José Pablo Baraybar: «No busqué una reproducción histórica perfecta, sino transmitir el sentimiento de una época»

Una grata sorpresa es la sensación que deja leer la primera novela de José Pablo Baraybar (Lima, 1964). Acostumbrado a navegar entre informes periciales y documentos no precisamente inspiradores, el reconocido antropólogo forense debuta en la literatura presentando un thriller ambientado en el Perú de los setentas.

«Terapéuticamente, hoy escribir es una necesidad para mí«, dice Baraybar en esta entrevista sobre «Las partes del todo«, la primera entrega de una saga policial en la que dos policías –los muy peruanos agentes Incachi y Gonzales– deben unir pistas para dar con el responsable del crimen de una provinciana en Lima.

Esa capital bajo el influjo del régimen militar es la que el autor recuerda con particular nitidez. «Soy una persona muy visual. Es como si tuviera una película en mi cabeza«, confiesa el novelista debutante, un hombre que se ha sobrepuesto a dificultades como perder la vista (víctima de una mala práctica médica), y que encontró en un descanso forzado, a miles de kilómetros de Lima, la oportunidad de expulsar (casi) todo lo que tenía adentro.

A continuación, el diálogo con José Pablo Baraybar sobre su novela “Las partes del todo”.

Antes de saber cómo surge “Las partes del todo”, quisiera saber cómo surge tu propia historia con la escritura, con la literatura. ¿Es algo de mucho tiempo atrás o más bien reciente?

Creo que le he tenido siempre pánico a la ficción, tal vez porque me muevo todo el tiempo en una especie de hiper realidad. Mi trabajo es una permanente realidad (y una tragedia) aumentada. Y por eso la ficción casi no tenía cabida. La realidad ocupa todos los espacios en lo mío y es normal que te preguntes porqué recurro a crear. Y siento que el miedo a la ficción es, justamente, (un miedo a) poder articular las cosas de tal manera que sean, por un lado, creíbles, y el otro tema es tener la historia ‘desarrollada’ antes de escribirla, aunque no es mi caso, claro. Hay escritores muy organizados, que tienen ya un mapa exacto que indica en dónde va cada cosa, los personajes y lo que ocurre, y después hay, claro, un rango de posibilidades de modificación de las cosas. Pero ese no es mi caso. Entonces, cuando “Las partes del todo” comienza a gestarse, de manera casi natural, yo estaba en una situación personal algo complicada, salía de un divorcio, me había ido a un país sumamente lejano a trabajar, y esta circunstancia de terminar un fin de semana en un lugar medio paradisiaco, pero imposible, en el sur de Sri Lanka, me hace pensar: ¿por qué no me meto a lanzar las primeras pinceladas de esto? Fue casi como una diversión, como una manera de salirse o escaparse de mi realidad. Así empecé, pero luego todo quedaría abandonado por muchos años, hasta que ocurrió otra situación más: me operé, tuve una baja médica muy larga, y pensé: ahora es cuando tengo que acabar con esto. El tema era meterse de lleno y saber que podía hacerlo.

¿Este José Pablo escritor es un paso posterior a un José Pablo lector? ¿Cómo te consideras como lector?

Soy lector, pero no uno ávido, sino más bien selectivo. Y por necesidad leo cosas que no me interesan. Por mi trabajo tengo que leer mucho documento que no sirve para más que para eso, y que no es necesariamente algo agradable. También he estado metido en el tema de lectura académica, porque mi producción principalmente es vinculada a libros y artículos de ese ámbito. Hoy tengo una tendencia a leer lo que me gusta. O sea, si me engancha sigo, sino no.  Y esto es porque el tiempo es un factor importante para mí.

Pocos conocen que tienes un problema serio en la vista, ¿es correcto?

Sí, yo me quedé ciego en Perú por una mala práctica médica.

¿Cómo es que pudiste afrontar este tema y luego leer y trabajar con cierta ‘normalidad’?

