Diablos ilustrados por Pancho Fierro acompañan la portada de “Contra dicciones”, el libro que Luis Jochamowitz (Lima, 1953) presentará este jueves 11 de julio a las 7 p.m. en El Virrey. El reconocido cronista y escritor agrupa en siete capítulos algunas de las piezas más originales escritas en su dilatada trayectoria.
Terribles incendios, maquiavélicos destripadores y pobres bestias dan vueltas en la cabeza del autor de aquel éxito editorial titulado “Ciudadano Fujimori” que, felizmente, tiene muchas más obras para buscar en librerías peruanas. Desde este libro hasta, “Papeles fantasma”, pasando por el impoluto “El descuartizador del hotel Comercio”, entre otras.
Jochamowitz, co-ganador en 2022 del Premio Nacional de Literatura en la categoría No Ficción por su libro “Días contados”, responde a continuación algunas preguntas sobre “Contra dicciones”, un suculento muestrario de su selecta imaginación. También repasa su faceta de lector, iniciada en un internado al que fue ingresado en la secundaria en Huancayo, la ocasión en que pudo estar bajo un mismo techo junto al mítico Jorge Luis Borges, y mucho más.
En esta nueva versión de “Contra dicciones”, uno de sus personajes, Mónica Pontevedra, se casa con una iguana…
¿Has visto la cantidad de matrimonios fallidos que hay? Quizás de diez matrimonios, siete son fallidos. Por malas decisiones o por errores de las partes. Y en la historia no se dan cuenta que la pareja era una iguana.
En Japón ya se alquilan ‘familias’ para gente que se siente sola. No estamos tan lejos de casarnos con iguanas…
Quizás con iguanas pagadas y profesionales (risas).
En el relato “Un realista”, dice usted: “después de los funerales de ciertos escritores, sus obras comienzan a adquirir una apariencia airada y alarmante, como la que flota sobre una casa donde se ha cometido un famoso crimen, o la habitación de un trágico suicidio”. ¿Le gustaría que su obra tenga esa misma apariencia airada luego de su muerte?
Bueno, cuando uno muere ya no le importa nada. ¿Qué sentido tiene la posteridad si ya no estás? Pero, para alguien que ha gozado en vida la gloria, ¿qué ocurre cuando desaparece y su obra comienza a parecer airada? Airada por decir molesta, violenta. Porque esa palabra viene de la ira.
En otro relato, un nadador muere antes de campeonar un certamen. Y se cuestiona si el personaje va a terminar en la historia o en las hemerotecas. ¿Dónde le gustaría terminar a usted?
Esa historia que mencionas es real. No recuerdo si ocurrió en Franco o en la India. Es una carrera infinita y al final el que iba ganando le da un infarto y muere. En todo caso, respecto a tu pregunta, la hemeroteca sería un estado previo a la historia, o sea, se supone que los periódicos son la historia del mundo, solo que, registrada en las últimas 24 horas, mientras que los libros registran años, décadas, siglos o milenios.
Como plantea en sus relatos, ¿le atrae más la idea de una lápida de yeso o una de papel?
Una de papel. Con poner nuestro propio epitafio. Eso sería quizás más interesante que escribir nuestro testamento. ‘Aquí yace…’ es como, mira, defínete: ¿quién yace acá? ¿Quién eres tú? ¿Qué le dirás al resto del mundo?
Aunque ya nada sorprendería en estos tiempos, ¿el personaje de Eptocles existió?
Es todo mentira.
Su historia es como una oda a la defecación…
Lo es, claro que sí.
¿Cómo surge este personaje tan importante? Pero importante por defecar…
Ese es un texto dedicado al acto más trivial, a un acto diario, si tenemos buen estómago, claro, y, sin embargo, oculto. No lo tratamos porque nos da vergüenza. Como en “La secta del Fénix”, el cuento de Jorge Luis Borges. Ahí nadie sabe cuál es la secta, pero los teóricos dicen que es la masturbación: algo que todo el mundo hace, pero nadie lo reconoce, porque si admites te llenas de infamia. No puedes decir: ‘yo me masturbo’. Jamás. Y, sin embargo, es algo que hacen probablemente el 99% de las personas.
