Aunque lleva la mitad de su vida viviendo en España, el ensayista Carlos Granés (Bogotá, 1975) vive más pendiente del día a día latinoamericano que muchos de los que aún seguimos en estas tierras. Doctor en antropología, este bogotano alista maletas para retornar al Perú a remecer algunas cabezas durante el Hay Festival Arequipa 2025.
Granés acaba de publicar bajo el sello Taurus “El rugido de nuestro tiempo: Batallas culturales, trifulcas políticas”, un ensayo que sigue el patrón de sus obras anteriores: polémico, ambicioso, pero, sobre todo, iluminador.
El escritor y columnista de la cabecera digital The Objective responde en esta entrevista algunas particularidades de dicho libro, en el que aparecen personajes harto conocidos como Donald Trump, Javier Milei, Santiago Abascal o el mismísimo Petro Castillo.
Finalmente, Granés ensaya una explicación para el enrarecido ambiente en el que se mueve nuestra política. Con ocho presidentes en los últimos diez años, pero portador de cifras macroeconómicas aún envidiables, Perú sigue siendo un caso de estudio dentro y fuera de Latinoamérica.
–Usted escribe columnas sobre muy variados temas. Netanyahu, Pedro Sánchez, Colombia, Trump, etc. ¿Qué debe tener de especial un tema para que Carlos Granés decida dedicarle un ensayo?
Escribir un ensayo es, sencillamente, querer alumbrar la oscuridad. Hace poco escribí un artículo titulado ‘Ensayo y terror’ que describe muy bien eso. Todas las películas de terror, sobre todo las peores, las más predecibles, de alguna forma, ventilan un rasgo humano muy básico y muy interesante: no soportamos no entender. Oímos un ruido en un sótano oscuro y en lugar de salir corriendo y protegernos, que sería lo racional, vamos a buscar, a ver la fuente de ese misterio, así sea amenazante. Preferimos ponernos en riesgos a no entender. Y es lo que me ocurre a mí: prefiero ponerme en riesgo, decir algo que incomode a la gente, a quedarme con la duda, a no entender qué diablos es lo que está pasando en el mundo que nos rodea. Y me parece fundamental esa labor, tratar de entender qué está pasando a nuestro alrededor, porque el presente es muy confuso, caótico y difícil de aprender. Y el ensayista tiene como misión esa, tratar de establecer algunas coordenadas, rutas que nos permitan adentrarnos en nuestro tiempo con una brújula que le dé orden al caos.
–Si tuviéramos que agrupar sus libros en una sección especial de una librería importante, ¿podríamos ponerlos en el grupo de los textos escritos ‘a contracorriente’? ¿Percibe que escribe así?
Creo tener una mirada muy personal de las cosas, porque, aunque tengo formación académica, no escribo desde la academia, aunque soy escritor que se maneja en el campo de la cultura, no utilizo la ficción como herramienta, porque yo uso la literatura más bien para pensar, para entender más que para imaginar. Y supongo que eso da un rasgo particular a mis libros. Son muy estudiados y documentados, pero nada académicos, más bien totalmente literarios. Entonces, creo que esa mezcla los distingue en la mesa de novedades. Y, bueno, pues, a veces sí, pueden ir a contracorriente. Toda subjetividad que piensa, toda persona que habla desde un yo, de alguna forma, dice cosas nuevas, es su propia visión, y se enfrenta a los clichés y a la forma mayoritaria en que se piensan los asuntos.

–Le dedica el libro a Mario Vargas Llosa, ¿cuál diría que es la principal enseñanza que le dejó el Nobel?
