En algún punto de la línea de tiempo detrás de “El espía del inca” –para la crítica, la mejor novela peruana escrita en lo que va del siglo—surgió en la cabeza de su autor, el escritor y dramaturgo Rafael Dumett, la figura del controvertido político cajamarquino Eudocio Ravines Pérez.
Según cuenta en esta extensa entrevista, todo empezó accediendo a un documento de inteligencia desclasificado en el que Ravines aparece como protagonista. El shock que generó en Dumett tener por primera vez un registro de este tipo fue el germen de una fascinación que hoy encuentra en “El camarada Jorge y el Dragón” (Alfaguara) su primer check de cumplido.
Dumett acaba de presentar en Cajamarca, en un auditorio lleno, la primera entrega de lo que será una trilogía en torno a tal vez el converso más controvertido en la historia de la política nacional. Aunque, por supuesto, Ravines fue cualquier cosa menos ‘local’.
Tras dejar Cajamarca y llegar a Lima para trabajar en un almacén, nadie presagió que ese joven lector empedernido terminaría dando el salto a la política. Y como un péndulo irá de la izquierda más aguda a la derecha más recalcitrante. En el medio viviría experiencias de novela que Dumett se ha propuesto documentar con mucho sentido de responsabilidad en los próximos años.
Pero en esta entrevista conversamos con Dumett en torno a “El camarada Jorge y el Dragón”, la novela que servirá al lector como un primer vistazo de un personaje clave para entender nuestra sociedad en el siglo XX.
Teniendo en cuenta lo alcanzado por “El espía del inca, hay un temor natural de algunos autores por ser encasillados en solo una obra. ¿Ve el éxito de esa novela como una ‘mochila de piedras’ o como un real impulso?
¿Qué me diría usted ahora ha leído “El camarada Jorge y el Dragón”?
Para mí, “El espía del inca” debe ser un impulso para escribir siempre mejor…
Es la idea, claro. Tengo mucho recelo a utilizar la palabra éxito. Pero estoy contento porque gracias a esa novela hubo una llegada al público, al lector, y eso es lo que a mí me importa. Cuántos ejemplares se hayan leído interesa solo en la medida en que me permite a mí poder seguir haciendo lo mismo, pero si tuviera que optar entre una biblioteca que me garantice un solo ejemplar leído por 100 personas distintas, versus un millonario que compre 100 ejemplares para tenerlos en su casa, tal vez sin leerlos, no tengo ningún problema en optar por la primera opción. Yo no sé si ‘felizmente’ o no, este contacto fluido con el público me ha llegado cuando tengo una personalidad bastante formada, estoy curtido en la adversidad, no tengo pajaritos en la cabeza, y sé bien que todo puede cambiar de un momento a otro. La gente puede cansarse de lo que yo escribo y dejar de leerme. Soy un escritor, hay un primer libro que me ha permitido tener una relación más cercana con el lector, pero nada está garantizado, y yo buscaré explorar aquellos temas y personajes que me interesen, ya con cierta tranquilidad de que la gente me conoce un poco más, y tal vez espere lo nuevo que escriba. El ‘éxito’ que usted menciona lo único que me va a permitir es tener la tranquilidad para escribir con menos premura material. No hay más.
¿La figura de Eudocio Ravines aparece en algún momento de la línea de tiempo que tuvo “El espía del inca” en su faceta de escritor o fue algo posterior a la publicación de ese libro?
