Federico Prieto Celi: «Cada deportación es siempre una situación violenta»

A los 83 años, Federico Prieto Celi se mantiene como un observador lúcido de la realidad política nacional e internacional. El periodista y escritor tiene opiniones concretas sobre lo que ocurre en nuestro país hoy en día. Considera que el fin de la democracia es la estabilidad. En ese sentido, cree que Dina Boluarte –a quien llama Jefa de Estado—debe completar su periodo presidencial hasta el año 2026, acompañada idealmente de Alberto Otárola –a quien llama jefe de Gobierno—, y sin hacer cambios drásticos (y mucho menos totales) en el Gabinete ministerial.

Prieto Celi acepta esta conversación a propósito de la segunda edición de “El deportado”, aquel libro biográfico que le dedicó a Eudocio Ravines (1897-1979), controvertido periodista y político cajamarquino que ostenta tal vez una de las vidas más cinematográficas surgidas en este territorio entre finales del siglo XIX e inicios del XX. Este título fue publicado originalmente en 1979 y, en su nueva versión, contiene 40 pies de páginas con alcances que Prieto Celi añade para aclarar posibles dudas de los nuevos lectores.

Como pasó con Ravines en cinco ocasiones, Prieto Celi también fue deportado. Ocurrió en el régimen de Juan Velasco Alvarado. En esta nota, el también autor del clásico “Así se hizo el Perú” repasa aquellas horas que significaron su expulsión del país y su llegada a Buenos Aires, ciudad que reconoce lo acogió con cariño, y donde surgió un momento clave en la inquietud por escribir “El deportado”: cuando le regalaron una edición argentina de “La gran estafa”, texto en el que el cajamarquino repasa su desencanto de los pensamientos socialistas.

Su biografía de Ravines es uno de los pocos documentos confiables en torno a dicho personaje. Ha servido para, entre otras cosas, ser fuente de “El camarada Jorge y el dragón”, el primero de los tres libros que Rafael Dumett le dedica al político cajamarquino. ¿Qué ha sentido al leer ese primer volumen publicado hace apenas un par de meses?

Es una buena novela. Se refiere a la época de Cajamarca, cuando Ravines era un niño. Cuenta sobre su familia, su tío, y su padre, que se adentra a la selva por el caucho, y también sobre su mamá, que fue maestra. Sobre esos temas reales él (Rafael) crea la novela. Acaba pronto, respecto a la vida de Ravines. Y también, en su primer capítulo, se refiere al final de la vida de Eudocio, porque Dumett fue a México a investigar sobre la muerte del personaje. Hay mucha gente que viaja allá a indagar si lo mataron o no. Creo que muchos tienen ganas de que lo hayan matado, pero la policía dice lo contrario. Así que eso queda siempre en una especie de puntos suspensivos.

¿Qué le llamó la atención sobre el personaje de Ravines para que decida escribir su biografía?

Yo fui deportado a Buenos Aires por el gobierno del general Velasco. La ciudad me acogió con mucho cariño. Un experiodista de La Prensa que estaba de segundo en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Alfonso Grados Bertorini, que fue también ministro de Trabajo de Belaunde en su segundo gobierno, y con el que trabajé tres años, me invitó a almorzar, y me prestó la edición argentina de “La gran estafa”, el libro escrito por Ravines. Lo leí entero y al retornar a Perú, mientras buscaba empleo, pensé ‘no puedo perder un día sin trabajar’, así que, teniendo ese libro a la mano, y con muchas otras informaciones que conseguí investigando en la Biblioteca Nacional del Perú, comencé a escribir “El Deportado”. Y fue realmente un éxito. Se vendieron tres mil ejemplares muy rápidamente. Mil en Lima y dos mil en provincias. Y en El Virrey muy especialmente, me pedían que lance una segunda edición, así que han pasado varias décadas, pero finalmente lo hice.

Sus libros parecen caracterizarse por la vastedad. Está, por ejemplo, “Así se hizo en el Perú” con 768 páginas. ¿Cómo se explica esta predilección por los proyectos de gran extensión?

