Santiago Roncagliolo: «Me interesa lo siniestro, pero eso no quita que en todas partes exista luz»

Infatigable. Acaba de presentar su más reciente novela, pero lejos de encasillarse en una sola cosa, Santiago Roncagliolo participa en varios proyectos simultáneamente. Muchos no tienen solo que ver con libros, como el guion del documental “Muxes” (HBO Max), sobre transexuales zapotecas, o como la co-escritura de la serie “Toda la sangre” (Lionsgate), donde actúa el famoso Aaron Díaz.

El escritor nacido en 1975 nos recibe esta vez para conversar sobre “El año en que nació el demonio”, un proyecto literario de 555 páginas cuyo origen se remonta una década atrás. Indagar sobre las brujas en el mundo contemporáneo lo llevó a los archivos. En ese terreno caería en un momento clave: el siglo XVII en el virreinato peruano. Pronto saltaría a la luz un personaje enigmático: Rosa Flores, Santa Rosa de Lima.

Intrigado por lo (increíblemente poco) que se ha escrito sobre este personaje, Roncagliolo decidió priorizar el pasado, centrándose específicamente en el año 1623. Con estos elementos iniciaría la construcción de una novela que tiene su pie derecho en el thriller, un género que maneja con suma destreza. Aquí surgiría la figura del narrador, un alguacil de la Santa Inquisición de nombre Alonso Morales. Él parece obsesionado con guardar la moral de una sociedad ‘perdida’. Pero en esa cruzada por las buenas costumbres, el protagonista descubrirá su origen y, por ende, quién es.

A continuación, Santiago Roncagliolo responde algunas claves sobre “El año en que nació el demonio” (Seix Barral), pero también nos habla sobre su método, su forma de encarar la ficción, y en el final, se anima a conversarnos sobre sus proyectos personales, ligados a un texto de memorias personales, y –por supuesto—a la escritura de guiones de cine y TV.

“Y líbranos del mal” fue tu regreso a la novela luego de varios años. ¿En qué momento surge este otro proyecto, algo más extenso, titulado “El año en que nació el demonio”?

Este proyecto es mucho más antiguo que “Y líbranos del mal”, lo que pasa es que con esa novela pasó algo recurrente. Yo hace mucho no vivo en Perú y debería escribir sobre cosas que ocurren en otro sitio, sin embargo, la mayoría de los países son más normales que este. Aquí nada tiene sentido y cada vez que vengo surgen historias. Y eso pasó con “Y líbranos del mal”. Se juntaron varias cosas y de repente había una historia que se podía trabajar. Pero las líneas generales tenían que ver con gente que yo conocía. En el caso de “El año en que nació el demonio”, se trata de un proyecto mucho más antiguo, que tuvo muchas formas. Era la historia contemporánea de una mujer que debía vagamente tener aspectos de bruja. Luego empecé a investigar sobre el origen de las brujas, su sentido histórico. Y pensé que en la historia de esta mujer contemporánea iba a insertar momentos de una bruja del siglo XVII, como contrapunto a la historia actual. Pero en algún punto me di cuenta que lo ocurrido hace cuatro siglos era tan potente que lo reciente no tenía sentido. Era todo tan gótico, real maravilloso, siniestro y potente visualmente, un mundo en el que nacen monstruos, invaden piratas, y cohabitan brujas, santas, demonios y ángeles, entonces, era un universo en el que me apetecía sumergirme. Y no está contado. La novela es así de gorda porque todo el tiempo aparecían cosas que había que contar y que no estaban en ninguna otra novela que haya leído. Así que una vez que encontré la forma, fueron dos años de escritura muy intensa, coincidentes con la pandemia. Brotó todo de una manera torrencial. Es el proceso habitual. Normalmente peleo con un concepto de novela por un par de años y una vez que entiendo hacia dónde va y qué es lo que quiero, me toma uno o dos años escribir. Lo que pasa es que, si contamos desde el principio, todo esto me ha tomado una década.

