Joseph Feldman: «En Perú no hay opción de silenciar el debate sobre temas vinculados a la memoria»

Una década después de comenzar su investigación sobre los inicios y el proceso de puesta en marcha del Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM) en Perú, el antropólogo estadounidense Joseph Feldman finalmente pudo publicar en castellano el resultado de su esfuerzo. El resultado es «Cuando el Estado elabora el pasado. El Perú de posguerra y el Lugar de la Memoria«, libro que edita La Siniestra Ensayos, un sello que tiene hoy, indudablemente, el liderazgo en cuanto a tópicos de ciencias sociales en el mercado editorial local.

Estamos frente a un estudio etnográfico en el que todas las voces que participaron en la génesis del LUM tienen participación. Desde ex directores hasta funcionarios de nivel medio, pasando por trabajadores que –en ocasiones desde el anonimato– brindan su posición sobre cómo se pudo salir de pequeñas turbulencias en medio de la permanente crisis política y social que vive un país como este.

Feldman visitó nuestro país en distintas ocasiones y pudo apreciar cómo la institución ubicada en Miraflores cumple un importante papel en cuanto a preservación de la memoria, pero además evita mantenerse estática y participa en sucesos de coyuntura, como por ejemplo cuando prestó sus instalaciones para acoger el memorial en homenaje a Inti Sotelo y Bryan Pintado, los jóvenes fallecidos durante las protestas contra el régimen del expresidente Manuel Merino.

¿Cómo así llegaste a interesarte en el tema de la violencia política en Perú y más específicamente en lo relativo al proceso de creación del Lugar de la Memoria?

Mi primer contacto con ese contenido histórico específico fue en un curso de pregrado que tomé de Carlos Aguirre en la Universidad de Oregon. Ahí aprendí por primera vez sobre Sendero Luminoso, violencia política, etc. Aunque antes sí tuve un primer interés en América Latina, incluso en la secundaria vi películas como ‘La historia oficial’ y aprendí sobre luchas por la verdad y la justicia. También hay otros pequeños hitos importantes en este sentido. Vi la versión itinerante de Yuyanapaq en 2008. Mi asesora en postgrado (una antropóloga) había realizado muchas investigaciones en Perú. Al pensar mis proyectos, primero de magíster y luego el doctoral, me empapé sobre las polémicas en torno al entonces Museo de la Memoria. Así que fue básicamente una confluencia de diferentes experiencias académicas y de mi vida personal.

La gran cantidad de fuentes que presenta tu trabajo me hace pensar en cuánto tiempo te tomó elaborar este libro. ¿Desde el inicio hasta el final, más o menos cuántos años te tomó?

Sacar ese cálculo del tiempo puede resultar un poco deprimente (risas). Como académicos tenemos la tendencia de combinar la investigación con varias otras cosas. Durante los últimos años he mezclado el proceso de escritura de este libro con la docencia, con tareas administrativas, etc. Sin embargo, el núcleo de la investigación refleja mi periodo más largo de trabajo de campo. Yo estuve en el Perú todo el año 2013, con varias visitas cortas. Luego, el proceso de escritura de la tesis doctoral (en la que se basa el texto) sustentada en el año 2015. Los años posteriores fueron para editar, pulir y mejorar el texto. Y el último capítulo sí implicó recopilar nuevos datos, sistematizarlos, etc. Así que fue un proceso largo en el que nunca me dediqué al proyecto de forma exclusiva.

Me has mencionado a Carlos Aguirre y he pensado en varios académicos peruanos que trabajan en Estados Unidos. Seguramente todos enseñan y hablan sobre “violencia política, “guerra interna” o “conflicto armado”. Sin embargo, cuando llegas al Perú, ningún taxista usa dichos términos sino directamente terrorismo. ¿Es normal que una sociedad hable tan distinto sobre su pasado?

