Una novela con personajes y hechos reales. Así resume Hugo Coya (Lima, 1960) “El espía continental” (Planeta, 2024), su más reciente obra. Se trata de la segunda de este tipo luego de “El último en la torre” (2022), y en la que, curiosamente, el autor aborda a otro personaje con el mismo apellido y los mismos orígenes. Primero Ludovico y ahora Jacobo. Los hermanos Hurwitz, portadores de fascinantes, aunque mayormente desconocidas historias personales que el escritor, periodista y productor ha querido poner ante los reflectores.
Fue mientras indagaba para “El último en la torre” que la sobrina de Ludovico lo sorprendió con un “por si acaso, la historia de mi padre también es muy interesante”. Coya reconoce que la natural reticencia que tienen los periodistas cuando alguien les dice que tiene “una gran historia” entre manos lo hizo dudar, pero tras pedirle a Ana Hurwitz algunos datos, pronto descubriría lo que tenía al frente. “Me mostró recortes, fotos, y sentí que el tema merecía un acercamiento mayor. Ese fue el detonante de la investigación que devino en este nuevo libro”, confiesa.
De aquella charla con la hija de Jacobo Hurwitz pasaron cuatro años. En el medio, el también autor de “Polvo en el viento”, “Estación final”, “Los secretos de Elvira” y otros éxitos editoriales más, realizó una exhaustiva investigación –dentro y fuera del Perú– para conseguir la mayor cantidad de detalles en torno a la vida de este espía, político e intelectual nutrido con las ideas de Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, y cercano a figuras como Frida Kahlo y José Revueltas.
Muchos de los archivos vinculados a este hombre de las mil caras se encuentran en México, lugar donde ocurre parte importante de la novela. “Es un país maravilloso con respecto a la conservación de su historia y memoria. Hay documentos, fotos, y todos los registros que permiten a cualquier investigador reconstruir con mayor o menor precisión acontecimientos de un siglo atrás”, reconoce el escritor antes de esta entrevista sobre «El espía continental«, en esencia, un thriller político, pero también un recorrido a ratos vibrante por algunos de los momentos clave para la región latinoamericana durante el siglo XX.
–Siendo un periodista devenido hoy en novelista, ¿te cuesta más el proceso de investigación de datos reales, o el añadido de ficción con el que acompañas la historia?
Todavía me cuesta algo más lo último. Esta es mi segunda novela, y la llamo así porque si bien el 95% de los hechos narrados son reales, siempre hay unas licencias y libertades que se tienen que tomar. Aunque, en mi caso las he tomado no porque los hechos necesariamente sean inventados, sino porque no tuve una segunda corroboración. Por ejemplo, hallé un documento, pero no había una segunda fuente que me diga ‘ocurrió exactamente así’. Así que, para ser transparente con el lector, preferí dejar claro que hay algunas (pocas) cosas sobre las cuales no tengo total certeza.
–¿Te planteaste develar el misterio sobre si Hurwitz participó o no en el atentado al expresidente mexicano Pascual Ortiz Rubio en 1930, o contar la increíble vida de este espía peruano?
Quería contar la historia de Jacobo, pero era necesario tener un hilo conductor, y ahí me pareció interesante que el personaje haya sido involucrado en el intento de asesinato a un presidente de México, un hecho que era desconocido incluso para su propia familia. Ellos, tras leer mi libro, me dijeron que se habían sorprendido no solo con respecto a eso sino también por otros hechos que narro, como su viaje a El Salvador, sus vínculos con Willi Münzenberg, su recorrido por Moscú, y sus demás reuniones, etc., porque lógicamente una persona con su perfil, y que trabajaba con bajo perfil para no ser tan evidente, no podía ir compartiéndole detalles de su vida a la familia.
–Queda claro en la novela eso, precisamente, que Jacobo evita contarles su verdad a muchos, por no decir a casi todos, incluso a José Revueltas, con quien comparte prisión en México…
Sí, fue una persona absolutamente convencida de lo que estaba haciendo. No es que cumple pequeños encargos, sino que creía en lo que hacía, era coherente con la línea política que abrazó.
–¿Qué crees que llevaba a Jacobo y a distintas otras personas a liderar esta especie de ‘cruzada liberadora’ de la región? Hablamos, claro, de un mundo completamente distinto…
Hay que entender a personas como Hurwitz en el contexto político, social y económica en el que se movieron. Hay una lucha de la Revolución Rusa por afianzarse en el poder no solo en Moscú, sino también por extender el socialismo, el comunismo, hacia otras regiones y países. En medio de todo eso surgen personas que se convencen de que exportar la revolución, traerla a América Latina, iba a cambiar las condiciones de injusticia social y desigualdad. Jacobo estaba convencido y se decide con todas sus fuerzas a promoverlo. Es un ferviente partidario de la línea moscovita y confía en que esto mejorará las condiciones de vida de millones de latinoamericanos, especialmente de mexicanos y peruanos, que son los países donde él se movió más.
