Escritor, profesor universitario y traductor. José de Piérola intenta mantenerse ligado a su país de origen visitándolo por lo menos una vez al año. En cada viaje aprovecha para llevarse varios libros de nuevos autores que intenta seguir –más allá de la distancia geográfica—y leer con atención.
Esta vez, el autor de novelas como “Un beso de invierno”, “El camino de regreso” y “Sur y norte”, volvió al Perú para dictar en el Británico de Miraflores un seminario sobre narrativa contemporánea de habla inglesa. El tema lo domina por su labor como docente en la Universidad de Texas.
Asimismo, De Piérola presentó en Lima “Fabulations”, su primer libro escrito íntegramente en inglés. El volumen, publicado por la editorial independiente KERNPUNKT Prees, puede ver como un conjunto de narraciones breves que combinan un poco de fábula, historia y ficción.
-¿Hace cuántos años decidió irse a vivir a Estados Unidos y por qué motivo?
Hace casi 29 años. En Perú tenía una consultoría y el año previo a mi viaje hubo una inflación tremenda de casi seis mil por ciento. Así que la empresa cerró. Entonces tenía una novia en EE.UU. y viajé con la idea de quedarme solo seis meses. Al llegar me di cuenta de dos cosas terribles. La primera, que no tenía papeles para trabajar ni hacer nada productivo, y la segunda, que no sabía el idioma. Las condiciones no mejoraron en el Perú por esos años, así que decidí quedarme en Estados Unidos de forma permanente.
-¿Cuál era su contacto con la literatura antes de la publicación de su primera novela?
Ninguno, simplemente era un gran lector. Mi contacto con las letras era básicamente a través de las librerías. Todo empezó en el año 2000, a raíz de mi primera novela (“Un beso de invierno”), la que ganó el Premio del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP). Y también con la publicación de un libro en Valencia (España).
-Tiempo después usted publicaría “El camino de regreso” (Norma, 2007), una novela impactante desde la portada (con el edificio de Tarata incendiándose tras un atentado terrorista). ¿Qué recuerda usted de esta obra?
Es curioso porque lo primero que empecé a escribir, allá por 1997, fue esa novela. Pero obviamente yo era un aprendiz, no sabía cómo escribir. Había leído mucho pero no era suficiente. Así que la pospuse, me metí en otros proyectos y llegó a un momento en el que sentí que podía escribirla. Fue interesante porque cuando trabajaba en la consultoría en Lima visitaba clientes al interior del país, en plena época de la violencia, así que pude ver cosas que se ven en la guerra (muertos, pueblos abandonados, etc.), entonces, la novela fue una especie de recordar y recrear esos momentos. Fue un proceso de aceptar un poco la historia de mi país y ficcionalizarla.
-Como usted, varios autores han escrito sobre la época de la violencia. ¿Cree que alguna vez los temas llegan a agotarse?
Me parece que hay dos formas de ver eso. La época de la violencia en el Perú ha sido muy traumática para todos, por lo que vale la pena recordarla y tenerla presente, porque es parte de nuestra historia. En algunos países, por ejemplo en España, cuando se suprime la violencia, la memoria continúa. Ahí, en los años siguientes a la Guerra Civil, se escribió muy poco sobre el tema, sin embargo, en las últimas dos décadas esto cambió. Algo semejante ocurre con la Segunda Guerra Mundial, que por muchos años era un tópico no muy tratado pero que en las últimas dos décadas ha tenido un auge porque hay que recuperar los momentos negativos de la experiencia humana para convertirlos en ficción pues esa es una forma de recordar, entender y adoptar como tuya una historia. Por otro lado, creo que los grandes temas de la existencia humana nunca se gastan. Por ejemplo, el amor, que es una experiencia universal que traspasa culturas, también es diferente dependiendo de la época y el contexto histórico.
-¿Cómo cambiaron sus lecturas entre el José de Piérola que vivía en Perú y el que ya reside por muchos años en los Estados Unidos?
