Un viaje por los abismos del agua. Así podría resumirse el último libro de cuentos de Karina Pacheco Medrano (Cusco, 1969) publicado por Seix Barral (Editorial Planeta). El volumen, como casi toda su obra, es notablemente sobresaliente. Y es que hace mucho que la ganadora del Premio Luces 2013 es una de las plumas de referencia en nuestra literatura.
Su talento, sin embargo, no se circunscribe a imaginar historias de ficción. Ella también trabaja como editora en Ceques, una pujante editorial cusqueña que publica poco pero siempre libros interesantes, sobre todo útiles.
En “Lluvia”, un conjunto de nueve relatos que van desde lo realista a lo fantástico, Karina –candidata otra vez y con justicia al galardón arriba mencionado—explora aquellas turbaciones que cualquiera de nosotros podemos sufrir al cruzar la frontera entre juventud y adultez.
Ambiciones personales, rompimientos sentimentales, violencia de pareja, y cuestionamiento de las ideas políticas son algunos de los temas en los que la autora se sumerge, utilizando elementos muchas veces conocidos de su obra previa como el montañismo, la natación o el contacto con la muchas veces incomprensible naturaleza.
Aquí nuestra entrevista a Karina Pacheco sobre su último libro de cuentos ya a la venta en las principales librerías del país.
-Empecemos hablando sobre el cuento “Al final de la lluvia”, que también pudo llamarse “Amalia y los n’omoles”, o algo así. ¿Cómo surge esta historia sobre comunidades que muchos de nosotros desconocemos por completo pero que comparten el mismo país que nos vio nacer?
En 2016 realicé una investigación que desembocó en un libro titulado “Historia del Parque nacional Bahuaja Sonene y la reserva nacional de Tambopata”. Eso me exigió un intenso trabajo de campo en la selva de Puno y en Madre de Dios. Mientras realizaba algunas entrevistas me percaté de la existencia de muchas personas que tenían mi edad, o quizás eran algo mayores o menores, pero que tuvieron una infancia radicalmente distinta a la mía. Les pregunté cómo era su vida cuando recién se creó el Parque y uno me contó que siempre debían ir en grupo a la escuela porque tenían que atravesar por el bosque y un otorongo se los podía comer, o tal vez podían ser picados por una víbora. Eso me hizo pensar en cómo hasta hace no mucho, o incluso en la actualidad, ciudadanos de un mismo país podemos vivir cosas sumamente distintas. Por otro lado, también pude conocer sobre las comunidades en aislamiento, lo cual me dejó pensando en cómo sería la situación de una niña que siente que no encaja en su grupo social y no encuentra una salida a eso. Así fue cómo imaginé a Amalia y los n’omoles.
-Los cuentos del libro me parecen bastante heterogéneos, aunque tal vez los últimos dos son algo más cercanos entre sí. ¿Si te pidiera encontrar algo común en el conjunto de relatos qué me dirías?
Me parece que la sensualidad del agua, y por eso mi libro se titula “Lluvia”. En todos mis cuentos hay un elemento ligado a ese elemento, aunque en algunos tal vez como un reflejo, como en el relato de los chicos que juegan a ser revolucionarios (“Ventanas rotas”). Ahí el agua ‘corre’ por esas manzanas amargas que lanzan al río. Luego en “Volverá del mar y tendrá tus ojos” hay esa relación de amor pero donde la venganza, el temor, la huida y el agua están en medio de todo. Aunque hay un elemento de sensualidad en lo tanático y en lo erótico que comprende mi libro.
-¿Te es algo más fácil escribir textos realistas que aquellos que apelan a la fantasía y a lo mítico o viceversa?
Me gusta la combinación de todo. Los cuentos me permiten la exploración con diferentes lenguajes y estilos. En novelas quizás me apego más al estilo realista, aunque de vez en cuando hay elementos de lo mítico y de lo onírico que pueden aparecer en lo que escribo.
