Casi seis años después de su publicación original en inglés, el notable libro que Orin Starn y Miguel La Serna escribieron sobre el auge y caída del movimiento terrorista Sendero Luminoso sigue siendo un referente en las publicaciones sobre la violencia vivida en nuestro país a partir de la década del ochenta.
The Shining Path: Love, Madness, and Revolution in the Andes (Norton, 2019) tiene en su fluidez y en la riqueza de su información elementos que lo convierten en un texto de lectura obligatoria. En él, Starn (antropólogo) y La Serna (historiador) retratan a un país marcado por desigualdades y ausencia de autoridad, factores que acompañan el devenir sangriento de los seguidores de Abimael Guzmán, detonando coches bomba mientras los políticos parecen estar varios pasos atrás.
Fueron elementos como la inteligencia policial y el rol de las rondas campesinas aquellos que, felizmente, propiciaron la aparición de una luz al final del túnel. Este libro ahonda en ambos, pero también en personajes clave. Desde periodistas hasta policías, pasando por luchadores sociales que incluso perdieron su vida haciéndole frente a la barbarie.
Conversamos con Orin Starn sobre «Ríos de sangre. Auge y caída de Sendero Luminoso«, la segunda edición de la traducción al castellano de su texto, parte de la Colección Popular Nueva Época del Fondo Editorial del Instituto de Estudios Peruanos. Ya disponible en librerías.
–Acaban de anunciarse a los ganadores del Premio Pulitzer en sus distintas categorías. Lo primero que uno piensa es por qué un libro como este, que se originó en inglés y en EE.UU. (2019), no alcanzó una distinción así, estando tan bien escrito, y contando con muy buena información sobre un fenómeno clave: el de la violencia que azotó un país por casi dos décadas.
Es difícil. Es que son miles de libros los que salen cada año. Si ganas la lotería, te dan un premio, pero si no la ganas, te quedas vendiendo algunas copias y ya. Y no nos tocó ganarla esta vez.
–A lo que voy, es que, sí es algo posible…
Claro que sí, de que es posible, lo es. El problema que tenemos nosotros que amamos el Perú y Latinoamérica es que (hoy) no existe tanto interés por libros que cuentan historias de aquí. Como tú sabes, en los años 60s, 70s, hubo el Boom Latinoamericano, con García Márquez, Vargas Llosa y demás, y en ese entonces se vendían muchos libros de autores latinoamericanos, pero ahora el interés no es tal. Así que contar la historia de Sendero, aunque para mí significa historia universal, es algo que más llama la atención en el Perú, porque ustedes vivieron aquella tragedia.
–Usted es antropólogo y Miguel La Serna es historiador. ¿Cómo fue trabajar un libro que aparenta ser tan vasto como este a ‘cuatro manos’? ¿Podemos asumir que, por sus especialidades, él tuvo más peso en la información y usted en el análisis de la misma?
Es muy lindo publicar un libro con un amigo y colega. Escribir para mí siempre ha sido un trabajo demasiado solitario. Estás encerrado con tu computadora y, a veces, no sabes cómo contar la historia, y te quedas trabado en alguna parte, pero si tienes un amigo lo llamas, o le envías el texto y te dice: ¿por qué no has pensado en esto? ¿Has intentado en tal oración? Así que para mí ha sido una linda experiencia. Por otro lado, Miguel es muy joven. Acaban de cumplir 40 años, no obstante, tiene como 15 trabajando sobre el Perú. Su padre y abuelos son peruanos, y yo ya tengo casi cuatro décadas trabajando como antropólogo en dicho país. Así que habíamos investigado mucho, y contábamos con muchas experiencias.
–Usted llegó aquí por primera vez en los 80s, como un ‘mochilero’ …
Sí, y recuerdo que estuve en Ayacucho. Era un ‘hippie’ viajando por Latinoamérica. Propiamente estuve en la semana en que ocurrió la masacre de Uchuraccay, donde mueren ocho periodistas. Así que, para mí, esta es una historia que yo presencié directamente.
–Cómo diría que las ciencias sociales fueron evolucionando a lo largo del tiempo con respecto a la etapa de violencia. Porque, supongo, que una cosa es publicar sobre la marcha –mientras ocurren los hechos—y otra muy distinta es hacerlo veinte años después, con confirmaciones, bibliografía e incluso documentos como el Informe Final de la CVR.
