Andrea Ortiz de Zevallos: «El duelo tiene que ver con la pérdida y todos hemos sufrido alguna»

Asesinado por una mafia de mineros ilegales, Esteban, el esposo de Marcela, la protagonista de “Madre de Dios” (Tusquets Editores), la primera novela de la escritora Andrea Ortiz de Zevallos (Lima, 1978), permanece en su memoria y en sus pensamientos a toda hora.

Como cineasta, ella venía grabando una película que de pronto se vio interrumpida por un disparo mortal. Cuando un crimen te quita lo que más quieres, las posibilidades de reacción son diversas. ¿Qué hace que una viuda no se recluya en su dolor y vaya a buscar la verdad?

Aunque resulta clave y lo contamina todo, la minería ilegal no es el tema central de “Madre de Dios”. Sirve para situarnos en un Perú muy actual, pero que se explica por una prolongada inacción de autoridades de distinto nivel. Lo mismo con la corrupción, entre leyes que benefician la depredación sin freno de millones de hectáreas a lo largo de nuestra Amazonía.

Ortiz de Zevallos consigue una especie de thriller en el que su protagonista sigue los pasos necesarios para dar con todos los rostros que coincidieron en el instante fatal. En su búsqueda viajará a lugares como Sonene, conocerá el drama de una madre buscando a su hija, y descubrirá la sinuosa trayectoria de un humilde emprendedor cusqueño devenido en un oscuro minero ilegal.

A continuación, una entrevista a la autora de “Madre de Dios” sobre el proceso de escritura de su libro, y sobre las particularidades de esta novela, un intento por explorar el duelo bajo el paraguas de una actividad ilegal. Su novela ya está en librerías.

Conversamos en 2018 por “La mudanza imposible”. Te has tardado algunos años para esta primera novela. ¿Cómo surge “Madre de Dios”? ¿La tenías lista hace un buen tiempo atrás o su escritura fue más bien reciente?

La novela está lista hace dos años y recién la he publicado. Me tomó un tiempo escribirla porque la venía trabajando y requería un viaje a la Amazonía que estaba programado para marzo de 2020, y llegó la pandemia. Entonces, si bien yo antes ya había viajado allí algunas veces y venía escribiendo en esa línea, el viaje en sí a Sonene lo pude hacer en septiembre de 2021, entonces, me tomé un año y medio más de lo previsto. Pero cuando lo conseguí, toda la siguiente parte de la trama de mi novela se concretó con mucha mayor fluidez.

Más allá de la depredación que la minería ilegal genera en la Amazonía, y que es algo público, ¿estamos frente a una historia netamente de ficción?

Sí, aunque como en muchas ficciones, existen ciertos fragmentos de realidad, y puede ser que algunos personajes basados en gente que conocí o de la que escuché o leí. Por ejemplo, Marcela es una documentalista que, de alguna manera está basada en una amiga mía que también trabaja en eso, pero que no aquí sino en Centroamérica, aunque nunca elaboró nada sobre minería ilegal. Lo que sí hay claramente es una investigación detrás del tema. Ha sido importante alguien como, por ejemplo, Víctor Zambrano, que es un ambientalista de los Tambopatas, un defensor de toda la zona de Madre de Dios, que me pudo dar cierta información, pero la trama misma, incluso lo del minero ilegal que aparece en la novela, es inventado.

La protagonista es una documentalista, aunque pudo haber sido la hija del minero ilegal, o su madre, no sé. ¿Qué consideraste clave en el proceso de construcción de este personaje?

Era clave la necesidad de explorar el duelo a través de la ficción. Yo quería construir una historia en la cual hubiera una mujer que había perdido violentamente a su pareja, y cuando conocí a Marcela Zamora, que es esta documentalista salvadoreña, imaginé que en el contexto del rodaje de un documental sobre un tema que implica violencia, podría haberse dado un atentado que genere esta situación de duelo. Y es por eso que la novela también está contada en primera persona. Por otro lado, la minería ilegal es un escenario, pero esta es una novela sobre el duelo de una mujer que ha perdido a su marido durante el rodaje de un documental en Madre de Dios.

¿Crees que para narrar el duelo de esta forma hay que haberlo vivido? ¿O basta con haberlo conocido, leído o conversado con otras personas?