-El golpe final de un cuento es muchas veces fundamental. ¿Cómo afrontas esta parte del relato? ¿La tienes en la mente desde que empiezas a escribirlo o es más bien algo que se forma conforme vas dándole sentido a la historia?
Por lo general es algo que se va dando en el camino. En algunos casos sí puedo saber cómo va a terminar y el reto es más bien cómo armar todo, pero en otros es como una exploración para mí misma. O sea, sé la cuestión central (del relato) y voy por ahí pero desconozco en qué terminará. Eso me pasó, por ejemplo, con “En cola de mono”.
-He encontrado varios elementos en estos cuentos que quizás podrían identificarse también en tus obras anteriores: montañismo, bicicletas, Cusco, ideas políticas, decepción de la política, etc. ¿Sientes que estos factores son parte de tu universo literario?
Sí, son parte de mi universo literario porque también son reflejo de mi experiencia de vida. Los deportes de aventura o nadar, no sé, son cosas que conozco bien. Así que quizás estos elementos son constantes porque están impregnados en mí. Hice mucho ciclismo de montaña en el pasado, también pude nadar, subir a las montañas e ir a la selva.
-Algunos de tus cuentos tienen momentos de erotismo que están muy bien logrados. ¿Cuándo sugerir y no mostrar en situaciones de corte íntimo?
Quería mostrar cómo en medio de una relación sexual, en ciertos momentos, puede irrumpir la violencia y quedar envuelta en esa atmósfera de lo íntimo. Así que ahí sentí que debía mostrar pero a la vez sugerir. Es que si lo pones demasiado descarnado la tensión se va casi al morbo y no a lo brutal, que es lo sugerido.
-Estamos hablando de “Juego de manos”, un cuento por momentos bastante fuerte…
Así es. Ese fue uno de los relatos que más trabajo me costó. La primera aproximación, el ampliar, pulir, dar una segunda aproximación, y luego ver dónde estaba la justa medida de lo explícito y lo sugerido.
-“Ventanas rotas” es quizás el cuento más político del libro. ¿Hasta dónde llegaron los miedos de Karina Pacheco a sumarse a la acción política a lo largo de su vida?
Los años de la violencia se han vivido de manera muy diferente en las distintas zonas del país. En Cusco, por ejemplo, dentro de la universidad las mayores víctimas de Sendero Luminoso fueron la gente de izquierda. Un amigo mío murió a manos de ellos. Entonces, había esa incertidumbre de qué hacer con tus ideales. Había algunos que decían ‘hay que mirar a otro lado’, pero eso era imposible. Entonces, “Ventanas rotas” toca ese momento en el que muchos jóvenes se sienten entre la espada y la pared, y el cómo algunos optaron por coquetear con el MRTA, otros decidieron salirse por completo de la política y, finalmente, otros planteaban enfrentar a uno y a otro. Así que se dio un espectro muy variado de respuestas. Y sobre lo que ocurrió posteriormente, conozco a muchos que después de haber estado casi a punto de querer lanzarse a los brazos del MRTA o de Sendero Luminoso terminaron haciendo un giro radical hacia el sistema más corrupto. Por eso la pregunta (que hay en el cuento) es ¿en qué momento alguien empieza a corromperse?
-Como si fuera posible determinar ese momento exacto en la vida de un ser humano…
Claro. Pero de repente ya era ese momento, porque también lo anti sistémico, eso que busca romperlo todo, es también para mí una manera de no querer ver nada de la realidad. Tal vez ahí había ya un germen, no lo sé. Es una pregunta que me hago y de algún modo aparece en mi relato.
-Si antes se decía que la oligarquía y los ‘abusos’ del ‘sistema capitalista’ sentaban bases para la violencia, ¿crees tú que hoy la corrupción puede convertirse en una chispa que encienda escenarios de violencia a futuro?
