Ezio Neyra: «Recuperé libertad como escritor y las expectativas alrededor de mi trabajo hoy me importan mucho menos»

Aún se sorprende cuando le recuerdan que, en más de una entrevista, ha afirmado que empezó a escribir a los 12 años. “¡Cómo ha pasado el tiempo!”, dice Ezio Neyra Magagna (Lima, 1980), sentado en una de las mesas de Librería Sur en San Isidro. La cita es para conversar sobre su nuevo libro, “El informe. Pequeña novela burocrática” (Pesopluma, 2025), el retrato de joven politólogo que parece tener todo a merced para brillar con luz propia en lo profesional, hasta que acepta un puesto en la desconocida Dirección de Pesca Artesanal del Viceministerio de Pesquería del Perú.

Ni los estudios en el extranjero ni su dominio del inglés evitarán que este aspirante a ‘servidor civil ideal’ termine tambaleándose desde el primer día en su oficina. Aunque “El informe” no es solo el colapso de un burócrata, sino también el de una nación. Y es que muchos de los aspectos en la novela de Neyra Magagna podrían venir con la etiqueta “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”. En la trama hay políticos que pierden elecciones y acusan fraude, mayorías que desestabilizan al poder de turno, pero, sobre todo, una inexplicable tendencia popular a caminar casi siempre al borde del precipicio.

Neyra Magagna, exdirector de la Dirección del Libro y la Lectura del Mincul y exdirector de la Biblioteca Nacional del Perú es catedrático en la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, donde también desempeña cargos directivos que le permiten entender desde diversas aristas cómo se mueven los intereses vinculados a la literatura en el mundo de hoy. Y aunque todo en lo privado parece irle bastante bien, en ninguna parte de esta entrevista le cierra las puertas al Estado. “En un mejor contexto, claro que aceptaría volver”, refiere el escritor.

Cuando surgió la posibilidad de entrar a la Dirección del Libro y la Lectura tuve dudas, no te voy a mentir. Nunca había trabajado en el Estado, no sabía si me iba a gustar. Ni siquiera había trabajado antes en una oficina o siguiendo horarios. Mis amigos y familia pensaban que no duraría ni dos meses, pero acepté y luego me encantó. Me gustó la posibilidad de tomar decisiones, de hacer cuestiones con un impacto grande y pronto, y la misma adrenalina del día a día”, confiesa antes de iniciar la charla.

¿Cuántos años trabajaste en el Estado?

En mi primera etapa fueron tres años y medio, y en la segunda casi dos, o sea, cinco años y medio en total. Primero en la Dirección del Libro y luego en la Biblioteca, donde estuve desde enero del 2020 hasta octubre del 2021.

Entonces, te tocó estar en una etapa en donde el Estado todavía no tenía estas revoluciones, censurando ministros y vacando presidentes.  ¿Lo ves con algo de nostalgia?

De hecho, cuando empecé en esa primera etapa tenía mucha expectativa, o sea, mucho optimismo también, pensaba que era posible generar cambios, hacer cosas en favor de la ciudadanía y demás. Pero eso empezó a cambiar desde el gobierno de PPK. Porque yo empecé a trabajar en el gobierno de Humala y allí mi experiencia fue muy positiva. Y no estoy diciendo que haya sido ‘el mejor gobierno’, pero sí creo que había buenas condiciones para trabajar en el Estado, por lo menos en el sector donde trabajaba yo. Había muy buena gente trabajando, muy profesional, comprometida y demás, pero cuando llega PPK y empieza la crisis, una de crisis que de alguna forma todavía dura.

Cuando me dices que podías hacer cosas para cambiar la vida de las personas, ¿te refieres básicamente a instalar nuevas bibliotecas?

Recuerdo cuando, desde la Dirección del Libro, empezamos un programa de fomento al lector en cárceles: La libertad de la palabra. Esa primera edición que hicimos fue con Oswaldo Reynoso. Fuimos al penal de Lurigancho. Yo nunca había entrado a la cárcel y luego, por este programa conocí, no sé, 20 cárceles en varias partes del del país y, por ejemplo, ahí me di cuenta cómo la cultura, y entrar con temas culturales a un entorno tan ‘poco cultural’ como puede ser una cárcel, termina teniendo un impacto tan grande en la gente. Fuimos luego con Fernando Ampuero, con Alonso Cueto, etc. Y recuerdo cómo los internos, una vez que empezaron a entender el valor de que hubiera un servicio cultural del Estado en las cárceles, lo comenzaron a defender, y buscaban –con las autoridades del penal– que hiciéramos el programa con más frecuencia, que lleváramos más libros, que abriéramos más bibliotecas dentro de la cárcel.