¿Podríamos decir que la novela es no apta para católicos extremistas?

Todo el mundo cree que soy un rabioso anti clerical y no es así. De hecho, en nuestro gremio –que es un solo de ateos—yo soy el religioso (tampoco es que vaya a misa, claro). Pero sí me interesa el hecho religioso, voy a ceremonias de todo tipo cuando tengo la oportunidad, desde pagos a la tierra, hasta rezos musulmanes o ritos ortodoxos o católicos, que son los que más me encuentro. Y, es más, algunas de las personas que más admiro han sido sacerdotes, como Hubert Lanssiers o Gustavo Gutiérrez. Creo que la fe es la que hace que estos personajes sean grandes seres humanos y les tengo una máxima admiración y respeto. Pero también hay cosas súper siniestras en la historia de la Iglesia, y también en la del Estado, lo cual no significa que esté en contra del Estado. Me interesa lo siniestro donde lo encuentre, pero eso no quita que también haya en todas partes luz. Estamos hechos de luces y sombras.

¿Cuánto ‘nuevo’ descubriste sobre Santa Rosa de Lima en esos diez años que trabajaste esta novela?

Leí una biografía de Stephan Hart, que me gustó mucho porque no parece que busque convencerte de nada. Él está interesado en la historia y en los datos que hay, que tampoco son muchos. Pero luego leí el juicio a una bruja llamada Ángela Carranza, que estaba en los archivos de historia de España. Y me di cuenta que las dos hacían lo mismo: decían hablar con Dios y con el demonio, y la gente decía que les curaba enfermedades, o que hacían cosas que pueden ser milagros o hechizos. De hecho, a Santa Rosa la canonizan, pero a muchas de las beatas que actúan con ella casi las queman. Me interesó esa ambigüedad. Una santa y una bruja son lo mismo, solo depende de quién decide lo que son. Ella se puso el hábito de los Dominicos, y ellos defendieron su causa, porque la primera santa de América Latina iba a vestir el hábito dominico en todas sus figuras para siempre. Ahora, ¿era una santa o una bruja? Quizás desde el punto de la ciencia, si aparece una mujer como Santa Rosa hoy, la meten en un centro de salud mental. Ese misterio me gusta. Y el retrato que hay de ella no deja claro qué es lo que es. Sigue siendo un misterio y ello es parte de su esencia.

Como católico no practicante he preferido quedarme en lo que sé y no desencantarme del personaje, pero en tu novela hay tantas cosas increíbles. Ella trata a Jesús como su novio…entonces, ¿algunas cosas presentes en tu novela tienen asidero real?

Mucho está en el libro de Stephen Hart. Las cosas que le dice a Alonso, obviamente son diálogos ficticios, pero las que hace, no. Ella vivió en Quives. Su padre tenía una discapacidad y su madre estaba desesperada porque era muy difícil vivir con esta mujer. Y Gonzalo de la Maza la recoge en su casa y, además, se le atribuye (a Rosa) haber ahuyentado los piratas que atacaron alguna vez Lima. Sus milagros son los milagros registrados. Ahora, ¿cuál es el sentido de eso? Nunca lo sabremos. ¿Hablaba con Dios de verdad o era una bruja, o solo una mujer muy inteligente que halló una manera de hacerse popular? En los libros de historia se evitan los misterios. En mi trabajo, los misterios habitan y dan sentido a mis novelas.

¿En qué momento de la construcción de la novela aparece Alonso? ¿Cuál era el sentido de incluirlo en la historia?

