Santiago Roncagliolo: “El pasado ha vuelto a darnos miedo como pasaba en los 90”

Entre fines de abril y fines de mayo pasado ocurrió algo sin precedentes, al menos en los años recientes. Un escritor famoso salió de Lima y recorrió cinco grandes ciudades para presentar –en un periplo marcado por el levantamiento de las primeras restricciones que nos dejó la pandemia del coronavirus– uno de sus libros.

Pero no era cualquier libro. Tampoco era cualquier escritor. Santiago Roncagliolo llevaba bajo el brazo la más reciente reedición de «Abril rojo«, aquella novela con la que 16 años atrás había ganado uno de los premios literarios más prestigiosos en habla hispana.

Esta vez, sin embargo, la historia del fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar llevaba otra cubierta, otra imagen. Bajo el sello Seix Barral, este thriller ambientado en Ayacucho iba en búsqueda de nuevos lectores, pero también de felices confirmaciones.

Así lo sintió su autor, Santiago Roncagliolo cuando recorrió –en este orden– Ayacucho, Trujillo, Arequipa, Cusco e Ica. Cada presentación, cada firma y cada intercambio verbal le confirmó que las buenas historias perduran por siempre en la memoria de los lectores.

En la siguiente entrevista, el autor nacido en 1975 cuenta algunos entretelones sobre “Abril rojo”, una novela que –como pasa con varias de sus obras—recoge algunos elementos de su propia historia personal para luego desdoblarse y apuntar hacia las más profundas heridas de una sociedad que parece sumida en una permanente crisis.

¿Sueles releer los libros que publicaste en el pasado?

Odio leer los libros que ya publiqué, porque en general los ha escrito una persona que ya no eres. Y mientras más antiguos sean estos, más diferente es esa persona que el yo lector. Pero al revisar esta versión para corregirla, actualizarla y publicarla, tras 15 años, me impresionó cómo, independientemente de mí, el tiempo la ha vuelto más actual de lo que era cuando salió. Y es que al salir “Abril rojo” era una novela que hablaba del pasado, de una época que creíamos superada, pero hoy la guerra fría dentro de nuestro Perú que narra (la novela) es nuestro debate político de todos los días. No es que yo me haya adelantado del tiempo, es que el tiempo ha retrocedido hasta los noventas y la ha vuelto más actual.

Pero se cree que el tiempo cura las heridas. ¿Por qué aquí parece abrirlas más?

Hemos pasado etapas muy raras. Cuando esta novela salió, y eso fue parte de su impacto, acababa de aparecer la CVR y de alguna manera se había abierto la veda al silencio sobre un tema del que no se hablaba cuando yo era periodista en Lima en los noventa. Era un tema incómodo si querías ir un poco más allá de los eslóganes políticos. Y yo creo que cuando aparece el informe de la CVR se permite hablar. Permite empezar a hablar del tema, volver a mirar nuestra historia y este libro digamos coincide con el inicio, pero es un tiempo en el que empiezan a aparecer testimonios como el de Lurgio Gavilán, Renato Cisneros, o novelas como “Generación Cochebomba”, o sea, libros que hablan de ese tiempo. Creo que ha habido como un susto de hablar y hoy en día es mucho más difícil volver a esos temas, porque es parte de haber retrocedido a la dinámica de guerra. Hoy en día sería más difícil publicar “Abril rojo”, y en general volver a hablar de nuestro pasado. Creo que el pasado ha vuelto a darnos miedo como nos daba en los noventa, porque nuestros debates políticos han vuelto a esa época.

La portada de la reedición de «Abril rojo» bajo el sello Seix Barral.

Algo que pensaba mientras releía la novela es su variedad de temas, pero más que eso, que la escribiste y publicaste entre los 30 y 31 años, o sea, muy joven. ¿Qué tan difícil fue el proceso de construir una historia que no es corta y que discurre por distintas temáticas?