El 31 de diciembre de 2010 termino de escribir “El espía del inca”. Escribo artículos para un blog sobre diferentes temas, espionaje, literatura, etc., y en ese lapso de la búsqueda de editor, más o menos en el año 2012 — Lamula se animó a realizar una edición digital de la novela (fue el primer libro editado en formato digital en el Perú) — me topé con un artículo que mencionaba un documento desclasificado de la CIA. Lo leí. Era la primera vez que yo leía un papel de ese tipo. Y ahí justamente se mencionaba un informe de Eudocio Ravines con una serie de conversaciones íntimas que este había tenido con el entonces presidente de la Junta Cívico Militar del Perú en 1962. Entonces, a mí me llamó la atención ver esto de manera concreta, física, palpable, pero sobre todo el hecho de que él estaba revelando una conversación íntima con su propio primo. Porque el presidente de la República de ese momento era su primo hermano. Pensé ¿quién es este tipo? Yo había escuchado hablar de Ravines, no sé, la izquierda lo había satanizado, lo trataban de traidor, de maldito, hay gente que ni siquiera podía escuchar mencionar su nombre, sobre todo en mi generación previa. Así que decidí leer su libro de memorias titulado “La gran estafa”, publicado en 1952 en castellano y en 1951 en inglés, y ahí me topé con el hecho de que el señor había tenido una relación muy directa con Haya de la Torre, con Mariátegui, había participado en una huelga contra la Cerro de Pasco Mining Corporation, lo habían metido a la cárcel, lo sacaron, estuvo en Chile, en Argentina, en la Guerra Civil española, en una cárcel secreta en Moscú, o sea, le había pasado de todo. Y me dije: ¿por qué nadie lo conoce? Luego, claro, me di cuenta que había unas cosas que no correspondían a la verdad. Así me iría empapando de más detalles sobre la vida del personaje, y sobre su rol en una serie de eventos importantes en la historia del Perú. Ravines fue deportado cinco veces, había participado de manera directa o indirecta en golpes de Estado. Y además la vinculación con la CIA. Eso lo he documentado y saldrá en alguno o en los dos siguientes volúmenes. “El espía del inca” recibió una larga lista de rechazos hasta que Esteban Quiroz la publicó en Lluvia Editores en 2018. En todo ese lapso estuve trabajando el tema de Ravines, sea investigando o escribiendo.
Más allá de que activamente hoy es escritor, ¿se considera más dramaturgo que escritor? Le pregunto esto por las diferencias que existen en cuanto al público. El primero escribe tal vez para un público más cerrado y definido, pero con un libro uno nunca sabe hasta dónde pueden llegar sus historias…
He mencionado ya esta metáfora antes: drama es conflicto. Es decir, el conflicto entre una voluntad que quiere realizar algo y se enfrenta contra obstáculos internos, externos, encarnados en personajes. Entonces, cuando hay este choque entre dos voluntades, voces, perspectivas y visiones, eso me interesa a mí. Al ver a una sola persona que cuenta algo y te da una única visión siento literalmente la sensación de claustrofobia. Me resulta enormemente difícil leer libros con un único narrador. Creo que hay una naturaleza mía de sentir que la verdad proviene de la confrontación de diferentes visiones, de diferentes experiencias y de diferentes personas. En general también tengo una fascinación particular por la diversidad del género humano. Me gusta que la gente que tenga su visión particular de una experiencia. Y todo esto va mucho más allá de la predilección entre un género u otro. Es como una forma de ver la vida. Para mí la verdad no viene de una única voz monocorde, de arriba abajo. La polifonía es para mí la fuente de la verdad.
Para “El espía del inca” señaló como referentes a autores como John le Carré. ¿En la escritura de esta primera entrega sobre la vida de Eudocio Ravines tuvo también predilecciones? ¿Qué autores tuvo en su repisa física o ‘mental’ en este proceso de construcción de “El camarada Jorge y el dragón”?
Todavía no he pensado mucho en eso, pero la novela quiere ser una buena expresión de un género como el Bildungsroman o novela de aprendizaje. A partir de la recreación de las experiencias de un muchacho o muchacha que tuvieron un carácter formativo. Pueden ser situaciones de la vida, pueden ser lecturas o cosas, que hacen que este personaje que vemos al comienzo sea irreversiblemente otra persona al llegar al final del libro. No tengo ahora mismo ejemplos concretos, pero seguramente deben estar aquí (en mi biblioteca) escondidos en alguna parte.
Dijo en julio de 2021 que pensaba que “El camarada Jorge y el Dragón” iba a ser una novela histórica, pero terminó convirtiéndose en una historia costumbrista. ¿Lo piensa igual con el libro ya publicado?
Yo pensaba que estaba escribiendo una novela histórica en el sentido que aludía a eventos que pertenecen al pasado, pero resultó una novela costumbrista en el sentido de que alude a cosas que nos atañen de manera directa ahora. Creo que, justamente uno de los comentarios que estoy recibiendo ahorita, es en qué sentido no han cambiado ciertos argumentos, ciertas maneras de pensar, que son retratadas y presentadas en “El camarada Jorge y el Dragón”.
