Un proyecto que le tardó casi una década y que surgió con objetivos no específicamente similares, aunque sí vinculados, ha devenido en un libro más que interesante: «Horizontes inciertos del Pastoruri. Comunidad, conservación y cambio climático en la Cordillera Blanca del Perú«, obra del reconocido antropólogo Mattias B. Rasmussen, publicada por el Fondo Editorial PUCP.
El autor, docente asociado de la Universidad de Copenhague en Dinamarca, tiene al glaciar Pastoruri como centro de todo. A partir de esa belleza natural, sumida en una crisis de deshielo acelerado sin marcha atrás desde los ochenta, este profundiza en temas como el cambio climático, la territorialidad y las comunidades indígenas.
Rasmussen visitó en distintas ocasiones Perú para dar cuenta de los problemas y desafíos que enfrentan las comunidades vinculadas a la zona en mención. En esta entrevista, el antropólogo expone sus hallazgos, pero, sobre todo, sintetiza lo más crucial de un escenario climático adverso, en el que ninguna “solución” podría funcionar sin tener en cuenta los valores culturales locales.
¿Cuándo empezaste a reunir el material inicial para este libro y cómo fue tu primer acercamiento a la realidad del Pastoruri?
Se trata de una zona donde yo he venido trabajando desde el año 2010. Hice el trabajo para mi doctorado en una comunidad muy cercana, al costado de la ciudad de Recuay. Mi proyecto era sobre cambio climático, sobre políticas del agua en comunidades, tratar de ver qué produce la escasez del agua, porque, por un lado, está el cambio climático, que va modificando las pautas de la lluvia, del deshiele de los glaciares, pero una vez que el agua entra en los canales, hay un montón de gente que tiene intereses. Entonces, cuando pensamos en la escasez del agua, hay que ir más allá de lo biofísico. Si no me equivoco, en 2010 hay un estallido en el Callejón de Huaylas por un proceso de explotación minera, al costado del lago Conococha. Así que fue una semana muy intensa, y en ese proceso, la comunidad de Catac estaba muy presente, y yo por haberme acercado antes a gente que estaba trabajando con el agua, ya conocía a algunos de los involucrados en dicho enfrentamiento, en el que hubo un muerto y varios heridos, uno de los cuales era un amigo de la comunidad mencionada. Luego, ya en 2012, tuve que presentar un proyecto de post-doctorado y opté por acercarme a la comunidad de Catac para preguntarles si habría interés de su parte por hacer algo en torno a los procesos territoriales de la comunidad y presentarlo a una fundación aquí en Dinamarca. Y resultó. En ese sentido, el proceso de mi libro comienza propiamente dicho en 2013, terminando el doctorado. Tuve la suerte de poder viajar al Perú para lograr mi objetivo.
Hablando de comunidades campesinas, cuestionas en tu libro lo siguiente: ¿qué significa ser una comunidad campesina cuando los motores económicos y, por lo tanto, las prioridades de la presidencia comunal son, ante todo y de manera creciente, no agrarios? Es algo muy interesante porque a lo largo del libro dejas la sensación de que la movilidad y el desplazamiento de los habitantes afecta en cierta forma la búsqueda del desarrollo.
Es una pregunta que sigue siendo muy relevante hoy. Cuando hablamos de comunidades, sean políticas, o en procesos de interacciones de desarrollo, se tiende a representarlas como una unidad coherente, casi fuera del tiempo. Yo no soy el primero que se ha hecho la pregunta de qué es una comunidad campesina en la actualidad. Una cosa es cómo la define la Ley de Comunidades Campesinas, y antes la de Comunidades Indígenas, pero otra es cómo se vive, es decir, cuáles son las prácticas que constituyen a la comunidad. Y lo que veo es que Catac es un caso muy particular. Catac es Catac. Si voy a Utcuyacu es otra realidad. Lo mismo pasa con Los Andes de Recuay, donde trabajé antes. Pero lo que sí comparten todas es que no están fuera del tiempo y espacio. Son siempre espacios muy específicos. Y Catac, como también narro en ese capítulo, ha tenido una estrategia –desde que fuera posible por la ley de Belaunde—de conformarse también como cooperativa, luego como empresa comunal, lo cual le ha permitido que, si bien se llama comunidad campesina, la actividad vinculada a la chacra o los animales es parte de un mundo mucho más amplio. Y eso es lo que estoy tratando de ver, qué es de esa amplitud en el momento estudiado. Y Además qué ha ido cambiando en el tiempo.

Respecto al cambio climático, en tu libro la gente parece ser muy consciente de sus efectos en el día a día. ¿Cómo es que los habitantes de Catac, y de los lugares cercanos, terminan conociendo los efectos de este fenómeno? ¿En el colegio, en casa, o porque han ido viendo cómo el glaciar desaparece ante ellos?
