Fernando Iwasaki: “Como escritor, me importa más encontrar una voz que un discurso”

Con más de treinta libros publicados, Fernando Iwasaki es hace mucho tiempo un referente de la literatura peruana en Hispanoamérica. Sin embargo, no está de más recordar que como todo gran escritor, tuvo un punto de partida.

Ese inicio difícil y todo el camino recorrido hasta hoy lo han moldeado como un ser humano consciente del ambiente que lo rodea, pero principalmente humilde ante cualquier circunstancia o situación que se le presente.

Ese rasgo queda claro cuando acepta recibirme para hablar largo y tendido no sobre uno sino sobre sus últimos tres libros. Y es que, al tener una obra tan original pero sobre todo diversa, resulta sumamente difícil encausar la charla con él.

Ordenadas por fecha de aparición le pongo sobre la mesa “Tres noches de corbata” (libro de cuentos reeditado recientemente por Seix Barral), “Arte de introducir” (volumen publicado por Ceques Editores que agrupa los textos que el autor preparó para presentar a sus colegas a lo largo de los años) y “¡Aplaca, Señor, tu ira! Lo maravilloso y lo imaginario en Lima colonial” (compendio a cargo del Fondo de Cultura Económica filial Perú).

Iwasaki siente cariño hacia cada uno de los textos mencionados. El primero le recuerda sus inicios en la literatura allá por finales de la década de los 80. El segundo le permite recordar lo serio que se toma investigar a otros autores y explicar su obra lo más claro posible. Finalmente, el volumen del FCE es para él la culminación de una obra que dejó en stand by dos décadas atrás. Un reto que no le hubiera sido posible lograr sin el apoyo de grandes amigos.

-Pocos saben que “¡Aplaca, señor, tu ira!” tiene una larga historia detrás. Cuénteme un poco cómo surgió el libro y el motivo por el que se postergó tantos años.

Esta fue una investigación que comencé para mi tesis doctoral allá por 1987. Invertí muchos años y esfuerzo, porque viajé a Roma durante casi dos años para visitar el archivo del Vaticano. Sin embargo, hubo un momento de mi vida en el que, como no tenía una actividad académica regular, decidí abandonar a la historia como una forma de vida. Y eso implicó dejar proyectos en los que había estado trabajando. Pasaron muchos años, me dediqué a otras cosas, mis hijos crecieron, se casaron, se fueron de casa, y en ese momento en el que de pronto pensé que me compensaba en la vida hacer más lo que me gustaba que otra cosa, pues cambié de trabajo, volví a la universidad, y ese fue un estímulo muy fuerte, es decir, el encontrarme con muchos jóvenes trabajando en sus primeras monografías, tesis y libros. Y para mí fue fantástico. Todo aquello me ilusionó, así que decidí rematar este trabajo. Y en esto fue muy importante el estímulo de Luis Millones y de otro gran amigo, Juan Marchena. Ellos terminaron de darme ese empuje que me faltaba para publicar el libro.

-Y en estos veinte años seguramente surgió mucha más bibliografía relacionada al tema…

Claro que sí. Reconozco muchas deudas con personas que no saben cuánto me han ayudado en este trabajo. Está el profesor Lizardo Seiner, quien ha investigado mucho sobre los terremotos. Lorenzo Huertas, alguien que conoce mucho sobre el impacto del medioambiente. De otro lado, están los trabajos sobre lectura y bibliotecas coloniales que realizó Pedro Guibovich. Teodoro Hampe, recientemente fallecido, también es alguien que debo destacar. El tema de los santos, que yo empecé a trabajar casi en solitario en la década del ochenta, lo han estudiado después varios autores como Ramón Mujica y Rafael Sánchez Concha. El padre José Antonio Benito, quien ha trabajado a profundidad la figura de Santo Toribio de Mogrovejo. Juan Carlos Estensoro, que desde La Sorbona ha trabajado muchísimo. Hay un joven egresado de la PUCP (ahora no recuerdo el nombre) que también trabajó la figura del indio Ayllón. Claudia Rosas, una profesora que conozco desde que era una joven estudiante; Marcel Velásquez y Lucero de Vivanco, entre otros.

Fernando Iwasaki estuvo en Lima en la última Feria del Libro Ricardo Palma.

-¿Cómo se explica que, 400 años después, el Señor de los Milagros siga convocando a miles de fieles en las procesiones que se realizan en el centro de Lima durante octubre?

