Martín Bergel y «La desmesura revolucionaria»: ensayos innovadores sobre los primeros años del APRA

“Estamos ante una verdadera renovación en la historiografía sobre el APRA”, ha dicho el historiador Carlos Aguirre sobre “La desmesura revolucionaria. Cultura y política en los orígenes del APRA” (La Siniestra Ensayos), el libro que su colega argentino Martín Bergel publicó en nuestro país. Y no exagera en absoluto al formular esta apreciación.

En este texto, el docente de la Universidad Nacional de San Martín y de la Universidad de Buenos Aires presenta 11 ensayos sobre aspectos poco estudiados del surgimiento de un partido que se acerca lentamente al centenario de existencia, aferrándose tal vez más a la nostalgia que a las expectativas.

“Me interesó hacer una suerte de descentramiento de Haya de la Torre y destacar también el lugar de otras figuras importantes como Manuel Seoane, Eudocio Ravines o Luis Heysen, y también indagar en el rol que tuvieron centenas de militantes mucho menos recordados, figuras de escala local y militantes de base anónimos”, asegura Bergel en esta entrevista sobre su interesante obra, la cual está a la venta en El Virrey (Miraflores), Librería Sur, Librería Communitas, Crisol e Ibero Librerías.

– ¿Cuál fue tu primer acercamiento con el APRA y su historia en general?

Del APRA había escuchado desde siempre, pero mi primer acercamiento fue en 2005, cuando se realizó en Buenos Aires un congreso sobre historia de los exilios latinoamericanos. En ese entonces venía trabajando en torno a la década de 1920, y pensé hacer un trabajo sobre Mariátegui, pero finalmente me decidí por algo mucho menos trabajado: los exiliados (apristas) del gobierno de Leguía que van saliendo en distintas olas. Primero Haya de la Torre y luego otros. Ellos causaron–en ambientes literarios, intelectuales y universitarios—una gran repercusión en Argentina. Me interesaba mucho ver cómo es que habían llegado a destacarse rápidamente figuras como Manuel Seoane y Luis Heysen, entre otros, claro. Heysen fue el primer extranjero en ocupar la presidencia de una federación universitaria de la ciudad de La Plata, lugar donde luego estudiarían muchos peruanos. Él llegó a la Argentina y en menos de un año es elegido para ese cargo, y eso tenía que ver con el aura que traían consigo los exiliados apristas peruanos del proceso de la reforma universitaria en el Perú.

-Y Manuel Seoane llegó a ser el número 2 del APRA…

Efectivamente. Él fue una figura que a mí me interesa muchísimo, y que ha sido relativamente descuidada. Yo digo en mi libro que todos los reflectores apuntaban a Haya de la Torre y a mí me interesa justamente descentrar la historia del APRA y mostrar otras figuras como la de Seoane. Y esto los apristas lo saben muy bien, porque a él lo quieren mucho. Pero fuera de este ámbito, no hay trabajos académicos sobre él. Hay una compilación a cargo de Chang-Rodríguez, pero no mucho más. Así que, entre otras cosas, le dedico un ensayo a su rol como artífice del diario “La Tribuna”, que es un artefacto crucial en la popularización del APRA.

– ¿Cuáles son los aspectos principales del antiamericanismo en la década de 1920?

Diría que, por un lado, está la tradición ‘arielista’ (que viene del ensayo “Ariel” de José Enrique Rodó), según la cual los Estados Unidos –visto como el principal contrincante de América Latina—era escenario de progreso material, pero a la vez del empobrecimiento espiritual. Esa era un poco la fórmula de Rodó que va a calar muy hondo en la generación de la reforma. Entonces, al comienzo son todos ‘arielistas’, pero conforme avanza la década, Haya de la Torre y sus compañeros van precisando una noción de anti imperialismo no tanto en términos culturales sino económicos. Por eso ahí hay una filiación que muchas veces no es recordada de ese primer Haya y de sus compañeros con el marxismo. Y eso se verá en el exilio, a mediados de los años 20, con figuras no solo como la de Haya, sino también como la de Eudocio Ravines, Manuel Seoane, Carlos Manuel Cox y del propio Luis Alberto Sánchez, quien tuvo un momento marxista importante y que se extiende hasta la década del 30. En 1937 este publica un libro marxista titulado “Dialéctica y determinismo”. Eso es algo que no se recuerda mucho. Aunque claro que luego va curvando hacia posiciones más liberales y, más adelante, liberal conservadora.