O pienso también en otro caso, más distinto, que es el del Premio Nacional de Literatura. Yo no entendía en ese momento cómo no podía existir un premio así en el país, porque obviamente tenemos una tradición literaria rica y, además, me parecía importante que el estado reconociera con un galardón a autores y autoras peruanas. Y creo que también eso ha ido teniendo un impacto en términos de un Estado que apuesta por el reconocimiento a los autores.

A priori uno pensaría que, más allá del Ministerio de Economía, que es donde se mueve la plata, los demás ministerios son como grandes ‘moles’, con muchos burócratas, donde nada se altera fácilmente por movidas políticas de alto nivel. No obstante, tu novela va en el sentido contrario, en tu trama lo que se altera es la pequeñísima dirección de pesca de un viceministerio…

De Pesca Artesanal (risas), sí. Mira, yo creo que es inevitable que eso suceda y, además, no solo lo ficcionalicé, sino que también lo viví, porque cuando llega el gobierno de PPK y empieza a haber mayor ruido y mayor inestabilidad política uno se daba cuenta hasta en el ánimo de los trabajadores. De pronto la situación ya no era tan optimista, las cosas se tornaron algo opacas. O sea, como que de pronto el ánimo ya no era tan bueno, tan positivo, ni tan optimista, sino que empezó a tornarse opaco, ya no tan animado, como si no estuviéramos ya tan convencidos de que desde donde estábamos era posible seguir generando impacto y cambios. Pero a la vez sentí que esa gran inestabilidad política era mucho más evidente en los puestos más ‘altos’, porque por lo general son de confianza, y sin ser necesariamente puestos políticos, están más cerca de ella. Por otro lado, también existe un nivel de funcionarios más intermedio, más bajo, coordinadores, especialistas o directores de línea incluso, donde ya el ruido político no necesariamente es tan evidente. Casi ocho años después de haber dejado el Mincul, siento que, gracias a los funcionarios de nivel intermedio o bajo, es que muchas de las políticas culturales han podido mantenerse en el tiempo. En ese sentido, si hubiera habido aún más inestabilidad en puestos medios y bajos, yo creo que la situación de las políticas culturales sería aún más precaria que actualmente.

La novela presenta varios ámbitos. El personal, de Felipe con su madre, con los remordimientos, y la culpa por no acercarse a ella. Después viene el laboral, digamos, y luego está uno algo más macro, describiendo al Estado en una nación convulsionada. Y en el medio de todo está la elaboración del informe. ¿Cómo fue le proceso de ir repartiendo tu atención como creador a cada uno de estos ámbitos?

La novela la empecé en 2018, semanas después de mi salida de Cultura. Originalmente no tenía idea de qué iba a escribir, pero, en general, siempre empiezo así mis libros. No obstante, desde aquel comienzo del 2018 siempre estuvo el personaje de Felipe, que era un hombre que volvía al Perú para trabajar en el Estado. Todo escrito en primera persona, a manera de testimonio. Asimismo, al comienzo no estaba ni la ‘presencia’ de la madre, los chats de los trabajadores, los memorandos diagramados en la novela, ni los sueños del personaje. Así que la primera versión, terminada quizás en 2022 era muy distinta (a la actual) y mala. Por eso creo que el trabajo editorial con Pesopluma ha sido muy enriquecedor. Hace tiempo no tenía la experiencia de poder trabajar tanto tiempo con un editor, porque mis libros previos los publiqué con Planeta y la experiencia es bien distinta realmente. Yo creo que me había olvidado de la diferencia que hace tener un editor verdaderamente enfocado en el trabajo de uno, que no está apurado por sacar libros, y creo que eso es algo que a mí novela le ha venido muy bien. Ese acompañamiento tan cercano que hubo, porque si bien yo soy el autor, no quiero desconocer que ha habido un trabajo editorial que ha contribuido mucho a que la novela finalmente termine siendo como fue.

Hablemos de los personajes secundarios. ¿Cómo definirías a alguien como Roberto? Dentro del aparato público, él parece encenderse y apagarse como la luz de un celular. Un día te recomienda, otro día lo echan, y al siguiente aparece en otra entidad…

Creo que ese personaje en particular, que al comienzo tampoco estaba y fue surgiendo con la escritura, es bien arquetípico, porque sí creo que hay un tipo de funcionario que es exactamente como él, o sea, un empleado ‘todoterreno’, que le da lo mismo trabajar en Cultura, Ambiente, Energía, Educación o en lo que sea. Y, mira, en los ocho años que estuve en el Estado conocí funcionarios que no estaban especializados realmente en ningún sector, sino más bien en conocer cómo el Estado funciona. Y ese es un conocimiento valioso, ciertamente, que no todos lo tienen, y que le permite a un funcionario de ese tipo moverse con facilidad de un lado al otro, porque finalmente lo que hace ese tipo de empleado, no es especializarse en algún sector, sino más bien en destrabar cuestiones, en otro tipo de cosas que no tienen que ver directamente con políticas que verdaderamente contribuyan al desarrollo de un sector determinado.