Muchísimas. Conociendo a Mario de cerca, pude ver lo que hace en una persona el trato continuo, cotidiano y diario con las con las artes, lo mucho que enriquece la vida, lo mucho que la embellece y lo mucho que complejiza la mirada sobre el mundo. Por otro lado, la ambición de Mario era muy exaltante, muy contagiosa. Él, siendo un peruanito, como yo soy un colombianito, digamos, no le tuvo miedo al ‘gran proyecto’. Y eso es una enseñanza muy buena. Es decir, es un ejemplo importantísimo. Por otro lado, la disciplina, entender que escribir es poner la escritura en el centro de la vida y tomar muchísimos riesgos, pero con la confianza en que el trabajo duro puede dar buenos resultados.
–Me habló hace un rato de ‘Ensayo y Terror’, su último este artículo en “The Objective”, y en uno de sus párrafos dice «observando la realidad a través de la lente de las redes sociales, todo se distorsiona, las diferencias se magnifican y las personas crecen de forma descomunal”. ¿Cuán culpables son las redes sociales de la situación que vivimos hoy como sociedad? Porque también estas pueden ser como un dulce en un supermercado, que si no queremos, simplemente no lo consumimos. ¿Cuán culpables son ellas y cuán culpables somos nosotros?
Sí, eso es totalmente cierto, porque finalmente las redes sociales son una herramienta con la que podríamos comunicarnos, cooperar y, más bien, la estamos usando para señalarnos, dividirnos, insultarnos y casi que matarnos simbólicamente. ¿Qué tan culpables son las redes sociales? Sé poco de tecnología, pero, al menos mi experiencia es que, al entrar allí, lo que vemos es un predominio, supongo que algorítmico, de comentarios exaltados, que apelan a la baja pasión y a la emotividad más que a la racionalidad. Entonces, frecuentar esos universos lo que produce es rabia, es un poco más de animadversión hacia el género humano, hacia la sociedad, hacia el momento, hacia el presente. Entonces, por eso, creo que es mejor orientarse sobre el mundo a través de ensayos sosegados, reflexionados y más racionales que con esos aullidos o esos rugidos que se oyen en las redes, que terminan siendo como las voces que oyen los locos. Es decir, voces que parecen tener sentido, pero no lo tienen, y que configuran una realidad paralela que nada tiene que ver con la realidad real. Por eso yo ponía ese ese símil entre oír esas voces y la locura, porque el terror que de verdad asusta es ese: aquel donde todos esos rugidos que no tienen sentido empiezan a tenerlo, pero, en una realidad que no es la nuestra, una realidad que solamente está en la mente del loco. Y ese es el verdadero temor: perder contacto con la realidad. Las redes sociales hacen que perdamos contacto con la realidad.

–Hablando de perder contacto con la realidad, usted inicia el libro con Rudy Giuliani. El héroe de las Torres Gemelas, curiosamente, que termina literalmente ‘despintado’ –porque se le despinta el tinte del pelo mientras da la famosa conferencia de prensa que usted cita– y termina como un defensor a su estilo de Trump. Arrinconado, defendiendo casi una mentira, un invento. ¿Diría que él fue víctima, digamos, de su egocentrismo, de su narcisismo, o de su vejez? ¿Cómo analiza a este personaje?
Él es un ejemplo paradigmático del efecto que tuvo Trump en el Partido Republicano. El Partido Republicano era de conservadores, atlantistas, la mayoría neoliberales o (que) creían en la globalización, gente muy religiosa, pero no estridentes, y muy reacios a ‘alcahuetear’ los vicios sexuales y la ramplonería. Y vemos como Trump logró cambiar a ese partido, logró que todos estos conservadores más bien se convirtieran a este nuevo credo de la estridencia, de la desvergüenza, del casi ufanarse del vicio personal, y de mostrarlo públicamente sin pudor para neutralizarlo, para convertirlo en un dato que ya sabemos y no vamos a discutir porque no nos importa. Eso es lo que hizo Trump en ese partido y Giuliani es el ejemplo clarísimo de esa transformación. Él, como alcalde de Nueva York, era un conservador que se escandalizaba con obras artísticas transgresoras y acaba defendiendo, empeñando su reputación, por fidelidad a un personaje totalmente escandaloso, transgresor, con escándalos con actrices porno, con escándalos por ofensa sexual, por comentarios totalmente incorrectos contra los veteranos de guerra, contra las mujeres, contra los migrantes, contra absolutamente todo. Entonces sí, es muy sintomático el caso Giuliani, porque muestra esa conversión de los defensores del estatus quo a los nuevos transgresores que están desinstitucionalizando Estados Unidos.