Sin duda, tal como mencionas, cuando subes a un taxi o bus aquí y conversas te dirán “años del terrorismo”. No quiero posicionarme en este debate. Nunca uso años del terrorismo en el libro, sino conflicto armado interno, no sé, guerra interna o guerra civil. En las publicaciones académicas hay más consenso y creo que el uso de estos términos hoy ya no resulta tan controvertido. Pero un punto que me gustaría destacar es que a veces tenemos estas ideas que pueden ser un poco rígidas acerca de las connotaciones de determinados términos. Tal vez podemos decir que una persona que utiliza “conflicto armado interno” probablemente está más posicionada en el campo de la CVR, de una visión más pro – derechos humanos o pro justicia transicional, sin embargo, a veces uno hace eso para evitar las implicancias deshumanizantes de usar palabras como “terruco” o “terrorista”, etc. Al mismo tiempo, aunque tal vez me pasa porque al ser extranjero soy más ingenuo, el hecho de asumir que, porque uno dice “años del terrorismo” o “terrorismo” está en contra de la narrativa de la CVR, es crítico del LUM, o políticamente de derecha, tampoco es necesariamente correcto. En resumen, como académicos podemos criticar términos como “terrorismo, terrorista o terruco”, pero al mismo tiempo debemos reconocer que para el ciudadano promedio esta es la forma o el vocabulario existente para referirse a ese periodo. Y no por hablar así eres necesariamente ‘facho’.

Lo primero que uno piensa sobre un lugar como el LUM, antes Museo de la Memoria, es que todos los involucrados en el ‘antes y durante’ piensan lo mismo. Que todos los que apoyaban la construcción del lugar querían colocar las mismas fotos, los mismos videos, y los mismos carteles en sus salas. No obstante, tu investigación demuestra lo contrario. Encuentras muchas versiones de gente con posturas distintas, desde asociaciones de familiares, hasta militares, etc. ¿Esperar un consenso automático en temas tan delicados como la memoria es un error?

Creo que a un nivel bastante general sí hay consenso en el sentido de que, si uno mira las encuestas que hicieron tras la polémica inicial, tras el rechazo de los fondos alemanes para construir el sitio, muchos de los peruanos dirán que sí a la construcción de un lugar como este. Me parece que las tensiones emergen cuando empezamos a pensar en representaciones específicas. Y en diferentes momentos del proyecto hubo esfuerzos por llegar a una especie de consenso, y una forma de lograrlo (casi al inicio de todo) era el uso del término víctima. Entonces, el Museo era un lugar para todas las víctimas, incluidos militares o policías. Así que esta era una forma inicial de intentar llegar a cierto consenso, alejándose un poquito de los debates preliminares sobre Yuyanapaq, etc. Entonces, lo que vimos en el libro es que militares, gente tal vez políticamente más de derecha que en un inicio se opusieron fuertemente al LUM, ya para el año 2010 o 2011 estaban más convencidos (del proyecto) teniendo en cuenta datos como el de Vargas Llosa proclamando de que el lugar sería para “todas las víctimas”. Luego, ya en etapas posteriores, los discursos cambian, e incluso en la parte final te diría que términos como consenso o reconciliación habían pasado de moda y, en cierto sentido, eran considerados un poco naif, ingenuos y hasta problemáticos. No obstante, debo decir que, como intelectual y académico, ese énfasis en la pluralidad y diversas perspectivas obviamente no está mal, aunque hay que reconocer las exclusiones, las relaciones de poder que existen, incluso si estamos trabajando bajo una lógica de memoria desde diversas perspectivas. Porque siempre hay límites, exigencias, cosas que tienen que ver con la contingencia y la historia de la misma institución.

Joseph Feldman cuenta los pormenores de su libro.

Seguramente investigaste sobre muchos procesos de construcción y puesta en marcha de otros museos de la memoria en el mundo. ¿Encuentras alguno que, por su proceso de apertura, y por las complicaciones que enfrentó, se asemeje al caso peruano?

