Las obsesiones se repiten, pero la idea es narrar cada historia de forma diferente. Con esa premisa, la escritora Katya Adaui (1977) ha ido creciendo a paso firme en el panorama literario hispanoamericano. La autora, formada como periodista en su natal Lima, responde en esta entrevista sobre «Un nombre para tu isla«, su más reciente libro de cuentos publicado en España por el prestigioso Páginas de Espuma, un sello editorial que acaba de cumplir un cuarto de siglo identificado nítidamente por su defensa del género breve, y ya desde hace algún tiempo atrás, por apostar por autoras, muchas de estas latinoamericanas que hoy gozan de reconocimiento mundial.
María Fernanda Ampuero, Socorro Venegas, Elsa Drucaroff, Samanta Schweblin, Guadalupe Nettel, Mariana Enriquez, Clara Obligado, son solo algunas de las autoras del mencionado sello con las que seguramente Adaui se siente muy bien acompañada.
A continuación, la ganadora del Premio Nacional de Literatura 2023 por «Geografía de la oscuridad», responde sobre su nuevo libro, pero también acerca de los cambios que ha afrontado en su vida, de su evolución frente a la página en blanco, y desmenuza algunos de estos relatos, tal vez una muestra más de que, como ella mismo lo remarca, su mundo está escrito en agua.
Conversamos incluso antes de la pandemia. No habías ganado el Premio Nacional de Literatura todavía, y tampoco tenías el reconocimiento internacional del que gozas hoy. ¿Sientes que hay un proceso de madurez en ti, y en tu faceta de escritora?
No sé si he madurado, pero sí he cambiado. Y esa es una suerte, el poder cambiar. En seis años pasó bastante. Me mudé a Buenos Aires. Eso ha sido un cambio importante en mi vida. He perdido el mar, pero he ganado transporte público. La capacidad de moverte por una ciudad que te acoge. Puedes ir en tren, en bus, no dependes del auto, y yo que no lo tengo, soy feliz en una ciudad que me deja desplazarme a través de ella.
¿Y en cuanto a la escritura percibes cierta evolución?
Ojalá, pero sí, hay un cambio, noto un texto más dialogante, más comprometido con la trama. Tengo una preocupación por el largo plazo, porque los cuentos duren un tiempo mayor. Antes yo juntaba 16 cuentos en 120 páginas. Ahora tengo siete (en la misma cantidad de páginas). Ese es un cambio de una evidencia ‘chillona’. Entonces, sí, algo ha cambiado y ojalá para mejor.
Específicamente sobre eso que mencionas de pasar de 16 a siete cuentos en el mismo número de páginas, ¿es algo que cambiaste por ti misma, o han intervenido profesores, editores y/o consejeros?
Creo que tiene que ver un poco con ser profesora en la universidad y con haber tenido que tomar clases para poder acompañar el dictado de taller con la teoría que se entregaba, la cual yo desconocía, porque algunas cosas se enseñan distinto en Argentina que en el Perú y, además, porque en el paso del taller debo lograr predicar con mi propia escritura aquello que estoy enseñando. Entonces, ese permanente intercambio y diálogo con mucha gente que quiere escribir me hace mejorar. Así pues, voy aprendiendo más técnica, a quedarme de otra manera en un texto, a no sacrificar la trama, a que acompañe al lenguaje otra vez, pero bien. Entonces, esa experiencia de profesora en una universidad pública, con lo que les cuesta a los alumnos que trabajan estudiar muy tarde en la noche, me hace a mí pensar mi escritura desde otro lugar.
¿Influye de cierta forma el ambiente en el que te mueves? Hay escritores que, por ejemplo, prefieren escribir en un ambiente tranquilo, y no tienen problema en hacerlo en medio de una zona de combate. Tú has dejado la caótica Lima por la caótica, pero muy cultural Buenos Aires…
Buenos Aires es una gran ciudad, una capital con la misma cantidad de gente que acá, pero la diferencia es que se puede leer en cualquier parte sin estar pensando que ‘te van a robar’. El transporte público funciona, no hay sicariato, y es importante eso porque acá le tenemos miedo al espacio público, y allá, como puedes bajar tu ‘alerta’, no estás todo el tiempo esperando lo peor. Sin embargo, ya en lo personal, desde Milei los libros se han vuelto carísimos. Están más caros que en Lima. Saltaron de cinco a 35 dólares. En ese sentido, si tienes que pagar seis dólares por una leche, ¡qué vas a pagar 35 por un libro! Y lo están sufriendo escritores, librerías, editoriales (independientes y grandes), etc. De otro lado, vivir en un ambiente que tiene más librerías que sitios de comida rápida es delicioso, encantador. Pero yo vivo entre dos crisis, la argentina y la peruana, entonces tengo que trabajar mucho. Y, por suerte, como trabajé en Canal N y en Yanbal sé muy bien lo que es hacerlo como redactora bajo ruido y con interrupciones. Así que no le hago ascos a sitios con mucha bulla, lo cual me permite cierta ductilidad para escribir, algo que otros quizás no toleran porque necesitan concentrarse.