–Seguramente se escribirán muchos libros sobre Trump 1 versus Trump 2, ¿coincide en que muchos en la derecha esperaban su retorno porque lo veían como una especie de protector? No sé, por su ‘valentía’, su desparpajo, su ‘conchudez’ (como dicen en Perú) ¿Se le llegó a ver como figura paterna, incluso de figuras de la derecha española y latinoamericana?
Sí, inevitablemente cualquier presidente de Estados Unidos mientras siga siendo la primera potencia mundial es un referente, o al menos el mundo lo observa. O lo odian o lo aman. Es decir, es un ‘paisano inevitable’, como decía un poeta nicaragüense. Mira, el caso de Trump es particular porque dio alas a gobernantes de derecha que, digamos, venían de una derecha que parecía ya sepultada por la historia, una derecha reaccionaria, tradicionalista, católica y patriotera. En Europa eso parecía cosa del pasado y, sin embargo, gracias al ejemplo de Trump y a esta especie, que es una paradoja o un oxímoron, a esta ‘internacional nacionalista’, una ‘internacional patriotera’, han recuperado protagonismo, se sienten respaldados internacionalmente, sienten que el viento de la historia sopla a su favor y a eso ha estimulado la eclosión de partidos de una nueva derecha patriotera, políticamente incorrecta, muy defensora de las tradiciones y, por lo tanto, muy enemiga de la migración, que está en auge en toda Europa. En cada país hay un partido de esta índole. En España está VOX, que tiene estas estos rasgos, y que a pesar de venir de una derecha hispanófila que usualmente solía detestar a Estados Unidos, debido al aliento que le ha dado Trump a esta forma de nacionalismo, se han plegado al trumpismo.
–Me habló de España. ¿Cómo hace un colombiano, antropólogo, además, para moverse en ese país, teniendo, por ejemplo, a un jefe de gobierno como Pedro Sánchez que defiende a los migrantes, pero a la vez no respalda a la opositora venezolana María Corina Machado? ¿Cómo toma esas contradicciones?
Aunque llevo conmigo un bagaje latinoamericano y, además, mi atención está prácticamente todo el tiempo puesta en América Latina más que en más que en la política española, sí veo cómo ciertos vicios que minaron la política de nuestros países, que la corrompieron, la desfiguraron, la vaciaron — diría Alberto Vergara en Perú– se están empezando a reproducir en España. Antes, recién llegado a Madrid, la política era otra cosa. Se seguía guiando por normas implícitas que demostraban un respeto por las instituciones, por la verdad, por la palabra, una disposición a dimitir si se cometían errores flagrantes, y ahora todo eso se ha acabado. Lo que vemos es un anhelo de poder brutal y un intento de colonizar todas las instituciones del Estado para garantizar la permanencia del líder en su cargo. Veo una instrumentalización de la prensa pública y un ataque directo a la prensa privada. Una permanente agitación de la sociedad, una permanente campaña de propaganda y de polarización, es decir, los vicios latinoamericanos. La invención de enemigos, la invención de amenazas que nos persiguen y que debemos frenar, así esas amenazas sean en realidad ratoncillos que empiezan a crecer justamente por este alarmismo. En fin, toda una serie de elementos que no estaban presentes en España y que ahora marcan la cotidianidad política. Entonces, bueno, como colombiano prácticamente tengo algo de ventaja, porque nada de lo que está ocurriendo aquí es nuevo para mí. Yo ya lo he estudiado, lo he visto, lo he sufrido, lo he padecido, entonces, puedo leer con bastante facilidad estos nuevos elementos que se presentan en la política europea y, digamos, puedo anticiparme. Sé hacia dónde conducen. Yo sé que la degradación política es el resultado final de todas estas prácticas populistas.