Bueno, y defecar no deja de ser un acto vital…
Lo es. Si no defecas te mueres.
Me ha mencionado a Borges y en el penúltimo capítulo de su libro hay un relato de una visita del argentino a Lima. ¿Ocurrió tan así?
A Borges lo vi cuando vino a la Católica. Estaba un poco cambiado, no lo recuerdo muy bien. Estaba tan rodeado de profesores que casi no se podía hablar con él. Eran más teóricos de la literatura, porque los verdaderos literatos estábamos aplastados entre el público. No podíamos creer que ahí estaba el mítico Jorge Luis, a 20 metros, con su mirada de ciego, y su timidez. Y a su lado, había un militar argentino.
¿Se considera un fanático de la literatura de Borges?
Fanático es una palabra que no me gusta mucho.
¿Seguidor?
Siempre que he podido lo he leído.
Es un ícono de la literatura en español, pero además un hombre que tuvo siempre claras sus ideas políticas. Era anti peronista, y eso le costó mucho en su país.
Eso es difícil de entender. ¿Por qué ese odio a Perón? ¿Por algo clasista? Claro, después, metió presa a su mamá, y a su hermana. Ahí era algo personal. Pero a él (Borges) no. A él lo despidieron de un carguito que tenía en una biblioteca. Y lo nombraron inspector de aves y conejos. Parece un chiste ‘borgiano’, pero es verdad.
¿Considera que lo correcto es separar el pensamiento político de un autor de su obra?
El pensamiento político cambia. Puedes equivocarte. No es la parte central de lo que eres. Refleja algo de tu alma, o de qué lado está tu corazón, a la derecha o a la izquierda. Pero es algo muy relativo.
En dicho relato sobre Borges, el narrador cuenta que, de un momento a otro, todos voltean a verlo, como si este fuera un advenedizo. ¿Le ocurrió algo parecido a usted?
Esa parte es ficción, pero refleja mi sentimiento hacia la universidad. Siempre me sentí ajeno a la academia. Me sentí un advenedizo. Nunca fui un académico. Y estar rodeado de tantos profesores, me hizo sentir así.
A propósito del relato “Grandes lectores”. ¿Cómo se define como lector?
Bueno, los grandes lectores de aquel relato tienen lesiones cerebrales. Porque dedicarte a leer, infatigablemente, hora tras hora, solo lo puedes hacer si tienes algún tipo de patología. No por amor a la lectura.
Uno de sus personajes leyó toda la letra L de una biblioteca pública estadounidense. Inconcebible…
(Risas) sí. No sé quién decía ‘he escrito este libro y me ha costado mucho esfuerzo’, pero luego todo se lee en 20 minutos. Es algo que no tiene sentido. Debería haber una correspondencia entre escribir y leer. Pero mi historia como lector no es nada especial. Surgió porque me enviaron a un internado, y supongo que estar ahí es algo tan horrible como una cárcel. Pero fue ahí que descubrí que la lectura me liberaba del infierno de estar interno. Recuerdo que no me dejaban leer a oscuras, y forraba mis libros de azul, para que creyeran que estaba leyendo libros de texto.
¿Qué primeras lecturas recuerda de esa época en el internado?
Por ejemplo, una lectura que me resultó inolvidable fue “Oliver Twist” de Charles Dickens. El niño de esa historia está en un reformatorio, pero yo lo transformé en un internado. Yo era Oliver Twist, porque eso es lo fantástico de la lectura: tú te conviertes en personaje de un libro. Es más, este internado estaba en Huancayo, pero yo luego soñaba y para mí Londres era como Huancayo.
¿Qué edad tenía en ese entonces?
Debe haber sido antes de pasar por el tercero de media.
¿Y luego con los años cómo fueron cambiando sus lecturas?