¿Te fue fácil o difícil, digamos, disfrazar a estos personajes con otros nombres o a los partidos políticos con otras denominaciones para que no se parezcan mucho a la realidad?

No sé si me fue tan difícil…

Pero son claramente identificables…

Sí, está, por ejemplo, el Partido Popular, o el candidato perdedor del Partido Popular, que además reclama fraude en la elección del presidente. Y en un momento dice que no tienen pruebas, pero tampoco dudas. Todas son cuestiones que hemos que hemos escuchado. Entonces, es verdad lo que dices, que para un lector peruano en particular hay cuestiones que son bien fáciles de identificar, pero a la vez tampoco quería utilizar nombres verdaderos, o apelar a una representación tan directa de la realidad. Así que, retomando, no me resultó tan difícil alterar las cosas con cambios de nombres y demás, porque igual quería, no sé si que fuera evidente, pero sí que refiera la crisis en la que estamos. Y por eso la novela arranca con Felipe llegando a Perú, pero, además leyendo noticias de lo que está pasando aquí, y por eso también es que a lo largo de la novela hay, no sé, tres o cuatro momentos en donde él comparte con los lectores, digamos, noticias que está mirando en TV o escuchando. Así que sí, buscaba una atmósfera que diera cuenta de esa crisis política, que es ficción, pero a la vez realidad. Esa fue mi intención.

Ezio Neyra en la Librería Sur.

Por tu CV, tranquilamente podías haber formulado una diatriba de la función pública. No sé, 200 páginas renegando de lo malo, sin embargo, decidiste al final no llevarlo por ese lado, y añades elementos hasta de humor, como los chats de la oficina, los emoticones o incluso memes.

Más que no pensar en elaborar una diatriba, esto tiene que ver con una decisión ‘técnica’, por decirlo de alguna forma. Te contaba antes que al comienzo la novela era en primera persona. Y parte de los problemas de esa primera persona era que terminaba siendo muy aburrido sostener la novela únicamente desde la voz de Felipe. Creo que cuando entendí eso decidí pasar a la tercera persona, y desde ahí pude instrumentalizar al protagonista, y comentar lo que él siente o piensa. Luego de eso, comprendí que técnicamente convenía para la novela que hubiera más voces. Y ahí decidimos incorporar, no solamente los chats, sino también, por ejemplo, los memorandos, los documentos oficiales, pero también estos ‘reportes de seguridad’ que describen lo que Felipe hace dentro del edificio donde trabaja, o incluso sus sueños. Así que, todo se trató de una decisión estratégica para que la novela ganara en riqueza desde distintas perspectivas.

Hay pequeñas frases, casi medios párrafos, con análisis muy sesudo de lo que hemos vivido políticamente en la última década. ¿Dirías que la política es algo que te interesa? ¿Desde siempre o todo surgió cuando empezaste a trabajar en el Estado? ¿Es algo que mirarías a futuro?

Siempre me interesó la política. De hecho, recién salido del colegio tenía incluso más interés en ella, en el sentido de mayores deseos de involucrarme aún más activamente, a través de cargos de elección y demás. Tenía la idea de ir al Congreso, por ejemplo, cosa que hoy en día de ninguna manera se me ocurriría. O incluso desempeñar otros cargos. Y también me interesa la política internacional, la chilena específicamente, ahora que estoy viviendo allá. Mira, por más que reniegue de la de la situación política, eso no significa de ninguna forma que yo haya cerrado esa puerta y que nunca más quiera volver a cruzarla. Cuando vuelvan mejores condiciones y si alguien me propusiera algún cargo que me podría interesar, yo no lo dudaría. Pero no en cualquier contexto, claro. Por ejemplo, el contexto de Dina Boluarte como presidenta, o incluso el de José Jerí. Ambos para mi gusto son contextos en los que no me sentiría cómodo, de ninguna manera. Aunque con esto no intento juzgar a quienes están trabajando ahora en el Estado. No es mi intención. Porque una cosa son los funcionarios más estables que verdaderamente se la juegan, y otra distinta son los de más alto rango.

En una parte de la novela Felipe está desesperado porque quiere hacer el informe, pero no tiene cifras. Lo que le pasan no es suficiente, no sirve. Hablando de cifras, tú llevas años a cargo del Departamento de Literatura y el Diplomado en Cultura Escrita de la Universidad Adolfo Ibáñez. ¿Qué has podido concluir a través del tiempo?

