Fueron unas melodías interpretadas por el pianista canadiense Glen Gloud (Toronto, 1932) aquello que le cambió la vida. Eso y, por supuesto, un lugar acorde, soñado por miles de creadores en cualquier latitud: campo y silencio. Así fue cómo Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) comenzó un camino absolutamente singular en la literatura.
La narradora se mudó a Francia en 2007. Aunque inicialmente pensó que pasaría sus días en la Ciudad de la Luz, finalmente terminó en una campiña que borró de plano cualquier excusa que le impidiese crear: “Algunas personas pueden escribir en cualquier lado, pero yo no. Y como me di cuenta que este era el lugar donde podría hacerlo, me quedé”, asegura.
Este sería el punto de partida para una carrera prolífica y no exenta de controversia. Ariana Harwicz publicó “Matate, amor” en 2012, a la que le siguieron “La débil mental” y “Precoz”, una especie de trilogía involuntaria sobre la maternidad que en 2019 vería un punto aparte con “Degenerado” (Editorial Anagrama).
Mientras creaba esta especie de thrillers campestres –como los promociona su editorial en España Lengua de Trapo—la autora fue recolectando tuits, correspondencias, reflexiones y apuntes varios sobre su forma de ver la industria, lo político y lo social. Recolectar aquellos puntos de vista devino en “El ruido de una época” (Animal de Invierno, 2023), libro de Harwicz que motiva esta entrevista y que, según nos dice, “no es para estar de acuerdo sino para tratar de pensar juntos la época”.
Por si fuera poco, la escritora, que ha colaborado en revistas de prestigio como Letras Libres, Granta, The New Yorker, Harpers, The Guardian y más, está a la espera de que “Matate, amor”, esa joya rara que lo inició todo, salte a la pantalla grande de la mano de “el gran narrador del cine” –como ella lo llama—Martin Scorsese. El oscarizado director compró los derechos de la obra, encargó la dirección a la escocesa Lynne Ramsay y el rol protagónico a Jennifer Lawrence. Si bien Ariana no ha sido parte de la elaboración del guion, se mantiene expectante de ver en qué se convierte esa historia que, una docena de años atrás, surgió para cambiar su destino.
Días antes de la publicación de esta entrevista, Harwicz presentó en España su más reciente novela, “Perder el juicio” (Anagrama 2024), sobre una madre que busca recuperar la custodia de sus hijos. Luego de esto, la argentina no descarta probar suerte con un libro de cuentos, género que le interesa de sobremanera.
“Siempre estoy trabajando en traducciones, leyendo y tal vez más adelante deje de escribir novelas y me lance a la escritura de escribir relatos breves. Me parece que la escritura también es hallar nuevas formas, y en estas surge un nuevo texto. Entonces, ir a ver ese misterio que yo nunca escribí me interesa. Me da ganas de ver cómo es escribir cuentos”, concluye.
¿Te parece muy forzado intentar vincular este libro con tu trilogía? No sé, la posibilidad de verlo como una explicación a tu manera de escritura, sin cadenas, sin responder a gustos específicos de los lectores, siguiendo solo tus creencias como autora. ¿Lo podemos ver así?
Puede resultar interesante meter a dialogar este libro de no ficción junto a las otras tres novelas, que en realidad son cuatro, junto a “Degenerado” (Anagrama, 2019). Es un lindo ejercicio que puede funcionar. De hecho, “El ruido de una época” son citas, artículos, observaciones, tuits, correspondencias, que se fueron gestando mientras escribía las novelas, así que forzosamente hay una relación, porque las cosas que observaba, aquello que me molestaba del campo literario, de esta época, todas mis observaciones sobre qué es y qué no es escribir, o sobre qué es buscar la música en la escritura, se fueron dando a la par de la creación de todos esos libros.
¿Este particular fastidio o incomodidad tuya hacia las etiquetas literarias es algo que surge en el último tiempo o lo recuerdas desde tus inicios?