Siempre me interesa el género del thriller, del suspenso, aunque al final sabía que se iba a convertir en un fresco histórico. Pero quería ese arranque. Y necesitaba, pues, un investigador. Pero no quería un tipo del siglo XXI. Quería alguien que de piense y hable como alguien del siglo XVII. Simplemente era natural: si el tema es que ha aparecido el demonio, si la duda es sobre si esta mujer es santa o bruja, los que se encargaban de ver eso eran los del Santo Oficio, la Inquisición. Ellos eran los que investigaban la presencia del demonio entre nosotros. No había más posibilidades. Pero también mientras fui leyendo sobre esta institución me interesó algo: tenemos una imagen de ellos increíblemente siniestra, a lo ‘Darth Vader’, pero muchos de sus alguaciles eran unos muertos de hambre. Alonso ni cobraba. Algunos estaban ahí por los favores que recibían del poder, o estaban simplemente tratando de buscarse la vida, como en cualquier trabajo normal. Me interesaba que fuese un trabajo, además, conseguido por la vara de su madre. Me gustan los perdedores, porque creo que son más auténticos. Tal vez por estas dos cosas Alonso se parece un poco a Félix Chacaltana (protagonista de “Abril rojo”). Y también me gusta el concepto de monstruo. Pienso que llamamos monstruos a los que no entendemos, a los que son diferentes, a los que nos dan miedo. Pero tendríamos que ver un poco cuánto de nosotros hay en ellos. Entonces, a mí me gusta que mis protagonistas descubran que ellos también son monstruos. Ocurre mucho que los chicos de “La noche de los alfileres” ven la violencia por televisión, pero se convierten. Chacaltana cree que es bueno y correcto, pero descubre que también tiene una gran violencia interior. Y Alonso Morales tortura a los que son, sobre todo de un origen impuro, pero va a descubrir que él tampoco lo es.

La novela ya en librerías.

¿Crees que ese arribismo de Alonso le permite aguantar las 555 páginas de la novela?

Bueno, creo que él está tratando simplemente de sobrevivir. Las que se rebelan a su alrededor son las mujeres. Mencia de Sosa crea este convento, que es una zona liberada de mujeres. Dentro de esos muros las mujeres son mucho más libres que afuera. Su propia sexualidad lo es. Luego, Jerónima se rebela, literalmente, y se va con los cimarrones. Y también la madre de Alonso se rebela contra la miseria de su destino. No acepta que lo único que le ofrece la sociedad a una mujer es ser una ‘esposa de’. Todas estas mujeres buscan otro plan de vida. Y tampoco Rosa es una esposa. Bueno, aunque es la esposa de Dios (risas). Ninguna sigue el plan del Virreinato para una mujer. Alonso más bien está tratando de adaptarse al sistema y al poder, de recolocarse en la Inquisición, con el Virrey. Y no tiene grandes ambiciones en la vida, más que sobrevivir y buscarse la vida.

Hasta que se enamora…

Sí, y hasta que descubre quién es él en realidad. Son dos cosas que desafían lo que él debería ser. Su amor y su origen son incorrectos. Y entonces, por mucho que se esfuerce por encajar, no puede hacerlo ni por nacimiento ni por sentimientos.

Me has hablado de monstruos. Y así como hay monstruos de dos cabezas, también los hay que lucen como nosotros. Y que tiene que ver su ‘monstruosidad’ con la forma en cómo han sido formados. Alonso tiene una madre muy presente y un padre ausente. ¿Estos dos factores moldean su personalidad?

En mis libros siempre hay hijos buscando padres. No sé bien qué signifique eso en mi relación con mi padre. Es algo que seguro hablaré con mi terapeuta. Creo que esto tiene que ver con que me interesa mucho la historia. Nunca me había ido tan atrás en la historia, pero mis libros casi siempre tienen un escenario histórico muy concreto. La violencia política o la teología de la liberación y la reacción conservadora, o las dictaduras del Cono Sur. Me interesa mucho cómo una sociedad nos arrastra y su pasado forma parte de esa sociedad. Entonces, creo que me interesan los hijos buscando padres porque estos últimos son los que los atan al pasado. Los padres son tu relación con lo que había antes. Descubrir quién es tu padre es descubrir quién eres y de qué manera no eres libre del pasado. El pasado es presente y eso le suele pasar a mis personajes.