¿Ve la construcción de una novela como una labor muy personal, casi íntima, o es de los que prefieren acompañarse de amigos, asesores, colegas? ¿Cómo calificaría el proceso de construcción de esta primera entrega de la saga sobre Eudocio Ravines?
Simplemente acudo a todo aquel que pueda ayudarme a mejorar la novela. Es más, explícitamente he acudido a la ayuda de personas familiarizadas con la historia cajamarquina. Primero, yo no le creía a Ravines cuando presentaba una Cajamarca bucólica en su tiempo. Pensé: vamos a ver qué tan cierto es esto. Y un amigo me dijo que para saber cómo era esa ciudad a inicios de siglo tenía que leer a Lewis Taylor. Y enhorabuena, porque realmente me di cuenta que Ravines ocultaba muchas cosas que habían ocurrido. Y para cada recreación de cada evento yo he consultado: ‘¿esto es correcto? ¿Me estoy equivocando? ¿Tienes una foto de cómo eran los baños del inca a inicios del siglo XX? ¿Qué tipo de insultos se utilizaban en ese entonces? Dime si estoy traicionando la forma de hablar de los cajamarquinos’. Inclusive, en algún momento una de mis fuentes me dice que el cementerio que aparece en una escena no era verdad. Así que tuve que cambiarlo. Lo mismo con la parte mexicana de la historia. Tres mexicanos me revisaron todo. Me dijeron: ‘esto no es así, el lugar no era así, hablamos así, el libro que tienes que buscar es este’. Yo no escatimo esfuerzos hasta encontrar lo que considero corresponde para una recreación que a mí me satisfaga. Por eso creo que mi trabajo dista mucho de ser algo completamente individual. Pienso que si tú no sabes algo debes preguntar. No tengo ningún problema en hacerlo.
Dice en su bibliografía que leyó la biografía sobre Ravines que escribió Federico Prieto. A propósito de que son contados los libros sobre él, ¿por qué cree que se ha rehuido a estudiar este personaje? ¿Tal vez ahuyenta más su posición de derechista o quizás su dramático proceso de conversión?
Por una parte, Ravines era profundamente antipático. Era irritante, ácido. Y operaba como un revulsivo ya en su tiempo. Se peleaba con todo el mundo, literalmente. Es sorprendente que haya tenido una relación tan armónica con Pedro Beltrán durante mucho tiempo. Rompió palitos con Haya de la Torre. No hubo tiempo de que ocurra lo mismo con Mariátegui porque murió, y él le cambió el nombre al partido. En algún momento estuvo con Luciano Castillo en 1945, tuvo una relación cercana con el Partido Socialista, y luego se peleó con este hombre. Es más, Ravines no fue publicado en el Perú. Tanta reserva hubo con respecto a él que “La gran estafa” ha sido publicada en República Dominicana, Guatemala, México, Chile, hasta en Cuba, pero en su país no. Ahora, ¿quién se va a reclamar legatario de su legado? La izquierda lo detesta. Los comunistas, igual. Los apristas lo odian. Y parte de la derecha tiene estos escrúpulos en relación a que Ravines ‘era brillante’, pero trabajó para la CIA. Ahora estoy descubriendo que cierta derecha lo quiere reclamar como una especie de ‘proto intelectual’ y colocarlo al lado de Beltrán. Es una derecha que no tiene problemas en avalar a Pinochet, en pensar que no hay problemas en recurrir a la violencia o a actos anti democráticos. Algo que era Ravines. Porque él tenía una relación cercana con Pinochet. Este último tenía muchas reticencias a dar entrevistas a la prensa extranjera, y una de las poquísimas personas con las que conversó fue con Ravines. También tuvo una relación cercana con Hugo Banzer Suárez, quien le dio el pasaporte boliviano. Y Anastasio ‘Tachito’ Somoza quiso ayudarlo cuando lo botaron de Guatemala. Y no hablemos, pues, de la serie de contactos que tuvo con gente que había trabajado para la CIA. Así que por ahí tal vez uno puede hallar las reticencias a considerarse heredero del legado de Ravines. En todas las tiendas. Así que como nadie lo hace, y honestamente me parece un personaje interesante, relevante para estos tiempos de extremos, de propagandistas y fake news. Ahí tenemos al proto-creador de las fake news. Y veremos cómo lo recibe el lector peruano y del mundo.