No creo necesariamente que vaya a volver Sendero Luminoso, pero sí siento un nivel de hartazgo muy importante en muchos sectores de la sociedad. Y eso puede venir tal vez del deseo de ‘mano dura’. Y está también la idea del ‘no importa si roba pero que meta balazo a medio mundo’. Creo que esto va en contra de la esencia de la democracia, que está para tratar de defender la vida, aún incluso de quien pueda haber cometido delitos graves. Viajo mucho al campo, por motivos laborales o personales, y allí notas que la gente está harta de que no se solucionen sus problemas. Desnutrición, maestros con muchas dificultades para hacer su trabajo, niños que caminan dos o tres horas para ir a clase, situaciones de discriminación, etc. Quizás sí hay más escuelas que hace algunos años, pero seguimos siendo la última rueda del coche.
-¿Sientes a Lima muy alejada de lo que ocurre en las provincias?
Demasiado. Y eso demuestra que aún no hemos aprendido la lección. Aunque la he detenido un por un tiempo, estoy investigando para una próxima novela, y en ese proceso descubrí que hasta fines de 1981 en Lima no se entendía qué cosa pasaba en Ayacucho. Aunque con excepciones, recién en 1982 empieza a informarse algo más sobre lo que ocurría. Eso permite confirmar cuánto tiempo se perdió por culpa de esa versión limeño- céntrica del país que dice que ‘mientras el problema no ocurra en Lima, pues no pasa nada’.
-La encrucijada que existe al querer progresar sin medir las consecuencias a nuestro alrededor están presentes en “Reyes del bosque”. ¿Cómo surge este relato de lo nociva que puede ser una petrolera sin los controles debidos?
Al final un poco el cómo podemos terminar — en favor de algo muy natural como tener mejores posibilidades de trabajo– cediendo a aquello que rompe del todo lo que alguna vez soñamos ser. En el fondo ellos (los personajes) terminan muy bien pagados (por una petrolera), pero al final se van dando cuenta de que son la pantalla para hacer un trabajo con comunidades que están siendo contaminadas. Entonces, está el malestar pero ellos –sin querer verlo—terminan envueltos en un ‘trapicheo’ y en negociaciones que incluyen mentiras. Todo eso termina siendo una bomba de tiempo que estalla dejando muertos y heridos a su paso.
-¿Qué crees que une o quizás distancia a “Mar de Alú” del resto de cuentos de tu libro?
Es como un cuento bisagra entre lo anterior y lo nuevo de “Lluvia”. Lo escribí a fines del 2013 (para una antología de relatos peruanos que se publicaría en Colombia) con el deseo de ‘sumergirme’ en el mar, pues siempre he escrito más sobre sierra, ciudad o selva. Y yo tenía en la mente una imagen de alguien que regresaba a pie desde muy lejos y se plantaba frente al mar. Lo demás ya vino solo: quién es, de dónde viene, y todo te va recogiendo hasta llegar a la historia de aquella madre que desaparece.
-Estás por cumplir 50 años. Eres escritora, editora e investigadora por tu profesión de antropóloga ¿Crees haber logrado cierta tranquilidad natural? ¿Y esta llegó por sí sola o la has buscado a través del tiempo?
He tenido una vida tremendamente intensa. He explorado y espero poder seguir explorando todo aquello que convoque mi atención, mi pasión y mi ánimo. Lo que sí cambiará quizás es que buscaré explorar las cosas con mayor detenimiento, disfrutando un poco más. Me marcó mucho leer “El amante de Lady Chatterley” a los doce años. Quizás en ese entonces no lo entendí mucho, pero a los 17 volví a hacerlo y me encantó. El texto tiene una frase que hoy recuerdo de memoria: “Experimentaré de todo en mi vida para que al final, en mi último viaje, mis noches no estén llenas de arrepentimiento”. Esa frase ha marcado mi vida y espero lo siga haciendo.