Me has dicho que muchos de los hechos que experimenta Rosa en tu novela tienen asidero en la realidad. ¿Y qué hay de los demás detalles? Estos conventos convertidos en una especie de moteles al paso, frailes que tienen hijos con mujeres, monjas con varios hijos que abandonan. ¿Había mucho de eso hace 400 años?

Bueno, el principal volumen de casos de la Inquisición no eran las brujas ni los judíos. La mayor cantidad de casos y de investigaciones eran las llamadas ‘solicitaciones’: curas que se acostaban con feligreses. O sea, para mantener su legitimidad moral la Iglesia tenía que estar por encima de la carne. Y para poder prohibírsela a los demás también. Y esto era lo que más dolores de cabeza les daba a los curas, que aprovechan su condición de poder para las que acudían al confesionario. Luego, lo de los conventos, no todos eran así, pero sí hay casos en un libro titulado “Las hijas de los conquistadores” de Luis Martín. Y una de las cosas que cuenta ahí es que un convento podía depender del obispo o de la orden. Pero la Orden estaba en Roma. Entonces, si despendía de la Orden, en la práctica no dependía de nadie. Ahí no había Internet ni un sistema postal fiable. Así pues, esos conventos que dependían de la orden muchas veces se convertían en repúblicas liberadas de mujeres. Y hay en ese libro también unas cartas de un obispo a sus superiores diciéndoles ‘ya les he dicho a las monjas que no pueden dormir de dos, pero no sé qué les pasa. ¡Hasta les he comprado más colchones!’. No todos eran tan inocentes y tomaban por asalto los conventos con el Ejército. Porque los escándalos de las monjas traspasaban los muros del convento y los obispos intentaban recuperar el control.

El elenco de personajes secundario de tu novela muestra a gente que vivió cientos de años atrás, pero con dramas bastante contemporáneos. Hay envidia, traiciones, celos, despecho. ¿Te interesa que tus personajes sean lo más cercano a tus lectores?

De hecho, yo creo que estas grandes emociones son más posibles en las sociedades arcaicas, porque son más simples. Hoy en día hay mucha gente que no tiene el mismo concepto de celos. De hecho, hay mucha gente que tiene relaciones abiertas o poliamorosas con más de una persona. Y ahí tal vez es más compleja de imaginar la idea de celos y traiciones. En cambio, en una sociedad como la de la novela es más verosímil la tragedia shakespeariana. La traición, la venganza, los celos, el amor prohibido. Ahora mismo es muy difícil imaginar un amor prohibido entre adultos.

Cuéntame un poco sobre esa ciudad en la que vive Alonso Morales. En algunos momentos de la novela él entra y sale del lugar y da la impresión que todo está encerrado y protegido con murallas. Como si dentro quedaba todo lo seguro y afuera el peligro, lo lumpen…

Estaba amurallada la ciudad, claro. Tengo aquí una fotografía (me muestra una imagen del celular con mapas de ese entonces). Y eso es algo que me intrigaba mucho: la capital del imperio era un pueblito encerrado, chiqutito, que llegaba desde el Rímac hasta el Jirón Lampa y de Tacna a Abancay. Y ya. Dentro de este pueblo sobrepoblado ocurría todo lo relevante para el imperio. Pero ponías un pie fuera y reinaba el caos, el vandalismo. (Vuelve a mostrarme la fotografía y señala ‘todo estaba amurallado. Pero cuando la ciudad empezó a crecer, los muros se derribaron).

https://www.youtube.com/watch?v=7qn9YueRaOM&
El tráiler de «Toda la sangre», la serie de Lionsgate donde Santiago co-escribe el guion.

¿Así de encerrados vivían los personajes de tu novela?