Sí lo he vivido, pero también he habado con personas que lo sufrieron de una manera más repentina y violenta. Y la construcción de la protagonista es una mezcla de mi propia experiencia y muchas conversaciones con personas que han vivido diferentes formas de duelo. Creo que todos tenemos algún tipo de vínculo con el duelo, no necesariamente por la muerte de una persona, sino por la pérdida de un estado de cosas en la vida, por el alejamiento de un hijo cuando se va de la casa, o una pelea muy fuerte con un amigo querido. Hay muchas formas de duelo. Hablamos de algo vinculado con la pérdida y creo que todos, de una u otra forma, hemos tenido alguna. Este un tema muy importante dentro de mi trabajo. Y, de hecho, cuando viví en Guatemala, conversé mucho sobre alguien que había perdido a su marido en las protestas de Nicaragua (un cineasta). Entonces ahí hubo una mezcla entre estas charlas y la posibilidad misma que te da un rodaje de este tipo, el riesgo que implica para activistas y defensores ambientales, que se meten a contar las historias vinculadas a las mafias que están depredando, en este caso, la Amazonía.

Marcela es una cineasta que trabajaba con su esposo, y en la novela hay una reflexión sobre el mundillo de los festivales, de los financiamientos a documentales y de su alcance. ¿Cómo evalúas el efecto que tienen este tipo de trabajos en la opinión pública? Porque a veces ganan premios, luego llegan a un cine y se ven muy poco…

Lo importante es la posibilidad de contar historias, no solamente mediante documentales, sino también, por ejemplo, tocar un tema como la minería ilegal a través de una novela. A veces, sucede que la ficción puede captar más la atención incluso que un documental y creo que lo importante es que las historias lleguen a las personas correctas. Por otro lado, hay ciertas cosas que resultan incontrolables. Cuando estás creando tú nunca sabes cuál será la repercusión social que tendrá tu historia. Me parece que la necesidad creativa y la necesidad de contar la historia va más allá de la recepción que eventualmente tenga. Y en el caso de Marcela y de la novela, eso es algo que se cuestiona mucho el personaje de su esposo, que muere en la primera página, y se cuestiona cuál es el sentido de lo que estaban haciendo. No tanto en términos de la llegada que pueda tener la historia a nivel público o político, sino, en el sentido de por qué estoy removiendo yo dolores de personas para poder contar mi historia.

Todos los días vemos en las noticias asesinatos por encargo, no solo en la Amazonía, sino en gran parte del país, pero no todas las viudas van a buscar justicia con sus propias manos. Algunas se paralizan, otras se hunden en el duelo, y otras viajan o se van. ¿Qué crees que tiene Marcela que la hace ir a por la verdad?

Marcela se paraliza también. Y luego se cuestiona el hecho de haberse paralizado. Y hay un personaje posterior, el de un periodista, que es quien la interpela, la cuestiona, y la hace volver a su raíz. Pero esto también tiene que ver con el hecho de que ella está acostumbrada a poner su vida en peligro por contar las historias que quiere contar. Es algo que le viene desde antes del atentado en el que murió su marido. Y, finalmente, (buscar la verdad) es la forma de honrar la memoria de su esposo. Porque para ella es muy importante terminar la película por la cual él murió. Ella le debe ese compromiso de concluirla. Es, entonces, por ese deber sentimental, a la vez que profesional y de un compromiso muy profundo que tenían ambos con su trabajo, es que ella decide volver a terminar de contar la historia.

Andrea Ortiz de Zevallos es parte de la ONG Despensa Amazónica, de donde se ha extraído esta fotografía.

La novela tiene varios momentos contemplativos en los que la protagonista se detiene hablando del río, de Sonene, de la belleza de la Amazonía, del silencio alrededor, etc. ¿Compartes tú esa magia que todo esto le genera a tu protagonista?

Totalmente. Si hay algo mío en ese personaje es eso. Yo viajo mucho por la Amazonía y el nivel de sorpresa que te puede generar la naturaleza luego de horas de navegación es algo indescriptible. Yo he tratado de plasmarlo ahí en esas páginas porque sí, es algo que comparto plenamente.

Me has hablado de Guatemala, Nicaragua, y seguramente has ido a otros países con problemas de violencia ligada a temas ambientales. ¿Hay una particularidad en el problema que enfrenta específicamente Perú?

La Amazonía es una sola, pero los problemas de los defensores ambientales en Centroamérica son diferentes. Lo que viene sucediendo es que el oro está subiendo de precio en el mundo y hay mercado. Todavía no existen controles suficientes en los compradores para asegurarse de que el oro ilegal no esté bien cotizado. Y otra cosa que está sucediendo es que el dinero del narcotráfico se está lavando a través de toda la ‘inversión’ que hay hacia el oro ilegal. Así pues, la minería ilegal termina siendo una manera de lavar dinero para el narcotráfico. Por eso hay muchísimo dinero, muchísimo involucramiento de funcionarios del Estado, que de alguna manera quieren legalizar lo ilegal y normalizar esta depredación tan profunda que hay de la minería, este daño a los ríos, y al bosque en general. Pero hay países como Brasil que ya tienen unidades especiales para atacar la minería ilegal. Nosotros tuvimos (en 2019) la ‘Operación Mercurio’, pero se desarticuló, porque hay intereses muy fuertes. Ves incluso hoy lo que sale sobre el presidente del Congreso y, entonces, luchar contra la minería ilegal, en este gobierno, se hace muy difícil.