Perdí, como seguramente pasa con muchos, la ‘lectura de vida o muerte’, que es la que haces cuando eres más chico. Por eso tener libros en casa es tan importante. Recuerdo que a José Manuel Lara Hernández, fundador de Planeta, le preguntaron una vez: ¿por qué publicas tantos libros si la gente no lee? Y él respondió: “No es para que la gente lea, sino para que la gente tenga un libro en su casa, y no haya una sola casa donde no haya libros”. Esa es la gran diferencia. Si en tu casa hay, aunque sea un libro, tarde o temprano, vas a abrirlo. Tal vez cuando tus padres no estén, o cuando nadie te vea. Lo leerás, y el libro quién sabe te cambie la vida. Los libros no molestan, a veces guardan polvo, pero son silenciosos, y pueden durarte años. Un libro no molesta, no se pudre, no huele mal. Es un objeto mágico. Es un pedazo de madera, porque el papel está hecho de madera, en donde están los pensamientos de alguien que ya murió. Así puedes oír a San Martín, a Cristo, a Poncio Pilatos, o a quien quieras dependiendo del tamaño de tu biblioteca.
Pasando eso a su producción bibliográfica. Que un libro como “Ciudadano Fujimori” sea tan referenciado, que haya sido recomendado por miles de profesores de periodismo durante años, pero que a la vez su proporción en réplicas piratas sea tal vez de 10 a 1, ¿qué le genera?
En una época eso me gustaba. Pensaba, bueno, pues, estoy perdiendo plata, pero en realidad yo no escribí ese libro por plata. Lo hice para comunicar algo. El pirata tiene, al menos, esa ventaja: te acerca al lector. Pero después, con el tiempo, ya piensas que son tonterías, que está mal. Sobre todo, pensando en el editor, que puso su dinero y lo están estafando. Porque finalmente el autor tiene la recompensa de que alguien lo está leyendo, pero el editor no. Para un autor es muy reconfortante que alguien lo lea, es como estar solo y de pronto que alguien te visite.
Volviendo a “Contra dicciones”, hay un capítulo dedicado casi enteramente a los incendios. ¿Qué le llama la atención de tragedias de este tipo?
A propósito del relato “Diario del fuego”, dentro del capítulo que mencionas, en una época, por la avenida 28 de julio en Miraflores, comenzaron a haber incendios nocturnos. Se quemaban los jardines, que estaban rodeados de cipreses, y resultó que todo era un bombero pirómano, que fue finalmente atrapado. Pero durante un par de meses todo el mundo estuvo al tanto de ese fenómeno. Por otro lado, hay una serie de rasgos humanísimos alrededor del fuego. Por ejemplo, si alguien grita ‘fuego’, vamos a querer protegernos. Segundo, el fuego nos atrae la vista, casi nos hipnotiza. Aunque luego tratemos de buscar una manguera. Casi es un placer físico apagar el fuego, pero en realidad somos unos bomberos de quinta categoría.
Hay un relato titulado “Esperando al destripador”, que seguro tiene una inspiración en Jack, el destripador británico de la segunda mitad del siglo XIX. Hoy podríamos decir que hay una ‘escasez’ de destripadores. ¿Esto es porque está mejor la sociedad o porque hay medidas de seguridad que impiden cometer actos de este tipo?
Esa es otra noticia tomada de un periódico. Ese destripador se llamaba Peter Sutcliffe. Muchos años después leí algo sobre él, que ya estaba preso por años en una cárcel en Inglaterra. Me sorprendió encontrar a un destripador. En realidad, el destripamiento es una modalidad muy complicada. No así el descuartizamiento, que además tiene un sentido: cuando quieres desaparecer un cuerpo, lo cortas en pedazos. Pero, ¿para qué destripas?
Tienes que estar muy enfermo para hacerlo…
En “El descuartizador del hotel Comercio”, el descuartizador lo hace porque ha matado a una persona en el quinto piso y quiere escapar, entonces la única forma de hacerlo es meter el cuerpo en una maleta. Y eso solo lo puedes hacer si partes el cuerpo en varias partes.
A propósito de todo esto, son las series del streaming las que vienen abordando últimamente muchos casos de este tipo. ¿Tiene tiempo para ver programas así o prefiere solo leer?
Claro, las veo.
¿Coincide en que la imagen siempre estará un paso delante de la literatura, de las letras, de esa posibilidad de leer e imaginar por sí solo?
Es más poderosa la imaginación, pero es más fácil y provocativa la imagen. La imagen siempre hará todo más fácil. De ver, no de producir. Para escribir necesitas solo lápiz y papel. Pero llevar eso a la pantalla, requiere actores, locación, etc. Lo que el autor lo hizo con 10 soles, el director requiere 10 millones.