¿Es posible imaginar a este primer Eudocio Ravines sin la imagen de su tío Belisario Ravines al lado? Porque, más allá de este trágico hecho de la Masacre de Llaucán que protagonizó ese personaje, también sin duda hubo consejos, invitaciones, recomendaciones y también el aporte en cuanto a una biblioteca que ayudó a formarlo en sus primeras lecturas.
Por eso la importancia de dedicarle este primer volumen a esa infancia, adolescencia y primera juventud prácticamente marcada por la presencia de Belisario Ravines. Este tenía una posición de poder, pero por otra parte fue una especie de figura paterna, aunque no realmente, puesto que el padre de Eudocio murió muy temprano, explorando la selva, peleándose con unos caucheros. No es posible entonces imaginarlos separados. Y por eso yo pensé que era clave dedicarle un espacio digno, a la altura de la importancia que tiene este evento y este personaje en la vida de Eudocio.
¿Es correcto atribuir a Belisario Ravines esta imagen de ‘mano dura’ que hoy los peruanos piden cada vez que los encuestan en las calles? Lo digo por lo ocurrido en Llaucán.
No creo que Belisario tenga esta voluntad autoritaria. Creo que quienes quieren hacerlo cometer decisiones drásticas y brutales son otras personas. Él ha sido un héroe de la Guerra del Pacífico, también tiene sus traumas personales y muy posiblemente tenga un stress postraumático, y yo lo sospecho así porque tienes, por un lado, a este héroe de guerra, que ha cumplido una serie de funciones locales, prefecto de Amazonas y Cajamarca, ha construido cosas, ha operado en favor de la comunidad. Yo no creo que la masacre de Llaucán haya ocurrido por esa noción de ‘mano dura’. Creo que algo que tenía dentro se le salió, una mezcla compleja de cosas, entre las cuales puede haber racismo, stress postraumático, también el carácter expeditivo de la violencia, su formación militar, un montón de cosas mezcladas. Yo no creo que una persona actúe solo por una única razón. Siempre hay varios factores involucrados. Así que no veo a Belisario Ravines como un personaje autoritario. Lo que sí creo es que las fuerzas que están a su alrededor. Pienso en Eledoro Benel que está a su lado, que tiene intereses creados y lo presiona para que defiendan sus propiedades. Y qué curioso, como también está ocurriendo en este momento, hay una serie de fuerzas interesadas, políticas y religiosas que quieren forzar la mano, tomar el poder y ejercerlo de manera autoritaria.
Discúlpeme si soy algo spoiler aquí. ¿Cree que esto último que me dice queda claro en una de las escenas finales de la novela cuando la tía Adela increpa a los que rodearon durante años a don Belisario?
Espero que haya quedado expresado en el transcurso de la novela, donde él trata por todos los medios de hacer razonar a Eleodoro Benel, hacerlo entrar en razón, puesto que lo que él hizo fue –literalmente—triplicar el arriendo de unas tierras. Imagina que tú alquilas una casa y de pronto te triplican el costo del arriendo. Te levantas contra él y quieres protestar. ¿Estás mal? Por supuesto que hubo también cierto grado de azuzamiento, ciertas personas interesadas en crear revuelo, pero en principio tú tienes razón en estar indignado porque te quisieron subir el triple del arriendo. Claro, Eleodoro tenía el derecho de aumentar la renta cuanto le diera la gana, porque así es de injusto el sistema estructural peruano, pero esa es otra historia.
¿Fue particularmente retador retratar a las mujeres que rodeaban a Shito en casa? Primero su madre, que queda viuda y debe criar otros hijos, a quien el pequeño Eudocio le manda una pensión. También sus tías en casa de Don Belisario. Luego incluso aparece Cuchita, que fue como el primer gran amor de Ravines. ¿Qué porcentaje de realidad y de ficción tienen estos pequeños perfiles de personajes secundarios?