Publicar en España, con una editorial del prestigio de Páginas de Espuma, ¿te da otro tipo de posibilidades? Además, aumentó mucho tu ritmo de publicación en los últimos años, lo cual resulta, ciertamente, evidente.
Sí, es innegable. Que el libro salga en España, Argentina, Colombia y Perú a la vez es muy diferente a jugar solo de local, aunque siempre mi país está primero en mi corazón. Por otro lado, sí, he escrito mucho. Hubo pandemia, no tenía que desplazarme tanto, pude quedarme en casa a realizar talleres virtuales. Cambió algo ahí del tiempo (de publicación), claro, y son casi seis libros en seis años. También publiqué libros infantiles, junto a los de adultos, claro.
Te he visto en diversos medios españoles, pero no solo madrileños, sino de distintas comunidades. ¿Piensas que la industria editorial de ese país, en líneas generales, está varios pasos delante de la peruana, o de la latinoamericana?
De España no sé mucho, pero te lo digo más desde Argentina, que es lo que conozco. Cuando hay crisis allá, la cultura no muere como acá. Y eso hace que se resista. Hay una solidaridad de la industria. Es increíble ver cómo pese a las crisis económicas y sociales se abren librerías, se sigue escribiendo. Acá (en Perú) siento un desánimo. Es como que, con este Gobierno tan duro, recalcitrante y corrupto, existe una pérdida de esperanza. Aunque somos un país muy luchador. Vivimos el día a día con todo lo que tenemos, pero son muy pocas librerías para los habitantes que tenemos. Aún no hemos logrado que escritores de otras regiones se lean en Lima, así como las regiones sí leen a los limeños. Tenemos un Ministerio de Cultura que acaba de negarse a entregar un Premio Nacional de Literatura. Es peligroso el tiempo que vivimos, es censurador y corrupto. Y esto encierra una contradicción: en Argentina es muy difícil publicar. Acá tú puedes publicar pronto un muy buen primer libro, allá no, porque hay mucha gente escribiendo muy bien. Esa es una ventaja que tenemos y que podríamos aprovecharla un poco mejor y no solo abrumarnos por el desasosiego, que es real y brutal.
La crítica que Andrea Toribio hace de tu libro en El País cuestiona «que las ganas de no hacerse comprender últimamente obstaculizan la lectura de algunos libros», es decir, a los libros de los que «no se entiende nada». Y luego destaca que el tuyo es todo lo contrario. Como lectora, ¿cómo ha sido tu relación con esos ‘chollos’ interminables y sumamente complejos que a veces encontramos en librerías? ¿Has tenido la valentía de abandonarlos a la mitad o los completabas?
No dejo de leer algo porque es difícil, sino porque siento que no está bien escrito. No le hago asco a los libros pesados, así como a otros más ligeros tampoco. Me gustan la profundidad y la ligereza al mismo tiempo, algo que Nora Ephron hacía muy bien. Me gustan los libros que saben reírse. Sí creo que, más que un libro difícil, lo que no me gusta es la solemnidad. Me parece muy estereotipante. No es sexy ni rico entrar a un libro que todo el tiempo te dice ‘vete, vete, vete’. Hay libros intelectualmente muy bellos que no son solemnes.

¿Esa profundidad y ligereza que mencionas es algo a lo que aspiras desde que empezaste a escribir, o más bien ha ido generándose ya con los años de experiencia y los libros publicados?
Creo que hoy en la vida eso me importa mucho. La gente que me encanta es profunda y ligera al mismo tiempo. No se puede sostener todos los días en tu cotidiano una profundidad que te ahogue, y tampoco uno puede convivir con el exceso de banalidad. Pero el intercambio entre ambas cosas es lo que hace la conversación. Entonces, como eso me importa ahora en la vida, me importa también en mi propia escritura. Así que trato de aplicar mi forma de mirar.