Pienso que la diferencia (en cada país) depende de los niveles de corrupción que se tengan, y también de la mirada que hay sobre la Amazonía. Y te diría que la principal diferencia aquí es que en Lima todavía no vemos la Amazonía, versus Colombia o Brasil. Perú es un país que todavía no entiende la importancia de la biodiversidad. Hay otros países que lo vienen entendiendo, la Comunidad Europea, el Gobierno de Estados Unidos, y los fondos de cooperación están yendo hacia ahí. Pero el Perú aún no lo comprende. Por último, no se ha analizado lo suficiente esta vuelta que da el dinero del narcotráfico hacia la minería ilegal y cómo se está lavando.

En algún momento Marcela entra a trabajar a un medio de comunicación muy grande y entonces puede ver ambos lados de la situación: la posibilidad de denunciar desde un documental o una película, de forma independiente, pero también trabajar para un periódico que con una portada tiene el poder de estremecer a un presidente del Congreso relacionado a la minería ilegal. ¿Cómo manejas esta disyuntiva?

En mi novela no lo pongo tanto como uno ’versus’ otro medio. Lo que hay son personajes que se comprometen versus otros que no. El jefe inmediato de Marcela es alguien que está pensando cuál es la noticia que es tendencia, cuál tendrá más likes, no sé, pensando en términos más comerciales, de indicadores que debe reportar para que su trabajo sea exitoso, pero, del otro lado, también en ese diario hay periodistas que están haciendo el trabajo con más compromiso y que intentan sacarle la vuelta al sistema para poder seguir colocando sobre la mesa los temas que son de relevancia nacional, y tratando que no todo se juzgue según la tendencia y la cantidad de likes. Pero también –en la novela– me ha importado explorar a los periodistas independientes. Un periodista importantísimo en Perú que trabaja reportando la minería ilegal y que no tiene suficiente reconocimiento es Manuel Calloquispe, con quien pude hablar brevemente por Zoom. Ahí no solo me dio información valiosísima sobre la minería ilegal, sino que también me mostró su compromiso con el trabajo. Así que también hay periodistas independientes que se juegan realmente el pellejo todos los días en las zonas de influencia, que no están en Lima, y que están reportando lo que pasa en todo el país.

La portada de tu novela es muy gráfica. Y uno recuerda los reportajes mostrando el efecto de las dragas sobre la Amazonía, la forma en cómo arrasan cientos de hectáreas de terreno, muchas veces virgen. Son espacios que quedan casi inutilizables por muchos años. En una parte la protagonista tiene una especie de sueño en la que ve todo regenerarse. ¿Te ha pasado algo así? ¿Es posible que en algún momento la naturaleza se recupere de tanto daño?

Es una imagen que tengo hace un tiempo rondándome, basada en Tikal, que es esta ruina maya de Guatemala, donde las pirámides que puedes ver son lo que ya se excavó. Pero a unos metros hay cerros de naturaleza que repobló el bosque y subió encima de todas las construcciones humanas. Y también pude trabar amistad con una artista guatemalteca, Lourdes de la Riva. Ella trabaja con los patrones que deja la ausencia en las personas. Y no desde la nostalgia, sino más bien desde las configuraciones nuevas que se generan a partir de la ausencia. Trabaja con elementos comidos por las polillas. Y ella iba a llevar un proyecto a la Bienal de La Habana, que era una ciudad retomada por las polillas, por la naturaleza, una ciudad post-humana. Esa imagen que vino primero al visitar Tikal, y luego se profundizó en mis conversaciones con Lourdes, también está la novela.

Personalmente, identifico tres partes en la novela: describir a la protagonista, contar los pormenores del caso, y el desenlace o búsqueda final de la verdad. ¿Qué tan clara tenías esta estructura que deviene en una especie de thriller?