–La novela presenta múltiples saltos temporales y en algunos de estos tocas la infancia de Jacobo, mostrando momentos en los que, por ejemplo, este les pregunta a sus padres: ¿por qué nos persiguen? ¿Dirías que haber sido parte de una minoría influyó en lo que se convertiría después?
Ser parte de una minoría discriminada, ser ‘el diferente’, hace –no en todos los casos, pero sí en muchos—que tú reacciones o intentes cambiar el estado de las cosas. Si siento que la sociedad no está siendo justa conmigo, que me maltrata o discrimina, entonces yo buscaré cambiar las cosas. De alguna manera eso gatilla el pensamiento de Hurwitz, y ayuda a explicar por qué él tan fervientemente se une a esta causa para tratar de modificarlo todo.
–“El espía continental” tiene también grandes personajes secundarios, peruanos y extranjeros. ¿Cuál de los vínculos crees que marcó más a Jacobo, el que tuvo con Haya de la Torre o con José Carlos Mariátegui?
Hay dos paradojas vinculadas a Haya y Mariátegui con Hurwitz. La primera tiene que ver con el hecho de que Jacobo, al desistir de postular a presidir la Federación de Estudiantes de la Universidad, permite a Haya de la Torre de alguna manera iniciar su carrera política. Hay que recordar que en ese momento el grupo germinal de lo que después se convirtió en el Partido Aprista Peruano era virtualmente de izquierda, socialistas. Es más, el gobierno y la prensa los llamaba comunistas, radicales, etc. Y la segunda, para mí la más importante, es este vínculo tan estrecho entre Hurwitz y Mariátegui, tanto que incluso este se muda para vivir cerca de la casa de José Carlos. Le escribe cartas, siente que él está a su lado, a pesar de la diferencia de edades, de esta relación que era más de ‘pupilo y maestro’. Entonces, el pensamiento mariateguista influye decisivamente en Jacobo, quien pensó que muchas de estas ideas debían ser aplicadas.
–Seguramente resulta tentador salpicar una novela como esta con muchos hechos históricos, como el rompimiento del APRA con el comunismo, que aparece. ¿Cómo controlaste la tentación de no expandirte en un tema como este no y terminar con un libro de 600 páginas?
Ahí ayudaron los editores de Planeta, pero también quisiera mencionar a una persona que me ayudó mucho en mis primeros años como periodista: Pedro Planas. Él era un comunicador, luego abogado, pero sobre todo un gran experto en los primeros años de Haya de la Torre. Entonces, recuerdo que solíamos tener largas conversaciones sobre todo este periodo histórico. Tanto así que Pedro escribió un libro titulado «Mito y realidad. Haya de la Torre (orígenes del APRA)«. Eso me ayudó mucho también a tratar de calibrar, de no llevar mi novela al extremo, sino buscar entender, y sobre todo propiciar que el lector entienda. Porque este no es un libro sobre el debate ideológico entre Haya y Mariátegui, sino sobre la historia de Jacobo Hurwitz, y el foco está ahí. Aunque era necesario, para entender su cambio de posición, su ruptura con la etapa germinal del APRA, explicar al lector por qué. Sino solo tendríamos que decir que era un tipo intempestivo, y que actuaba según cómo se levantaba. Pero ese no era el caso. Hubo toda una ruptura ideológica y eso es lo que he tratado de dejar en claro en mi libro.
–No hablamos del primer espía que va dejando amores por los países que recorre. ¿Ese lado casi de ‘gigoló’ que tenía el personaje crees que termina un poco por humanizarlo?
Hurwitz era una persona extraordinariamente radiante, sumamente atractiva y con un gran éxito con las mujeres. No fue una persona que pase desapercibida. Primero, por su aspecto físico, pero sobre todo por sus grandes dotes intelectuales, sus refinadas maneras y modos. Y no solo buscaba la conquista política, sino también otros tipos de conquistas. Como es lógico, en todo este periodo largo, y él además no estaba casado, era una persona joven, con todas las posibilidades de tener todas las relaciones del caso. Entonces, creo que además hubo muchas más relaciones de las que yo he podido establecer, sin embargo, las que pude constatar fueron muy importantes, sobre todo porque desencadenaron una serie de hechos que luego lo conducen a determinadas circunstancias, problemas o inclusive soluciones en otros casos.