Existen todavía muchos mitos y errores respecto de Sendero Luminoso. Una de las ideas principales es que fue un movimiento milenario andino exótico, (que representaba) la mentalidad primitiva y sangrienta de Ayacucho y de la sierra, o sea, estereotipos coloniales que pintaban a los Andes como un lugar perdido en el tiempo, no civilizado, etc. Sin embargo, aunque sí es cierto que ha sido una guerra sangrienta y terrible, nosotros nos dimos cuenta, durante la investigación y a través del paso de los años, de que Sendero tenía mucho de un movimiento comunista cualquiera. O sea, de que Abimael Guzmán y su esposa Elena Iparraguirre eran comunistas. Ellos creían que Marx era ‘palabra de Dios’, y a Lenin lo veían como un santo en el panteón marxista. Lo mismo con Mao. Y eran muy fieles a una versión muy ortodoxa del marxismo. Entonces, la lucha de clases, la obsesión con el revisionismo, la idea de que la violencia se justifica en el camino a la revolución, y también la idea del Partido Comunista como casi una organización, con una cierta mística, que ‘lo sabía todo’, y que iba a dirigir la ‘revolución’. Todas esas ideas centrales en Sendero vienen del maoísmo. Así que, el caso peruano fue casi una réplica peruana de mucho de lo que se vio en la Revolución Cultural China, desde las pancartas, el pintar paredes, el asesinato de supuestos revisionistas, etc. En ese sentido, aunque esta es una historia peruana, también lo es del comunismo a nivel mundial, y de algunos de sus problemas.

–Queda claro en el libro las ideas alucinadas de Sendero Luminoso. ¿Por qué entonces los casos en los que los militantes se rebelaban contra la organización terrorista fueron los menos? ¿Por qué los rompimientos internos no fueron mayoría sino las excepciones?
Mi amigo Carlos Iván Degregori dijo una vez que Sendero era una estrella enana, es decir, que eran un grupo relativamente chiquito. Nunca pasaron de cuatro o cinco mil militantes, pero que se desarrollaron con mucha fuerza y violencia. Y en esta estrella enana hubo un culto de personalidad en torno a Guzmán, deificado como el ‘Presidente Gonzalo’, y eso un poco ayudó a mantener una cohesión y una organización muy disciplinada, donde tenías a los que mandaban, y tú debías seguir las reglas. Ellos hablaban de la autocrítica, de la lucha de posiciones, pero en realidad tú tenías que ser fiel a los mandos, sino te expulsaban. Así que lograron mantener una cohesión, aunque con ciertas divisiones, debates, con salidas del partido, etc.
–“Ríos de sangre” pudo terminar siendo una ‘biblia’ de 1200 páginas. ¿Qué cosas decidieron no incluir para que al final sea un libro de 400 páginas, mucho más digerible al lector?
El Perú tiene muchas historias no contadas. Es un país sumamente complejo y diverso. Para nosotros hay un hecho práctico: las editoriales no quieren libros que pasen las 300 o 400 páginas. Y también todo lector tiene sus límites. Evidentemente, si escribes como Tolstoi en “La guerra y la paz”, puedes darte el lujo de avanzar mucho más, porque eres un genio. En lo personal, yo me aburro cuando un libro se extiende demasiado, y queríamos mantener también el drama y la tensión de los hechos narrados. Por eso el volumen no podía resultar muy extenso.
–Este un libro, desde muchos puntos de vista, de actores. Los militares, los senderistas, los políticos, y también las rondas campesinas, que usted ya ha estudiado previamente. ¿Qué tan singular fue esto de grupos de campesinos que se rebelen ante el terror y respondan? ¿Hubo antecedentes en otros países?