Cambiaron bastante, es cierto. Cuando vivía en Lima tenía acceso a ciertas bibliotecas y librerías en las que encontraba libros de autores latinoamericanos e hispanoamericanos. Cuando llegué a Estados Unidos me sorprendieron mucho dos cosas: no había mucha oferta de libros en español, lo cual era desalentador para un lector, y la otra era que existía una gran cantidad de oferta de autores en inglés. Y no me refiero a libros de autores norteamericanos o anglosajones, sino también a traducciones de diferentes lugares del mundo. Pienso que la primera barrera para mí fue el idioma, pero aprendí inglés en la calle durante los primeros dos o tres años. Y a partir de entonces empecé a explorar mucho la literatura norteamericana y a leer traducciones. Asimismo, volví a leer pero ya en inglés a autores que previamente había leído en traducciones al español. Te hablo de Hemingway, Faulkner, Carver, Virgnia Wolf, etc.
-Además de escritor y docente, usted es traductor. ¿Qué se pierde concretamente al momento de traducir un libro a otro idioma?
Lo que ocurre es que un idioma incluye todo un bagaje cultural, no es solamente un medio de comunicación sino uno de transmisión de cultura. Y eso a veces uno no lo entiende tan bien cuando solamente habla un idioma o cuando eres bilingüe pero no estás metido en una cultura diferente. Pasar de un idioma a otro significa no solo pasar de unas reglas gramaticales o de un vocabulario a otro, sino también de una cultura a otra distinta. Creo que en el proceso de traducción generalmente los traductores se olvidan de que existe una cultura o bagaje cultural que alimenta a ese idioma y que además debe permanecer intacto. Lo contrario hará que solo nos quedemos con la historia de los personajes.
-¿Por qué se traducen tan pocos libros del español al inglés?
En los últimos treinta años, tal como ha pasado en Perú, ha surgido una serie de editoriales independientes en Estados Unidos. Y aunque se pensaba que el libro electrónico mataría al impreso, esto no ha ocurrido. El libro impreso sigue creciendo y cada año se publican miles en EE.UU. Pero las cosas dependen mucho de la línea que tienen las grandes editoriales. A ellos les interesa mucho producir un libro que van a vender en cientos de miles, sino millones de ejemplares. Entonces, traducir del español latinoamericano al inglés es algo muy selectivo, pero sí existen hay casos.
-¿Ha podido seguir desde Estados Unidos el surgimiento de autores de distintas generaciones como Santiago Roncagliolo, Daniel Alarcón, Alexis Iparraguirre, Claudia Ulloa, Karina Pacheco, entre otros? ¿Los siente lejanos o más bien cercanos?
Es difícil tener una relación cercana con el círculo literario peruano, sobre todo porque yo no creo mucho en las redes sociales. Pero con algunos me comunico, como con Daniel Alarcón. He leído novelas de Santiago Roncagliolo. Y cada vez que vuelvo a mi país trato de llevarme la mayor cantidad de libros para estar más o menos al tanto de lo que se escribe aquí.
-Por mi edad, recuerdo un momento en el que se habló de la generación ‘Post-Boom’, que agrupaba a autores latinoamericanos de distintas vertientes. ¿Por qué se insiste en la tendencia de congregar a autores?
Quienes crean los movimientos y las generaciones son, o los académicos por razones de simplificación, o las editoriales por temas comerciales. Sobre los primeros, en Estados Unidos se publican cerca de cinco mil novelas al año. Tratar de abarcarlas todas en un solo año es imposible y por eso tratan de organizarlas. Por ejemplo, crearon el género de la nueva novela Tex-Mex. Y eso simplifica un poco las cosas. De otro lado, están las editoriales. El ‘Boom latinoamericano’ fue un fenómeno editorial. Si uno lee cuidadosamente las obras del ‘Boom’, estas no tienen mucho en común y tampoco filosóficamente están en la misma vía. No representan un mismo ideario, como sí por ejemplo ocurre con tendencias como el realismo soviético, que estaba conectado por cierto ideario, estética y algunos temas, pero debido a que estaba dirigido desde arriba. Pero tú lees a Cortázar y no tiene nada que ver con García Márquez. “La casa verde” y “Cien años de soledad” son también obras muy diferentes, en tono, en escritura y en técnicas literarias.