En la misma crítica de El País la autora lamenta no haber podido leer antes tus libros previos. ¿Sientes que todos ellos forman una especie de hermandad? ¿Si uno los pone en fila y les cubre tu nombre, podría identificar que todos fueron escritos por ti?
Creo que uno reconoce su propio estilo y quien te va leyendo también. Se notan los cambios: más diálogo, trama más larga, ¡ah, aprendió a reír!, o sea, yo sueño con que quien me lee lo note. Pero también puedo reconocer, con sinceridad, que algo en mí se ha destrabado. Tal vez ya no estoy tan elíptica, como al comienzo. Y quizás todo esto tiene que ver con estar cerca de los 50 años, con leer, con conversar, pero sobre todo con leer a tus colegas escritores.
En una entrevista dijiste que podías escribir un cuento en dos horas, pero editarlo en seis meses. ¿Hay partes de un relato que te siguen pareciendo más difíciles que otras?
Los comienzos. O sea, es difícil todo, porque tengo que ensayar –como cualquiera—con tanteo, fracaso, error, resolución, etc. Paso por ciclos de muchísimo trabajo secreto y minucioso para que las particularidades de mis personajes acompañen el clima de una historia. Como si fuera un trabajo sobre la atmósfera que va actuando sobre los vínculos y estos que van a su vez modificando el entorno. No es que yo piense que ‘hacer dialogar’ es lo más difícil. Sabemos como escritores y tenemos que reconocer que dialogar es complicado porque el otro no puede pensar como tú. Y justamente escribir se trata de pensar al otro, de crearlo. Esa es una pequeña responsabilidad civil, como decía Erri De Luca. Hay que pensar una vida: no es tu hijo, no es tu pariente y no eres tú. Y esa vida hay que probarla con su manera de hablar, y si se contradice y qué acciones va a seguir en pos de su deseo. Pero, en general, todo es difícil, decirte lo contrario, sería mentir. Sin embargo, porque esto me es muy complejo, a la vez me resulta delicioso.
En lo visible, has borrado incluso los guiones largos que abren los diálogos, como suelen ser los grandes textos de la literatura latinoamericana o, de nuestros viejos referentes. También superpones muy bien situaciones encima de otras. Una línea respecto a un tema le sigue a otra sobre algo completamente distinto. ¿Cómo fuiste puliendo detalles así?
Lo de los guiones largos, sí, es algo que se usa muy en general. En mi caso, (quitarlos) me lo enseñó Laura Restrepo en “Delirio” y Corman McCarthy con “La carretera”. Perdía mucho tiempo buscando cuál era la combinación de teclas para colocar esos guiones en el documento. Así que dije: voy a tener que aprender a hacer que el diálogo sea parte de la trama. Yo veo autos por la calle y me parece antiguo, para mí hay que ir en bicicleta, en tren o en transporte público. El auto me parece tan antiguo como los guiones para los diálogos. Porque cuando hablas con un amigo no dices: “un ratito, voy a hablar” o “espera, es mi turno”. Entendemos perfectamente, por convención social, que el diálogo tiene que ver con interrumpirse, con hacer silencios y con escuchar al otro. Entonces, yo trato de llevar esa cosa de la oralidad tan cotidiana y refrescante a la escritura.
Sobre relaciones personales se ha escrito mucho. Cuéntame sobre el origen de “Isla grande”. ¿Cómo un autor va definiendo ‘por este camino no tengo que ir’, ‘por aquí, tal vez sí’? Esta es la historia de una pareja que va a una isla en busca de algo…
Primero están en una playa y luego van hacia una isla para dos, como la canción de Nano Cabrera. Pero esta isla nunca es de dos. Hay un montón de gente, con bulla, incomodidad, lluvia, con falta de techo. Pensé: ¿cómo hago que esta pareja, que empieza a llevarse mal, porque ha ahorrado mucho para esas vacaciones, se sigan incomodando? Y de pronto me fui dando cuenta que mientras más incómodo era todo, quizás mejor se iban llevando. Para mí era importante que esta pareja se quedara junta pese a todo. Quería que se entendieran, que de alguna u otra manera se relajaran para conversar desde otro lugar. Como bajarle a la rabia y hacer crecer la comprensión.
No es un cuento lleno de reproches, sino que poco a poco va soltando como frasecitas, como “porsiacaso, mañana dormimos en camas separadas” …
Es que, ¿quién soporta 20 páginas de reproches? Yo no soportaría a alguien que me reproche diez horas. Y en muchas ocasiones el qué está bien, pero no el cómo. Tú puedes decirle a alguien la verdad: “estoy atravesando un martirio contigo” o “vete al diablo, hijo de…”. Es la forma. Yo siempre quiero que la gente se trate bien, pese a todo.