Supongo que desde los inicios. El empezar a ver y a pensar el campo literario, pero no solo ese, sino el arte, el cine, la pintura, y el campo político también; finalmente, (el) pensar tu época es pensarte como sujeto político. Antes me ocurría, pero no desde adentro de la literatura. En sí, “El ruido de una época” son observaciones y tomas de posición que fueron surgiendo a lo largo de una década de escritura. Y a medida que fueron cambiando la política, las premisas, la relación del arte con la política, y con la ideología, pues todo cambió. Pasaron muchas cosas en el medio. Cuando escribí “Matate amor” no existían movimientos como Ni Una Menos. El feminismo actual estaba en otra posición, el antisemitismo también. Aunque fuera poco tiempo, políticamente es mucho, porque se agudizan las cosas.
¿A qué te refieres cuando dices que uno de los dos principales enemigos del escritor es la profesionalización?
No tengo nada en contra de los escritores profesionales, pero me parece que antes, los escritores que hacían libros netamente comerciales, para un público cautivo desde el punto de vista del marketing, como un producto hecho para vender y lograr ganancias, etc., se los llamaba bestsellers, y eran como un género, una institución en sí misma. Sin embargo, hoy la inversión es que muchas veces se trata de hacer pasar esto como literatura, como si fuese lo mismo tener una búsqueda literaria o una del marketing. A eso me refiero, cuando se profesionaliza la escritura en ese sentido… y se calcula: ¿qué voy a escribir que me pueda generar muchas traducciones, ediciones y contratos? ¿Qué me conviene hacer para que me pongan el rótulo de feminista o de vanguardista? A esa especulación yo no la llamaría arte sino ser profesional.
Hablas del “problema del furor de la deconstrucción”. ¿Para ti lo que está mal es que se ‘obliga’ desde espacios como, por ejemplo, los campus universitarios, a deconstruirnos?
El truco es que te hacen pasar una imposición ideológica por una libertad ideológica. Parece ser algo muy simple, binario, burdo, vulgar o evidente, pero no. Cualquier ideología totalitaria es muy burda, evidente y funciona. ¿Por qué? Se necesitarían psiquiatras, sociólogos y filósofos, que los hay, y los estoy intentando leer para entender por qué el ser humano una y otra vez elige la sumisión. En el siglo XXI de una manera, en el XX de otra, en el XVIII de otra, con formas ideológicas políticas distintas elige no ser libre. Ahora, lo de los campus universitarios, no solo norteamericanos sino también en otros lados, es una forma de lavado de cerebro. Al principio podíamos creer en eso, por lo menos yo, porque es una buena tentativa, ‘el siglo de la diversidad sexual’, poner en la luz un montón de minorías y elecciones sexuales que antes estaban ocultas, por supuesto, demonizadas, tratadas como enfermedades, podía ser interesante. Pero luego eso se vuelve un movimiento totalitario, que impone su ideología a otros, que se trata como norma, y también se vuelve moda, porque siempre la juventud va ligada a un cierto fanatismo y moda. Pero, bueno, es muy común que una idea que surge de una manera muy legítima luego cambia. No sé, como la Revolución Cubana, que luego se volvió totalitaria. Hay movimientos que comenzaron siendo liberadores, democráticos, por la libertad humana y el libre albedrío, y luego se van hacia la dictadura. Ahí habría que ‘cortar la cabeza’ para que no llegue a la dictadura. Lamentablemente, eso ha pasado también con otras ideas.
¿Vivir en el campo y dejar tu país es una decisión vinculada con tu deseo de ser reservada al momento de escribir? ¿Precisas de esta especie de exilio, o el motivo es otro?
Al principio pensé que iba a vivir en una ciudad. De hecho, hice los estudios en París, una ciudad grande y capital. No estaba en mis planes venir a un paisaje escondido, alejado y solitario, como es el campo. Y después la escritura me trajo acá, no la vida. Vine al campo porque me puse un ultimátum a mí misma. Eso suele ser muy común en los escritores, esa especie de chantajes, de cosas neuróticas, de darse un ultimátum. Me dije: si no escribo acá, no escribo en ningún lado. Porque acá no tenía la excusa del ruido, ni de la falta de espacio o tiempo. Entonces fue como quien se da tres semanas de vida y, al parecer, pude escribir. Y entonces me quedé. Uno tiene que ir donde puede escribir. Algunas personas pueden escribir en cualquier lado, pero yo no. Y como me di cuenta que este era el lugar donde iba a escribir, me quedé.