-Haya de la Torre realiza una gira latinoamericana en 1922. ¿Cuán fundamental fue ese recorrido para ir conociendo más a fondo la realidad de los países de la región?

Esa es otra cosa que me interesó destacar. Se trata de una gira que sí ha sido mencionada, pero no estudiada en profundidad, salvo en uno de los libros publicados por Luis Alberto Sánchez, en el que le dedica 30 páginas a ese viaje. Me parece importante porque en dicho viaje Haya percibe que le podía ir bien en términos no solo peruanos sino americanos, porque lo que encuentra a su paso es que se le abren puertas. Y recoge devoluciones muy favorables a él en términos de lo que llamamos carisma. Es decir, en dicho viaje de cuatro meses por Bolivia, Uruguay, Argentina y Chile, tiene un gran éxito de audiencia, causa sensación, lo entrevistan en la prensa, etc. Y hasta ese momento él era desconocido. Lo que menciono en uno de los artículos del libro es que ese Haya de la Torre no es igual al de cinco años después. Lo llamo un ‘Haya pre-político’, sin una pretensión por hegemonizar la escena política, sino que se va encontrando con esas devoluciones e incluso cuando regresa al Perú da una entrevista y dice que el movimiento de reforma universitaria argentino es el mejor. Pocos años después dirá que el movimiento peruano era el mejor. Pero todo esto se va tramando yo creo que fue a partir de dicho viaje.

– ¿Cuál crees que fueron las diferencias fundamentales entre el reformismo universitario peruano y el argentino?

El argentino permaneció mucho más dentro de un horizonte que podemos llamar ‘arielista’ en el sentido que no se vinculó tan claramente con el marxismo. Hay algunas figuras que se empiezan a vincular con él, pero la corriente principal será una anti-imperialista que no se mueve tanto de los cánones que le habían fijado otras figuras anteriores como por ejemplo Manuel Ugarte. Por su parte, el reformismo universitario peruano va adoptando, por un lado, esta veta marxista y al mismo tiempo se auto colocan como una generación revolucionaria, lo cual no estaba en el lado argentino que, insisto, es mucho más moderado en ese sentido. Fue un reformismo progresista pero que al mismo tiempo por esas características a mediados de la década del 20 habrá una sensación de no haber logrado mucho. Entonces va a haber discusiones en Argentina sobre si hay que hacer o no un partido político, algo que finalmente no hacen. Luego en los años treinta sí varios de esos reformistas ingresan al Partido Socialista Argentino, etc. En síntesis, la argentina es una reforma mucho menos política, mientras que la antorcha de una reforma que hunde sus raíces en la sociedad es la que toma el APRA y eso explica en parte su éxito.

El libro publicado por el sello La Siniestra Ensayos.

– ¿Crees que el momento histórico específico entre guerras fue fundamental para la formación del denominado latinoamericanismo?

Sin duda es un momento de un gran auge del latinoamericanismo, que de todos modos venía ya por lo menos de fines del siglo XIX, incluso de antes. Empieza a tener una presencia importante la prensa, a partir del lugar que ocupan una serie de escritores como Rubén Darío o el propio Rodó. Esto se va a ir amplificando con la creación de la reforma en los años veinte, que resulta muy importantes en ese sentido. Después habrá una serie de hitos que van a colaborar en eso. Desde la revolución mexicana al propio Sandino, y ciertamente el APRA.

– ¿Crees que la solidaridad que generó el destierro de Haya de la Torre demuestra que su gira por Latinoamérica tuvo efectos concretos?

Sin duda. Hay un hecho muy interesante. Cuando Haya de la Torres es enviado preso por Sánchez Cerro recibe una enorme solidaridad sumamente amplia en el espectro ideológico. El Congreso argentino y el colombiano votan en unanimidad el repudio a esa prisión. Es decir, las simpatías hacia él atravesaban las fronteras ideológicas. Podías ver gente que no era muy radical en términos político pero que en esos años iniciales simpatizaban con la figura de Haya porque este prometía renovar la política. Al mismo tiempo, la gente que estaba más cercana a él comenzaba a percibir que era una figura complicada en términos de construcción política y con un liderazgo muy fuerte y por eso los primeros que van rompiendo con él son los que están más cerca suyo, como Ravines, Julio Antonio Mella, el uruguayo Carlos Quijano y Mariátegui, por supuesto.