En todo el mundo hubo casos de campesinos que se rebelan. El campesino vive muchas veces en la miseria, explotado por distintas instancias y, a veces, estos llegan a su límite. La guerra de Vietnam fue llamada ‘guerra campesina’, porque si bien hubo Ho Chi Minh y el Partido Comunista de Vietnam, fueron los campesinos quienes lucharon y ganaron a los imperialistas, a los norteamericanos. Ahora, sobre las rondas campesinas, hay dos tipos muy distintos. En el norte, donde no había mucha presencia de Sendero, las rondas eran simplemente contra los abigeos, para resolver problemas comunales, pero no tenían nada que ver en la lucha contra el terrorismo. Fue en la zona sur andina donde ocurrió todo lo contrario. Las rondas se forman, o a veces son formadas por el Ejército, para luchar contra Sendero. Mira, en los 80s había la idea de que las rondas eran simplemente campesinos manipulados por el Ejército, pero nosotros nos dimos cuenta de que en muchos lugares estas personas se habían cansado de Sendero y querían deshacerse de él. No era porque amaran al Estado ni al Ejército, sino que entendían que, luego de cinco o seis años de enfrentamiento, Sendero no iba a ganar. Entonces, ves en tantas aldeas, en la zona sur andina, que ellos se levantan, y eso tiene un peso muy importante en el desenlace de los hechos, porque sí hubiera sido posible un triunfo de Sendero de no ser por tantas comunidades que se opusieron a ellos.
–Mientras uno lee su libro va pensando en una expresión que hoy, en 2025, sigue repitiéndose cada vez que explota una crisis: ausencia del Estado. Acaban de masacrar a 13 mineros en Pataz. ¿Sigue este tema siendo clave para explicar el Perú de hoy?
Sí, aunque muchas cosas han cambiado. Cuando yo llegué a la sierra de Piura siendo un antropólogo muy joven, las condiciones económicas y de abandono eran parecidas a la de un país como Somalia o Etiopía. Eran más de un país ultra empobrecido. Llegué a un pueblito aislado, sin agua potable, luz eléctrica ni carretera. El agua era sucia. Había mucho sufrimiento. De cada 10 niños, tres o cuatro se morían en los primeros años de vida. Era algo sumamente triste. Sin embargo, hoy las cosas mejoraron mucho. En este pueblito hay agua potable, la carretera llegó. Pero también, como sabemos, hay falta de oportunidades, pobreza, etc. Entonces, el Estado está un poquito más presente, pero no puedes depender siempre de él. También ha habido problemas de corrupción, en las fuerzas policiales. Muchos campesinos quieren ir a denunciar un robo, pero temen que el comisario les pida una coima. Creo que falta mucho en varios aspectos.
–En el libro remarcan que las cabezas de Sendero provenían de familias no necesariamente pobres. Eran hijos o nietos de hacendados en distintas zonas del Perú. Y eso no dejaba de ser una contradicción dentro de un grupo que proponía la defensa de los desfavorecidos. ¿Cómo este factor pudo haber influido en el pensamiento de lo que ustedes llaman ‘cuadros rasos’?
Esa es una contradicción desde el principio del marxismo. Marx provenía de una familia de clase media. Lenin también. El papá de Mao era una especie de alcalde, una figura importante del pueblito donde vivían. Abimael fue el hijo ilegítimo de una familia adinerada en Arequipa. Su esposa, Augusta La Torre, tuvo padres hacendados. Así que hay esta paradoja, claro, en torno a que esta gente que está hablando de la liberación de la clase obrera y de los campesinos, no vienen de esas clases, sino de la media. Para mí, aunque es una paradoja, no los descalifica necesariamente. Gandhi, por ejemplo, venía de plata, pero se sacrificó y logró la independencia de la India de Inglaterra. Luego está Nelson Mandela. Son ambos héroes de la humanidad que han luchado por los pobres y la libertad, y que vienen de clases medias o de las adineradas. El mismo nuevo Papa, León XIV, o el anterior, Francisco. Inclusive el mismo San Francisco fue hijo de un señor muy adinerado. Así que, dónde naces y de qué clase provienes no determina la validez de tu proyecto religioso/político. Pero sí es una paradoja que, en ese sentido, dentro de Sendero, se reproduce la jerarquía colonial de gente blanca, de más descendencia europea, con más plata, que están mandando a un ‘ejército’ de cholos, de indios, mestizos y campesinos. En ese sentido, no se ve la democracia en la demografía del partido.