–Habla del en su libro del político performer. ¿Es una definición reciente, o el tipo de personaje ya había existido, pero nadie lo había denominado así?
Digamos que yo había anticipado esto en el 2019, en “Salvajes de una nueva época”. En ese libro había detectado que los políticos estaban recurriendo a estrategias que solían usar los artistas de vanguardia para llamar la atención, que era la transgresión y el performance transgresor. Y en ese libro ponía el ejemplo de Jair Bolsonaro, que pasó del anonimato a la presidencia prácticamente haciendo una performance muy transgresora y muy radical, que fue durante el impeachment de Dilma Rousseff. Él votó a favor de su destitución en nombre de Carlos Alberto Brilhante Ustra, que fue un militar golpista y torturador de Dilma. Nadie había hecho algo tan radical en la política latinoamericana, a nivel gestual, porque eso era una acción performática. Pero con ese gesto estaba reivindicando la dictadura, la tortura y, de paso, pisoteando una cantidad de valores que dábamos por sentado. Los derechos humanos y la democracia, para empezar. Bolsonaro se estaba burlando, por no decir una palabra más gruesa, en todos estos valores y agrediendo la sensibilidad de todo el mundo. Y ahí fue cuando dije: esto está rarísimo, esto solamente lo hacían los artistas de vanguardia para escandalizar a la burguesía. Ahora era el político el que nos estaba escandalizando con estas transgresiones de nuestro de nuestros códigos morales, de lo que creemos que es correcto.
–¿Algo similar ocurre con Donald Trump?
Totalmente. Él dice cosas que nos escandalizan porque agreden nuestro sistema de creencias y nuestros códigos morales. Entonces, uno hubiera pensado que el escándalo iba a matar la carrera política de estos personajes, o sea, que después de decir esas barbaridades su destino era el desempleo, pero la gran sorpresa es que no, que les está funcionando. Y que mientras más atrabiliarios, más burdos, más safios, y mientras más agiten el odio, mejor les va. Encuentran, finalmente, un bando que los respalda, que se siente arropado por esta actitud y los convierten en una suerte de ídolos, casi que estrellas de la cultura y acaban en las presidencias.
–De mi país hay poco en su libro, pero muy sustancioso. Cita a César Moro. Luego, ya en el presente, dice “En Perú bastaron un lápiz y un sombrero para convertir a un completo desconocido en presidente de la República”. Bastante cierto y quería aprovechar para preguntarle sobre eso: ¿Cómo ve a este país, casi ahogado en lo político, pero sobreviviente por su política macroeconómica y por sus materias primas?
Remitiéndome a un artículo que escribí, lo nombré “La normalidad del caos”. Es un caos político que curiosamente no afecta la vida económica ni el dinamismo de la sociedad civil, pero creo que el equilibrio pende de un hilo. Eso es algo excepcional y milagroso. Un país no puede vivir en permanente caos político y pretender que eso no afecte otras áreas de la vida social, como la económica. Y a mí esto me da miedo, porque es una tradición peruana que finalmente llegue alguien y diga, «Acabamos con todo este caos, a punta de mano dura”. Y que así vuelva un periodo autoritario. El clima político latinoamericano está nuevamente defendiendo las opciones de mano dura, y en medio del caos no es extraño que aparezca un outsider a prometer soluciones como ‘eliminar la corrupción’, ‘disciplinar a esos vagos y sinvergüenzas del Congreso’, o sea, poner orden con ‘mano dura’. Creo que la peor calamidad que vive el Perú hoy en día es que el sector público no atrae talento. Cualquier persona con formación, con sentido práctico y con cierto instinto de supervivencia, pues no se mete en la política, porque (esta) se ha convertido eso en un pozo séptico que unta de inmundicia a todo el que se acerca. Y eso es terrible para un país, porque en el sector público deben estar, no sé si los mejores, pero sí entre los mejores, es decir, el sector público debe ser un ámbito seductor para el talento, para que la gente se sienta, no solamente orgullosa, sino comprometida y dispuesta, a quizás no ganar tanto como el sector privado, pero con una recompensa extra que es hacer algo por el país. En este momento en Perú es eso no ocurre mucho. De pronto en el Banco Central sí, pero en la política del día a día, en el Congreso, no. Mira, en Perú ocurre algo distinto a lo que ocurre en Colombia. Mi país está lleno de política, de ideología, de gestos políticos, de agresividad política, de comunicación política, de propaganda política. En cambio en Perú no hay política. Ya se acabó. Hay intereses, mafias, pequeños delincuentes, pero no hay política. Es decir, el Perú no da noticias políticas, sino de corrupción.