Tenía ya una idea de lo que quería. Quería hablar sobre esta situación para la que un peruano de mi generación resultaba muy difícil saber quién era el bueno y quién el malo de la historia. Habíamos crecido sabiendo que Sendero nos podía matar en cualquier momento, pero investigar los casos, poder empezar a hablar de ellos, mostraba que también el Estado nos podía matar. Entonces es difícil saber en qué lado estás. Y eso le pasa a Chacaltana, que llega en un punto en que no sabe bien para quién trabaja y si él mismo es tan inocente. Encontré cómo escribir al respecto cuando descubrí novelas como “Estrella distante” de Roberto Bolaño, que es una especie de thriller político, o también novelas gráficas como “From Hell” de Alan Moore, que es un caso de asesino en serie, pero que también muestra el lado siniestro de la sociedad en que ocurre. Y al poder jugar con el género del asesino en serie mucho de la estructura ya venía dada. Combinaba muy bien con el escenario, además. La Semana Santa de Ayacucho era como inventada para un thriller tipo “Seven”, estas películas que rebuscan en lo religioso. Así que se unieron muchas estrellas para poder hacer una historia que explorase nuestros lados oscuros, pero también fuese un buen thriller, pasible de leer en cualquier país o quince años después y que siga siendo una historia que no puedes soltar, que te obliga a resolver sus misterios.

Y este protagonista que se va transformando en el camino, que empieza como un mero “llenador” de formularios o de informes fiscales y termina como un violentador, como alguien capaz de levantar un arma y disparar. ¿Qué tan complejo fue armar a un protagonista que se transforma tanto, en tan poco tiempo y, además, hacerlo de forma verosímil?

No fue un proceso consciente porque era el proceso que yo había tenido. De alguna manera lo que le pasa a Chacaltana es un arco dramático que yo había vivido. Yo también había sido empleado público. Fui joven, ingenuo y creía que todo cabía en la ley. Y muchas de las cosas que le pasan a él a mí me ocurrieron. Pero conforme trabajaba más, también me enfrentaba a casos cada vez más brutales, a crímenes terroristas y de Estado que no eran tan divertidos. Entonces, lo que al principio parecía pura chapuza o ineficiencia, se fue convirtiendo en una historia muy siniestra y la sangre nunca acaba de brotar. Así que él vive un proceso que yo también tenía que exorcizar, contar. Yo siempre alimento mis novelas de mi historia, de mis recuerdos, y esta es una parte de mi vida.

En una parte de la novela, cuando Jonathan Cahuide habla con Chacaltana y le fundamenta por qué votará por el presidente de ese entonces le dice: desde que el Presidente ha llegado no me han matado a mí ni a nadie de mi familia. ¿Cuánto crees que estamos dispuestos a ceder por la seguridad de nuestros seres queridos?

Todo. Si nuestra seguridad está amenazada estamos dispuestos a todo. De hecho, esas frases son de gente que conocí cuando era observador electoral en Huánuco, y me acuerdo preguntarle a gente ahí si iba a votar a Fujimori y me respondía que sí, porque “cuando él subió me mataban y ahora ya no”. Y era muy difícil para mí contradecirlos. Yo creo que para entender una sociedad así de divida y en guerra lo más difícil es entender las razones de los que no piensan como nosotros. Pero si no lo hacemos nos condenamos a la guerra.

En una parte de la novela, el fiscal y los militares llegan a un poblado muy humilde cuyo colegio –donde se va a votar—lleva el nombre del candidato Alberto Fujimori Fujimori. ¿El populismo, el uso de prebendas o de subvenciones que buscan perpetrar a alguien en el poder es algo únicamente del Perú o también se da en otras latitudes?

El populismo es un fenómeno mundial, no es para nada exclusividad del Perú. Ahora mismo existe en Europa, Rusia, Estados Unidos, etc. Lo que sí ocurre es que nosotros tenemos una institucionalidad demasiado débil. No tenemos ni partidos políticos. Partidos con ideología clara que hagan lo que dicen en el Gobierno porque responden a una organización social. Y eso nos hace mucho más débiles ante el autoritarismo. Ya Flores Galindo tenía un libro titulado “Buscando un inca” y su título sigue siendo muy válido. Seguimos buscando un caudillo que resuelva todos los problemas y como nadie lo puede hacer, nos decepcionamos de él sistemáticamente, pero no se nos ocurre que la sociedad debe organizarse si quiere cambiar las cosas. No puede estar quitando presidentes hasta que aparezca uno que nos salve a todos.

A veces uno va buscando alicientes o motivaciones extras para continuar una lucha empinada. ¿Crees que el Premio Alfaguara fue un hito importante en tu carrera? ¿Las cosas hubieran sido más difíciles si no lo ganabas en 2006?