Eso se lo voy a dejar al lector. Para mí es muy importante crear personajes femeninos a la altura de las mujeres que conozco. Cuando escribía “El espía del inca”, por ejemplo, pensaba en cómo iba a reaccionar mi mamá cuando lea el retrato familiar de Yunpacha. Además, mira su esposa, esta intérprete de muchas lenguas. Piensa en la mamá, que es una mujer rebelde y tiene la esperanza de convertir a su hijo en algo diferente. Luego está la princesa Inti Palla. Sí he realmente pensado en que quería representar mujeres a la altura de lo que pienso que fueron estas mujeres y también de las mujeres que yo conozco. Que definitivamente tienen agencia.
Otra cosa que me queda en la cabeza tras la lectura de esta primera parte es esta idea repetitiva sobre Shito leyendo un libro. La frase “está bien culantro, pero no tanto” que alguien le dice. ¿Le resultaba clave a usted retratar al niño y adolescente Eudocio como un lector empedernido? ¿Son esas primeras lecturas base de algo que veremos a futuro?
Exactamente. Era muy importante para mí recrear las bases intelectuales de Ravines inclusive en el orden en que él las recibió. El personaje de Eudocio Ravines es conocido como un extraordinario conocedor del marxismo. Él se leyó “El capital”. Realmente era una persona de un intelecto casi sobre humano. Se sabía de memoria la biblia. Y para mí era clave que la gente conociera esta formación intelectual suya, con un fuerte componente religioso antes, inclusive, de leer a Marx. Para mí había algo esencial y fundamental que ya estaba formado en él antes de que tuviera contacto con el marxismo. Y tiene una fuerte raigambre de lectura católica, cristiana.
En esas lecturas está también la biblia, pero sobre todo ese libro tan polémico: “Vida de Jesús” de Ernest Renán. ¿Por qué este es un libro tan controvertido y tan inhallable? Yo me formé en colegio jesuita y no sé si me lo escondieron, pero tras la escuela, no recuerdo muchas menciones al volumen.
Por una parte, ahora tal vez no sea tan controvertido, pero lo fue en el momento de su publicación. Era un libro inobjetable. Renán era católico, pero decidió tratar a su materia de estudio como una materia humana. Él pensaba que Jesús era un personaje divino, pero para poder realmente acceder a su divinidad él tenía que considerar al personaje humano. Y no a través de las mentiras, sino trabajando a Jesús como un personaje histórico. Y para ello decidió averiguar lo que realmente había ocurrido en su vida. Ese aspecto lo convierte en inobjetable. Demostraba con papeles lo que afirmaba. No sé, ‘esta creencia es de tal época, había una corriente de milagreros que venía de tal sitio, el papá tenía hijos de otros matrimonios, Jesucristo se sentía muy cómodo con mujeres’, etc. Todas estas cosas chocaron mucho en la época. Y posiblemente chocarían ahora también puesto que hay todo este retorno de posiciones retrógradas y oscurantistas dominadas en el Perú por el Opus Dei y aliados y cómplices. Así que será muy interesante ver la reacción. Ravines estaba de salida del cristianismo, aunque creo que después vuelve de otra manera, pero toparse con este personaje tan cuestionador y humano, y al mismo tiempo con quien tenía muchos puntos en común, lo remueve profundamente. Y no olvidemos que “La vida de Jesús” de Renán era el libro favorito de Manuel Gonzales Prada.
¿Cómo fue cambiando la visión del Eudocio con respecto a Dios, a la Iglesia, porque se hace socialista y luego vira a la derecha?
Eso lo entenderé cuando trabaje más el tema. Sé que en sus últimos tiempos tuvo una relación muy cercana con gente del Opus Dei, y me imagino que, por razones estratégicas, pues que esa institución fue aliada de Franco y de Pinochet en su momento. En general se trata de una entidad aliada de las fuerzas más oscurantistas y retrógradas. Ravines se sintió cómodo con ellos, porque serán oscurantistas, pero son efectivos. Tienen plata y poder. Él estaba aliado con ellos, pero cuando trabaje a fondo el tema descubriré probablemente su nivel de cercanía. Sé también que Ravines participó en un movimiento llamado Rearme Moral, profundamente religioso, norteamericano en los años 60. Hoy no podría ampliar más mi respuesta.
