Desde su concepción, la colección Bordes buscaba ofrecer a los lectores en español el destilado de lo mejor de la literatura latinoamericana reciente. No estamos, necesariamente, ante una elección de los más premiados autores o autoras, ni necesariamente frente a bestsellers. Y lo que queda claro tras leer el volumen de cuentos “La naturaleza seguía propagándose en la oscuridad”, de la escritora colombiana Andrea Mejía es que el proceso de selección fue acertado.
Estamos ante el libro debut de esta autora, filósofa, docente universitaria y ex-columnista de Arcadia. A esta obra le seguirían una versión ilustrada de “Frankenstein”, un aporte en la antología “Cuerpos: Veinte formas de habitar el mundo” y la novela “La carretera será un final terrible”.
“La naturaleza seguía propagándose en la oscuridad” contiene 10 relatos marcados por la heterogeneidad temática y la variada extensión. Aunque en sus historias son mujeres casi siempre las protagonistas, no podemos afirmar que sea un libro sobre el universo femenino. En sí, Mejía parece haber planteado diez cuentos acerca de los sentimientos y las carencias humanas.
El primer cuento, “El pez más pálido de todos”, narra la historia de una niña descubierta por su padre extrayendo un pez de la pecera familiar. Desde su particular posición, la protagonista propicia un recorrido breve, pero a la vez absolutamente realista, sobre el mundo de los adultos.
La forma en cómo dos hermanas atestiguan las disputas de sus padres y la reacción que sus abuelos tienen ante este problema es el tema de “Zorros salvajes”, el segundo cuento del volumen. Aquí nuevamente las protagonistas son menores de edad, y la visión de lo que es el mundo de los mayores sigue siendo particular y por ratos conmovedora.
Aunque a priori uno podría pensar que el cuento que da título al libro es el mejor, en lo personal quisiera destacar “Cactus”, un relato en el que –tal como ocurre en otras partes del volumen—se aborda con solvencia el trauma de una separación. Aquí una mujer adulta cuenta la visita al departamento de quien fuera hasta hace poco su esposo. El encuentro transcurre sin sobresaltos, al ritmo del pasar de las copas de vino, hasta que la protagonista va en busca de agua a la cocina. Un accidente menor (repotenciado por el efecto del alcohol en la sangre) confirma lo que el lector presumió desde un inicio: ella no ha dejado de sentir amor.
Si debo señalar una característica común en estos cuentos (o, por lo menos, en varios) es el final abierto. Para Andrea Mejía las historias parecen no terminar, sino tal vez suspenderse a la espera de un último capítulo que quedará en manos del lector. Queda claro esto, por ejemplo, en “Un pájaro negro muy bello”, un retrato de una madre intentando hacer recapacitar a su hija para que esta vuelva a casa, o en “Casi cero”, la descripción de un encuentro sexual lleno de simbolismos.
Otros dos cuentos de notable factura son “Entierro”, en el que una madre se lamenta haber leído el diario de su hija y rechaza recibir soporte emocional de su esposo escritor, alegando que este usará todos estos recuerdos para crear ficciones; y “Ballenas” (la pieza más extensa del volumen), una historia sobre cómo una pareja descubre lo infinito y bello de la naturaleza mientras su relación sentimental se despedaza y llega a su fin.
Estamos ante una selección de relatos escritos con una pluma delicada, capaces de interpelarnos en lo más profundo de nuestra condición humana. Una confirmación del buen momento de la narrativa colombiana escrita por mujeres. Porque si hay una Andrea Mejía, no se puede dejar de lado una Melba Escobar, una Margarita García Robayo y una Manuela Espinal Solano. Todas herederas de lo mejor de las letras escrito en esta parte del continente.
SOBRE EL LIBRO
Título: “La naturaleza seguía propagándose en la oscuridad”
Sello: Colección Bordes
Autora: Andrea Mejía
Páginas: 99
Precio: S/29