–El libro presenta momentos muy bien logrados, narrados a manera de thriller. El brutal asesinato de María Elena Moyano o la captura de Abimael Guzmán, por ejemplo. ¿Qué le diría a un estudiante de historia o de antropología? ¿Se puede escribir un libro como este sin ser muy aburrido o excesivamente académico?
El problema es que los académicos muchas veces escriben estos artículos en jerga antropológica, profesional, que al final terminan siendo leídos por tres o cuatro de nuestros colegas. Y eso podría tener validez, claro, no es que hable en contra de ellos, pero nosotros queríamos llegar a un público más amplio. Estos hechos merecen ser conocidos y lo que intentamos es contarlos como si se tratase de un thriller, pues, hablamos de experiencias conmovedoras e impresionantes, pero a la vez basándonos en nuestros 40 años de investigación. Miguel y yo hemos escrito mucho sobre Sendero, la vida andina, etc., y para redactar el libro entramos a cárceles de máxima seguridad y hemos viajado por casi todo el Perú. Siempre procuramos el mayor cuidado y detalle al momento de narrarlo.
–Aunque es un libro de personajes fascinantes, como María Elena Moyano, o de otros que tuvieron mucho peso en la difusión inicial del fenómeno, como el propio Gustavo Gorriti, también hay otros seres quizás sin tanto peso, pero que fueron parte de momentos muy duros, que estuvieron en la línea de fuego. Me refiero a los simples soldados que muchas veces ganaban una miseria por exponer su vida para salvarnos del terror. ¿Queda mucho para investigar y decir sobre ellos?
Recién en los últimos años van saliendo historias previamente no escuchadas. El mejor ejemplo es, claramente, Lurgio Gavilán. Su historia, primero como senderista en los cerros, después como soldado y finalmente como cura, han originado libros revolucionarios, que han abierto los ojos de muchos lectores. Y en el caso de nuestro libro, hay personajes como el rondero Narciso de Huaychao, que yo lo conozco desde hace 30 años. Conocemos íntimamente su historia y queríamos en el volumen contar no solo su historia, sino también la de personajes como María Elena Moyano, una moradora de un pueblo joven, pero también están Gustavo Gorriti y varios otros más. La idea era ‘pintar’ esta tela, llenarla de la variedad de personajes, tanto en los Andes, en la sierra y en la selva, porque todos ellos, de una forma u otra, vieron sus vidas transformadas por lo que ocurrió en Perú.
–Sobre el narcotráfico en México, Colombia y Latinoamérica se hicieron varias partes para Netflix a través de la serie “Narcos”. Sus personajes eran conocidos, pero luego lo fueron tal vez más. ¿Por qué una historia como lo que nos pasó aún no ha llamado la atención de grandes cadenas de streaming? ¿Estamos hablando de una historia muy triste, de heridas que aún no cierran, o de algo que simplemente no concita el suficiente interés para el exterior?
Bueno, a mí me encantaría que eso sea posible. Propiamente, nosotros habíamos firmado un contrato para ceder los derechos del libro a Netflix, para que hicieran una serie. Lamentablemente, no salió. Mira, yo en esto compararía al Perú con Estados Unidos. Tú no vas a ver aquí una serie sobre Osama Bin Laden y la historia de lo que se hizo el 11 de septiembre de 2001. Porque hay todavía demasiado odio, rechazo y ansiedad. Así que no saldrá acá. Y me parece lo mismo en su país con figuras como Abimael Guzmán o Elena Iparraguirre. Hay miedo, rabia, división. No es un material que se pueda difundir en TV peruana todavía. Existen algunas películas, pero son pocas. Quizás en algún momento ocurra. En Colombia hay muy buenas producciones sobre narcotráfico, pero en Perú es un tema tabú en cierta forma, por lo menos en medios de comunicación masivos. En lo personal, pienso que sería mejor que se hagan más producciones del tema, que se debatan, porque siempre existe la tentación del olvido. El joven siempre mira hacia el futuro y, a veces, no quiere saber lo que ocurrió en el pasado. Los viejos como yo tenemos ideas fijas de lo que pasó. Pero la historia es como un territorio nuevo para explorar, para regresar a intentar entender lo que nos pasó en un momento tan dramático como en los años 80.