En una nota de la Agencia EFE, dicen que tu libro es el menos autobiográfico, pero más personal de tu carrera. ¿Cómo se explica eso?
Es poco autobiográfico en el sentido de que no están estos temas que a mí me atravesaban, como en mi vida, que era el duelo. Pero hay una risa que se parece a la mía, y una forma de ver la vida que se parece a la mía, y lo mismo con la idea de la piedad, bondad y contingencia, y este esfuerzo por conservar cierta ética, pese a toda la criollada de la que uno quisiera ser parte para cortar atajos. Esta gente no toma los atajos. De hecho, a la pareja de “Isla grande” le ofrecen el atajo y ellos dicen ‘no, nos vamos a quedar por la senda que hay que seguir’. El atajo muchas veces puede llevarte a un lugar que resulta peor. Y yo quería eso, que tal vez sí se parece un poco a mi aprendizaje de vida: quedarme, no elegir la trampa, ir por el camino largo, aunque resulte más costoso. Porque a veces el largo plazo nos enseña un montón.
Sin embargo, en “Una buena por cada 10 malas”, inevitablemente, me retrotrae a tu etapa en Canal N. Hay pequeños vestigios de la Katya redactora…
Claro que sí. Uno no puede escaparse de lo que uno es, sin embargo, eso lo dejé para el final, como sí tal vez algo más autobiográfico.

Y “El arte de perder”, con la bicicleta, o con la imposibilidad de desprenderse de una mesa de escritorio en una mudanza. Que también me remite a ti…
Claro, yo he llorado por mi escritorio por mi escritorio y por mi bicicleta. ¡Llorado, llorado, ah!
Es curioso porque el cuento deja la idea de que “vender” es como una mala acción, entonces la salida es “prestar” para no lastimar al “objeto”. ¿Es así?
No, es que tuve la suerte de tener unas amigas a las que yo les propuse vender las cosas, y que al verme sufrir y me dijeron: “mira, préstamelas, firmemos un contrato para cuidarlas”. Por eso este es un libro sobre los amigos, porque me he dado cuenta de que mis amigos me quieren con mis debilidades, como yo intento quererlos con las suyas. A veces digo: ‘¿por qué me quiere tanto este amigo pese a que no soy tan chévere como me ve?’ Pero un amigo te quiere pese a que no siempre eres chévere. Y eso yo lo atesoro muchísimo.
Hablando de amigas, el cuento “Camalotes” cierra con ese recurso que te mencioné hace un rato, el de superponer hechos, remembranzas y aportes distintos en un mismo párrafo. Está muy bien logrado.
Para mí la idea era que cada una de las amigas hubiera pasado por algo. Las tres tenían motivos para hablar de lo que hablaban. Y hay zonas en común que comparten. Se han conocido atendiendo llamadas por cobrar en Telefónica. Las llamaban presos que las destrataban. También el padre de una de ellas parece haber hecho algo que está mal. Y a la vez surge una amenaza. No quiero ‘spoilear’ más. Ahí intento una figura literaria denominada ‘encabalgamiento’. A dice una cosa, B dice otra, hasta que se cruzan. Hacer dialogar, encabalgar el texto, que viene de la poesía y bebe del teatro. Son técnicas a veces no sé que las domino, hasta que escribo y las reconozco.
¿Eres de apuntar en una libreta estas cosas? ¿Se parece esto un poco a aprender a manejar bicicleta y luego no olvidarlo más?
Hay ambas cosas y es algo muy lindo. Te comenté que fui a tomar clases que necesitaba para poder enseñar. Y al tomar clase como una alumna más, descubrí ciertas cosas técnicas, que yo ya hacía quizás, pero que no sabía que tenían una denominación. Pero cuando escribes debes olvidarte de todo ese saber. Nadie va diciendo ‘ahora voy a encabalgar’. Tú sabes que has hecho tercera persona, sabes que es un narrador parte del texto, pero no estás pensando ‘es el turno de’. No eres como un cocinero que te dice ‘ahora haré este corte’… porque en lo que hacemos nosotros no hay una receta.
Hace poco mataron a un tipo que ofrecía una tarjeta con pasajes en el Metro de Lima. A vista de todos, con las cámaras encima. Ni los serenazgos supieron reaccionar. En tu cuento, “Tal como está”, dos abogados parecen ser una sola persona. Y en medio de todo ocurre un hecho violento. ¿Cómo narrar situaciones así ante una audiencia que parece ya haberlo visto todo en la TV?