Mi papá fue parte de la hermandad del Señor de los Milagros y en algún momento fue cargador. Sentí que esta devoción no podía faltar en mi libro porque me concierne de forma personal. Mi abuelita paterna era también muy devota. Mi abuelo materno era a su vez devoto del Señor de Huamantanga, siendo él originario de ahí. Yo luego viajé a ese lugar para conocer cómo era el culto a esta imagen. Y creo que este libro me ha servido para esto, para hacer discretos homenajes a múltiples personas. Cuando he trabajado algo del señor de los Milagros o del de Huamantanga, no he dejado de pensar en aquellos miembros de mi familia que los llevaron en su corazón.

-Tengo aquí tres libros suyos publicados en el último tiempo: «Arte de introducir» (Ceques), «¡Aplaca, Señor, tu ira!» (FCE) y «Tres noches de corbata» (Planeta). Son un conjunto de sus presentaciones públicas, un ensayo histórico y la reedición de un libro de cuentos 30 años después. ¿Por qué esta predilección por publicar obras notoriamente distintas?

No veo aquí ningún tipo de contradicción. Si los Beatles se hubieran quedado solo con las canciones de su primera época, nunca habríamos disfrutado de discos como «Revolver» y «Rubber Soul». Y si luego de estos dos ellos hubieran decidido no hacer más música, nunca hubiera existido “Sgt. Pepper’s”. Y así sucesivamente. Los escritores no solo hacemos ficción, ensayos o crónicas, sino también presentaciones sobre autores. Cada vez que me ha tocado hacer esto último he leído los libros del autor, me he preparado y he escrito un texto específico. Y el resultado son las presentaciones que componen “Arte de introducir”, de las que me siento muy contento porque sé que los amigos y las amigas que presenté disfrutaron mis palabras y porque habitualmente las presentaciones las lees una sola vez y dejan de existir, pero si tienes la oportunidad de rescatarlas y reunirlas, entonces aparece algo que es nuevo.

La diversidad caracteriza el conjunto de la obra de Fernando Iwasaki.

-La literatura a veces genera muchas rivalidades, pero leyendo el prólogo de esta nueva edición de “Tres noches de corbata” uno piensa que a usted las letras le dejaron más amigos que enemigos…

Es verdad que la literatura es un ‘egosistema’ y que a veces estos egos chocan, pero creo que he tenido la fortuna de vivir una época con grandes amigos. La literatura a veces nos da regalos, conocemos autores que admiramos, que hemos leído, y en algunos casos tenemos compañeros de viaje que son amigos que han crecido leyendo y escribiendo como nosotros. Cuando publiqué “Tres noches de corbata” en el año 1987 solo Mario Bellatin había publicado “Mujeres de sal” y Carlos Herrera me parece que otro libro un año después, pero el resto lo hicieron en la década del noventa. Y sin embargo todos hemos sido siempre muy buenos amigos. Te confieso que me ilusionó mucho que Seix Barral me proponga una nueva edición de este libro 30 años después. Acepté rápidamente. Y quizás los testimonios presentes en el prólogo tienen más valor que los propios cuentos que componen el libro.

-En “Arte de introducir” usted lamenta que en la actualidad la capacidad de tertuliar y conversar está casi apagándose. ¿Cree que las redes sociales y toda la tecnología que tenemos a disposición es un punto final para nuestra sociedad? ¿O puede haber marcha atrás, y con esto la posibilidad de volver a conversar como antes?

Confío en que haya una tormenta solar que acabe con todos los satélites y que recuperemos aunque sea por unos meses la sensación de vivir sin estas conexiones. Porque parece mentira imaginar que existió una época en la que no las necesitábamos.

-Encontré un video de YouTube publicado en 2012. Era de Palabralab. Ahí usted estaba en una cocina, con ingredientes y demás utensilios dando recetas para escribir relatos breves. ¿Volvería a hacer eso hoy?

Por supuesto. Creo que hay otros videos en los que hablo de los microrrelatos y los cuernos, o de los microrrelatos y los piropos, etc. Sí lo volvería a hacer porque siempre he entendido que el humor debe perfumar cualquier cosa que hago. Y Palabralab era una iniciativa muy bonita de Guayaquil destinada a celebrar la microficción. Nos pedían a cada escritor que diéramos una especie de definición de lo que era un microrrelato. Y yo estaba cansado de decir la misma respuesta. Así que propuse que, en lugar de decir lo de siempre en diez segundos, podía grabar un video diferente y algo más extenso. Creo que me filmó una de mis hijas con el celular y resultó un video que gustó y que sigue utilizándose con el paso de los años.

El video de Palabralab subido a YouTube.

-A propósito de ello, ¿qué opina de los Booktubers? Estos chicos que se graban recomendando tal o cual libro para sus seguidores…

Me parece bestial, porque es la manera contemporánea de recomendar un libro. Y lo de menos es que usen un video, una cuenta de Twitter, no lo sé. Que de pronto una chiquita de 14 años recomiende una novela de Alonso Cueto o un ensayo de Gonzalo Portocarrero, pues me parece genial.