Así de encerrados y además todo apestaba, porque no había desagües. Entonces la gente sacaba por la ventana y tiraba los desperdicios. Y estabas al lado del río, con mosquitos e insectos propios de un lugar tan húmedo como Lima. Luego, estaban los animales, que no eran solo perros y gatos. Caballos, llamas, que hacían cacas, y también había toros. Eso creaba una pestilencia insoportable para una gente que vivía apretada, pero que si salía podía ser asesinada en cualquier momento.

Y otro que vivía en una pestilencia, pero personal, era el Virrey. Un tipo que de noche salía a buscar viudas. ¿Qué te llamó la atención sobre este personaje?

El retrato de Esquilache viene de Ricardo Palma. Me llamó la atención que no era oscurantista, sino más bien un Virrey moderno, liberal. Amigo de Lope de Vega. Escribía. Le gustaba la cultura. Promovió ir al teatro. Aunque nada de eso le quitaba lo corrupto. Y además era arribista. Era un tipo que había labrado su carrera a ‘braguetazos’. Se casa con una mujer de alcurnia y así es como ingresa en la alta sociedad española. Y cuando se muere el rey en España sale corriendo de este país, porque sabe que si hay nuevo rey va a perder su sitio. Pero a la vez no era un mojigato ni le gustaban los actos de fe. No le gustaba esa tontería gótica de la brujería, lo que lo convirtió en un personaje complejo, interesante, lleno de matices.

Puedo presumir que tal vez el 50% de la novela es real, documentado por los historiadores, y la otra parte es tu añadido, relativo a los diálogos, acciones y detalles.

Claro, hay que ponerlo en relación. Tampoco todas las fechas son exactas. No me interesaba contar de verdad un año tal y como fue, en este caso 1623. Mi idea era concentrar en ese año todo el siglo XVII virreinal. Ese siglo estuvo lleno de realismo mágico, macabro y en el que el demonio formaba parte de la vida cotidiana. La lucha de los mineros existió. El ataque de los piratas. Santa Rosa. Las aldeas de cimarrones que estaban afuera y los conventos como el de mi novela. Y también los nombres de los personajes fue algo que me tomó mucho tiempo, porque no quería ponerles nombres demasiado caricaturescos. Alonso Morales era un alguacil de la Inquisición, aunque completamente irrelevante. No hizo nada en especial. Mencia era una abadesa. Jerónima era una monja que había conseguido, a pesar de que tenía la piel negra, ingresar a monja por su voz, porque el coro era el lugar donde las monjas hablaban con Dios, y si las voces eran hermosas, Dios les iba a hacer más caso. Luego, la vida privada, nadie la contó. Te la puedes imaginar, claro, como en los virreyes, que te puedes imaginar que salían a buscar mujeres. Aunque Ricardo Palma cuenta una aventura específica en la que una mujer le envía una carta al Virrey para que lo vaya a visitar de noche y en realidad tramaba un intento de asesinato en su contra.

Santiago ha encontrado en la escritura de guiones un nicho que le genera sumo interés.

En varias partes de la novela hay el papel de Nicomedes y los mulatos en general. Y ahora que estamos en época de revisar libros antiguos, cambiar el lenguaje, y algunos prefieren no decir negro sino afrodescendiente. ¿Cómo te has manejado tú con esto en “El año en que nació el demonio”?

Pero qué vamos a hacer. Ya me ha dicho la traductora al inglés que va a un problema porque a los afroperuanos los llaman negros. ¡Pero es que es el siglo XVII! No le puedes llamar afroperuano. Justamente me parece que eso demuestra los niveles de racismo. No a la palabra negro específicamente, que por ejemplo Susana Baca reivindica como algo no insultante, como algo que le da orgullo; pero el tono, la manera de usarla es agresivo y eso es lo que te demuestra el racismo del que venimos. Mira, si Alonso Morales fuera políticamente correcto y llamase a la gente afroperuana no se entendería el origen racista de nuestra sociedad. Además, tampoco le bastaría, porque en ese entonces había toda una categorización colonial de razas vinculada a su obsesión con el linaje, con el origen y a su necesidad de regular las herencias. Porque como los blancos iban ‘chingando’ por todo lado, había que ver cuánto tenían derecho a heredar los hijos que repartían por el mundo. Y para eso había que categorizar cuánto de sangre blanca tenía la gente, y había una complejísima situación. Hijo de blanco y negro era mulato. Hijo de negro e indio era zambo. Pero es que luego los zambos empezaron a acostarse con las mulatas, y había nombres de categorías de sangre como ‘cuarterón’. Y así sucesivamente. Por todo esto, hacer a Alonso hablar como alguien del siglo XXI simplemente destrozaría la novela. Es una opción que uno como escritor debe tomar y yo tomo la opción de que él hable –en la medida de lo posible—como hablaría un alguacil de la inquisición.