Quizás escribo eso para no normalizarlo. Jamás voy a normalizar la violencia. Venimos de un país profundamente violento y muchas veces de familias así. No es normal aceptar lo siniestro en nuestro día a día. Yo quería un cuento que fuera muy familiar, en el sentido de lo conocido, de aquello que uno da por hecho, y que luego eso se trastocara, que ocurriera algo. Tú lo has visto desde el punto de la violencia. Este es el único cuento violento del libro. Pasan muchas cosas en “Tal como está”, pero también hay presente una instancia de isla.
Ya con el reconocimiento que has logrado nacional e internacionalmente, podrías llevar tu literatura por un camino algo más militante. Porque también en “Tal como está” cuestionas el sistema de justicia, hablas de que, por ejemplo, en otros países hay tribunales que se valen de jurados, pero aquí no. ¿Es tu decisión mantener tu obra en ciertos cauces más literarios y no abordar factores más de crítica?
Como escritora creo que lo panfletario nunca debe estar en un texto de ficción. Ni las militancias ni las ideologías. Lo que hay es cómo miramos al mundo. Como un ser social, político, como una ciudadana, por supuesto que estas cosas me interesan. Ahí (en el cuento) está Lima, ahora, ¿pasó este hecho o no? No lo sé. Existió en mi cabeza. Tal vez un limeño lo reconozca como tal. Pero lo panfletario en la escritura no queda bien. Aunque claro que ocurrirá lo social. Pasa en “Un niño”, donde hay una clara mirada así, pero que va más hacia el reconocimiento de que esto ocurre.
Hablando de “Un niño”, ese cuento me hace recordar algunos elementos que coinciden con otros del libro. El mar, la orilla, los niños, las parejas que disienten. ¿Son los pequeños fantasmas que dan vueltas en la cabeza de Katya escritora? ¿O son cosas que surgen cuando te propones escribir un nuevo libro en, no sé, dos años? ¿Lo conversas antes con tu editor Juan Casamayor?
No, o sea, claro que Juan dice ‘ojalá que sigas escribiendo cuentos’, pero no me da nunca plazos. Yo le aviso: mira, tengo algo, ¿quieres leer? Por otro lado, sobre los elementos que mencionas, yo me doy cuenta que mis niños son raros. En “Geografía de la oscuridad” eran los animales en los cuerpos de mis hijos. Ahora, el cuento “Un niño”, que también es raro. Luego, sí, el mar, la playa, las orillas, los ríos. Mi mundo es acuático, está escrito en agua. Tengo que aceptar que el agua está desde la tapa, no sé, como un discurrir del texto. Lo que pasa es que tus obsesiones se repiten, y lo que tienes que hacer es narrarlo diferente cada vez.
Finalmente, paradójicamente, a ti te tocó recibir el Premio Nacional de Literatura en 2023, cuando no estaba todo tan convulsionado como ahora…
No estaba, pero sí estaba, porque yo fui muy crítica en ese momento…
¿Cuál es tu análisis, como ganadora y también como exjurado del mencionado galardón?
Este es un Premio que no lo entrega un Gobierno, sino tus colegas, tus pares. Sí, yo he tenido el doble rol. Alguna vez he sido jurado y ganadora. Por eso puedo hablar desde ambos lados. Sé lo arduo que es leerse toda esa cantidad de libros para escoger lo que uno considera está muy bueno de una producción nacional. Por otro lado, es un premio estatal. Se recuperó, dejó de existir mucho tiempo. Ya había logrado cierta continuidad, pero este año, la presidenta Boluarte, que sabe que irá presa, y lo sabe ella más que cualquiera que nosotros. Así será por ser de justicia. Según pruebas fiscales, autorizó disparos con armas de guerra en una protesta. Y tenemos escritores valientes que lo dicen, como se lo dice el Carnaval de Puno. Me parece una afrenta y es censura que se lo quiten a gente que se lo ha ganado. No pondré nombres propios, aquí no se trata de Rafael únicamente. Todos los que están ahí se han quedado sin premiación. En este país los dineros funcionan y no el otro reconocimiento, que te da un cierre. Y hay que pensar que, si ocurre una vez, pues entonces se va a repetir. Así que como gremio tenemos que salir a decir que esto está mal, porque estamos rodeados de malas autoridades que tratan al país como uno de gente mala. Y el Perú no es un país de gente mala, es un país de gente sacrificada.