¿Vivir en el campo está ligado también a desconectarse de fuentes como las películas, series o Podcast? ¿Te interesa esos espacios o prefieres mantenerte lejos?
El hecho de estar en un paisaje aislado, donde no hay mucha gente, donde no ves a casi nadie –por no decir nadie—hace que, si encuentras una película interesante, la ves. Antes el campo, cuando no existía tanta tecnología, era realmente los libros y nada más. Era otro campo, otro momento histórico, otra manera de habitar el silencio. Y ahora no, entonces, si encuentro algo interesante, lo veo. Para quienes escribimos, todo, hasta lo más inconcebible, entra en la escritura.
Se habla tanto de revisionismo y pienso en si los dibujos animados que vi de chico estaban mal concebidos o no. ¿Se ha exagerado un poco en este discurso?
Toda esa ideología, ese movimiento que estás citando, por ejemplo, esta idea de hacer revisionismo histórico con los cuadros, revistas, películas, libros para niños y dibujos animados, a mí me parece un movimiento muy depravado, porque le exige una moral al arte, pero no a la vida. O sea, ellos son capaces de estar de acuerdo con criminales, con asesinos, con terroristas, con personas que cortan cabezas de mujeres, que ejecutan homosexuales, que queman vivas personas por su credo o religión, con eso no tienen problema, pero miran un cuadro y dicen: ¡qué horror, en ese cuadro hay incesto! O sino, ¡Esa obra cosifica a la mujer, es misógina! O se cuestiona que “en el pasado los heterosexuales dirigían todas las películas”. Todo eso me parece un movimiento muy hipócrita, que busca la purificación en el arte, cuando es el único lugar donde no tendría que haber purificación, sino toda la libertad. Porque justamente el arte es mentira, el ejercicio de lo que no es real. En la vida no se puede violar, ¿pero en el arte por qué no? Ellos quieren prohibir la violación en el arte y dejar que se viole en la vida. Eso me parece insano, que además busca la destrucción del arte, porque bajo ese criterio habría que quemar toda la historia del arte. Hacia atrás, toda.
Te pasó una vez que tras darle una entrevista a un periodista alemán este te dijo: “pensé que eras más perversa”. ¿Crees que tus novelas, el tenor de sus tramas, te genera un aura que puede resultar errada?
Eso lo puse en el libro como una gracia, pero sí. Si una autora escribe novelas negras, pues debe ser una perversa, una maníaca, o una obsesiva sexual, pero la mayoría de las veces no es así. En mi caso, justamente hago en el arte lo que yo no soy. No tiene sentido hacer una copia. El arte no es una copia de la vida, es una escenificación, es exacerbar la vida, llevarla al extremo. Y sí, me ha pasado mucho, que piensan que no corresponde mi imagen con la de mi obra. Pero a mí me gusta que suceda eso.
A propósito del revisionismo y de lo que adviertes en tu libro como “fin del arte”, últimamente han surgido pequeños ‘nichos’ de rebeldía, donde se rechazan las ‘cancelaciones’, se permite hablar (casi) de todo, se defiende la presunción de inocencia, con personajes como Dave Chapelle o Ricky Gervais. ¿Qué te genera la existencia de factores y espacios de este tipo?
Para mí hay que distinguir si se cancela la obra o si se cancela a alguien por un acto criminal. A mí no me importa si filmó una película, 20, o si ganó un Nobel. Si la persona violó o mató a alguien, pues debe ir a un calabozo. Lo que me parece insólito de esta época es este afán de ‘llevar a Siberia’, de arruinar la vida de la gente con falsas denuncias o con la idea de que el autor es lo mismo que su obra. Para mí, apoyan a criminales y acusan a gente que escribe sobre criminales. Hay una inversión ahí de la lógica. Y me parece bien que surjan grupos contrarios a esa ideología, porque ese es el movimiento político. Surgen los nacionalistas y luego los anti patria.
Cierras tu libro con “pensaba en el momento en que descubrí que podía escribir. Fue en la casa de una señora en el campo, al borde del río. Había un piano y discos de Glen Gould. Lo escuché por primera vez cantando e interrumpiendo la ‘Partita N.2’. Glen Gould deja de tocar, se pone de pie, va hacia la ventana, luego vuelve al piano y nunca pierde el ritmo, como si tuviera un metrónomo incorporado. Estoy segura de que eso –ese silencio de las manos suspendidas sobre las teclas—es escribir”. ¿Fue tan así como empezó todo para ti?