Ese libro que mencionas lo he ido aumentando conforme salían nuevas ediciones. Pero mi idea era hacer una crónica periodística, no un trabajo histórico ni disciplinado, sino más bien un reportaje ágil, para que a la gente le resulte fácil leer la historia del Perú contemporáneo en el siglo XX, a partir del primer gobierno de Manuel Prado, en 1939. Como te digo, son varias las ediciones y seguramente habrá una siguiente con datos nuevos, porque ya me lo han propuesto.

En una parte de “El deportado” usted deja entrever que “La gran estafa” tiene muchas cosas producto de la imaginación de Ravines, muy difícilmente comprobables. ¿Es correcto?

Esa es la acusación que le han hecho sus detractores. Cuando yo escribí el libro nadie hizo ninguna crítica negativa, porque a todos les sorprendía la primera lectura de un libro sobre un personaje muy importante. Él fue, entre otras cosas, fundador del Partido Comunista del Perú, pero no había literatura sobre él. Pasados los años, los críticos han ido buscando distintos cuestionamientos, por ejemplo, eso de la “imaginación”. En una parte de “La gran estafa”, él cuenta que estaba en un pozo en Moscú, pero, ¿cómo podía estar en un pozo, y luego lo sacan y lo mandan a Argentina? Pero, en realidad, un pozo podía ser una celda muy pequeña, no sé, un hueco, tal vez exageró un poco la cuestión. En esta nueva edición de “El deportado”, para los que leyeron la primera, vienen añadidas 40 notas a pie de páginas en las que voy absolviendo las dudas que se han presentado. Mira, hay también una investigadora española que ha realizado un estudio de todos los peruanos que intervinieron en la Guerra Civil Española, y dice que –cuando habla de Ravines, que estuvo en el evento, en Barcelona y en Valencia—el libro “The Yenan Way”, como se llama en inglés – lo hizo con la ayuda de un norteamericano de la CIA. Y ocurre que el mismo Eudocio cuenta que recién convertido a la democracia, o sea, cuando deja el comunismo, harto de todas las cosas horribles que había visto en su vida, él está un tiempo en contacto con gente de Estados Unidos. El mismo Ravines dice que trabajó tres años en el servicio de información de EE.UU., y puede ser que a eso se refiere la española cuando dice que estuvo en la CIA, y que también repiten muchas personas que no les gusta Ravines.

¿Considera que en este proceso de hartazgo del comunismo que vivió Ravines influye mucho la pérdida de su primer hijo?

 Sí, claro. Su mujer estaba en Barcelona y en plena Guerra Civil no había comida. Mientras que los comunistas se reunían en un club con abundante comida, él se metía los sánguches en el bolsillo para llevarlos a su esposa. Hasta que consiguió con la ayuda de un amigo búlgaro que estaba muy cerca de Stalin que le autoricen salir de España para ir a París. Ahí su esposa estaba sola, no tenía dinero, le dio tuberculosis, perdió a su niño en el parto y luego murió. Eso le amargó la vida a Eudocio.  También le hizo sufrir mucho ver la Guerra Civil Española, porque aun siendo comunista, no olvidemos que él de niño en Cajamarca estuvo muy cerca de los franciscanos, pues su madre era una católica muy devota. La mamá le decía: ‘tú tienes que ser franciscano’. Entonces, durante la Guerra mencionada, él ve que los comunistas, las brigadas internacionales, el Partido Socialista Obrero Español, comienzan a incendiar las iglesias, a violar a las monjas y a quemar los conventos. Cosas atroces. Eso le impactó a Ravines. Porque él no era un enemigo de la iglesia. Él era comunista, quería un paraíso en la tierra, pero no quería ir contra la Iglesia de manera directa.

