pero donde sí puede verse que es machista es en que él no tiene una empatía con un lado de la feminidad que no está ligado a la igualdad. Es decir, en la mujer habría un deseo de igualdad que se canaliza muy bien en el primer feminismo, pero luego hay un movimiento algo más pequeño, el post feminismo, donde se habla más bien de la diferencia femenina. Entonces, que habría un goce difuso en la mujer, una manera de manifestar el ser que no entra dentro de las metas. Y que la mujer tendría un lazo con todo esto. Mientras el hombre tiene una manera de gozar, que es la sexual, la mujer también pero va más allá: una cosa difusa que generalmente se articula en el amor, el arte y –en épocas pasadas—en la brujería. Digamos que el papá sería machista en el sentido que no tiene una conexión con esto. Así que el machismo no viene de una cuestión anti igualitaria sino que simplemente no le interesa esa diferencia con lo femenino. Es más, le parece un estorbo.
-Al lector le ayuda mucho que su novela esté planteada con capítulos que intercalan historias personales. ¿Esto lo concibió así desde que empezó a crear la historia o hubo replanteamientos?
Cuando tenía ya un tercio de la novela escrita recuerdo que agarré un enorme sobre manila y diseñé el orden de la historia. Luego quizás cambié algunos capítulos pero el 90% de la novela quedó así.
-Para un autor es un reto ponerse en la mente de una mujer. ¿Fue mucho más difícil para usted que esta mujer sea además una poetisa casi saliendo de la adolescencia?
Creo que eso fue lo más fácil, porque yo no escribo poesía, y cuando lo intenté resultó siendo muy mala. Así que hice mi mejor esfuerzo como poeta y eso quedó como la obra de una poetisa joven (la protagonista).
-Usted ha contado que antes de “No tengo nada que ver con eso” dejó una novela inconclusa. ¿Qué debe tener una buena novela en opinión de Juan Carlos Ubilluz como lector?
No sé cuál sería la fórmula de una buena novela. Pero sí sé de lo que me aparté en una época: de escribir novelas medianamente autobiográficas. También me alejé de escribir novelas sobre literatos. Después me di cuenta que la protagonista de mi novela es poeta, entonces, creo que no pude apartarme totalmente de lo que te menciono [risas]. Creo haber escrito una novela más o menos aceptable. Las otras eran muy tipo informe, demasiado estilísticas, no sé, con pasajes muy personales pero que realmente no se conjugaban con el resto.
-Sin ser tan ‘spoiler’, la protagonista ingresa al mundo del espectáculo y se da cuenta que está casi condenada a aceptar las ‘reglas del negocio’. ¿Cree usted que la literatura y el arte están condenadas a aceptar ciertas cosas por lograr aceptación del público masivo?
Obviamente que no. La relación del arte con el negocio generalmente no va bien. Y se ve sobre todo en las artes plásticas contemporáneas. El negocio acaba desnaturalizando al arte. Hasta cierto punto el arte tiene que poder desplegarse resistiendo al negocio y al capital. Aunque, claro, existimos en un mundo capitalista, entonces siempre se trata de cómo uno puede jugar con las reglas del mercado para desnaturalizarlo. Nietzsche decía que el artista es quien sabe nadar con cadenas, refiriéndose más que todo a la poesía francesa, que tenía que ver con alejandrinos y reglas fijas de la poesía. Pero hoy no. Las reglas no son las de la métrica o de la poética sino del mercado. Y hasta cierto punto debemos saber jugar sin caer en ellas. Por ejemplo en el cine, Lars von Trier algo hizo al respecto. Las películas sobre el fin del mundo suelen ser las más taquilleras. En su caso, “Melancolía” tiene esa temática pero es más bien intimista. O sea, tomó algo estereotípico pero le dio la vuelta. Quizás esta es la fórmula del artista hoy en día. Si hablamos de mi novela, estamos ante un crimen mediático, muy comentado, que vendió miles de periódicos. Así que mi idea fue plasmar una novela psicológica desde lo mediático.
-Mientras uno lee la novela tiene la impresión de que hay dos equipos: Papá e hija vs. Mamá e hijo. ¿Es correcta esta imagen de grupos pequeños enfrentados en una casa?
Sí, desde el principio yo sabía que iba a ser así. El padre y la hija están más aquejados por los imperativos de la época: el éxito, gozar. Y después estaba la madre en su relación con la ley, bastante tradicional, y luego el hijo que de alguna forma hereda esto. Luego me di cuenta que la relación entre el padre y la hija alude hasta a cierto punto a “La filosofía en el tocador” del Marqués de Sade. Digamos que el masoquismo es una relación de hijos con madres, y el sadismo de hijas con padre. Entonces en la relación del padre y su hija hay algún tipo de crueldad, no es simplemente el éxito o el gozar. Hay un plus de esto que lo emparenta con el sadismo.
-Finalmente, ¿cuál es la mayor satisfacción de poder salir de los escritos académicos y terminar una novela bastante buena como esta?
Es que hubo varias reescrituras de la novela. Sin embargo, recuerdo la satisfacción que sentí cuando consideré que la novela había logrado su forma final. Pensé ‘ya este es un material sobre el que se puede trabajar’. Sentía que la novela era posible, que iba a terminar bien, que se leía fluidamente. Ahí hubo una mayor satisfacción que en el caso de un ensayo.