Me has hablado de lo que leíste de Ricardo Palma. Me mostraste esa imagen de cómo estaba cercada la Colonia. ¿Unir todas esas piezas del rompecabezas se te ha hecho más fácil hoy? ¿Cómo calificas esos años de construcción de una novela? ¿Placenteros, estresantes, frenéticos?

Es muy duro para mí concebir la novela, entender qué quiero contar exactamente. Y generalmente tengo varios ‘abortos’. Empiezo a escribir algo para darme cuenta luego que no funcionará. Por lo menos ahora mis abortos tienen ya 10 o 20 páginas, no las 180 páginas que alguna vez llegaron a tener. Eso sí te lo da el oficio y la experiencia, pero yo no tengo una idea y ejecuto. Yo voy escribiendo y explorando qué es lo que quiero escribir. Generalmente es muy distinto lo que es al final que lo que fue al principio. O recupero restos de novelas muertas para crear otra con nueva. Disfruto ese proceso. Ir descubriendo lo que voy a hacer. Y necesito que cada vez sea diferente. Porque el proceso se alimenta de cosas diferentes cada vez. “Y líbranos del mal” se alimentaba de cosas que encontré a mi alrededor. “El año en que nació el demonio” de una investigación histórica muy larga. Ahora estoy con un proyecto que tiene que ver con mis memorias personales y es más duro, emocionalmente difícil escribir. Cada proceso es diferente, pero lo que me interesa es seguir ese camino. El resultado final, bueno, mejor que lo publiques y tratas de que le vaya bien para poder hacer otro. Pero lo que es interesante es crear todo eso y descubrir en el camino qué es lo que quieres hacer.

Quisiera salir un poco del tema. Eres un habitual televidente de series y películas. ¿No crees que se ha sobre saturado el mercado? Porque hay muchas más producciones de las que un crítico podría ver tal vez en toda su vida. Lo mismo con los libros…

Da igual lo que sea para mí. La cosa es si nos están viendo y leyendo. Yo también escribo series y películas. La pandemia generó un subidón creativo de series que ahora está remitiendo, porque la gente ya no está todo el día encerrada en su casa. Y se está volviendo a hacer películas y telenovelas, o sea, lo que había antes de la pandemia. Creo que cada momento es diferente y las demandas cambian. Yo soy muy versátil y me gusta trabajar en distintos géneros y medios, pero también esa flexibilidad es importante para seguir contando historias y saber que debes encontrar espacios en los que vas a contarlas.

¿Qué serie o película has escrito recientemente?

Hice una en México. Ahora estamos trabajando la segunda temporada. Se llama “Toda la sangre”, basada en una novela de Bernardo Esquinca. Sale en Lionsgate. Y ahora Tondero está llevando al cine mi obra de teatro “Tus amigos nunca te harían daño”, que saldrá por VIX. Y, bueno, “La pena máxima” con Michel Gómez está buscando plataforma. Luego, hice un documental mexicano sobre transexuales zapotecas, titulado “Muxes”, que va en HBO Max. Y espero seguir haciendo muchas cosas más.

El tráiler de «Muxes», el documental escrito por Santiago Roncagliolo que puedes ver en HBO Max.
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