– Has dicho que las cartas fueron fundamentales en el surgimiento del APRA. ¿Cómo fue el proceso de envío, recibo y lectura de misivas teniendo en cuenta factores como que, en ese entonces, estaban prohibidas las reuniones?

Las cartas son, en efecto, un vehículo fundamental en la construcción del APRA. Todos los apristas tenían una notable afición por escribir cartas y por permanecer comunicados. Pensemos que, en algunos casos, entre ellos permanecen sin verse durante ocho años. Por ejemplo, Haya de la Torre y Seoane no se ven entre 1923 y 1931. Desde que el primero es expulsado del Perú hasta que, ocho años después, el segundo lo va a buscar junto a otros a Talara. Pues la correspondencia los mantuvo muy unidos. Sin embargo, lo que a mí me interesó fueron los distintos usos de la misma. Es interesante cómo algunas cartas estaban destinadas a ser leídas colectivamente, y hay distintos testimonios que muestran eso. Las cartas al Perú en ese momento existían y eran importantes, pero su principal función era –en la década del 20— mantener a la comunidad de exiliados que estaban en ciudades tan distantes como México, París, Londres, Buenos Aires y La Paz, comunicada construyendo ese proyecto político que va a encarnar en el APRA.

– ¿Hasta qué punto histórico estudiaste al APRA?

Yo llegué hasta el año 1945, que es un momento de cierre evidente porque es el fin de la llamada ‘Gran clandestinidad’, que es un periodo que a mí me interesa mucho y creo que todavía se puede investigar más. Y a partir de ahí viene el Gobierno de coalición con José Luis Bustamante y Rivero, donde participan dos años ocupando un par de ministerios. Luego ocurren una serie de sucesos, como el asesinato de Graña, la revolución de octubre de 1948 y finalmente el golpe de Odría. Pero ese ya es otro ciclo que no he investigado.

«APRISMO Y ANTIAPRISMO SURGEN CASI AL MISMO TIEMPO»

– ¿Cuándo surge el antiaprismo?

Aprismo y antiaprismo son identidades que surgen casi al mismo tiempo. Como identidades públicas y de masa. Si podemos decir que una identidad aprista surge en el año treinta o treintaiuno (aunque existía desde antes pero no de forma pública y asumida por miles de peruanos), algo similar ocurre con el antiaprismo. Y yo diría que es en el año treintaiuno, y sobre todo al calor de la contienda electoral, que se consolida un antiaprismo furibundo. Si uno ve editoriales de diarios muy importantes como “La Opinión”, que era un furibundamente ‘sanchezcerrista’, veía un profundo antiaprismo, que se mantendría tiempo después.

– ¿Y cuáles fueron las bases de este rechazo al APRA en sus primeros años?

Por un lado, (por) una fobia a las izquierdas en general. A todo lo que oliera a comunismo, y por eso hay una figura que se utilizó: apro-comunismo. Por otro lado, la propia irrupción de estos jóvenes (apristas) genera una reacción por el ánimo tan fuertemente renovador que tenían y porque, básicamente, impugnaban a todas las generaciones anteriores. Recordemos que Luis Alberto Sánchez va a escribir a fines de la década del treinta un libro titulado “Balance y liquidación del novecientos” donde plantea que todo lo anterior debía ser básicamente tirado por la borda. Entonces, desde los grupos intelectuales y políticos tiene que ver con eso. Y desde un antiaprismo más social y difuso, tiene que ver con esa idea de un movimiento (APRA) que venía a cambiar las cosas. Eso muchas veces genera un ánimo conservador y por lo tanto ahí cuajaba un antiaprismo. Y todo eso fusionado con el sanchezcerrismo, que es otro fenómeno muy popular e importante que habría que estudiar mejor (y hay un libro importante escrito por Tirso Molinari al respecto). Entonces, ahí se cristalizan esas dos identidades que se retroalimentan mutuamente.

Martín Bergel es autor de diversos libros, el más reciente es una antología sobre José Carlos Mariátegui publicada por el sello Siglo XXI Editores.

– ¿Cuánto trastoca la idea del ‘imperio’ que tenía Haya de la Torre (sobre Estados Unidos) su viaje a dicho país?