¿Cómo diría que fue evolucionando la imagen que Eudocio Ravines tuvo del APRA? Porque fue cambiando a lo largo de los años hasta terminar casi en un odio…

Y el APRA también fue cambiando, claro. Primero, él estuvo con Haya de la Torre en la fundación del APRA, hasta el punto de que el primer folleto que se escribe sobre esa organización, “¿Qué es el APRA?”, lo escribe él. Era un APRA que pretendía ser el partido comunista americano. Era un partido de lucha de clases. Aquella era la idea primigenia de Haya de la Torre. Y Ravines estuvo con él. Luego se alejó cuando Haya se va apartando de Moscú. Y se junta con Mariátegui en el Partido Socialista, porque Moscú no quería que se denomine Comunista. Hasta que un día llegó la consigna, a través del argentino Victorio Codovilla, de que ya se le ponga Partido Comunista Peruano. Ravines lo funda y jala a muchos socialistas, aunque algunos, como Luciano Castillo, permanecen. Por eso cuando algunos dicen que Mariátegui fundó el Partido Comunista resulta imposible, porque cuando esto ocurre, José Carlos ya estaba muerto.

La nueva edición de «El deportado»

Mientras leía su libro me llamaba la atención el personalismo de Haya de la Torre. Daba la impresión de que él era el partido y no había espacio para más…

Debió haber entre los dos no una pelea por el liderazgo — porque Ravines reconocía el liderazgo de haya, aunque Eudocio también era líder e independiente– sino más bien un choque de amistades y enemistades. Porque no fue una amistad continua, sino que según los acontecimientos se separaban, y retomaban, etc. Por ejemplo, en Europa, se vieron un par de veces en Alemania. Fueron dos vidas paralelas. El APRA se fue aproximando cada vez más a la democracia, se convirtió al final en un partido socialdemócrata, mientras que Ravines siempre fue un hombre de extremos, pasando de un comunismo radical a un liberalismo radical.

¿Qué cree que sentiría Ravines hoy si viera los años que ha pasado el APRA sin inscripción que lo acredite como partido político?

Yo pienso que como era un hombre de contrastes, a lo mejor no le hubiera gustado tanto. Pero, evidentemente, sí sentiría que él fue de alguna manera el protagonista de ese declive aprista, especialmente en la época del gobierno de José Luis Bustamante y Rivero, y el primer gobierno de Prado.

¿De todas las deportaciones que sufrió Ravines, la de Velasco fue la más absurda?

Sí, porque a sus 80 años, Ravines tenía que haber pensado que no se podía lanzar tan alegremente a una ‘piscina sin agua’. En segundo lugar, porque él tenía a su esposa en Lima y a dos hijas jóvenes a las que tenía que atender. Yo tuve la suerte de entrevistar a las tres. Estas dos últimas ya hoy probablemente son abuelas. Y ellas estaban muy resentidas (especialmente las hijas) por esa actitud de Ravines de provocar prácticamente una deportación a su edad, cuando él tendría que haberse quedado con su familia en Lima. Pero él era así. Se fue a México –y eso es algo que Dumett también lo ha investigado, creo—se casó de nuevo y tuvo un hijo: Jorge Ravines. Y todo el mundo decía: ‘vamos a ver cómo es, vamos a ver si es hijo de Eudocio’. Y sí, parece que sí lo es, porque es muy parecido.

Hace muchos años no ocurre una deportación en este país, al menos por motivos políticos. ¿Qué podría decirle usted a un joven que desconoce a qué se enfrenta? ¿Cómo califica la experiencia ingrata de ser deportado?

Primero, un peruano no debe ser nunca expulsado del Perú. Lo prohíbe la Constitución. Solo se puede expulsar a un extranjero. Aunque esa práctica se ha tenido siempre. En mi caso, me deportaron junto a unos diez periodistas de “Opinión Libre” y “El Tiempo”, y sencillamente se presenta la Policía en tu casa, te mete en un automóvil, te lleva a un aeropuerto y te manda afuera. Con las justas te permiten hacer un maletín. Recuerdo que mis hermanos me dieron un dinero que una de mis hermanas lo cosió en la basta de mi pantalón, para que no me lo quiten los policías. Es una situación violenta. Además, en nuestro caso, primero salió el comunicado en la televisión y después fue la Policía a buscarnos. Yo me fui a Chaclacayo, donde estaba la familia de mi padrino de bautismo, y al día siguiente, cuando la policía se había metido en mi casa, y todos estaban incómodos, retorné para que me deporten, y así dejé tranquilos a todos. A un cuñado mío lo metieron preso en la comisaría. Pero nunca faltan parientes en el Perú, entonces una pariente casada con un militar intervino y lograron sacarlo. Compararía esto de la deportación con una enfermedad que llega de un momento a otro y te transforma. Luego, ya en Buenos Aires, tienes que darle cuenta a la Policía de allá por qué has llegado, decir si eres un delincuente, un intelectual, un político o lo que fueras. Y yo supongo que eso mismo lo vivió Eudocio varias veces. Cada deportación era una especie de desprendimiento de parte de su peruanidad, y acomodarse a vivir en España, Chile, Argentina o en Rusia incluso.