Tu pregunta puede tener dos partes. La primera, sobre cómo son conscientes de que su ambiente va cambiando, y eso no es difícil de entender, porque si has vivido 10 años en esta zona, pues ves lo que ocurre, que la Cordillera hoy luce diferente, que no existen los glaciares de antaño o, no sé, el agua, la lluvia, las temperaturas, las heladas, todo cambia mucho. Eso es una experiencia vivida y es un tema en sí. Porque si bien digo que el mundo campesino es más que la chacra y los animales, pues (ellos) siguen dedicándose a la tierra, y por eso están muy atentos a los cambios. La otra parte es cómo es que puedan posicionar esta experiencia dentro de un ‘lenguaje del cambio climático’. Es un vocabulario que viene de otro lado. Y esto tiene que ver no tanto con las escuelas, pero sé que los encuentros con el Parque Nacional les generan cierto vocabulario, o los encuentros con las ONG como CARE, o también a través de los medios de comunicación, etc. Hay un vocabulario que está a su disposición y que utilizan. Mira, cuando hice mi trabajo para el doctorado en Recuay, tenía la estrategia de no mencionar el cambio climático y esperar a que ellos lo mencionen. Y en Catac, que estuvo algo más de tiempo, pude ver que había ciertas pautas. Porque siempre el tema sale a flote, al hablar de agua o de cultivos. Siempre te dirán “las cosas no son como antes”, “llueve cuando quiere”, “el clima afecta los cultivos”, “el sol…”, o sea, tarde o temprano al hablar del campo (el cambio climático) se torna un tema. Pero –como te dije antes– creo que la presencia del Parque Nacional Huascarán, de las ONG, de los investigadores, también les brinda ese vocabulario. Y también habría que mencionar que hay muchos jóvenes que han seguido educación superior, porque están a una hora de Huaraz, y muchos adultos tienen hijos estudiando en Barranca o en Huaral, es decir, al norte chico de Lima.
Sobre los títulos de propiedad, que es un tema que se ha venido tratando desde hace décadas, desde Belaunde, luego con Velasco y posteriormente con otras gestiones. ¿Cuán clave te parece este tema y cómo es la situación en un lugar como la comunidad de Catac?
El tema de la tierra es esencial en las comunidades. Mariátegui menciona que el problema del indio es el problema de la tierra. Catac, cuando la conformaron por primera vez como comunidad indígena –como la llamaron entonces—tenía 10 hectáreas. El territorio estaba conformado por tierras de haciendas, es decir, la mayor parte del territorio la poseían terratenientes o la Iglesia. Y (las comunidades) han ido recibiendo poco a poco los terrenos. La última gran recuperación, como ellos la llaman, fue en 2005-2006. Como se estipula en la ley de tierras, una cosa es el reconocimiento, otra la titulación y otra el saneamiento. Y estos pasos resultaron siendo un tema, porque ellos pensaban que tenían las tierras ‘cerradas’, pero resulta que no. Vino un contra reclamo por parte del Parque Nacional Huascarán para hacerse dueños de esta tierra. Ese es el conflicto territorial entre Catac y el Parque. Son posiciones encontradas por la tierra. Ahora, según lo que tengo entendido, no hay una intención de expandirse, porque esos espacios colindan con otras comunidades hacia el sur, el norte, y también con particulares en la costa. Entonces, lo que necesitan es tener claridad y seguridad en la tenencia, pero no la tienen en todas partes. Y los actores involucrados son diferentes, uno de los cuales es el Parque, claro. Hoy la propiedad es colectiva, es la comunidad campesina como persona jurídica que tiene el título, no son propiedades individuales. Cada familia es socia y como tal, tiene el derecho de un terreno donde puedes vivir, cultivar y criar animales. Pero es un derecho que también te lo pueden quitar si no respetas las normas. Por otro lado, una dificultad que se genera ante esta situación son los préstamos. Si no eres dueño de tu casa, no la puedes usar para sacar un préstamo. Por eso se tienen muchos animales, a pesar de que quizás no viven tantos en las alturas como antes. Es por falta de acceso al sistema bancario.
Un tema que va adyacente con lo que mencionas en el libro es el turismo. Esta crisis del mega turismo que ocurre en ciudades como, por ejemplo, Barcelona, no se repite aquí, porque tampoco somos un país que traiga varios millones de turistas al año, sin embargo, cuando hay un lugar tan delicado como el Pastoruri involucrado, todo se hace más notorio. ¿Hay cierta responsabilidad del turismo a lo largo de las últimas décadas en la situación actual de desgaste del Nevado o lo que vemos es solo consecuencia del cambio climático?