Sí y no. Por supuesto que era algo muy impresionante para un autor que era muy joven y que venía de nada, porque yo ni siquiera podía cobrar el premio legalmente cuando se dio, y hubo que hacer una reforma de mi estatuto legal en España para poder trabajar allí. Pero también luego del Premio hubo que “sobrevivir”, precisamente porque no había nada antes, al lograr esta exposición todo el mundo quiere que vuelvas a hacer lo mismo todo el tiempo. Y el artista tiene que seguir experimentando, explorando, fracasar a veces o no. Sacar este libro 15 años después me hace ver que aquí sigo, que no era solamente el Premio lo que me daba una carrera. Y es un alivio, porque no siempre fue fácil.

Vemos en “Abril rojo” ese elemento de la madre posesiva, a la que Félix Chacaltana le habla permanentemente, le rinde cuentas. Entiendo que todos le hemos hablado alguna vez a algún muerto que recordamos o extrañamos mucho, sin embargo, ¿cómo no hacer sonar burlesco este recurso?

Eso viene de una costumbre ayacuchana, lo que le da mucha realidad. Vi esa costumbre en videos de la Policía, una costumbre practicada por senderistas, por la cúpula, cuando murió Augusta La Torre. La costumbre se basa en velar las prendas del muerto, sus objetos importantes, creyendo que algo de él sigue ahí, por lo que tú sigues haciéndole compañía. Así que lo que hace Chacaltana es velar las prendas de su madre para la eternidad. Pero no deja de ser una costumbre local, y él necesita hacerla eterna porque su madre es el único vínculo humano que tiene. Entonces ese duelo, esa despedida no puede terminar. Si la despide se quedará completamente solo.

Más allá de tu experiencia como burócrata, me resulta imposible no preguntarte esto. En el lenguaje que Chacaltana usa para redactar sus informes, ¿hay un airecillo de “Pantaleón y las visitadoras”? ¿Llegaste a leer esta novela de Vargas Llosa? ¿Qué te generó?

Leí esa novela y me divertí muchísimo. La leí como 15 años antes de escribir “Abril rojo”. No la tenía pensada como un referente, pero sin duda está basada en el mismo estado en el que yo escribo, o sea, es natural que haya muchas coincidencias, y seguramente cuando una persona de mi generación escribe sobre conflictos políticos en el Perú, Vargas Llosa es –lo quieras o no—un referente. Lo has leído desde niño, está en tu cabeza, no puedes borrarlo. Pero yo bebo mucho de la cultura popular, del thriller, del género, y creo que lo más importante de Vargas Llosa no fueron sus recursos literarios, sino su insistencia en que esto es un oficio, un trabajo, y que, si te apasiona y te gusta, lo harás más y mejorarás. Y esto, en el mundo en el que yo crecí, donde era imposible pensar que serías escritor, te abre una puerta. No puedes controlar si tienes talento, si eres un genio o decidir si tienes suerte, pero sí puedes trabajar. Si esto es algo que puedes mejorar con el oficio, ahí hay una oportunidad. Y fue muy importante que alguien lo dijera.

Santiago en una fotografía de su presentación en la ciudad de Ayacucho.

Dos cosas que recordaba mucho del tiempo en que más o menos ganaste el Premio Alfaguara con “Abril rojo” son: tu época en El Boomerang y tu nominación al Bogotá 39. ¿Qué recuerdos de aquella época escribiendo casi sobre todo en dicho blog? ¿Te sientes más cerca de algunos de los chicos que salieron en esa ‘promoción’ literaria?

Bueno, fue un momento muy bonito. La queja habitual era que los latinoamericanos solo conocíamos lo que llegaba de España. Como las empresas editoriales eran españoles, conocíamos más lo que se publicaba allí. Pero precisamente a partir de esos años eso empieza a cambiar muy rápidamente. El mercado editorial latinoamericano permite que viajes más, que conozcas a otra gente que está escribiendo como tú. Bogotá 39 acabó teniendo un espíritu de campamente escolar. Salimos todos mandándonos besos y recordándonos para siempre, porque fue algo muy único, que tal vez no vi en ninguna generación anterior. Y aún veo a Guadalupe Nettel. De vez en cuando me encuentro con Alejandro Zambra. Realmente me sigo encontrando con todos los que estaban allí, y siempre recordamos lo divertido e impresionante que fue.

¿Y tomaste lo de El Boomerang? ¿Tomaste como una presión o como un ensayo el tener que escribir a diario sobre todo?

Era el trabajo. Estábamos empezando a explorar los blogs, que hoy son una cosa del pasado. Siempre me ha interesado explorar los nuevos canales y las nuevas posibilidades que haya para escribir. Ahora trabajo mucho escribiendo guiones para audiovisuales, porque la tecnología ha estado abriendo distintas puertas para escribir y para experimentar durante los últimos 20 años. Así que yo sigo probando y jugando con los juguetes que me dejen.