La estructura de la novela no la decidí en antemano, sino que la fui viviendo conforme seguía al personaje. Para mí lo más importante era tener a Marcela clara, bien puesta, y sus necesidades claras. Y luego ir siguiendo lo que esta haría. La parte final sí me costó escribirla. Tuve que yo misma ponerme en situaciones de ‘espionaje’, leve, claro. Pero sí me puse en instancias de seguir a alguien. Lo más importante era entender cómo sostiene el tiempo muerto una persona que está siguiendo a otra. Porque lo que sucede es que pasan cosas en algún momento, pero también hay muchas horas en las que no pasa nada. Me puse personalmente en esa situación, pero creo que esos momentos me ayudaron a entender el manejo del tiempo muerto, el cómo te aburres, a dónde más miras, etc. Y también quise meterme muy adentro de la necesidad que tenía Marcela de saber lo último que le pasó a su esposo. Porque el marido muere en un momento en el que ella no está presente, y esa necesidad de tener la última información, que en realidad es una fantasía imposible, porque la última sensación en la cabeza de la persona que ha muerto es algo inaprensible.  Pero igual está esa fantasía de seguir buscando ‘y cómo agonizó mi marido’. Esa pregunta es lo que finalmente le da a ella la fuerza para meterse en situaciones en las que cualquier persona en su sano juicio no se atrevería.

Este villano, Julio Palomino, es una especie de representante de los nuevos millonarios en este país, quizás producto del abuso, de la inacción de las autoridades, de la corrupción, etc. ¿Cómo lo fuiste perfilando?

Se va convirtiendo en el villano, claro, porque al principio es alguien con un pequeño capital y no sabe bien cómo invertirlo, y que viene de Cusco. Bueno, la novela termina en 2019, pero este señor venía trabajando en la minería ilegal desde muchos años atrás. Entonces, cuando comenzó la minería ilegal era solo un rumor de algo en lo que resultaba provechoso invertir. Aún no se había alcanzado los niveles de mafia que hay en la actualidad. Así que es el inicio de una inversión relativamente ingenua que termina volviéndose en esta magnitud, no solo de depredación, sino de mafia, y él es un hombre con un olfato muy profundo para saber hacia dónde va a llegar y el anonimato que él debe mantener para poder seguir liderando el negocio. Palomino fue un personaje que construí, basado en algunas personas que conocí de manera directa o indirecta, y también mucho a través de la relación de pareja que él tiene con una mujer Ese Eja, que es una nacionalidad que vive en la frontera con Bolivia. Por ese lado me pareció importante ‘humanizarlo’ a través de su rol de padre, de pareja, y no solamente desde su liderazgo en una economía ilegal.

Hay ciertos detalles que acompañan la historia, como David, la pareja de Marcela tras quedarse viuda. Luego, mencionas la visita del Papa, que no entiende bien lo que le intentan decir en Perú. Luego los compañeros de Marcela en el diario, etc. ¿Te fue fácil ‘vestir’ esta historia de duelo?

Esos elementos fueron muy naturales. La aparición con David, por ejemplo, tiene que ver con algo que me contaron sobre esta mujer que había perdido a su esposo en las protestas de Nicaragua. Entonces, mientras venía construyendo la historia surgían claves que pude seguir. O la parte del psiquiatra, sus preguntas, que tienen también que ver con lo que te menciono. En sí, la creación de los personajes fue algo bastante natural, que tenía que ver con la necesidad de la historia y las diferentes fuentes que tenía yo de cosas que habían pasado, similares, y que buscaba o preguntaba. Porque también hubo momentos en los que me atraqué y necesité irme a Madre de Dios, para hablar con ambientalistas en situación de peligro por la lucha que hacen, o la travesía fluvial que hice donde aparecieron personajes secundarios como el motorista, etc.

Mientras hablamos sobre minería ilegal, se queman miles de hectáreas por incendios forestales. Y recuerdo que siempre está el debate sobre si este es un problema que nos atañe solo a nosotros o al mundo en general. Recuerdo que cuando se firmó el TLC con EE.UU., algunos veían bien que ellos pongan ciertas reglas de protección a la Amazonía, pero para otros era esto una intromisión clara. ¿Estamos ante un problema que debemos resolver únicamente nosotros?

El mundo es uno solo, la Amazonía es una sola, y sí debemos tener criterios no solo nacionales sino también supranacionales. Efectivamente, está dándose un momento terrible de incendios forestales, y deben hacerse todos los esfuerzos posibles para contenerlos. Y hay muchos actores del Estado que están luchando por esto, pero también hay que decir que hay una sequía como jamás en la historia. Los niveles de varios ríos en la Amazonía están más bajos que nunca. Se habla de los incendios, pero no de las sequías. El hecho de que los bosques no estén los húmedos que deben estar es algo que genera que los incendios se agraven. Yo creo que debemos tener acciones de corto plazo y una visión a largo plazo, y esto último en conjunto, como planeta, y sí creo que hay organismos internacionales que deben tener la capacidad de presionar. Porque si bien, ahora mismo, la solución a los incendios debe ser efectiva en atender la emergencia, debemos entender que no podemos esperar a llegar a estos niveles para poder tener planes que funcionen de manera articulada, por lo menos a nivel de todos los países amazónicos.

*Fotografía: Editorial Planeta.

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