Él estuvo allá en 1927. Dictó unas conferencias. Yo no sé si esto trastoca su idea del imperio. Pero lo que sí es cierto es que los apristas van a tejer relativamente rápido vínculos con Estados Unidos que trascienden la denuncia anti-imperialista. De hecho, el ciclo del anti-imperialismo aprista es relativamente corto. A fines de los años treinta, Haya ya está proclamando la idea de que hay que construir lo que él llamaría interamericanismo democrático sin imperio, es decir, una suerte de alianza, lo cual tenía que ver con el contexto del anti fascismo. Y ahí Estados Unidos apareció como una fuerza democrática frente al fascismo. Tiempo después serían varios los apristas que viajarían a ciudades norteamericanas. Seoane y Luis Alberto Sánchez tejerían vínculos con universidades norteamericanas, incluso con figuras del Departamento de Estado, con parte de la burocracia cultural norteamericana. Incluso hay una carta conocida de un embajador norteamericano en la que le dice al Departamento de Estado que “se comunicó con los apristas y no son tan terribles”.

– ¿Si pudieras comparar a ese APRA inicial de la primera mitad del siglo XX con otro partido de la región latinoamericana con cuál sería?

Ese APRA inicial tenía rasgos que lo emparentan con otros movimientos políticos como Acción Democrática de Venezuela, pero yo creo que el lugar que tuvo la red aprista es bastante original en la medida en que realmente funcionó como una red en sentido fuerte: los distintos nodos estaban muy conectados en distintas partes del mundo. Esa sería la primera originalidad. Y la segunda sería la aleación que hay entre la búsqueda por fundar en términos doctrinarios e incluso teóricos un movimiento político y la praxis política, es decir, la relación entre teoría y praxis también es un rasgo muy destacable y original, al punto que esa combinación hace filiable al APRA, más que con movimientos latinoamericanos, con el Partido Bolchevique, en la medida en que los militantes bolcheviques eran activistas revolucionarios y a la misma vez eran intelectuales doctrinarios. Creo que ese modelo, explícita y a veces tácitamente jugaba dentro del imaginario de lo que era ser un revolucionario para esos jóvenes fundadores del APRA.

– ¿Cuán fundamentales fueron, en esa época histórica, los medios impresos para difundir las ideas originales del APRA?

Fueron muy importantes. La enorme simpatía que causa el APRA en la década del veinte tiene que ver en buena medida con el proceso incesante de publicación de ensayos breves en un conjunto muy amplio de revistas y diarios de toda América Latina e incluso más allá. Esa presencia gráfica del APRA le va a asegurar ser conocido en un campo muy amplio y gozar de una simpatía bastante generalizada. Lo cual tampoco quiere decir que simpatía se tradujera por identificación con el movimiento. Haya de la Torre decía en una carta “hay decenas de apristas en Costa Rica”, pero en realidad era que había simpatía, que es distinto a adhesión. De otro lado, una vez que se funda el APRA los impresos serán sumamente importantes, tanto en 1931 – y ahí “La Tribuna” jugaría un papel sumamente importante—como en la clandestinidad, cuando los impresos siguen teniendo un rol clave, pero ocupan un lugar distinto, el de ‘savia’ que revivifica al partido en un contexto de persecución. Y es que la mera circulación de textos, de impresos como el diario “La Tribuna” era como un ‘santo y seña’ para los militantes en la clandestinidad que mostraba que el partido estaba vivo. Así que, paradójicamente, ese rol que tienen esos impresos hace también que se le vaya prestando menos importancia a la propia lectura y discusión doctrinaria, y te estoy hablando de la década del treinta y el cuarenta, es decir, del periodo de la clandestinidad.

-En tu libro profundizas sobre varios números ‘dos’ en la cima del APRA. Seoane, Sánchez, etc. A poco del centenario de su fundación, tras Haya solo estuvo Alan García como ‘uno’. ¿Por qué crees que a este partido le ha costado tanto renovar este puesto?

El APRA tiene un pasado rico e interesante y ha vivido mucho tiempo de ese recuerdo, porque continuamente lo ha usado en forma de rituales y ceremonias. Paradójicamente ese pasado ha funcionado como una suerte de tapia que ha hecho difícil la renovación y reinvención del partido. A veces tanto pasado te juega en contra. Si uno está siempre evocando las glorias del pasado, es más difícil que surja una figura o un recambio generacional. Ha habido varios intentos, pero finalmente no han sido lo suficientemente exitosos como para encabezar un proceso de reinvención del aprismo.

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