–Ya que me habló de su país, es muy interesante la parte del libro donde habla de Gustavo Petro. Yo recuerdo que cuando él se lanzó a la alcaldía Bogotá ya se movía sobre arenas movedizas. Por esto me sorprendió verlo ganar la presidencia. En el ensayo que le dedica usted lo pinta como alguien que un día se levanta y quiere nueva constitución, al siguiente día –y esto lo agrego yo—quiere guerra con Perú porque le ‘quitan’ un río y, dos días después, se pelea con Trump. ¿Cómo ha sobrevivido Colombia a una gestión así? ¿Queda perspectiva de futuro?
Colombia también tiene una sociedad civil dinámica, un sector económico fuerte, tiene gremios empresariales independientes, sólidos, que han mantenido la economía marchando sin mayores obstáculos. Además, tiene una institucionalidad sólida, un sistema judicial independiente que aguanta las embestidas y un Congreso que también ha aguantado los embates de Petro. Eso ha permitido que la corriente de una democracia liberal no se haya estancado, y a pesar de que Petro ha intentado saltarse al Congreso, incluso prometiendo asambleas constituyentes, gracias a la fuerza institucional que hay, eso no se ha logrado. Colombia soportó el ataque a las instituciones de Pablo Escobar y de las FARC. Entonces, tenemos experiencia en resistir a muchas presiones que intentan desinstitucionalizar Colombia para fomentar, digamos, una suerte de caos. Pero también es verdad que con un ejecutivo que desvaría permanentemente, el país pierde el norte y se mete en problemas. Petro, en efecto, es un muy mal gestor, y adolece de obra concreta en la realidad. No ha hecho nada por la paz. El país está peor que nunca, casi casi como si no hubiera habido proceso de paz. La droga y la delincuencia están disparadas, el sistema de salud está en proceso de destrucción total, el déficit público está creciendo de forma desmedida, hay corrupción a lo bestia, es decir, tiene muy poca obra que mostrar, entonces, ¿qué hace? Se inventa causas para salvar a los gazatíes, o quiere salvar a la humanidad de la extinción, y ahora ha decidido que va a pelear con Trump y se va a ganar su enemistad. Y se va a convertir en ‘el caudillo que no se arrodilla ante Trump’. Estas son intentos de pasar la historia como un líder de alguna causa, pero en la realidad las consecuencias de su de su megalomanía es que la economía colombiana se puede ir al carajo. Trump está tentadísimo de ponernos unos aranceles elevadísimos, y eso a quien perjudica no es a Petro — porque él ya se va—sino a la economía colombiana y a millones de colombianos. Ahora, ¿qué va a pasar con Petro a largo plazo? Él va a salir. Tuvo algún tipo de tentación de hacer una asamblea constituyente que hubiera podido encausar un segundo mandato, pero finalmente no le cuajó. Entonces, habrá una transición democrática sin sorpresas. Pero él no se va a quedar quieto. Petro se va a convertir en una suerte de activista permanente y, si gana la derecha, va a movilizar la calle y va a ser un agente perturbador de la de la tranquilidad política por mucho tiempo. Auguro que también va a acabar en el Grupo de Puebla, y que desde allí va a ser un poco lo mismo.