Estuve unos seis meses sin poder ver. Después de una cantidad de intervenciones quirúrgicas bastante invasivas, la visión que recuperé es bastante imperfecta, con una cantidad de problemas y secuelas muy complicadas. Dicen que uno se adapta a todo, y yo me he adaptado, claramente. Hubo una época en la que me salían todavía muchos puntos quirúrgicos de los ojos, y había que sacarlos, pero me quedó un iris abierto. Soy fotofóbico. Mis ojos no están alineados, por lo que hay un tema complicado para poder ver algo en todas sus dimensiones. Y tengo una colección gigantesca de anteojos, para cerca, para lejos, con color, sin color, con medidas muy altas, etc. Así que costó muchísimo tiempo el poder adaptarse a esta discapacidad y poder hacer lo mejor posible con ella, indicando que la misma no es un pretexto para no trabajar, para no vivir. Por supuesto que de tanto en tanto me voy contra una puerta de vidrio porque no puedo verla. O si una persona pasa fuera de mi campo visual, me la llevo del medio, etc. Hay anécdotas muy graciosas y hasta patéticas, pero con todo esto hay que aprender a reírse de uno mismo.

¿En estas condiciones leer sigue siendo un placer?

Para leer debo usar unos anteojos que parecen unas lupas. Y, por ejemplo, una de las cosas que no puedo hacer es que no puedo leer en la playa, en un parque o en un café, a menos que este sea un espacio relativamente oscuro o no brillante, porque como soy fotofóbico, si yo descubro mi ojo a la luz, pues es algo muy doloroso. Imagínate que tu iris es un diafragma, como el de una cámara fotográfica, la luz entra brutalmente, y te genera dolores de cabeza. Así que el dónde leer se restringe cada vez más. Puedes hacerlo en tu sala, si está oscura, claro. Y es interesante porque mucha gente te ve y dice: “¡Oye, está muy oscuro, falta luz!”. Recuerdo que escribí un texto de no ficción titulado “Enemigo de la luz”, porque básicamente soy eso. Así que el placer de leer existe, pero está más acotado y condicionado a muchas circunstancias.

En la época de Morales Bermúdez, que es cuando transcurre tu novela, eras un adolescente. ¿Ha sido complicado volver al pasado para ficcionar un hecho violento?

Por algún motivo esa época me resulta muy cercana. Además, eran años ‘formadores’. El 78, el 79, tenía yo 14 o 15 años. Y creo que tengo algunas memorias muy específicas y algo incompletas sobre esos años. Así que no me es tan complicado volver allí en base a sobre todo reconstruir espacios. Tengo una memoria bastante visual, y me parece que persiste. Se me vienen a la mente algunas calles, el parque de Miraflores, la pinta que tenía en esa época versus el desastre que es hoy. Y muchos otros lugares más comunes.  

Entonces, cuando, por ejemplo, en la novela se menciona el Callao, es el Callao de tus recuerdos…

Sí. Aquí hay una mezcla de recuerdos, porque hay una parte geográfica, que se remonta al fin de los años setenta y otra, (y ahí está la ‘trampita’) que son recuerdos de los 80s, conmigo adulto o universitario. Aunque, ciertamente, no había mucho cambio entre una cosa y la otra, claro.

Es una novela de hecho violentos, pero también de personajes. Por tu trabajo, ¿te sentiste algo más cercano al médico legista Arista que, por ejemplo, a los detectives?

Cada uno de mis personajes, Arista o los policías, son construidos con retazos de varias personas. Claro que hay un pedazo mío en Arista, pero no he querido hacerlo mi clon. Él es como un pequeño Frankenstein, que contiene recuerdos de personas y situaciones, pero también de elementos propios. Y creo que me he encariñado con los tres. Los policías –y esto es algo vendrá en la seguidilla de la saga que estoy acabando—se empiezan a descubrir en sus imperfecciones. Porque no estamos ante personajes ideales ni maravillosos.

La novela de José Pablo Baraybar.

Pero sí son bien peruanos, tanto Incachi como Gonzales. ¿Hay algún tipo de inspiración con un detective peruano memorable? ¿Qué detective ha marcado tus lecturas?

No tanto peruanos, más bien, si tuviera que usar un ejemplo –aunque no me he inspirado en nadie en particular—pues tendría que decir Mario Conde de Leonardo Padura. Aunque Conde no es como mis personajes, es más bien una persona culta, un poeta, y muy difícil de ver en esta Cuba contemporánea y decrépita. Tal vez en esto último sí viene la inspiración: (el de mi novela) es un país algo decrépito que ha creado esos personajes imperfectos para un sistema tal. 

El poder también está representado en tu novela, a través de un general con apellido compuesto, que actúa con impunidad, pero sobre todo con una facilidad escalofriante. Él es parte de la Junta de Gobierno de la época. ¿Podemos imaginar que hoy hay gente con ese poder? ¿Hemos evolucionado algo y no es tan fácil decidir las cosas de esa manera?