Sé que cualquier análisis etnográfico es quizás implícitamente comparativo. Uno está considerando diferentes fenómenos, la diversidad cultural o diferentes experiencias históricas, así que debo decir que en mi libro a veces hay menciones de distintos sitios o instituciones, pero la verdad es que no estamos ante un estudio comparativo. Sin embargo, una institución que ya existía, y que fue una especie de referente para el LUM fue el Museo de la Memoria de Chile. A veces hay conexiones muy literales. Existe gente del proyecto LUM yendo a Chile y participando de encuentros. No he publicado nada comparativo entre ambas instituciones, sin embargo, hay algunas diferencias intrigantes. Una tiene que ver con el apoyo político. En Chile fue un proyecto impulsado por Michelle Bachelet, que tiene su propio vínculo con la historia de la dictadura chilena, mientras que en el Perú ese proyecto tuvo un origen un poco extraño con Alan García y luego durante el Gobierno de Humala había apoyo, pero lo caracterizaría como tibio, tal vez distante. Y hay otros factores que llaman la atención, que tienen que ver más con la historia de su formación, con sus diferentes relaciones con las comisiones de la verdad en ambos países. En Chile hubo dos comisiones. Y si uno va a ese museo nota un esfuerzo por enmarcar el lugar como una continuación de la comisión. Al ingresar nomás ves docenas de pequeñas placas con información sobre las diferentes comisiones. Mientras que en el Perú tenemos el esfuerzo de alejarse un poco de la CVR, de la muestra Yuyanapaq, aunque (esto) no necesariamente constituye una ruptura total. Pero sí, efectivamente hay cierto distanciamiento que se hace. Seguramente el caso colombiano u otros podrían servir para pensar en términos comparativos. Lo cierto es que muchas tensiones o conflictos son recurrentes en museos así en todo el mundo. ¿Dónde comienza la historia? ¿Dónde termina? ¿Para quién y por quién se hace esto? Etcétera.

Me has hablado de “apoyo político” al Museo de la Memoria en Chile. Pensando en Perú y teniendo en cuenta lo ocurrido en los últimos gobiernos, algunos de los cuales no duraron más que meses. ¿Crees que sin esa primera donación de Alemania hubiera sido posible tener hoy el Lugar de la Memoria que tenemos? ¿Te imaginas a un Gobierno peruano proponerse y construir un museo de la memoria?

Es muy difícil responder eso. Entraríamos al terreno de la ficción especulativa. Yo te diría que, independientemente del perfil político de un Gobierno o de un presidente, me parece que hay ciertas exigencias que tienen que ver con la imagen internacional de un país y el hecho de que, como menciono en la introducción del libro, la manera en cómo los museos de la memoria en todo el mundo han sido considerados una especie de marca de modernidad, de apertura en términos democráticos. Entonces, yo te diría que sí puedo imaginar gobiernos de diversos perfiles políticos aceptando una donación de ese tipo. Aunque habría que ser consciente de la manera en que construir un museo así podría implicar diferentes decisiones políticas y una influencia de diferentes intereses. Entiendo que mi respuesta es algo general, pero te daré un ejemplo: Keiko en su campaña del 2011 hablaba de un ‘Museo de la Victoria’. Y luego los fujimoristas cambiaron de opinión y ya dijeron que no estaban en desacuerdo con la construcción del Museo de la Memoria. Así que, volviendo a especular, sí puedo imaginar — más allá de que este grupo ha pasado por diversos momentos en los que ha intentado modernizarse, ser más moderado, pero también otros en los que abrazaron ideas de extrema derecha—un escenario en el que un Gobierno de Keiko avanzara con un museo de este tipo, recibiendo una donación, pero asegurando que el contenido y la gestión encajase con una especie de línea editorial. Por otro lado, en el caso del Gobierno de Humala noté más distancia, indiferencia incluso, pero eso permitió más independencia y autonomía, especialmente durante los últimos años (antes de la inauguración) del proyecto.

En la parte final de tu libro alguien dice que, en los momentos previos a la puesta en marcha del LUM había cierta intención de mantener un “perfil bajo” para evitar así los dardos de diversos sectores. ¿Te atreverías a calificar el desempeño en general del LUM como de perfil bajo y crees que esto podría continuar a futuro para evitar las turbulencias?

Aunque yo en ese entonces no estaba en Lima, durante los meses previos a la inauguración sí, efectivamente, había esa estrategia. Vale recordar que en aquella época existía la posibilidad de que Keiko Fujimori gane la presidencia (2016), y yo creo que con ese perfil bajo igual podemos ver momentos en los que se tomó la decisión de abrir y transparentar, de intentar hacer el LUM más visible, no sé, pienso en la primera parte de la gestión de Denise Ledgard como directora nacional. Así que hay esa tensión, porque a veces con el bajo perfil la gente empieza a especular con que en el LUM hay una especie de ‘complot caviar’ o, peor aún, terrorista. Y esa tensión sigue existiendo. En mi libro cuento un poco sobre el periodo post inauguración. Considero que sería muy interesante conversar con gente que ha trabajado en el LUM durante los últimos años, sobre todo en periodos de mucha incertidumbre política. El cómo ellos han manejado esas dinámicas sería interesante de conocer. De la misma forma, habría que resaltar ciertos momentos en los que el LUM aparece y responde a una coyuntura política determinada de forma impresionante. Me llamó mucho la atención el caso Inti y Bryan y las movilizaciones de noviembre de 2020. El memorial y la forma en que el LUM se posicionó de forma muy admirable. Así que esa tensión entre la importancia de ser una institución relevante, pero al mismo tiempo tener en cuenta la prevalencia de actitudes reaccionarias, de interpretaciones de mala fe o de distorsiones, siempre ha sido un equilibrio delicado.