–¿Le augura un poco más de futuro, más de salud, a la derecha latinoamericana si se distancia de Donald Trump, o si se guarece bajo su manto?
Depende de qué derecha hablemos, porque hay una nueva derecha, la ‘trumpista’, antiglobalista, nacionalista, patriotera y que defiende las tradiciones, y que detesta a los migrantes. Esa derecha está en auge porque los fantasmas que agita son más taquilleros. Por ejemplo, en Europa está la migración, la idea que los barrios ‘se están llenando de inmigrantes’, que tienen otras costumbres, que ‘están violando a nuestras hijas’, que están delinquiendo, etcétera. Y en América Latina es precisamente la delincuencia. Ellos están agitando esa bandera: ‘Vamos a poner mano dura, vamos a controlar la delincuencia’. Entonces, son causas que capturan votos, porque alguien se puede imaginar o puede fantasear que este señor, con sus promesas eso de mano dura, le va a resolver un problema que en efecto está padeciendo. ‘Mi barrio se ha vuelto peligroso, entonces este (candidato) seguro que sí’. Así que están siendo más efectivos que la izquierda que, por ejemplo, agita la causa climática. La causa climática es demasiado abstracta, lejana y no me afecta en mi cotidianidad. Entonces, es menos efectiva para capturar la atención, la conciencia y el voto del ciudadano. Así que, quizás esta nueva derecha está haciendo mejores diagnósticos de la sociedad, y por eso está en auge, aunque finalmente son tan populistas los de derecha como los de izquierda. De mi parte, yo esperaría que surgieran los proyectos más centrados, más liberales, y que volviéramos a respetar al ciudadano diciendo la verdad, afrontando los problemas como son: asuntos complejos. Y, sobre todo, defendiendo la institucionalidad, volviendo a darle credibilidad y respeto al Congreso, al Poder Judicial y al Poder Ejecutivo.
–Finalmente, sobre lo que dice en el libro de los artistas moralistas y los políticos desenfrenados, digamos. ¿Hay una posibiliad de marcha atrás en todo esto? ¿Ve punto de retorno?
Todo es cíclico. Cuando he hecho estudios de largo aliento, que ocupan un siglo o más, uno se da cuenta que todo en la historia son ciclos y que, finalmente, una estrategia que es efectiva ahora, como la teatralización de la política, como la performance, como convertirse en cantante de rock al estilo Milei, que eso es efectivo en este momento y que está funcionando, pero va a llegar un punto en donde va a dejar de ser efectivo y esas estrategias no van a seducir al electorado y veremos el fin de la estridencia y de la performatividad política y pasaremos a otra cosa. ¿Cuál? Ni idea. Pero, sí, eso va a acabar, indudablemente. O llegarán otros a competir con esa estrategia, con nuevas formas de hacer política y así todo variará. Pero, bueno, eso habrá que verlo. Mi mensaje en el libro es que en toda sociedad hay un apetito de transgresión, de rebelión, hay una insatisfacción, que solía ventilarse, canalizarse y expresarse a través de la cultura. Y la cultura era ese espacio en donde nos desbocábamos y sacábamos nuestros odios, filias, fobias y nos dejábamos ir. Y ahora la cultura ya no es el espacio para hacer eso, sino la política. Y una política en donde predominen las bajas pasiones, los odios, los gestos, los símbolos y no las soluciones a problemas reales, pues es una mala política. Y la cultura que se moraliza, que ya no explora, no toma riesgos, no es audaz, sino que más bien refrenda las causas morales y políticamente correctas de la época, pues es una cultura que tampoco hace mucho, que llueve sobre mojado, y que simplemente repite clichés.