¡Al contrario! Creo que no hemos evolucionado nada. Todo es exactamente lo mismo. Hemos básicamente cambiado las figuritas. Mira, un elemento que se empieza a sentar en esta lógica es la impunidad. Somos un país impune y creo que puede que se haya pasado de personas con apellidos compuestos a personas sin apellidos así, pero el tema del poder es lo mismo. Si tienes poder, sacas lo que quieras. Quizás todavía quedan los grupos pequeños que se valen del ‘¿tú sabes quién soy yo?’ o del ‘no sabes con quién te estás metiendo’. La idea del ‘yo soy blanco, tú marrón y te apellidas Quispe’.  Es una lógica atávica, un poco trasnochada, sí, pero el tema aquí es el poder.

¿Cómo has manejado el tema de los detalles siendo esta tu primera novela? En una escena, un solado vomita al ver un cadáver. Por otro lado, Arista lleva muy bien sus funciones, y viste muertos cuando se precisa hacerlo. Por su función, uno piensa, ¿se nace con este nivel de ‘frialdad’ o la vas formando?

Creo que se hace más que se nace. El nivel de distancia que tú establezcas con lo que haces, en el oficio que fuera, es clave. Pero claramente, en mí caso particular, es algo que se ha hecho. Y creo que te pasa factura. No es una cosa ligera. En el caso de Arista, él es un personaje que hace esto en el día a día y, por lo tanto, ha podido establecer una separación absoluta entre lo que ve, lo que hace y lo que siente. Él no es un personaje que muestre mucho sus sentimientos. Más bien evidencia ciertos aspectos de autoridad, de propiedad, de cómo se debe hablar. Hay mucho de apariencia en él. Porque Arista es de los personajes que pertenecen a este grupo más bien excluido. Empieza tratando de reposicionarse socialmente. Él es un médico, pero es provinciano, ‘marrón’. Aunque estudió fuera, y tiene una esposa extranjera. Hay en él algo aspiracional. No obstante, él no confunde lo que hace con los sentimientos que no se ven. Es como decir ‘no, el muerto es un objeto y yo hago, corto, saco y punto’, que es algo muy común en las personas que trabajan en este medio. Sin embargo, es clave entender que trabajar en un medio, mal que bien aséptico, en el cual tú entras a las 8 de la mañana y sales a la hora que salgas, y después cortas, tienes tu vida familiar, un hobbie, o lo que sea, es muy diferente a quien trabaja –y este es mi caso—sin entrada y salida. Básicamente entras y no sales, estás inmerso en este mundo de víctimas, de muertos, de vivos, de todo junto, donde es un poquito difícil decir ‘acá corto y me voy a hacer otra cosa’.

No es una novela corta. Pasa las doscientas y tantas páginas, y entonces me surge la duda sobre qué priorizaste y qué dejaste de lado al momento de armar la historia. No sé, diálogos, descripción de lugares o cosas políticas. Porque pudiste haber sacado una novela de 600 páginas en la que cuentes cómo los militares tomaron el poder…

Pensé: si me aburro al escribir, perdemos todos. Creo que el tema fue priorizar lo que cualquier lector pueda sentir como suficiente. Claro, podía poner algo de historia, mencionar el golpe que Morales a Velasco, o cómo desmantelaron esto y aquello, claro, pero a mí me parecía muy aburrido porque perdías el foco de lo que debe ser. ¿Y cuál era el foco aquí? Entrar, meterse en la maraña, salir, y al final crees que saliste, pero no es tan así. Ese es un poco el tempo que a mí me entretiene. Porque si no le encuentro una cosa lúdica, o un entretenimiento suficiente a poder escribir, me aburro. Y esa es una de las razones por las que la ficción era un tema muy lejano para mí. Ves esas novelas de mil páginas y dices: ¡cómo han podido mantener el hilo de la página 55 hasta la 871! Yo me habría perdido. Sin embargo, hay temas más interesantes respecto a esto. Alguien escribió una crítica sobre el libro y dijo “es imperdonable que no se haya hablado del Mundial del 78 y cómo Perú…”. Mira, es un gran punto, por supuesto que recuerdo a Morales Bermúdez borracho, cambiándose la camiseta, y los seis goles que le metieron a Quiroga, y alguien lo llamó traidor, etc. Seguramente es imperdonable no haber puesto eso, pero es que no me gusta el fútbol. Y la memoria es selectiva. Yo no quise una reproducción histórica absolutamente perfecta, sino transmitir el sentimiento de la época.

El expresidente Francisco Morales Bermúdez en una fotografía del Archivo Histórico de El Comercio.