-¿Hay vínculos entre lo que usted enseña en Estados Unidos y el seminario que acaba de dictar en el Británico de Lima (“Narrativa contemporánea de habla inglesa”)?
Sí. Una de las cosas interesantes que me ha tocado hace un tiempo es poder dirigir una maestría de Creación Literaria en la Universidad de Texas. Allí organizamos cursos que son, de alguna manera, ‘literatura para escritores’. Y los cursos que me interesan más son los que cubren la novela británica del siglo XX, que incluye autores que me parecen sumamente buenos. Y a partir de eso conectamos con otras literaturas como la norteamericana y la sudafricana. Y de hecho hay relaciones tan fuertes como las que nosotros tenemos con autores españoles. Así que el curso que dicto en EE.UU. lo he articulado en torno a dichas conexiones. Y también siguiendo mi creencia de que la literatura británica de principios del siglo XX ha tenido una influencia monumental en la literatura mundial que quizás aún no se reconoce muy bien. Y debido a que en el siglo XIX fue el redescubrimiento de la ciencia y, entre otras cosas, está la preocupación de cómo funciona la mente humana y cómo es nuestra experiencia en el mundo. Precisamente quien teoriza muy bien eso es William James, hermano de Henry James.
Entonces los autores empiezan a acoger esas ideas y a usarlas en su trabajo. Un ejemplo magnífico de eso es Virginia Wolf. Ella trata de mostrarnos que la literatura tiene mucho que ver con la experiencia humana y esta a su vez tiene mucho que ver con cómo sentimos el mundo. Esa profundidad del mundo interior es inmanente a la literatura desde el punto de vista de Wolf. Y a partir de ahí casi todo el siglo XX ha abrazado, de una u otra forma, ese ideario de la literatura, y se han desarrollado técnicas literarias, etc. Y hacia fines del siglo XX casi la mayoría de autores ya habían abrazado esa noción. Hoy, en el siglo XXI, muchísimos autores escriben usando técnicas que vienen de Wolf o de Jane Austen quizás sin saberlo. Son herederos lejanos de un bagaje cultural.
-Me ha hablado sobre la teoría varias veces en esta entrevista. ¿Cuán importante son los clásicos de la literatura y no solo dejarse llevar por las novedades que encontramos en los anaqueles de las librerías?
Depende de dos cosas. Si uno piensa que la literatura es un oficio para ganar dinero, fama o cosas materiales, la enfrentará de una manera, pero si uno la ve como una vocación o una práctica diaria, la va a encarar de forma distinta. Sin embargo, cualquiera sea el caso, creo que tener un bagaje literario resulta importante debido a que mucho de la literatura depende y funciona en base a relaciones o intertextualidad y citas de citas, que convierten a cualquier texto literario en lo que Roland Barthes llamaba un “tejido de relaciones”. Si uno no entiende bien cómo usar esas relaciones entonces lo que uno producirá será más o menos plano y unidimensional, y no tendrá una vida larga. Así que creo que al final es contraproducente escribir de acuerdo a las novedades porque uno terminará escribiendo obras efímeras. Así que la lectura de clásicos me parece fundamental.
-Hay consenso en torno a su gran talento como narrador. Teniendo en cuenta esto, ¿no se le pasó por la cabeza volver y dedicarse a escribir a tiempo completo para publicar más aquí?
Lo he pensado, pero lo que hago ahora me satisface muchísimo. Me gusta mucho leer y escribir. Y la universidad en la que trabajo tiene un status de investigación, lo que me permite enseñar pocos cursos al año y dedicar tiempo a la escritura. Ahora, el enseñar literatura siendo escritor para mí es un ejercicio muy placentero, porque tomo un libro que me ha gustado y lo incluyo en un curso para conversarlo con mis estudiantes, vemos cómo funciona desde el punto de vista del oficio pero también como obra literaria, qué dice y cómo se conecta con otros. La verdad es que si pudiera conseguir estas mismas condiciones de vida en el Perú, sería lo ideal. Por otro lado, tengo a mi familia en EE.UU., a mis hijas, y traerlas al Perú crearía para ellas una distancia con sus primas, tíos y amigas en California. Y al final te pones a pensar qué es lo más importante.