Totalmente, fue así. No hay nada inventado o agregado para embellecer, lo cual también podría ser legítimo. Fui una tarde a la casa de una mujer que ni conocía, la madre de alguien, al borde de un río, y había un piano. Yo no conocía a Glen Gould y había allí CDs y cassetts suyos. Lo escuché y juro que en ese momento me cambió la vida. Luego empezó todo el periplo para saber quién era, para verlo tocar. Y con sus sonatas escribí todos mis libros, aunque claro que alternando con otros pianistas. Fue él quien me llevó a la escritura, y ahora lo hago en una casa bastante similar. Existen videos suyos, en los que está como tocando el piano, se levanta, piensa, vuelve, habla. Tal como un escritor. Es muy lindo pensar en todo eso.
Pero además de música, en tu libro hay pintores, y obras… ¿dirías que el arte te ha acompañado a lo largo de tu carrera de escritora?
Sí, el arte me acompañó todo este tiempo. Yo estudié cine, luego teatro, arte, filosofía, fotografía. Literatura fue realmente lo último y acá en Francia. Fui pasando por todas las artes y creo que mis libros están hechos de ese paseo, de ese ir por todas las artes. No llegué a la escritura de un libro por la literatura, sino luego de un paseo por varias artes.
“MATATE AMOR” AL CINE, DE LA MANO DE UN GRANDE
Venimos de una larga huelga de varios integrantes del eslabón de la industria de Hollywood, y eso retrasó todo, pero, ¿qué te generó que un director como Martin Scorsese se haya interesado, y que luego haya comprado los derechos, de tu novela “Matate Amor”?
Creo que sí se hará el proyecto, porque están los contratos firmados. Sé que tarda mucho tiempo. He firmado todos los contratos en pandemia, y es todo muy lento, pero, bueno, también así descubro y aprendo cómo es la industria, hacer una película, Hollywood, etc. Sé que fue Scorsese quien leyó las novelas, el que las eligió. Compraron las tres novelas (junto a «La débil mental» y «Precoz»). No sé si las adapten todas. “Matate amor” seguro que sí. Y, bueno, la gran felicidad es que ‘el más grande’ haya dicho ‘quiero este libro’. Trato de no pensar mucho en lo que puede venir después para no ponerme ansiosa, porque no depende de mí. Escribo libros para que todo dependa de mí. Hago lo que quiero, escribo lo que quiero, controlo todo lo que pongo. No me obligan a escribir ni una coma, manejo los tiempos, cuándo empiezo, cuándo termino, y esto (de la adaptación) depende de otros. Hay que esperar, tener paciencia e intentar controlar la ansiedad.
¿Conocías la obra de Scorsese antes de que adquiera los derechos para tus novelas o fue después?
Bueno, ¡es Martin Scorsese! Además, yo estudié 10 años cine y no sé si he visto absolutamente todas sus películas, pero casi. Es como un ‘padre’, como el aliado, el admirado. Cuando uno crece están siempre los cuadros de quienes te acompañan y él está ahí. Es el gran narrador del cine.
Aunque no es la primera vez que algo tuyo se adapta. Las novelas de tu trilogía han ido al teatro. ¿Interviniste en algún proceso?
Hice la adaptación junto con las actrices en el caso de “Matate amor”, en “La débil mental” y en “Precoz” también participé mucho en los procesos. Así que siempre me siento muy involucrada. Comparto con la directora, con la puesta, estoy muy presente y colaboro. Aunque los textos no se modificaron mucho, sino que fueron moldeados, acortados. Es un proceso muy orgánico, como que los libros se convierten fácilmente en obras de teatro.
¿Recuerdas dos películas que te hayan marcado la vida como espectadora?
Siempre digo las mismas, pero soy muy ‘rusa’ en la elección. Me gusta “Ven y mira” de Elem Klímov. Es una película bielorrusa de 1985. Y también quiero mencionar toda la obra de Andréi Tarkovski, que tiene siete u ocho películas que me cambiaron la vida. Él y Glen Gould son como mis dos admirados en el piano y en el cine, respectivamente.