–La novela transcurre en gran parte en México. ¿Ves posible ensayar algún tipo de comparación entre los fenómenos políticos ocurridos entre ese país y el Perú a lo largo del siglo XX?
Es un poco complicado comparar la historia mexicana y la peruana en dicho periodo, por una razón muy simple: la Revolución Mexicana, que fue un parteaguas muy importante para ellos. Eran un país latifundista, aristócrata, donde un grupo muy pequeño tenía el control del poder, y de pronto los campesinos entraron a tallar. Cambiaron además las relaciones con la Iglesia Católica, que no se puede comparar necesariamente con la nuestra. Aunque, por otro lado, también hay algunas similitudes entre peruanos y mexicanos –y lo menciono en la novela—que permiten que alguien como Jacobo Hurwitz, siendo peruano, y habiendo vivido los primeros años de su juventud en Perú, luego se mude a México y pueda insertarse en su política para participar activamente. Primero, por esta vocación que tienen los mexicanos de abrazar al perseguido, al necesitado. Hemos sido testigos a lo largo de la historia de cómo los mexicanos, con su gran sensibilidad y solidaridad, han acogido a perseguidos de la Guerra Civil Española, a desterrados de diferentes dictaduras latinoamericanas y de otros países, lo cual ha permitido que México sea un país tan grande. Asimismo, también sobre las coincidencias, podemos hablar de factores como por ejemplo la corrupción. Tras la Revolución se estableció el régimen de largo tiempo del PRI, que era primo hermano del APRA, sino su hermano. Entonces, si bien México es un país más grande y con mayor población, las similitudes también son innegables.
–José Revueltas también es clave en tu libro. ¿Crees que finalmente este personaje terminó siendo más conocido por su literatura que por su activismo político?
Revueltas es un escritor muy importante en el México del siglo XX. Y justamente mi novela inicia con un José muy joven encarcelado, que coincide con Jacobo Hurwitz en este penal de las Islas Marías, muy similar a El Frontón en Perú. Coinciden, pues, y Revueltas quería ser escritor. Comienza entonces a bosquejar un libro que a la postre sería uno de los más importantes que nos ha entregado la literatura mexicana en el siglo XX: “Los muros del agua”. Entonces, las primeras líneas se piensan ahí en la cárcel. Porque los muros del agua son estas islas lejanas del México continental, y (se cuenta) cómo están alejados, aislados. Posteriormente, Revueltas, con su carrera literaria y su pensamiento que, de alguna manera, surge de su propia historia familiar, pero también de este contacto con Hurwitz, se convierte en este escritor y activista que inspira un movimiento clave en México: las protestas estudiantes de 1968 y que desatan una represión terrible, la famosa Masacre de Tlatelolco.
–¿Que Jacobo se haya convertido en el ‘Hombre de las mil caras’ habla más de su astucia para escurrirse o de lo rústico que eran los sistemas de seguridad en Latinoamérica y algunos otros países?
Ambas cosas, me parece. Sistemas de seguridad muy permeables. Hay que recordar que los documentos de esa época se hacían a mano. Así que bastaba con sentarte y sacar una buena letra. Por otro lado, estaba la gran capacidad camaleónica de Jacobo Hurwitz. Él era una persona intelectualmente superior, además, hablaba varios idiomas, lo cual le permitía hacerse pasar por muchas personas. Eso lo ayudó a llevar con éxito varias de sus misiones.
–Muchos de estos personajes que en algún momento se sintieron llamados a ‘liberar’ una región del ‘imperialismo’ terminaron con un desenlace triste, solitario o infructuoso. De algunos ni siquiera hay información en Google. ¿Cuál dirías que es la gran lección que te ha dejado indagar por tanto tiempo a alguien como Jacobo Hurwitz?
Algo que es una constante en la mayoría de mis libros es el intento por rescatar a peruanos que hayan participado en hechos relevante de la historia, con H mayúscula. Y yo creo que Jacobo no ha recibido toda la atención que merecería. Como dices, si vas a Google a buscar información sobre Hurwitz hay apenas dos o tres referencias. Sin embargo, en mis investigaciones descubrí que había mucho más que merecería ser contado acerca de él, y sobre las cosas que intentó hacer. Y esto independientemente de su posición política, ideológica. Tu puedes discrepar, o ser anticomunista, pero que este señor intentó cambiar el mundo, y fue coherente con su pensamiento hasta los últimos días de su vida, me parece algo relevante de contar.