Más allá de tu premio y quizás un par más o tal vez menciones, no hay una gran cantidad de autores peruanos que hayan recibido distinciones de esa magnitud en la última década y media. Esto se nota más si nos comparamos con Argentina, Chile o México. ¿Crees que los premios internacionales pueden considerarse un indicador de nuestra calidad literaria?

No realmente. Que tengas más o menos premios no depende de que tengas mejores o peores escritores, sino de que la gente pueda entender de qué hablas. Y Perú es un país increíblemente desconocido. Cuando tu trabajo es llevar historias peruanas por el mundo te tocas constantemente con personas que no sabe de dónde vienes, ni tu historia, ni siquiera dónde está tu país, confundiéndote con Chile o Colombia. Los países que has mencionado tienen políticas muy activas de promoción de su cultura en el exterior que nosotros no tenemos. Y además tienen una cantidad importante de lectores en un mercado interno que nosotros no. Si eres peruano tienes que pelear el triple que gente de muchos otros países, y eso no tiene que ver con talento o ausencia de este, sino con que el universo del que escribes es completamente desconocido para muchísimos lectores.

Hace cinco años conversamos y destacabas de forma positiva que Perú, a diferencia de España, sí pudo levantar una Comisión de la Verdad. Hoy ellos tienen a VOX y nosotros hemos cambiado varios presidentes en menos de cinco años. Algo de los españoles somos, entonces, ¿por qué nos cuesta a ambos encontrar estabilidad?

¡Ojalá los problemas que tiene Perú fuesen los de España! No tienen ni asomo de comparación. El nivel de problemas, pero también el nivel de capacidad para ponerse de acuerdo. Con todas sus cosas y con todas sus extremas derechas y con lo que quieras, España tiene un sistema institucional en el que todos respetan ciertas reglas, mientras que en el Perú hay un montón de políticos que reclaman su derecho a no respetarlas. Los políticos españoles hablan de los problemas que tiene la gente. Nosotros hablamos todo el tiempo de lo que le pasa a los políticos. Nuestro único tema es quién debe ir preso, quién no, cuándo el presidente debe dejar su cargo. No estamos resolviendo problemas porque ni siquiera los estamos discutiendo. Nos la pasamos todo el día muy entretenidos con ver a quién vamos a eliminar de la escena política, y nunca se nos ha ocurrido que la escena política es para resolver otras cosas.

Santiago Roncagliolo brinda pormenores sobre «Abril rojo».

Más allá de “La pena máxima”, Félix Chacaltana no aparece en otros de tus libros. ¿No hubo la tentación de convertirlo en parte de una trilogía o tetralogía? ¿Esto responde a tu rasgo de renovarte en cada libro?

En el caso de Chacaltana era deliberado lo contrario. Me daba cuenta de que él se había hecho demasiado popular, y que, si yo seguía escribiendo novelas sobre él, me convertiría en el escritor de las novelas de Chacaltana. Y no quería hacer eso. Quería explorar otras cosas. Volvió en “La pena máxima”, que este año llegará al cine con un guion mío, y volvió porque era el único que podía contar esa historia. Si luego surge otra historia que él sea el único que pueda contarla, yo soy un tipo tolerante y abierto. Puedo entenderme con él, pero no me voy a someter a él (risas).

¿Viste la película ya?

He visto las primeras ediciones y es una experiencia muy especial ver a tus personajes cobrar vida, hablar, moverse, existir. Es como ver a tus hijos crecer. No siempre hacen lo que tú habías pensado que harían, pero es que tienen vida propia. Y eso es hermoso.

¿Cómo ves a Emanuel Soriano como Félix Chacaltana?

Está perfecto. Es muy Chacaltana. Me impresionó mucho él, pero también Fiorella Pennano, Javier Valdez, Denisse Dibós. Yo creo que algo muy bonito de cuando eres el autor es cómo los actores hacen suyos los personajes. El cine no es “tu peli” como autor, sino la de un gran equipo, una creación colectiva en la que entra el director, los actores, pero también directores de fotografías, vestuaristas, peluqueros, etc. El cómo todo este equipo consigue contar una historia junta para mí es fascinante. Y para mí formar parte de él es un privilegio.

*La foto principal es de Víctor Idrogo para la revista Somos*

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