La versión en inglés del libro de Feldman (izquierda) y la traducida al español por Jorge Cornejo para La Siniestra Ensayos.

A propósito de la idea que aparece en el libro sobre si el LUM debía o no ser una continuación de la CVR, es inevitable pensar si el LUM es una institución que avanza, que se debe adaptar a los cambios mientras la CVR se quedó solo en los tomos de su Informe Final, casi como un cuerpo estático. ¿Dónde crees radica la principal diferencia entre ambas entidades con respecto a la preservación de la memoria de Perú?

Creo que la respuesta fácil e inmediata a esta pregunta es que el LUM termina teniendo una función más de gestionar diversas perspectivas, de ser un lugar de debate, de reflexión, etc., mientras que la CVR tuvo ese componente de ser más productor o emisor de conocimientos, con una base empírica y un proyecto de investigación muy impresionante y profundo, con 17 mil testimonios y trabajos investigativos de diverso tipo. El LUM, si bien tuvo también tuvo su propio proceso de investigación y llevó un proceso para formar la exposición, algo que no fue para nada trivial, como institución se posicionó más como el gestor de diversas perspectivas y, como relato en el libro, como una entidad que pretende abarcar la narrativa de la CVR. Otro binario fácil que habría que complicar un poco es que el LUM sea la institución que sirve para educar, para tener eventos, para ser espacio dinámico, vivo, y profundizar el trabajo inicial de la CVR, mientras que esta última tiene sus tomos, la muestra Yuyanapaq, pero esto es considerado más como un hito histórico, etc. Me parece que habría que reconocer que –y espero que en mi libro quede claro—no necesariamente era inevitable esa separación del trabajo. Había la posibilidad de tener un LUM más alineado a la CVR de forma explícita. Al final eso no pasó, pero a nivel más abstracto o menos explícito, sí podemos hablar de cierta continuación entre los hallazgos y mensajes de la CVR y las actividades que se encuentran actualmente en el LUM. Creo que ese enfoque más amplio considerando diversos actores y sus roles en la violencia política. No solo considerarlo como ‘los años del terrorismo’. Así que, ambas entidades, en la práctica, si bien tienen funciones distintas, terminan interrelacionándose bastante

Has sido testigo de lo terrible que la pasó Perú por el COVID-19. Miles de muertos, huérfanos, hospitales colapsados, etc. Si a esto le sumas otros problemas domésticos, la pregunta es, ¿en qué lugar de las prioridades de un país como este debe estar elaborar el pasado, construir su memoria?

Es difícil. No quisiera ponerme en la posición de dar recomendaciones. Sin embargo, creo que tener instituciones que existen para conocer los aspectos difíciles de la historia y quizás aún más importante para debatir y reflexionar sobre las secuelas de un conflicto armado interno es sumamente importante. Y en el caso del Perú, como hemos visto en los últimos años, no hay opción de silenciar el debate sobre estos temas. Estas historias salen constantemente en los discursos públicos, en las acusaciones, en el mundo político que hemos visto recientemente, incluso en lo que va del Gobierno de Castillo o en las elecciones del año pasado. Me parece que tener espacios como el LUM, que son recursos educativos, pero también espacios en los que uno puede transmitir diferentes aspectos de la historia a nuevas generaciones sigue siendo relevante. No es solo decir ‘hay que valorar instituciones porque están’. En lo personal, ha sido muy difícil para mí pensar esa relación entre la pandemia y la historia traumática de la violencia. No tengo ahora una respuesta muy clara al respecto, siendo honesto. Creo que será trabajo de futuros investigadores, activistas y artistas pensar o teorizar estas experiencias de muerte masiva de personas. Como intelectual e investigador lo ocurrido me abruma.

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