Sí, porque soy profesor, pero también director del departamento. Y participo en el consejo de facultad y en otras instancias donde sí se usan muchas cifras e indicadores. Por ejemplo, la relevancia que los alumnos le encuentran a los cursos o la relevancia que encuentran para su desarrollo profesional o también cierta trazabilidad de cuánto el modelo educativo que tiene esta universidad ha terminado impactando en su desarrollo profesional, porque la Adolfo Ibáñez tiene un modelo educativo bien particular y, de hecho, en parte eso me motivó irme a trabajar allá, porque es un modelo que obliga a los estudiantes de cualquier carrera a llevar 16 cursos de humanidades. Seas ingeniero, abogado o periodista. Entonces, uno se podría preguntar para qué diablos le sirve a un ingeniero leer “La odisea” o “El proceso” de Kafka. Entonces, esta trazabilidad busca entender cómo a un ingeniero le sirve leer filosofía, historia, ética o literatura. Y es muy interesante porque empieza a verse el desarrollo de ciertas habilidades más bien blandas, por decirlo así, que son cada vez más valoradas también en el mundo laboral. Por ejemplo, la capacidad de pensar críticamente, de argumentar o de empatizar. Se trata, pues, de destrezas que, históricamente, las universidades han tendido a no atender por priorizar la profesionalización o especialización. Y yo pienso que ese es un error, porque el concepto de universidad tiene que ver justamente con una mirada muy universal del conocimiento, que promueva el diálogo, el pensamiento crítico y demás. Entonces, sí, hay mucha cifra y estudio que se está haciendo para entender el impacto que este modelo educativo está teniendo en los estudiantes. Porque es un modelo educativo que empezó uno o dos años antes de que yo me fuera para allá, y que ha hecho que la universidad pase de tener unos 15 profesores de humanidades de planta a 120 que somos ahora, o sea, hay un crecimiento enorme.

En la novela, por su parte, el problema radica en que la información no existe, o que la calidad de la misma es mala y que, como le pasa al protagonista, en algún momento empieza a revisar diferentes documentos sobre una misma materia y se da cuenta que las cifras que un documento arroja son diferentes a las de otro, y no diferentes en un sol, sino en millones. Y ese es un problema grande del estado peruano: la falta de información de calidad.

La novela de Ezio Neyra Magagna.

Aunque el vínculo madre e hijo no es quizás la más fuerte subhistoria de tu novela, sí deja varias cosas para el análisis, como la idea de que si acaso un hijo que abandona a su madre una década, ¿sigue siendo hijo? O si una madre después de morir sigue siendo madre…

Cuando empiezo a escribir lo hago un poco a oscuras, sin saber bien a dónde estoy yendo, pero luego, cuando hay ya una primera o segunda versión y la novela está más armada, digamos, entiendo el trabajo de escritura más como una suerte de montaje (¡y esa es la parte que más me gusta!), que te da la posibilidad de mover diferentes elementos, irlos acomodando a la conveniencia de la novela. Y algo parecido pasó con el personaje de la madre y con ese vínculo, porque cuando ella entra a la novela, al comienzo tampoco había una relación como la que finalmente terminó habiendo, pero en un momento encontramos un símil que podía hacerse entre un Estado, una especie de padre que le falla a sus hijos ciudadanos peruanos, que no logra trabajar en favor del desarrollo, para que estos hijos puedan tener mejores condiciones. Y, por otro lado, estaba el símil del hijo que tampoco es capaz de cuidar de su madre (la patria), pero a la vez también el hecho de que esta no pudo construir un vínculo cercano con su hijo. O sea, son dos ‘paternajes’ fallidos. Son vínculos que no terminan de consolidarse. Y de alguna manera la novela, y particularmente esa subtrama de la madre trata de reforzar este símil.

Escribes desde los 12 años y se cumplen dos décadas de tu primer libro. ¿Te motiva estar en esto por las mismas razones que treintaytantos años atrás? ¿Compras los mismos libros? ¿Lees a los mismos autores? ¿Cómo has cambiado en todo este tiempo?

Lo que más ha cambiado quizás sea el entendimiento de que lo que realmente importa no es tanto participar en una feria, en un festival, ir a un cocktail o aparecer en una foto, sino que lo que verdaderamente importa en la escritura es la escritura, el proceso y el trabajo. Pienso que he recuperado mayor libertad. Siento que hoy en día me importan mucho menos las expectativas que puedan haber alrededor de mi trabajo, o cómo estas pueden también impactar en aquello sobre lo que decido escribir o no. Así que, de alguna manera, ha sido un proceso de recuperación de esa mayor libertad, porque me da la impresión de que muchas veces el mercado y todo lo que está relacionado a él terminan teniendo un impacto muchas veces negativo en los autores, y probablemente en algún momento lo tuvo en mí, pero creo que hoy he recuperado esa mayor libertad y ojalá que la pueda aún fortalecer más.  

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