¿Cómo ve la política peruana hoy? ¿Coincide en los que creen que el centro ha desaparecido y, más bien, los extremos han ganado fuerza?

Pienso que la gente moderada se auto clasifica de centro, pero en realidad este no existe. Porque uno agarra el panorama político y pone un punto en el centro, pero ahí no hay nadie. Todos están a un lado u otro. El que dice que es de centro derecha es de derecha. El que dice de centro izquierda es de izquierda. Y dentro de cada lado hay matices, obviamente. En este momento, quitados ‘Los niños’, Acción Popular, el APRA, el PPC, Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, etc., son partidos de derecha. Y en la izquierda están los que en el Parlamento se han ido dividiendo en pequeños ‘partidetes’, los cuales tienen como denominador común el mirar con simpatía el marxismo, de una manera o de otra. Ahora, el milagro lo estamos viviendo ahora, porque después de un gobierno incapaz como el de Pedro Castillo debió ocurrir casi una guerra civil. Sin embargo, lo que nos ahorró ello fue el suicidio político de Castillo con un discurso de ‘Cantinflas’ donde amenazaba con un montón de cosas sin que nadie lo obedeciera. Ese discurso nos hizo un inmenso favor, porque nos dimos cuenta de que o nos matábamos unos contra otros o pasábamos a ser un intento de democracia con Dina Boluarte. Pienso que ella ha ido mejorando sus ministros, sin hacer demasiados cambios.

Yo diría que Boluarte está haciendo de Jefe de Estado y Alberto Otárola de Jefe de Gobierno. El protagonismo de Otárola nos está asentando en la democracia. Y más que pensar en que Dina Boluarte sea protagonista del gobierno, aceptémosla como jefe de Estado. Porque las funciones de los jefes de Estado son claras: recibir a los embajadores, inaugurar los monumentos, culminar las obras con un ramo de flores. En cambio, el primer ministro, el jefe de Gobierno, Otárola, es el que coordina los ministerios, trata de limpiar toda la gente que se metió ahí a robar y a parasitar, y verifica que los proyectos avancen. Por eso a mí me parece equivocado que medios que se la dan de derecha pretendan hacer caer a Dina Boluarte, porque si ella cae, no hay más reemplazo, el Congreso se convertirá en el escenario de una pelea a muerte para ver quién la reemplaza y eso acabará mal. Yo creo que hay que llegar al año 2026 con este gobierno, con Dina Boluarte y de ser posible con Alberto Otárola. Algunos ministros pueden cambiar, tampoco tantos, y mucho menos cambios completos de gabinete. El objetivo democrático es la estabilidad política, esta traerá dinero del extranjero, van a invertir los peruanos, vamos a superar las dificultades políticas que hemos tenido en el gobierno anterior, y con Julio Velarde en el BCRP, tenemos un milagro: poder ir al banco y comprar soles o dólares sin problemas. Eso es la envidia de muchos países. Hay que valorar lo bueno que tenemos y pretender asentar eso para no caer en manos equivocadas.

¿Diría usted que sus libros son su principal satisfacción? Por ejemplo, cuando le preguntaron a Eudocio Ravines qué frase le gustaría en su epitafio, él respondió: “Un hombre que vivió una vida maravillosa”. ¿Qué frase le gustaría en su epitafio a Federico Prieto Celi?

En cuanto a satisfacciones personales, como periodista y escritor, tengo varias. He sido director del diario El Sol, del diario La Prensa, editor de suplementes de Expreso, subdirector de Diario Callao. Me meto siempre contra los editores y les digo que mis libros se venden. Ahora, si me pregunta cuál es mi mayor satisfacción, sinceramente le diría que es ser un buen católico, un católico coherente con mis ideas.

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