Aunque es un thriller, la novela te va soltando poco a poco un triángulo amoroso en el que también hay fatalidad. Los triángulos amorosos no son algo recientes, pero tal vez en esas circunstancias, de autoritarismo, encierro y demás, eran distintos a uno actual. ¿Cómo fuiste construyendo esta historia de tres que sobresale en medio de la novela en general?

Hay dos temas. El primero, el triángulo es algo mucho más común de lo que pensamos. Y masculinidades tóxicas como las de Jorge me parecen también muy comunes. Podemos debatir si al final Jorge era o no una víctima de la sociedad, o de su propia familia, es una posibilidad, claro. Luego, el papel de Ana, como su esposa, y parte de estos matrimonios en los que familias establecen alianzas a través de sus hijos, y son al final relaciones que se asumen como buenas o como sanas, pero en la intimidad –y acá viene el pretexto literario para abrir una ventana y ponerse en plan medio voyerista—son algo distinto. Es decir, que él se va con sus patas, hace lo que le da la gana, y el rol de la mujer termina siendo pasar por agua tibia todo. Porque yo he escuchado frases como ‘ay, tú sabes cómo son los hombres’.

Y, por otro lado, está Teresa, con un modelo aspiracional, y esa confronta entre capital y provincia, y cómo el sueño al final sigue siendo salir del marasmo provinciano, donde todos se conocen, donde tu vida ya está hecha, donde tú tienes que terminar casándote con nosequién, porque es de buena familia, cuando la lógica es más bien ‘no, yo quiero salir de aquí, ir a la gran ciudad y de ahí a otra parte’. Y no tanto por un tema de pobreza, sino de ascendencia social, de poder subir en la escalera, o de conocer al mundo. A lo que voy es que esas relaciones, esos triángulos, amorosos por un lado o tramposos por otro, son mucho más comunes de los que pensamos. Recuerdo muchas historias familiares en las que te enteras que tienes un medio hermano o una media hermana. Y no logras entender la lógica, aunque todo resulta muy aceptado. O sea, te trajiste tu trampa de no sé dónde, y es normal ‘porque eres hombre’. No se juzga igual entre mujeres. Por otro lado, todo esto es muy común entre militares. Tengo muchas historias que contar. Así que, solo uní retazos para formar este triángulo que no me parece increíble, sino más bien muy creíble.

Colocas algunas descripciones que a algunos les podrían parecer algo descarnadas, pero me hace pensar en si hoy somos más violentos que cuarenta años atrás. Porque ahora muchos dicen que “los venezolanos nos han traído la violencia”, como si acá antes hubiera sido todo delicado y maravilloso. ¿Crímenes como los de tu novela ocurren hoy tanto como en los 70s?

Creo que hemos evolucionado hacia lo peor, en cuanto a nuestra capacidad de aceptar y ejercer la violencia. Somos un país violento como cualquier otro. Yo no creo que exista un país pacífico. El problema es el ser humano, que tiene la capacidad de desarrollar violencia a todos los niveles, de todas las formas y expresarlas de todas las maneras. Las circunstancias sociales en que eso se da son diferentes. No olvidemos lo que hemos vivido entre 1980 y el 2000, y tampoco lo que estamos viviendo ahora. Ha habido una invisibilización respecto a dónde ocurrieran las cosas, pero no quiere decir que no ocurrieran. Y es lo mismo para cualquier país del mundo. El ser humano es un ser violento y con los ingredientes necesarios puede convertirse en una cosa terrible, en una maquinaria. Claramente, en los 70s éramos menos, y lo poco que aparecía como esto era magnificado. Pero no quiere decir que no fuéramos violentos ya en esa época. Con el tiempo hemos podido magnificar y masificar las cosas, pero no diría que la violencia es algo súbitamente ajeno a nosotros. Lo que sí creo que hay (hoy) es más frecuencia, que puede ser atizada por la presencia de grupos que quizás vengan de otras partes, pero no quiere decir que seamos blancas palomas.

Finalmente, desde que tus detectives se salvan, uno espera que tu novela se convierta en saga. ¿Qué viene luego de “Las partes del todo”?

La siguiente historia salta a 1979, ad portas de la campaña electoral del 80. Se empiezan a develar algunas características antes desconocidas de algunos personajes. Las cosas ocurren entre Lima y Chosica. Se añadirán también nuevos personajes, algunos muy interesantes. Me he divertido mucho escribiendo lo que se viene.

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