Algo de las dos cosas. Claro que el turismo a nivel mundial contribuye al cambio climático, y también al estado actual de Pastoruri. Eso sin lugar a dudas. El turismo específico en el nevado, según lo que tengo entendido, también ha contribuido a que el Pastoruri sea más afectado que otros glaciares ubicados a alturas similares. Esto es porque en el auge de este nevado, en los 80s y 90s, se podía llegar, caminar sobre el lugar, esquiar, deslizarse en bolsas, y todo ese movimiento humano sobre el hielo contribuye a que se derrita. Y toda la basura arrojada por los visitantes sobre el glaciar, también acelera el proceso. Y en el libro describo que esto fue parte de las motivaciones de la toma de la entrada al Pastoruri en 2001: darle una respuesta a lo que se percibía como un turismo irresponsable sobre este glaciar y, claro, porque la comunidad sentía que no recibía los ingresos fruto de las visitas.
La bibliografía que adjuntas es vasta. ¿Encontraste muchos libros que apunten a estos tres enfoques de comunidad/conservación/cambio climático vinculado a una belleza natural como el Pastoruri, o te sentiste solo al momento de trabajar tus investigaciones y conseguir tus grados superiores, o siempre hubo buena información?
Hay mucho sobre conservación, sobre comunidad, sobre cambio climático, pero ya pensándolos juntos hay menos. Pero no me he sentido solo, porque abordo preguntas sobre la realidad de la vida andina, y sobre esto existe una maravillosa bibliografía, tanto de estudios peruanos, como de otros firmados por autores extranjeros, que también han contribuido a crear ese conocimiento. Y yo me he sentido muy cómodo en la comunidad trabajando. No ha sido difícil encontrarme con quienes también se preocupan, interesan y emocionan por estos temas. Pero me gustaría que el libro pueda encontrar su lugar dentro de todo esto.
Mencionas un par de ejemplos de otros nevados en otros países. Remarcas que siempre aludimos a “la belleza suiza”, sin embargo, ¿qué están haciendo las grandes potencias que poseen países tan bellos como el Pastoruri pese al cambio climático y al turismo masivo? ¿Podrías darme un ejemplo de medidas que se están aplicando para, de alguna forma, retrasar los efectos nocivos de todo esto?
Hay intentos, claro, y esto es muy particular de los glaciares, que crean un impacto emocional al desaparecer. Cuando esto ocurre es como si desapareciera algo que le da identidad al paisaje. Por eso hay mucha gente que se entristece al notarlo. En Islandia hubo una ceremonia de ‘velorio’ por un glaciar parecido al Pastoruri que había desaparecido casi por completo (el Okjokull, en agosto de 2019). Eso fue algo muy mediático, una especie de “Mira lo que está pasando”. Me parece, además, que en Suiza están haciendo mucho al respecto. Pero ahí hay dinero, claro. Están trabajando con hielo artificial. Luego, habría que mencionar los intentos en los Himalayas, en la India, basados en prácticas ancestrales de crear las condiciones para que vaya acumulándose el hielo. No tengo muy investigado el proceso, pero crean una especie de conos donde se acumula el hielo. Son procesos artificiales de creación de glaciares. Ahora, si funciona a escala, no sé, lo dudo.

Son intentos algo incipientes, nuevos…
Sí, y también muy particulares. Porque también hay intentos por conservar los glaciares cubriéndolos con plástico blanco y, mira, son proceso que quizás puedan frenar algo el proceso, pero no soy tan optimista en ese sentido, porque pienso que las fuerzas, el carbono que se está liberando a la atmósfera es tremendo. Pienso que, como lo hacen en Catac, habría que repensar los territorios, los paisajes. La solución (contra el derretimiento de los nevados) no está en los Himalayas o en Huascarán, sino en Lima, en Copenhague, o sea, en los lugares donde se produce y consume el carbono. Hay, pues, que comportarnos todos mejor.
¿Cuál dirías que es la gran enseñanza que te dejó trabajar todo el tiempo que estuviste en Catac?
Hay algo para mí, en el sentirse enraizado en el territorio, y trabajar constantemente para que el presente, pasado y futuro imaginado se conecten. Y hay formas de pensarse en el momento, en el territorio y en la comunidad que inspiran mucho, pero esto no deja de ser una lucha grande. Sobre todo, si eres campesino, quechuablante, etc., no es fácil. Sin embargo, hay una manera de trabajar en comunidades para el bien común que no siempre se da por sí mismo, y que te inspira. Así que no existe ‘un solo’ aprendizaje. Es un proceso de convivencia y amistad de mucho tiempo.