¿Puede confirmarme las próximas etapas de lo que se viene sobre la saga de Ravines? ¿De qué dependerá el tema de los plazos de publicación?
Tenía que sacar esta primera parte para que los lectores establecieran un primer contacto con Ravines. Y es curioso porque él es conocido y atractivo por todo lo que vendrá después. Pensaba al comienzo que (esta primera parte) no iba a tener mucha acogida, pero me doy cuenta que ha sido todo lo contrario. La gente está fascinada con el personaje. Pero ahora mismo te diría que tengo la visión de dos tomos más. El segundo abarcaría más o menos en 1930 y 1952-1954, y el último desde ese momento hasta la muerte del personaje en 1979 o inclusive después, en 2008, con la muerte de su agente de control Howard Hunt. Pero hoy mi reto fundamental es cómo voy a recrear la agonía y muerte de Mariátegui. Ahora viene todo este movimiento riquísimo de los anarco sindicalistas. Ellos fueron los que realmente cambiaron las cosas en el Perú. Los que crearon la CGTP. Consiguieron la reivindicación de las ocho horas. Eran obreros formados, con sus propias ideas, que escribían sus revistas, que estaban al tanto de lo que ocurría intelectualmente en Europa. Tenían sus propios movimientos de teatro. Ellos crearon las universidades populares. Este movimiento quiero verlo en preparación, pero todo en torno a la agonía de Mariátegui y la importancia que tuvo, y también la vida de Ravines en esa época. Porque primero él comparte trabajo con José Carlos, pero luego se va del Perú y visita la Unión Soviética. Tiene contacto con personajes prominentes, muy importantes, en la Revolución Rusa. Estas y más cosas estarán en los libros que vienen.
¿Tiene otros proyectos en simultáneo?
Mira, ahora mismo (muestra a la cámara) estoy fichando “Colonialismo en ruinas” de Charles Walker. Pero a mí me interesa la parte sobre Diego Cristóbal Condorcanqui, la persona que tomó el relevo cuando Túpac Amaru fue ejecutado en abril de 1780. Allí es cuando – en mi opinión—comienza la rebelón que puso en jaque a la Colonia. Diego, Andrés y otras personas que además formaron una alianza con Túpac Katari y su hermana Gregoria Apaza, quien tuvo un affaire tórrido con Mendigure. Hay historia de amor, guerra. Lo que ocurrió ahí fue impresionante. Y, como te digo, empezó a radicalizarse el movimiento y donde realmente la espiral de violencia por la que el movimiento de Túpac Amaru ha quedado hasta nosotros ocurrió en esta segunda parte de la rebelión. Y es esa la que quiero trabajar, y además es también la que dio origen a nuestro documento dramático más importante: Ollantay. Eso me gustaría trabajar en otra novela. Y además estoy trabando, cuando puedo, sobre la historia de un personaje, un nazi, que vivió en el Perú durante 30 años y que estuvo vinculado a la PIP, al SIN, y que es un sospechoso certero de que estuvo involucrado en el crimen del magnate del banquero Luis Banchero Rossi. Y, por último, si un día cualquiera estoy haciendo una entrevista y lo que el entrevistado me revela me revienta la cabeza, y me hace trabajar por un tiempo otro proyecto distinto, pues lo haré.
Muchos piden una continuación de “El espía del inca” …
La continuación de “El espía del inca” es un proyecto enorme que tendría las mismas dimensiones. Y se trata, claro, de retomar el personaje de Yunpacha. Pero ya en la rebelión de Manco Inca. Mira, la única razón por la que no puedo hacer esto es porque yo tengo que trabajar. Y todavía mis regalías no me permiten vivir de esto de manera exclusiva. Yo no quiero ser millonario. No aspiro a tener reuniones con escritores, reventarme cuetes con nadie. Solo quiero escribir. Lo demás me importa un bledo. Tener una corte de amiguitos o tomarme fotos con gente importante no es algo que me interese.
Pero las fotos en los eventos a veces son inevitables…
Me interesa el contacto con la gente común y corriente que ama la lectura y los libros. Siempre voy a privilegiar las fotos con los lectores.