-A primera vista uno piensa que a usted le resultó más beneficioso irse que quedarse en el Perú. ¿Es correcta esta presunción?

Bueno, conocí a mi esposa, que es lo mejor que me ha pasado, y también allá (en España) nacieron mis hijos. Yo no viajé para escribir. Cuando me fui era sobre todo un historiador. Mi objetivo era seguir investigando en el Archivo de Indias. La literatura se presentó después, como una vocación a la que le podía dedicar más tiempo, cuando veía que no entraba en las universidades y mataba el tiempo escribiendo. Pero mi proyecto era más bien familiar y en segundo lugar académico, pero no literario ni cultural. 

Con «Las palabras primas» Iwasaki ganó el IX Premo Málaga de Ensayo.

-Con antepasados en Italia y Japón, habiendo nacido en Perú y viviendo en España, ¿tiene clara idea de lo que es patria?

Te falta mencionar a una abuela de Guayaquil, a otra (paterna) que era de Caraz. Y mi abuelo materno –hijo de inmigrantes italianos— que nació en Huamantanga, en los andes. La patria es eso, la memoria, un concepto que crece. Y te lo dice alguien que ha nacido en un país cuyos dos héroes más grandes eran hijos de extranjeros. Nadie le va a pedir a Bolognesi que sea menos peruano porque su papá fue italiano, y nadie le pediría lo mismo a Grau porque su familia era de Catalunya. En Perú hemos tenido la fortuna de ser hospitalarios y en toda América Latina en general. Un turco tendría menos posibilidades de ser canciller en Alemania, un hijo de inmigrantes ecuatorianos de ser jefe del gobierno en España, o el hijo de un argelino de ser primer ministro en Francia. Sin embargo en el Perú hemos tenido un presidente hijo de un polaco y otro hijo de japoneses. En Chile tuvieron presidentes hijos de suizos e irlandeses. La patria es aquella parte de tu corazón que les abres a todas las personas que quieres, que forman parte de tu vida y te conciernen. La patria es esa parte de tu memoria en la que está todo lo que has leído, te ha construido y convertido en lo que eres. Y no descarto que mi hija sevillana, casada con un alemán y viviendo en Estados Unidos, tenga tal vez un hijo allí que sienta que el Perú le concierne y que también es su patria aunque su pasaporte diga otra cosa.

-Entre los talleres, los cursos de escritura creativa y las carreras de literatura en la universidad, ¿hasta qué punto se puede formar a un escritor y hasta qué punto uno nace tal?

Los escritores no nacemos. Nos tenemos que formar. Nacemos a la vida y esta nos pone por delante muchas cosas. A mí me puso primero los cómics y luego los libros. Los que fuimos ganados a la lectura por la palabra seguimos creciendo en ella. Y luego ese lector que tú eres en un momento determinado quiere escribir, y no le parece una profanación hacerlo, y en ese esfuerzo encuentra una voz. Para mí es mucho mejor encontrar una voz que un discurso. Y procuro que en mis libros haya siempre una voz porque es la que me susurra del tiempo, de los amigos, familiares, antepasados, de los autores leídos, y entonces sí, un autor se tiene que formar. Otra cosa distinta es formarte en un taller, en una universidad o usando un coach, como se hace ahora. Pero siempre hay que leer. No me imagino un poeta que no lea poesía, un novelista que no lea novelas ni un escritor de cuentos que no lea relatos. Sin leer no hay escritor posible.

-En los suplementos culturales como por ejemplo Babelia aparece cada cierto tiempo un escritor peruano que tiempo después nunca más es mencionado. ¿Qué diferencia a estos escritores de gente como Vargas Llosa, Jorge Eduardo Benavides o usted?

Nosotros vivimos en España y eso siempre ayuda, pero también es verdad que Juan Gabriel Vásquez no vive en España y siempre lo reseñan, lo mismo con Iván Thays o Alonso Cueto que viven en Lima. Existe el mercado y los suplementos son parte de él, pero luego existimos los lectores. Y la prueba de que un buen libro, si encuentra los lectores correctos trasciende sus fronteras originarias, es Claudia Salazar. Ella es una extraordinaria escritora peruana que vive en Nueva York que publicó “La sangre de la aurora”, ya traducida al inglés y en camino a traducirse a otras lenguas. Ella, además, es considerada una de las voces más poderosas de América Latina y no vive en España. Así que yo animaría a los jóvenes peruanos y de toda Latinoamérica que no piensen en escribir un libro para que los reseñen en España. A lo mejor si no piensas en eso, tal vez lo logres más rápido. No hay que pensar nunca en las consecuencias de tu libro.

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