¿Recuerda en especial alguna serie o película vinculada a temas de este tipo que lo haya impactado?
“El estrangulador de Boston”. Era muy sórdida y fría esa película. Salí medio enfermo de verla. En mi caso, debo decir que comencé a escribir –sin darme cuenta—después de ir al cine. Había películas que me gustaban tanto que quería continuarlas en mi imaginación. Entonces, llegaba a mi casa y escribía una novelita o algo. Felizmente no ha quedado ninguna, quizás mi mamá las botó.
Hay otro relato titulado “El programa”, que parece un conjunto de piezas imaginadas por un creativo productor de televisión. A propósito de todo esto, ¿cómo ha sido su relación con la ‘caja boba’? ¿Le parece un objeto útil?
Tú, yo y muchos espectadores hemos crecido bajo la influencia de una televisión verdaderamente infame, la peruana. Aunque creo que en todo el mundo dicen que la televisión de su país es mala. Pero en el Perú no hay duda. Esa sección de mi libro titulada “Pantallas” es para imaginar algunos programas infames. Básicamente son programas concurso, que eran muy frecuentes cuando yo era chico. Te encerraban en una cabina y tenías 30 segundos para responder una pregunta. Yo tenía un amigo que concursó con Pablo de Madalengoitia, el gran animador de esa época. Le preguntaron sobre Cervantes. Y él era un experto en el tema, pero no ganó.
¿Diría que usted llegó a ser experto en algo? ¿Hubo temas que lo obsesionaron a lo largo de su vida?
No. Por temporadas tuve pasiones muy atrayentes, pero una sola, no.
Hay un capítulo titulado “Bestiario”. ¿Son los animales que dan vueltas en la mente de Luis Jochamowitz? Aparecen arañas, gatos, zancudos…
Ese episodio está basado en el libro de un escritor mexicano muy bueno, pero relativamente desconocido entre nosotros: Juan José Arreola. Es asombrosamente bueno. Por ejemplo, su cuento “El guardagujas”.
En su cuento hay perros que muestran los dientes, pero que al siguiente día vuelven a ser mansitos y piden comida…
(Risas) sí. Llegas de noche a tu casa y el perro te puede asaltar y hasta comerte. Es un carnívoro, una bestia. Pero no, en realidad es manso. Por eso el capítulo se titula “Pobre bestiario”. Jorge Luis Borges tiene un bestiario de animales fantásticos, en donde está la sirena y otros. Yo he preferido animales muy comunes, como la mosca, el gato y los pobres chanchos.
¿Le queda algo más por escribir?
He escrito muy poco, en parte por flojera, en parte por falta de imaginación.
Con “Días contados” ganó el Premio Nacional de Literatura. No era un libro precisamente pequeño.
Ese sí fue un momento especial, porque la pandemia fue tan horrorosa que si no me ponía a escribir me iba a enfermar. Creo que todos nos enfermamos un poco en la pandemia. Aunque más que eso, lo fue la cuarentena. Una locura.
¿Qué piensa hoy de Martín Vizcarra con todo este tiempo transcurrido? ¿Le parece el mismo personaje que usted investigó?
Ahora sabemos más de él. Creo que, como todos los presidentes peruanos de los últimos 50 años, tienen el mismo problema: son muy pequeños para el país. El Perú es mucho más grande y complicado. Y ellos no lo han podido entender. Algunos llegaron a extremos asombrosos de venderse por algunos miles de soles, o sea, por un sencillo cambian su lugar en la historia. Ellos no tenían ninguna idea del tamaño de la historia.
Usted tiene 71 años, está joven, ¿le gustaría que lo recuerden…
¡Con 71 años ya no eres joven! Aún no ha llegado la hora, pero a estas alturas ya viviste más de la mitad de tu vida.
… ¿le gustaría que lo recuerden con su tazón de café y un cigarro encendido en el malecón de Chorrillos?
Me encantaría tener un cigarro ahora mismo. Ya no fumo porque tuve dos operaciones al corazón. Me dijeron: si usted sigue fumando se va a morir. Y yo pensé: ¿y si no fumo también me voy a morir? ¿Cuál es la ventaja? ¿Más tiempo en este valle de lágrimas?